lunes, 30 de enero de 2017



Domingo de la 5ª semana de Tiempo Ordinario – 05/02/2017

ESCRITO POR WEBMASTER EL . POSTEADO EN HOY DOMINGO

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Comentario Pastoral
EL SABOR Y LA LUMINOSIDAD CRISTIANA
La sal y la luz, el sabor y la luminosidad transforman respectivamente la masa de una comida y la espesura de las tinieblas. Desde el Evangelio de este quinto domingo ordinario a los creyentes se nos recuerda que debemos conservar el sabor genuino del Credo sin atenuarlo en la indiferencia; y que nuestro empeño misionero debe ser brillante sin ocultaciones cobardes.

La sal se aplica a las heridas, en una medicina rudimentaria, para cauterizarlas o desinfectarlas; eliminando los microbios, preserva los alimentos de la descomposición. Si el creyente es la sal de la tierra debe poseer esta inalterada fuerza de transformación y de purificación que conduce a la humanidad a las esencias y valores genuinos, pues aporta al mundo el sabor de fe, la purificación de esperanza, la fuerza del amor transformante.

La sal es sustancia que no se puede comer por si sola, pero que da gusto a los alimentos y solo es menester una pequeña cantidad para hacer agradable toda la comida. Su gusto es irreemplazable, por eso si pierde su sabor nada existe que pueda dar a la sal el gusto salado. De ahí que sea fácil concluir que el discípulo de Jesús ha de dejarse impregnar de la sal del Evangelio para encontrar el gusto por la vida y el sabor de la eternidad. ¿Qué es la sal sin sabor? Es el hombre que ignora los ‘porqués’ fundamentales de la existencia humana, el cristiano que ha perdido la sabiduría (sabor) del Evangelio. Hay que recuperar siempre el sabor del saber cristiano.

El simbolismo de la luz es de importancia capital en el lenguaje religioso y bíblico. Pensemos, nada más abrir el primer libro de la Biblia, que la separación de la luz de las tinieblas fue el primer acto del Dios creador, que tenía la luz como vestido y se manifestaba entre el brillo cegador de relámpagos y fuego.

Hoy vuelve a cobrar actualidad el pasaje de lsaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló”. Desde que la luz de Dios habita entre nosotros, desde la iluminación que estalló en la noche de Belén, todos los caminos de los hombres se han iluminado. Ya no hay que dar pasos titubeantes por sendas tenebrosas. Si nacer es “ver la luz del mundo, renacer en el bautismo es haber visto la luz de Dios”.

La misión y obra de Cristo es iluminadora. Él es la luz del mundo y su palabra es claridad. En este mundo tecnificado, en que se encienden y apagan tantas luces, en medio de la ciudad que brilla con la luz inventada por los hombres, paradójicamente se multiplican muchas oscuridades y no se logra disipar sombras y tinieblas interiores. Para poder contemplar los colores del mundo hay que tener la luz de los “hijos de Dios”. Solamente Cristo reanima nuestros titubeantes resplandores y su palabra nos permite vivir en la claridad de su cercanía.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 58, 7-10Sal 111, 4-5. 6-7. 8a y 9
san Pablo a los Corintios 2, 1-5Mateo 5, 13-16
de la Palabra a la Vida
El discurso de las bienaventuranzas continúa con esta breve advertencia que escuchamos en el evangelio de hoy, y que advierte de la necesidad de que los discípulos no dejen de ser lo que son si no quieren que su misión cambie y los resultados no sean los que Dios espera: La sal no puede desvirtuarse. La sal es la fe que Jesús ha infundido en los discípulos, y si esta se pierde… entonces «ser arrojado fuera» es una expresión que hace referencia al juicio de Dios, a aquel que no ha hecho lo que Dios esperaba. El discípulo tiene que acoger en el corazón que, en adelante, vive para llevar a cabo la misión de Jesús en beneficio de los hombres. Como la sal sirve para otros alimentos, los discípulos tendrán que hacer frente a una misión para bien de la humanidad.

