domingo, 25 de junio de 2017

25/06/2017 – Domingo de la 12ª semana de Tiempo Ordinario.

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA
PRIMERA LECTURA
Libera la vida del pobre de manos de gente perversa
Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13
Dijo Jeremías:
«Oía la acusación de la gente: “Pavor-en-torno, delatadlo, vamos a delatarlo”.
Mis amigos acechaban mí traspié:”A ver si, engañado, lo sometemos y podemos vengarnos de él”.
Pero el Señor es mi fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes.
Acabarán avergonzados de su fracaso, con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor del universo, que examinas al honrado y sondeas las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos, pues te he encomendado mi causa!
Cantad al Señor, alabad al Señor, que libera la vida del pobre de las manos de gente perversa».
Palabra de Dios.
Sal 68, 8-10. 14 y 17. 33-35 
R. Señor, que me escuche tu gran bondad.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre.
Porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí R.
Pero mi oración se dirige a ti,
Señor, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mi. R.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas. R.
SEGUNDA LECTURA
No hay proporción entre el delito y el don
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 12-15
Hermanos:
Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron…
Pues, hasta que llegó aunque la Ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputaba porque no había ley. Pese a todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que tenía que venir,
Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 10, 26-33
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse.
Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la “gehenna”. ¿No se venden un par de gorriones por uno céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; valéis más vosotros que muchos gorriones.
A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».
Palabra del Señor.

Domingo de la 12ª semana de Tiempo Ordinario. – 25/06/2017

ESCRITO POR WEBMASTER EL . POSTEADO EN HOY DOMINGO
Comentario Pastoral
LOS MIEDOS DE HOY
Están cambiando tanto las cosas y surgen tan vertiginosamente las inseguridades en el mundo de hoy, que por doquier crece el miedo. Para muchos esta época está siendo un terremoto. La tierra firme se ha convertido en un mar alborotado y lo inexpugnable se ha caído.

El miedo es legítimo. Nace del instinto de conservación, de defensa del medio vital y del deseo de permanecer en una seguridad, que anteriormente se ha disfrutado. El sentimiento del miedo surge desde la amenaza y desde la pérdida. Hay cosas que es necesario conservar y que en el diluvio del cambio han quedado soterradas. Resistirse a que desaparezcan, padecer temor por perderlas, es bueno. Lo malo es cuando el miedo nos paraliza y nos avasalla, impidiendo emprender el camino de la reconstrucción y de la apertura al futuro.

Ni en la Biblia ni en la liturgia encontramos un texto en el que al expresar el fiel su temor ante los peligros de este mundo, no exprese también al propio tiempo su confianza en Dios.

Existe un miedo ilegítimo, que nace del deseo desenfrenado de seguridad. Algunas estructuras sociales y religiosas se consideran un refugio. Se buscan brazos poderosos para que protejan. Por eso la seguridad muchas veces es evasión, huida, miedo a tomar decisiones y responsabilizarse con ellas.

La vida es inseguridad, búsqueda, riesgo, camino sobre el mar, sospecha, intuición, palpar entre sombras. La verdadera actitud vital no es la seguridad, sino la fe, la confianza, la lucha contra la duda, la superación de la indecisión. Huir de la realidad y cerrar los ojos es no tener fe. El evangelio (el texto que se lee en este domingo es una maravilloso ejemplo) está lleno de invitaciones a no temer.
Andrés Pardo


Palabra de Dios:

Jeremías 20, 10-13Sal 68, 8-10. 14 y 17. 33-35
san Pablo a los Romanos 5, 12-15san Mateo 10, 26-33
de la Palabra a la Vida
Es difícil para nosotros, cristianos, al escuchar la profecía de Jeremías de la primera lectura de hoy, no ser llevados con las alas de la fe hasta el mismo Cristo, modelo del justo perseguido. Jesús nos ha advertido en el evangelio de algo que ya hemos visto en sus “primeros discípulos”, los profetas: igual que Él ha sido perseguido, también lo serán los suyos.

