domingo, 27 de agosto de 2017


27/08/2017 – Domingo de la 21ª semana de Tiempo Ordinario.

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA

PRIMERA LECTURA
Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David
Lectura del libro de Isaías 22, 19-23
Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio:
«Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo.
Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacin, hijo de Elquías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén y para el pueblo de Judá.
Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David: abrirá y nadie cerrará, cerrará y nadie labrirá.
Lo clavaré como una estaca en un lugar seguro, será un trono de gloria para la estirpe de su padre».
Palabra de Dios.
Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6 y Sbc 
R. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R.
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.
El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R.
SEGUNDA LECTURA
De él, por él y par él existe todo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 11, 33-36
¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado primero, para tener derecho a la recompensa?
Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Tu eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-20
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡ Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Palabra del Señor.


Domingo de la 21ª semana de Tiempo Ordinario. – 27/08/2017

ESCRITO POR WEBMASTER EL . POSTEADO EN HOY DOMINGO


Comentario Pastoral
SONDEO DE OPINIÓN
Las encuestas y los sondeos hoy abundan que es una barbaridad. Pero no son cosa de ahora. Aunque ahora se hagan con más técnica y se utilicen medios más sofisticados para tabularlas e interpretarlas, ya Jesús de Nazaret hizo su propio sondeo. La pregunta clave fue: ¿Quién decís vosotros que soy yo?”. Pregunta sin ambajes, directa, comprometedora incluso. Pregunta que hoy reitera Jesús a todos sus seguidores, a todos los que nos llamamos cristianos. Pregunta que está exigiendo una respuesta, por nuestra parte, clara, decidida, rotunda. Como fue la respuesta de Pedro.

Entonces la sola palabra de Pedro le sirvió a Jesús. Pero para el mundo de hoy no valen las solas palabras. Necesita hechos de vida, ejemplos concretos, actitudes convincentes. A Cristo hoy también le vale nuestra confesión sincera al proclamarle Hijo de Dios vivo. Pero al hombre de hoy no le basta esta palabra. Necesita ver nuestro compromiso. Compromiso que puede ser defender al inmigrante que la ley no protege; abogar por el derecho a la vida en toda circunstancia; aceptar a nuestro lado al que no tiene una casa donde vivir; solidarizarse con los necesitados; promover una enseñanza digna y que lleve a una formación integral del hombre; combatir la droga asesina y ayudar a redimirse a los que han caído en ella; dar, en fin, al hombre motivos para vivir y razones para esperar.

En el amplio campo del mundo hoy hay tarea para todos. En la profesión, en el trabajo, en la familia, en la política, en la economía, en el tiempo de vacaciones y en el tiempo del trabajo arduo, el cristiano tiene que decir, con su estilo de vida, con su testimonio concreto, y también ¿por qué no? a veces con su palabra quién es Jesucristo. Hay que dar razón de nuestra esperanza a quien nos la pida. El hombre de hoy necesita esa razón y nos la exige. Nuestra responsabilidad es dársela. Eludirla es cobardía. Asumirla es nuestra grandeza.

Pedro al dar razón de su fe es constituido fundamento de la Iglesia y recibe, bajo el símbolo de las llaves, la nueva autoridad y responsabilidad que se le confía. La fe que confiesa Pedro le transformará también su propio papel en la vida, como lo indica el cambio de nombre.

Basados en el fundamento de la sucesión apostólica celebramos el esplendor de los carismas, la armonía de la unidad y la gozosa posibilidad del perdón.
Andrés Pardo


Palabra de Dios:

Isaías 22, 19-23Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6 y Sbc
san Pablo a los Romanos 11, 33-36san Mateo 16, 13-20

de la Palabra a la Vida
¿A quién dejaríamos nosotros las llaves de nuestra casa? ¿A quién daríamos poder absoluto para decidir sobre unos u otros invitados? El Señor pone en manos del pescador el cuidado de su casa del cielo. Su respuesta creyente hace de él administrador, cuidador sorprendente del lugar más luminoso y feliz que se pueda imaginar. De nuevo nos encontramos, por tercera semana consecutiva, la importancia de una respuesta creyente, como la del mismo Pedro en el lago de Galilea o de la mujer cananea en Tiro y Sidón.

Sin embargo, lo que sostiene la respuesta del pescador, lo que fundamenta el acierto de sus palabras y, sobre todo, la promesa de Cristo, es su fidelidad. Cuando la Iglesia le dice en el salmo: “no abandones la obra de tus manos”, en realidad está reconociendo que no la va a abandonar, que va a perseverar en ella. El Tiempo Ordinario es siempre una invitación a fijarnos en el misterio de la constancia de Dios, que se manifiesta en nuestra vida a través de la debilidad, para que no nos cueste advertir que la vida no es obra nuestra, que el seguimiento de Jesucristo y la construcción de su Reino no son una decisión calculada por nuestra parte, sino una decisión amorosa y firme por la suya.