Por eso, todas las obras que el discípulo realice en su vida tienen influencia a estos efectos: salan la ofrenda de la vida, es decir, la convierten en una ofrenda no fugaz sino duradera. Es la fe en el Señor el condimento que hace que nuestras decisiones y acciones, que nuestros pensamientos y palabras, puedan presentarse delante del Señor para que Él las bendiga y las haga agradables al Padre. Nuestras acciones, entonces, se vuelven cruciales si el discípulo en ellas apuesta por el Señor. Ya la primera lectura nos presentaba esta sabiduría divina: si partes tu pan, si hospedas, si vistes… es decir, ante determinadas acciones, “romperá tu luz como la aurora”. Cuando destierres, cuando partas, cuando sacies… harás visible la fe invisible que tienes en Dios. “El justo brilla en las tinieblas como una luz”, que la Iglesia repite en el Salmo, es el reconocimiento de la enseñanza de Cristo. La luz de Cristo se ha comunicado a los discípulos, ha iluminado sus corazones, pero para que esa luz pueda “verse” es necesario obrar siguiendo la enseñanza del Maestro, obrar desde la fe.

Así, lo que aplicaba la Palabra de Dios a la sal, lo aplica también para la luz. La creación, que comienza con la luz que se hace visible en la tiniebla, continúa avanzando en cada acción creyente de la humanidad. El discípulo se convierte en creador cuando obra con fe, con fe en Jesucristo, pero en realidad está siendo partícipe en una creación nueva, según la fe, según Cristo. Toma un valor decisivo en la vida del discípulo el enfrentamiento contra la omisión: cuando dejamos de hacer algo que la fe ha iluminado en nuestro corazón, la creación se detiene, la tiniebla avanza, la oscuridad nos vence y nos atemoriza hasta conseguir que no hagamos. Hemos ocultado la luz bajo el celemín y no hemos permitido, no ya nuestro buen obrar, sino tampoco que alumbre a otros, que otros puedan ver.

Podemos pensar en muchos momentos que al no hacer algo bueno que Dios dicta a nuestro corazón “no pasa nada”. En realidad, no pasa nada… bueno. No olvidemos aquello que el amo reprocha al siervo que ha escondido su talento, en la parábola acerca del final de los tiempos (cf. Mt 25,25). Cuando uno deja de dar luz, deja de ser luz. Es así como la fe se apaga en nosotros. La fe que hemos recibido, que estamos contentos y convencidos de tener, se alimenta de buenas acciones, de actos de fe que nos mueven a obrar como Dios quiere, siendo luz en el mundo y sal de la tierra. La liturgia de la Iglesia nos mueve a obrar según nuestra fe.

Celebrar la misa, participar en la oración de las horas, anima a que nuestra vida elija ser sal y luz. Es para eso. ¿Soy consciente de que algo se mueve en mí para obrar según Dios? ¿Acepto esa vocación de discípulo que puede dar alegría a mi corazón, o reniego de esas buenas obras y dejo que se vaya apagando mi fe? En realidad, aquel que es consciente de que sus acciones iluminan a otros, sólo puede humildemente dar gracias a Dios por tanta generosidad, por compartir la tarea de la creación con nosotros en nuestra vida.
Diego Figueroa

al ritmo de las celebraciones 

De la oración litúrgica a la oración personal…
el prefacio de la Virgen María, madre y medianera de la gracia
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
A quien, verdadero Dios y verdadero hombre,
constituiste único Mediador, viviente siempre para interceder por nosotros.
En tu inefable bondad
has hecho también a la Virgen María Madre y colaboradora del Redentor,
para ejercer una función maternal en la Iglesia:
de intercesión y de gracia, de súplica y de perdón,
de reconciliación y de paz.
Su generosa entrega de amor de madre
depende de la única mediación de Cristo y en ella reside toda su fuerza.
En la Virgen María se refugian los fieles que están rodeados de angustias y peligros,
invocándola como madre de misericordia y dispensadora de la gracia.
Por eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…


Para la Semana
Lunes 6:

Génesis 1,1-19. Dijo Dios, y así fue.

Sal 103. El Señor goce con sus obras.

Marcos 6,53-56. Los que le tocaban se ponían sanos.
Martes 7:

Génesis 1,20-2,4. Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.

Sal 8. ¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Marcos 7,1-13. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferrarnos a la tradición de los hombres,
Miércoles 8:

Gn 2,4b-9.15-17. El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén.