Después del tiempo de Cuaresma, de la Pascua y de las fiestas dominicales del Señor, el primer mensaje que recibimos en el domingo es éste. Es claro su sentido: os quedan veinte semanas por delante, un largo trecho hasta que vuelva al adviento, así que sabed lo que os espera en el seguimiento del Maestro y sed fuertes. Este camino del Tiempo Ordinario no es un camino de flores y alabanzas, sino que es exigente en todos los momentos y muy duro en muchos otros. Porque a alguien que no trata de vivir las cosas con una recta moralidad, a alguien que no busca seguir a Dios, es difícil tener un criterio desde el que pueda dejarse corregir, pero a quien trata de seguir al Señor, pronto habrá quien le busque el error, la equivocación o el pecado para echarle en cara su buen deseo y evitar que pueda reprochar al que yerra. “Mis amigos acechaban mi traspié” significa eso mismo, que estaban esperando mi error para denunciar mi incoherencia.

Por desgracia para el cristiano, el anuncio y la fe en Jesucristo tienen que ir seguido de una santidad de vida que produce no pocos disgustos por la propia debilidad: ¿Quién no ha tenido que escuchar aquello de: “tú mucho ir a misa pero luego…”? Esa búsqueda de hacernos daño en la propia debilidad no debe producirnos miedo. Ni nuestro acierto provoca alegría al mundo, ni le interesa, sino que aumenta el deseo de apagar esa luz que supone siempre la búsqueda del bien.

Dos razones nos muestra el Señor en el evangelio de hoy para no tener miedo: la primera que, “hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados”, es decir, que Dios sabe bien de nuestra capacidad y aguante, que nunca serán superados por mucho mal que nos ataque. La segunda, que siempre que nos declaremos discípulos de Cristo, sabemos que podremos contar con su ayuda y defensa. “Que me escuche tu gran bondad” es una invitación a perseverar en nuestro testimonio, en el fondo, en nuestra vida. Nuestro testimonio, por lo tanto, no debe verse intimidado por las amenazas ni escondido por nuestras debilidades: “nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, y nos hacemos siervos vuestros por amor a Jesús” (2Co, 5).

Sí, hablamos del Señor. Él es bueno, él nos cuida. ¿Dónde puede la Iglesia aprender a ofrecer semejante testimonio, decidido, sereno, ardiente? Sin duda, lo aprende en la celebración de la eucaristía, en la liturgia de la Iglesia. En ella empleamos palabras que no son nuestras. Recibimos fuerzas que no son nuestras. No somos enviados por decisión nuestra. Es Cristo el que hace, nosotros los que aprendemos lo que Él quiere que hagamos. ¿Acepto aprender a dar testimonio en cómo la Iglesia lo hace conmigo? ¿Recuerdo siempre, en el éxito y en el fracaso, que hablo de Cristo, que mis palabras son de Cristo?

En el camino de la vida, como en el del Tiempo Ordinario, no tenemos que dudar: Cristo nos hace capaces de anunciarlo, ya cuenta con nuestra debilidad, que si los adversarios la esperan para atacarnos, Cristo la acoge con cariño para hacerse presente por medio de ella.
Diego Figueroa

al ritmo de las celebraciones 

De la oración litúrgica a la oración personal: Prefacio de los santos apóstoles Pedro y Pablo
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque en los santos apóstoles Pedro y Pablo
has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría:
Pedro fue el primero en confesar la fe;
Pablo, el maestro insigne que la interpretó;
aquel fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel;
este fue maestro y doctor en la vocación de los gentiles.
Así, por caminos diversos,
congregaron la única familia de Cristo;
y una misma corona asoció a los dos,
a quienes venera el mundo.
Por eso, con los santos y con todos los ángeles,
te alabamos, diciendo sin cesar:
Santo, Santo, Santo…