Por eso, Pedro no será como Sobná, mayordomo de palacio, que perderá las llaves del mismo por su infidelidad: en Pedro la Iglesia ve con asombro cómo la debilidad, el pecado del pescador se verán curados por la inmensa fidelidad del Hijo que persevera en su promesa inicial con una confianza mayor. La confesión de Pedro da pie a las palabras confiadas del Señor: “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. En la medida en la que Pedro aprenda a vivir en el misterio de Cristo, en la presencia constante y oculta del Señor, se fortalecerá el vínculo entre la Iglesia y Cristo.

El magnífico hogar al que el Señor ha ido a prepararnos sitio y del que ha entregado las llaves a Pedro para que abra y cierre según su criterio tiene una puerta de entrada que no es la fidelidad de Pedro, sino la fidelidad de Cristo. Este escándalo sólo puede ser acogido con humildad, sólo como experiencia de fidelidad del Señor, pues la obra que sale de las manos de Dios se ha construido con una piedra angular que es Cristo, y Él la sostiene, como signo de su fidelidad que nosotros podemos contemplar y en el que podemos alojarnos. Entrar en la Iglesia, en la celebración de la Iglesia, es participar en el misterio de la fidelidad de Dios, requiere una actitud necesaria para que sea fructífero, para que de verdad nos sintamos acogidos en casa: no lo hemos hecho nosotros, no estamos por mérito nuestro en esa casa ni participando de esos misterios porque hagamos las cosas muy bien. Solamente asi Pedro puede tomar en sus manos las llaves que Cristo le entrega, no por sabiduría propia, “de la carne y de la sangre”, sino “del Padre que está en los cielos”. Y celebrar en la Iglesia significa que el Señor no abandona la obra de sus manos, la obra de la liturgia, obra de la Santísima Trinidad. ¿Cómo podría el corazón de Pedro creerse digno del cielo por esas llaves? ¿cómo nos dejaríamos engañar nosotros por nuestra vanidad y creernos dignos del cielo por participar en los misterios? No lo somos, pero estamos unidos al Señor, que sí que lo es, y que nos hace dignos. Vivir en la Iglesia y celebrar en la Iglesia nos han de hacer trabajar entonces lo que Pedro al recibir el encargo del Maestro: acoger lo que se nos da por mérito del Señor, por la santidad de Cristo.
Diego Figueroa

domingo, 20 de agosto de 2017

20/08/2017 – Domingo de la 20ª semana de Tiempo Ordinario.

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA
PRIMERA LECTURA
A los extranjeros los traeré a mi monte santo
Lectura del libro de Isaías 56, 1. 6-7
Esto dice el Señor:
«Observad el derecho, practicad la justicia, porque mi salvación está por llegar, y mi justicia se va a manifestar.
A los extranjeros que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que observen el sábado sin profanarlo y mantienen mi alianza, los traeré a mi monte santo, los llenaré de júbilo en mi casa de oración; sus holocaustos y sacrificios serán aceptables sobre mi altar; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos».
Palabra de Dios.
Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8
R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
y gobiernas las naciones de la tierra. R.
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. R.
SEGUNDA LECTURA
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables para Israel
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 11, 13-15. 29-32
Hermanos:
A vosotros, gentiles os digo: siendo como soy apóstol de los gentiles haré honor a mi ministerio, por ver si doy celos a los de mi raza y salvo a alguno de ellos.
Pues si su rechazo es reconciliación del mundo, ¿qué no será su reintegración sino volver desde la muerte a la vida?
Pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables.
En efecto, así como vosotros, en otro tiempo, desobedecisteis a Dios; pero ahora habéis obtenido misericordia por la desobediencia de ellos, así también estos han desobedecido ahora con ocasión de la misericordia que se os ha otorgado a vosotros, para que también ellos alcancen ahora misericordia.
Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Mujer, qué grande es tu fe
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 15, 21-28
En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
«Ten compasión de mi, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle
«Atiéndela, que viene detrás gritando».
Él les contestó:
«Sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Ella se acercó y se postró ante él diciendo:
«Señor, ayúdame».
Él le contestó:
«No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso:
«Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió:
«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
En aquel momento quedó curada su hija.
Palabra del Señor.