Sal 103. Bendice, alma mía, al Señor.

Mc 7,14-23. Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
Jueves 9:

Gn 2,18-25. Dios presentó la mujer al hombre. Y serán los dos una sola carne.

Sal 127. Dichosos los que temen al Señor.

Mc 7,24-30. Los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños.
Viernes 10:
Santa Escolástica, virgen. Memoria.

Gn 3,1-8. Seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal.

Sal 31. Dichoso el que está absuelto de su culpa.

Mc 7,31-37. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Sábado 11:

Gn 3,9-24. El Señor lo expulsó del jardín del Edén, para que labrase el suelo.

Sal 89. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Mc 8,1-10. La gente comió hasta quedar satisfecha

domingo, 22 de enero de 2017


23/01/2017 – Lunes de la 3ª semana de Tiempo Ordinario. San Francisco de Sales, obispo y doctor

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA

PRIMERA LECTURA
Se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados. La segunda vez aparecerá a los que lo esperan
Lectura de la carta a los Hebreos 9, 15. 24-28
Hermanos:
Cristo es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.
Cristo entró no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.
Tampoco se ofrece a si mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde la fundación del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de los tiempos para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.
Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio.
De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos.
La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que lo esperan.
Palabra de Dios.
Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6
R. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.
Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.
EVANGELIO
Satanás está perdido
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 3, 22-30
En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Él los invitó a acercarse y les puso estas parábolas:
« ¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra si mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Palabra del Señor.

LAS LLAMADAS DE DIOS
La Biblia es la historia de las llamadas de Dios a los hombres. Basándonos en el texto principal de la vocación de los primeros apóstoles, que se lee en el evangelio de este tercer domingo ordinario, podemos volver a escuchar la invitación al seguimiento de Jesús de Nazaret; invitación que se actualiza hoy a la orilla del lago de nuestra propia existencia. ¿A qué somos convocados? ¿Cuáles son los matices y exigencias de esta llamada personal y comunitaria?
Somos llamados a dejar las redes, mejor dicho, a desenredamos de tantas cosas adjetivas, de tantos afanes inútiles, para vivir centrados en lo sustantivo e importante. Dejar las redes significa también capacidad de desprendimiento, espontaneidad en la aceptación de una vocación superior, que es experiencia nueva y aventura religiosa.

Somos llamados a abandonar, si es necesario, la barca de nuestra seguridad y de nuestra obsesiva subsistencia. Esto exige disponibilidad para emprender nuevas singladuras que van más allá del agua cercana de nuestro entorno familiar. Abandonar la barca es compromiso para dejar lo movedizo, caminando por la tierra firme de la fe.

Somos llamados a ser pescadores de hombres, es decir, a entender la primacía de las personas, a buscar relaciones profundas, a tener experiencias fraternas, a dejar de pescar lo ordinario.

Somos llamados a “ver una luz grande” como dice Isaías en la primera lectura. La luz siempre, es símbolo de Dios. El brillo inconfundible de lo divino es una oferta continua de salvación y liberación de nuestras tinieblas esclavizantes. La luz de Dios es una llamada a la coherencia de la fe, por eso se cuela por todos los rincones, descubre nuestras limitaciones y mezquindades, exige cambios en nuestra existencia cristiana.

Somos llamados a “acrecentar la alegría”, porque son muchas y fastidiosas las tristezas miopes de la existencia humana cuando no se tiene fe. La alegría cristiana es un contrapunto a los ridículos goces terrenos.

Somos llamados a la unidad, según nos recuerda San Pablo. Para ponerse de acuerdo y no estar divididos, hay que tener un mismo pensar y sentir. No basta haber abandonado la violencia y las discordias. No es suficiente superar enfrentamientos. Es poco tener respeto. Hay que llegar al amor sin límites.

Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 8, 23b-9, 3Sal 26, 1. 4. 13-14
san Pablo a los Corintios 1, 10-13. 17Mateo 4, 12-23
de la Palabra a la Vida
Los territorios de Zabulón y Neftalí, que habían sufrido algunos de los más violentos y tristes episodios de las guerras con los asirios, se convierten en testigos de la aparición del Mesías en medio de ellos. Zabulón y Neftalí, la misma Cafarnaúm, reunían a judíos y paganos por igual debido al comercio de la zona: a todos los pueblos les aparece el Señor. Zabulón y Neftalí, en tinieblas, reciben la presencia de la luz, “una luz grande”.