domingo, 18 de junio de 2017

18/06/2017 – Domingo de la 11ª semana de Tiempo Ordinario. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA
PRIMERA LECTURA
Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres
Lectura del libro del Deuteronomio 8, 2-3. l4b-l6a
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para probarte y conocer lo que hay en tu corazón: si guardas sus preceptos o no.
Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para hacerte reconocer que no solo de pan vive el hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios.
No olvides al Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con serpientes abrasadoras y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres».
Palabra de Dios.
Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20 
R. Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R.
SEGUNDA LECTURA
El pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10, 16-17
Hermanos:
El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo?
Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan.
SECUENCIA
He aquí el pan de los ángeles,
hecho viático nuestro;
verdadero pan de los hijos,
no lo echemos a los perros.
Figuras lo representaron:
Isaac fue sacrificado;
el cordero pascual, inmolado;
el maná nutrió a nuestros padres.
Buen Pastor, Pan verdadero,
¡oh, Jesús!, ten piedad.
Apaciéntanos y protégenos;
haz que veamos los bienes
en la tierra de los vivientes.
Tú, que todo lo sabes y puedes,
que nos apacientas aquí siendo aún mortales,
haznos allí tus comensales,
coherederos y compañeros
de los santos ciudadanos.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida
Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mi.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Palabra del Señor.

Domingo de la 11ª semana de Tiempo Ordinario. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – 18/06/2017

ESCRITO POR WEBMASTER EL . POSTEADO EN HOY DOMINGO
Comentario Pastoral
EL BANQUETE DE LA EUCARISTíA
La primacía del banquete y del sacrificio eucarístico y la preeminencia del altar brilla significativamente en el rito sacramental que actualiza el misterio de Cristo. Los cristianos, obedientes al mandato del Señor, se reúnen para la acción de gracias, la oblación y la cena santa.

En esta solemnidad del Corpus volvemos a recordar que los actos redentores de Cristo culminan y están compendiados en su muerte y resurrección, que se actualizan en la eucaristía, celebrada por el pueblo de Dios y presidida por el ministro ordenado. Por eso, redescubrir la eucaristía en la plenitud de sus dimensiones es redescubrir a Cristo.

La Iglesia da gracias por la donación de Cristo, que nos convida a su mesa y se queda presente entre los hombres en el Santísimo Sacramento. La comunidad cristiana se reune para que el Señor se manifieste y entregue su Cuerpo y su Sangre. No se trata, pues, de asistir a misa, sino de revivir los gestos del Señor. No se trata de embriagarse de emociones, sino de celebrar consciente, plena y activamente.

La comunidad cristiana se construye a partir del altar, que es el hogar de la vida comunitaria. Nuestros altares son ara, mesa y centro, triple funcionalismo que concreta y expresa la triple acción de sacrificar, alimentar y dar gracias.

La Eucaristía es síntesis espiritual de la Iglesia, banquete de plenitud de comunión del hombre con Dios, fuente de los valores eternos y experiencia profunda de lo divino. Participar en la eucaristía dominical es signo inequívoco de identidad cristiana y de pertenencia a la Iglesia. Por eso la Misa es momento privilegiado que posibilita el encuentro con Dios a niveles de profundidad de fe y de compromiso humano.

El Cuerpo de Cristo, pan bajado del cielo, es el definitivo maná, que repara las fuerzas del pueblo creyente en su caminar por el desierto de este mundo hacia la casa del Padre. Es pan de vida verdadera, es decir, de vida eterna. participando del cuerpo del Señor, y compartiendo su cáliz, los cristianos se hacen “un solo cuerpo”.
Andrés Pardo



Palabra de Dios:

Deuteronomio 8, 2-3. l4b-l6aSal 147, 12-13. 14-15. 19-20
san Pablo a los Corintios 10, 16-17san Juan 6, 51-58
de la Palabra a la Vida
Antes de regresar totalmente al Tiempo Ordinario, también en el ritmo dominical, la Iglesia nos ofrece hoy la oportunidad de reflexionar sobre el alimento que nos permite seguir siendo Iglesia, que nos permite seguir al Señor por la vida. ¿Es este alimento un pan, así como el maná que comió el pueblo de Israel en el desierto? No, no es ese, aunque el maná fuera un don de Dios a su pueblo, ese don sirvió para mantener vivo al pueblo, para manifestar la alianza que Dios había hecho con Israel por medio de su siervo Moisés.