El tiempo ordinario hace que aquellos que se habían alejado de Dios, que estaban viviendo en la oscuridad, puedan reconocer la luz del Mesías y seguirlo. Sí, porque Cristo aparece no solamente para ofrecer una luz al pueblo, sino para que el pueblo acoja el deseo de vivir en esa luz, de seguirla “por donde quiera que vaya”. Y es así porque, para el profeta Isaías que anuncia esa luz grande para estos territorios, la luz es la llegada de un nuevo y gran rey para Israel y para todos los pueblos.


Los principios de la misión evangelizadora de Cristo son las primeras luces del día, las luces del alba, que producen la esperanza de un día soleado y tranquilo, lleno de paz: el que viene a anunciar el Reino de Dios trae la paz. Ahora podemos escucharle y acoger su Palabra en paz. tanto es así que, en esos albores de la misión de Cristo, unos pescadores son llamados a colaborar con Él. Su misión no será fácil, podrán esforzarse en medio de las tinieblas, como el pescador lucha contra el mar en la noche, pero los frutos dependerán del Maestro.
La Iglesia, que escucha la llamada a los pescadores, se siente rápidamente llamada con ellos: el anuncio del Reino, el tiempo ordinario, comienzan con la luz de Cristo llamando a seguirle. En medio de nuestra vida, este Rey que aparece pide la fe no sólo para creer en Él, sino para seguirle. Sin duda, una respuesta afirmativa, como la de Pedro y Andrés, Santiago y Juan, nos hará decir cada día de nuestra vida que “el Señor es mi luz y mi salvación”, que si le seguimos, “¿quién me hará temblar?”. a la luz de Cristo las tinieblas, del pasado y del presente se aclaran, y nos lanzan a un futuro esperanzador, un futuro de brega, de combate constante para que se cumpla la voluntad de Dios en nuestra vida y en la de todos los hombres, pero un futuro que se puede afrontar confiadamente por la presencia del Señor, luz de todos los pueblos, de los judíos y de los gentiles.


De alguna forma, también en nuestra vida nosotros hemos experimentado que el Señor ha ido apareciendo, como una luz que suavemente amanece creando en el corazón una sensación de paz y de seguridad, de firmeza, pero a la vez que nos advierte de que hay que empezar a hacer, que hay que moverse…La belleza de esas luces a la orilla del lago de Galilea son difíciles de olvidar para quien ha peregrinado a la Tierra del Señor, pero más difícil de olvidar es cómo esa luz ha quedado impresa en nuestra vida por la presencia del Señor, que nos mira y nos llama: “Venid conmigo”. Es una invitación que nos llama a la fe, que sólo desde una humilde fe puede ser acogida y respetada en su profunda intención.

Si, ahora la luz de Cristo ilumina nuestra orilla, nuestra esperanza, nuestra vida: ¿qué haremos? ¿Dónde somos capaces de reconocer la llamada del Señor en nuestra vida? Cuando venimos a la celebración de la Iglesia, casi que nosotros nos situamos a su lado, en su orilla: ¿Experimento su llamada, por la Palabra y la Eucaristía, sobre mi vida? ¿Experimento cómo ilumina, suavemente, mis dificultades, para acoger su voluntad? ¿Sigo el camino de los pescadores? Porque sí, su respuesta es la que tiene que ser también la mía, la nuestra.

Diego Figueroa

al ritmo de las celebraciones 

De la oración litúrgica a la oración personal…
el prefacio de la Virgen María, mujer nueva
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque a Cristo, autor de la nueva Alianza,
le diste por Madre y asociada a la Virgen santa María,
y la hiciste primicia de tu nuevo pueblo.
Pues ella, concebida sin pecado y colmada de tu gracia,
es en verdad la mujer nueva y la primera discípula de la nueva Ley.
Ella es la mujer alegre en tu servicio, dócil a la voz del Espíritu Santo,
solícita en la fidelidad a tu Palabra.
Ella es la mujer dichosa por su fe,
bendita en su Hijo y ensalzada entre los humildes.
Ella es la mujer fuerte en la tribulación,
firme junto a la cruz del Hijo y gloriosa en su salida de este mundo.
Por eso,
con todos los ángeles y santos, te alabamos, proclamando sin cesar:
Santo, Santo, Santo…
http://oracionyliturgia.archimadrid.org/category/hoy-domingo/

domingo, 8 de enero de 2017

Comentario Pastoral
¿BAUTIZAR A LOS NIÑOS?
La fiesta del Bautismo del Señor que concluye el tiempo de Navidad, es Epifanía del comienzo de la vida pública de Jesús y de su ministerio mesiánico. Jesús de Nazaret bajó al Jordán como si fuese un pecador (“compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado”), para santificar el agua y salir de ella revelando su divinidad y el misterio del nuevo bautismo. El Espíritu de Dios descendió sobre él y la voz del Padre se hizo oír desde el cielo para presentarle como su Hijo amado.

El Bautismo es puerta de la vida y del reino, Sacramento de la fe, signo de incorporación a la Iglesia, vínculo sacramental indeleble, baño de regeneración que nos hace hijos de Dios. El Bautismo es el gran compromiso que puede adquirir el hombre. Y los compromisos verdaderos surgen en la libertad y en la decisión responsable de los adultos. Por eso, al recordar el Bautismo de Jesús en edad adulta, más de uno se puede plantear el sentido del Bautismo de los niños. ¿Se puede bautizar a un niño que aún está privado de responsabilidad personal? ¿Se le puede introducir en la iglesia sin su consentimiento? Estos interrogantes igualmente provocan una cascada de preguntas: “¿Quién nos pidió permiso para traernos a la existencia? ¿Por qué tuve que nacer en un ambiente y en unas condiciones determinadas de cultura y de clima? ¿Por qué he nacido en esta familia concreta que me dejará una huella propia?” Etc… Es el juego de la vida y el misterio de la existencia. Al hombre siempre le queda la aceptación, la respuesta y la aportación posterior.

La Iglesia, que ya desde los primeros siglos bautizó también a los niños, siempre entendió que los niños son bautizados en la fe de la misma Iglesia, proclamada por los padres y la comunidad local presente. Lo que la Iglesia pide a los padres y padrinos no es que comprometan al niño, sino que se comprometan ellos a educarlos en la fe que supone el Bautismo. En el Bautismo la Iglesia da un voto de confianza, hace nacer a la vida de Hijo de Dios, siembra una semilla, hace un injerto, pone un corazón nuevo, que tendrá que crecer, desarrollarse y latir por propia cuenta y bajo personal responsabilidad algún día. Con el Bautismo, la Iglesia nos sumerge en la corriente de salvación, como se puede recoger un recién nacido abandonado en la calle fría, para llevarlo a un hogar caliente, sin esperar a preguntar al niño, cuando sea mayor, si quería que se le hubiese salvado y ayudado, porque entonces sería demasiado tarde.

¿Por qué no dar a un niño, nacido en un hogar cristiano, la simiente de la vida cristiana? El cultivo de esa simiente de fe será necesario sobre todo, hasta que esa nueva vida llegue a la autocomprensión y autoresponsabilidad. La Iglesia, pues, bautiza a los niños con esperanza de futuro, contando con una comunidad cultivadora y garante de la fe cristiana.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 42, 1-4. 6-7Sal 28, 1a y 2.3ac-4.3b y 9b-10
Hechos de los apóstoles 10,34-38san Mateo 3, 13-17
de la Palabra a la Vida
En unos pocos versículos, el evangelio de hoy contiene dos conversaciones: la primera se desarrolla entre Juan el Bautista y Jesús. “Está bien que se cumpla toda justicia”. Aquel que se ha abajado asumiendo una humanidad, tiene que sumergirse en las aguas para anunciar que “toda justicia” conlleva, misteriosamente, que el justo sea sumergido también en la muerte. Su abajamiento tiene que ser total, para que también la humanidad total sea redimida en esa muerte.