Por eso, la liturgia de la Iglesia nos recuerda hoy aquel pan sin cuerpo: Dios se ha preocupado desde antiguo de alimentar a los suyos, como ha considerado oportuno por su misericordia. A partir de la venida de Cristo, “el pan vivo que ha bajado del cielo”, el maná ha pasado a ser un anuncio del alimento verdadero. Verdadero significa que es el pan para siempre. El maná pasó, después de haber cumplido con su misión, pero el pan de la eucaristía no pasará. Esa cualidad, la eternidad de ese pan, hace que el que lo coma se vuelva también eterno.

Por lo tanto, para seguir al Señor por el Tiempo Ordinario, por el camino de la vida, necesitamos un alimento perenne, “el pan de los fuertes”. La presencia de Cristo en la eucaristía es presencia permanente que no busca sólo alimentar, sino más bien unirnos a Él, como la vid y los sarmientos. Esa unión nos va haciendo ser Él, y entonces capaces de vivir como Él.

Sin embargo, el misterio eucarístico no es sólo misterio de comunión con Jesús, sino también entre todos los que lo reciben. La eucaristía, alimento “hecho” por el cuerpo, se convierte en hacedora de la Iglesia, en elemento de unidad entre todos los que reciben el mismo alimento. Inseparablemente, no sólo nos une con el Señor, sino también con toda la Iglesia. San Pablo lo expresa de esta forma en la segunda lectura: “así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”. La eucaristía no sólo hace de nosotros fuertes para avanzar en el seguimiento de Jesucristo, sino que nos fortalece formando parte de un cuerpo. 

Así, nosotros, débiles por nosotros mismos, por la eucaristía somos doblemente fortalecidos: con el don divino y con la Iglesia. El cristiano que verdaderamente aprecia y valora el alimento eucarístico es aquel que aprecia y valora también el cuerpo de Cristo, porque la eucaristía no nos separa de los hermanos, nunca busca hacernos al margen de los otros, sino que nos anima a seguir a Cristo como parte de un pueblo. El maná era el alimento del pueblo, no para quien se alejaba del mismo.

Por eso, la Iglesia nos ofrece la oportunidad con estas lecturas de volver la mirada sobre la eucaristía como alimento para la vida eclesial y para la vida eterna. ¿Vivo en la Iglesia el don de la eucaristía como signo y llamada de Cristo a seguir a su lado? ¿Y a seguir junto a los hermanos? ¿Me acerco a comulgar consciente de que lo hago en una fila, como miembro de un pueblo, a imagen de aquellos israelitas por el desierto? Comulgar la eucaristía supone querer vivir en la Iglesia, querer relacionarme y fortalecerme en ella, pero también vivir el amor a la Iglesia y a los hermanos al salir de la celebración, pues la eucaristía nos compromete al amor fraterno, es “sacramento de caridad”. El mandato de Cristo “tomad, comed” de la última cena es la invitación a la vida, ya que “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”: hasta entonces, en la fraternidad de los cristianos se reconoce lo que comemos, ¿soy capaz de reconocer en los que comulgamos esa inclinación a vivir en comunión, a hacer crecer la Iglesia en el mundo?
Diego Figueroa




al ritmo de las celebraciones 

De la oración litúrgica a la oración personal:
Prefacio I de la Santísima Eucaristía
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.
El cual, verdadero y único sacerdote,
al instituir el sacrificio de la eterna alianza
se ofreció el primero a ti como víctima de salvación,
y nos mandó perpetuar esta ofrenda en memoria suya.
Su carne, inmolada por nosotros,
es alimento que nos fortalece;
su sangre, derramada por nosotros,
es bebida que nos purifica.
Por eso, con los ángeles y los arcángeles,
con los tronos y dominaciones, y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…
Ángel Fontcuberta

domingo, 11 de junio de 2017

11/06/2017 – Domingo de la 10ª semana de Tiempo Ordinario. La Santísima Trinidad

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA
PRIMERA LECTURA
Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso
Lectura del libro del Éxodo 34, 4b-6. 8-9
En aquellos días, Moisés madrugó y subió a la montaña del Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra.
El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor.
El Señor pasó ante él proclamando:
«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad».
Moisés, al momento, se inclinó y se postró en tierra.
Y le dijo:
«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya».
Palabra de Dios.
Dn 3, 52 – 56
R. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos!
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres.
Bendito tu nombre, santo y glorioso. R.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria. R.
Bendito eres sobre el trono de tu reino. R.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos. R.
Bendito eres en la bóveda del cielo. R.
SEGUNDA LECTURA
La gracia de Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 13, 11-13
Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
Saludaos mutuamente con el beso ritual.
Os saludan todos los santos.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él
Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 16-18
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Palabra del Señor.

Domingo de la 10ª semana de Tiempo Ordinario. La Santísima Trinidad – 11/06/2017

ESCRITO POR WEBMASTER EL . POSTEADO EN HOY DOMINGO

Comentario Pastoral
EL AMOR, LA ENTREGA Y LA SANTIDAD
Después de que Cristo ha ascendido al cielo, cuando ya hemos recibido el Espíritu Santo, nos disponemos a celebrar la segunda parte del “tiempo ordinario” comenzando con una fiesta en honor de la Santísima Trinidad. Es el amor del Padre el que envía al mundo a su Hijo, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo en el seno de María, la Virgen. Ante la contemplación de este misterio de amor brota la acción de gracias por las maravillas realizadas en favor nuestro.

El cristiano troquelado ya desde su bautismo con el sello de la Trinidad, vive con respeto, amor y alegría bajo la mirada del Dios único, compasivo y misericordioso. Y es ante el mundo testigo de la caridad del Padre, de la entrega del Hijo y de la Santidad del Espíritu.

Muchos se empeñan en querer establecer una igualdad y una fraternidad sin Padre, al margen del amor de Dios. Y los cristianos, muy frecuentemente, queremos implantar y robustecer la imagen de Dios Padre, sin sentirnos hermanos. Esta es una tragedia de la sociedad actual, que se convierte en un reto para los creyentes en la Trinidad.

Toda la predicación de Jesús no tiene otro objetivo que revelar el amor del Padre y manifestar la cercanía de Dios, que ya no es inaccesible para el hombre. ¡Qué paz interior produce saber y experimentar, como dice la primera lectura de hoy, que nuestro Dios es “lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”! Las mitologías de dioses vengativos, cargados de cólera y espíritu violento, son lo contrapuesto al Evangelio.

La fiesta de la Trinidad no es un “día” de ideas o conceptos, difíciles de explicar, sino que es fiesta de un misterio entrañable de vida y comunión, fiesta de un misterio de fe y de adoración. El prefacio de la Misa, texto antiguo que data del siglo sexto, alaba y canta la eterna divinidad, adorando a las tres personas divinas, que son iguales en su naturaleza y dignidad. Dios no es una palabra abstracta, un motor inmóvil ni una estrella solitaria. Dios es la fuente de la vida y del amor.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Éxodo 34, 4b-6. 8-9Dn 3, 52 – 56
San Pablo a los Corintios 13, 11-13san Juan 3, 16-18
de la Palabra a la Vida
El entrañable pasaje del Antiguo Testamento que se proclama en la primera lectura nos da una buena medida del contenido de la fiesta que la Iglesia celebra hoy: Moisés ha guiado a su pueblo hasta el Sinaí, pero ya padece la incredulidad de los suyos. No solamente experimenta el rechazo hacia sí mismo, sino también hacia Dios. En su debilidad, Dios baja “y se quedó con él”. Le hizo compañía. Moisés supo que Dios le estaba apoyando. Pero después de un tiempo en silencio, de animarle con su presencia, le enseña a decir: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. Dios va a enseñar a Moisés cómo se revela y cómo tiene que responderlo, que dirigirse a Él. El consuelo que experimenta el caudillo es tan grande que no puede por menos que pedirle a Dios que no se quede sólo con él, sino que acompañe siempre a su pueblo. Esa compañía se va a manifestar de dos formas, una de ellas por el perdón, pues Dios no puede estar con su pueblo si su pueblo no manifiesta la santidad de su Dios, y la segunda es la cualidad de ser el pueblo “adoptado”, elegido, la heredad del Señor.