Pero no va a estar solo, ni va a realizar ese misterio de la muerte abandonado del Padre: el segundo diálogo es, en realidad, una declaración: “Mi Hijo amado”, que abre la puerta a una manifestación de la Santa Trinidad: el que unge, el Ungido y la unción. El Hijo amado es anticipado, en la primera lectura, en la historia, por “Mi siervo, a quien prefiero”.

El siervo volverá a ser el protagonista el domingo próximo, por eso podemos fijarnos hoy en qué supone el misterio del baño bautismal de Cristo en el Jordán. El Jordán, ese pequeño y pobre río de Israel, nada comparable al Tigris y al Eúfrates, al Nilo junto al que vivió el pueblo de la Alianza… ese pequeño río va a sepultar al Hijo de Dios. Toda la fuerza de la divinidad va a entrar en el agua para que se cumpla toda justicia. El Hijo de Dios va a ser sepultado a las afueras de Jerusalén después de una horrenda tortura, así anuncia su entrada en las aguas, pero también en el bautismo de Cristo encontramos el anuncio de cómo va a ser realizada la salvación de la humanidad. Lo creado, aunque débil y corruptible, va a contener la fuerza de la divinidad. Cristo entra en las aguas y les comunica un poder: “el poder de santificar”, nos dice la liturgia de la Iglesia. En el misterio del Bautismo de Jesús, Cristo deja un poder en la creación, para que la creación sea santificada y así volver a su creador. El Padre, que quiere recapitular todo en Cristo, dona el Espíritu a lo que Él ha creado, para que así se ponga en comunión con Cristo y vuelva al Padre.

El hombre contempla, entre espantado y admirado, a Cristo en el Jordán, porque allí ha dejado su vestido de gloria, de tal forma que todo el que entre en las aguas pueda recibir ese vestido que Cristo ha dejado allí. Y así, revestidos de gloria, poder entrar al banquete de bodas apropiadamente, sin miedo a ser expulsados de allí. El abajamiento de Cristo en las aguas lo prepara a Él para comenzar la misión del anuncio del Reino, y además deja al alcance del hombre la gracia que recibirá el que acepte participar y vivir en ese reino.

Por eso, “el Señor bendice a su pueblo con la paz”, que cantábamos en el Salmo: porque el Señor ha querido prolongar en nosotros su gloria, en el Cuerpo la santidad de la Cabeza, dar en herencia la bendición de su primogénito a todos sus hijos. Ahora, la voz del Señor aparece en verdad potente y magnífica. Si ya apareció con fuerza y poder sobre las aguas del Mar Rojo para obtener la liberación de un pueblo, pero la muerte de otro, ahora aparece magnífica, por encima del aguacero, para que todos los pueblos sean salvados por la muerte de su Hijo amado. Moisés e Israel contemplan, en el Bautista, con devoción, el misterioso plan de Dios, que grandiosamente ha preparado la salvación de los hombres aceptando el sacrificio, la entrega del Siervo de Dios.

Su inmersión en las aguas es mi salvación, pero se realiza en mi vida cuando yo acepto también sumergirme en la muerte de Cristo, cuando la vida me pide entrar en las aguas de la muerte a mí mismo: ahí obtengo un premio doble, porque ahí escucho al Padre reconocerme su hijo amado, y ahí recibo el don santificador, la vida eterna.
Diego Figueroa

al ritmo de las celebraciones 

De la oración litúrgica a la oración personal…
El Prefacio de la Virgen María de Caná
En verdad es justo darte gracias,
y deber nuestro glorificarte, Padre santo,
en esta celebración de la gloriosa Virgen María.
Ella, atenta con los nuevos esposos, rogó a su Hijo
y mandó a los sirvientes cumplir sus mandatos:
las tinajas de agua enrojecieron,
los comensales se alegraron,
y aquel banquete nupcial simbolizó el que Cristo ofrece a diario a su Iglesia.
Este signo maravilloso
anunció la llegada del tiempo mesiánico,
predijo la efusión del Espíritu de santidad,
y señaló de antemano la hora misteriosa
en la que Cristo se adornó a sí mismo con la púrpura de la pasión
y entregó su vida en la cruz por su esposa, la Iglesia.
Por él, los ángeles y los arcángeles te adoran eternamente,
gozosos en tu presencia.
Permítenos unirnos a sus voces cantando tu alabanza:
Santo, Santo, Santo…