La fidelidad de Dios no deja dudas a la petición de Moisés, de tal forma que lo que este pide se cumple en Cristo. El evangelio así lo constata: Dios ha enviado a su Hijo al mundo para ser su salvación. Dios no busca condenar a los suyos, no espera escondido a nuestro error para lanzarse sobre nosotros de forma traicionera. Dios entrega a su propio Hijo para que no haya ninguna duda: en ninguna circunstancia, los hombres podrán desesperar de Dios.

Así, Dios va a buscar la forma correcta, oportuna, de permanecer fiel a la humanidad, de cumplir lo prometido a Moisés. Su revelación es un procedimiento en el que Dios quiere mostrar todo su ser para que los hombres puedan acoger tanto amor, tanto bien.

En este domingo de la Santa Trinidad, la Iglesia nos dice: cuando Dios se revela, el hombre debe responder en primer lugar con la alabanza. Cuando Dios manifiesta su fidelidad, la Iglesia antes que nada alaba a su Señor. “A ti gloria y alabanza por los siglos”. El amor paciente y comprensivo de la Trinidad educa al creyente por el camino de la alabanza:

Sólo Dios merece toda alabanza. Y, entonces, cuando reconocemos la mano de Dios en la obra de creación, de redención o de santificación, no podemos sino responder admirados que es Dios quien lo ha hecho.

Es un ejercicio de realismo ofrecer a Dios el reconocimiento de su obra, que nos pone en relación con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu oportunamente, pero que además nos ayuda a acoger la actitud que la Iglesia nos propone, la que el Dios de la montaña enseña a Moisés: reconoce y alaba lo que Dios hace, dale gloria por lo que tú no puedes pero Él sí. Bendecir al Señor es un antídoto contra la soberbia, contra la fuerza de la vanidad que nos tienta a apropiarnos de lo que no es nuestro, de lo que no nos corresponde. El sabio es aquel que sabe lo que es de Dios mirando inmediatemente su firma… y con humildad y alegría se lo reconoce.

¿Cuál es la obra del Padre en mi vida? ¿Y la del Hijo, y la del Espíritu Santo? ¿Soy fácil para la alabanza, para el reconocimiento, con el corazón y los labios, de la acción de Dios?
Es un ejercicio este buenísimo para la salud de nuestra fe.

Ahora que hemos cerrado el tiempo de Pascua, misterio de revelación trinitaria, disponer de este domingo es una ayuda para ver que la forma de ser de Dios no es un capricho, es una revelación de Dios, de su intimidad, que quiere comunicar, no de cualquier manera, sino también y exclusivamente, en lo más profundo de nuestro corazón, lejos de toda forma de superficialidad.
Diego Figueroa

al ritmo de las celebraciones 

De la oración litúrgica a la oración personal…
El prefacio de la Virgen María, imagen y modelo de la Iglesia (I)
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
y alabarte debidamente en esta celebración en honor de la Virgen María.
Ella, al aceptar tu Palabra con limpio corazón,
mereció concebirla en su seno virginal,
y, al dar a luz a su Hijo, preparó el nacimiento de la Iglesia.
Ella, al recibir junto a la cruz el testamento de tu amor divino,
tomó como Hijos a todos los hombres,
nacidos a la vida sobrenatural por la muerte de Cristo.
Ella, en la espera pentecostal del Espíritu,
al unir sus oraciones a la de los discípulos,
se convirtió en el modelo de la Iglesia suplicante.
Desde su asunción a los cielos,
acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina,
y protege sus pasos hacia la patria celeste,
hasta la venida gloriosa del Señor.
Por eso,
con todos los ángeles y santos, te alabamos sin cesar, diciendo:
Santo, Santo, Santo…

domingo, 4 de junio de 2017


04/06/2017 – Domingo de Pentecostés – Termina el Tiempo Pascual

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA

PRIMERA LECTURA
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de un viento que soplaba fuertemente, u llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».
Palabra de Dios.
Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34 
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R.
Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13
Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
SECUENCIA
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; recibid el Espíritu Santo
Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Palabra del Señor