Domingo de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. – 20/08/2017

ESCRITO POR WEBMASTER EL . POSTEADO EN HOY DOMINGO

Comentario Pastoral
FE Y DIÁLOGO
Después de leer el evangelio de la mujer cananea y escuchar la alabanza de Jesús “Mujer ¡qué grande es tu fe!”, todos sentimos una interpelante llamada a examinar el nivel, compromiso y vivencia de nuestra fe cristiana. Porque la mujer cananca, pagana, al pedir la curación de su hija, se convierte en ejemplo y modelo de confianza en el Señor.

A todos conmueve la profundidad y constancia de la cananea, que manifiesta una creciente actitud y testimonio de fe en Jesús; primero le reconoce como Señor e Hijo de David, después le suplica compasión y pide socorro, para finalmente mendigar ser aceptada en “la casa del amo” corno un perrito que come las migajas que caen de la mesa.

Al conceder Jesús la curación de la hija de la mujer pagana, so afirma el gran principio revolucionario de que la salvación va no es resultado de la simple pertenencia a la raza de Abrahán, sino la capacidad ¿e creer en Jesús como el Señor. Viendo este comportamiento de Cristo y apoyados en él, los apóstoles se lanzan a la conquista del mundo pagano, dando la primacía de la salvación a la fe, como adhesión a Cristo, Palabra de salvación que Dios ha dicho en favor de todos los hombres.

Junto al tema de la fe, en este domingo sobresale el tema del diálogo con otras religiones. El mensaje cristiano es amor y respeto a todo hombre, no es elitista ni racista, está abierto a todos los valores de la humanidad, evitando los escollos del rigorismo integrista y del sincretismo indiferente.

El diálogo que provoca el mensaje cristiano supone paciencia y espera, reconociendo que los tiempos y los caminos de Dios a veces no son coincidentes con nosotros y nuestras impaciencias. Y es búsqueda amorosa y constante signo de humildad y de apertura interior, que permite reconocer a los otros como compañeros de viaje, si no es posible que sean compañeros de habitación.
Andrés Pardo


Palabra de Dios:

Isaías 56, 1. 6-7Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8
san Pablo a los Romanos 11, 13-15. 29-32san Mateo 15, 21-28

de la Palabra a la Vida
Al igual que el domingo pasado, en el que Pedro se atrevía a intentar caminar sobre las olas, también un evangelio tan diferente como es el de hoy es una invitación aprender a vivir en el misterio de Dios. Todo sucede a la luz de un diálogo amargo, extraño, entre Jesús y una mujer cananea que aparece a importunarle mientras recorre Tiro y Sidón. En ese diálogo resuenan las palabras de la primera lectura, de la profecía: “A los extranjeros los traeré a mi monte santo…” ahora el monte es el Señor, que atrae a la mujer extranjera sin necesidad de estar en Jerusalén. La encarnación del Verbo conlleva que el Señor a todos los ha hecho algo suyo, y ahora no son sólo los sacrificios y las ofrendas de Israel las que se elevan hasta Dios, sino todas aquellas que son presentadas con verdadera fe en el Hijo de Dios, el Verbo encarnado.

En la mujer extranjera y su diálogo con Jesús se desvela el plan de Dios, plan misterioso; y es que el deseo de Jesús sucede misteriosamente: su deseo de que se realice esa llamada a los de todos los pueblos que está profetizada en la encarnación se va a realizar a través de sus aparentes negativas, de su actitud esquiva. La reacción de Jesús a la petición de la mujer parece contradictoria: ¿no quiere cumplir la profecía? ¿no ha venido a revelar la salvación a todos? ¿a qué espera para aprovechar la situación con esta mujer cananea? En realidad, solamente quien persevera junto a Jesús en actitud de confianza, de reconocimiento de que “realmente es el Hijo de Dios”, que decía Pedro el domingo pasado, puede descubrir la intención profunda de Dios, su misterio de salvación. Jesús no quiere negar la salvación a nadie, pero su ofrenda de salvación sigue caminos misteriosos, incluso de aparente negación de la voluntad de Dios. ¿Cómo hacer cuando a la primera la respuesta es negativa? La mujer permanece en el misterio, reconociendo la divinidad del Señor, madurando en el corazón la acogida del don de salvación. El diálogo con Él va a ratificar su voluntad de que todos los pueblos alaben al Señor. También Tiro y Sidón van a contemplar el poder de Dios, también los cananeos van a beneficiarse del poder de Dios. Si estos pueblos también reciben “de la mesa del Señor”, si las migajas son para todos, no sólo para un pueblo sino para todos, nos encontramos entonces ante las primicias de la salvación para todos. “Algunos” ya han comenzado a recibir salvación: es el principio de “todos”. Por eso, sentarse a la mesa del Señor, recibir de su salvación, es ser “signo” de su voluntad de salvación de todos.

Así pues, cuando el Señor nos da de su alimento, nos convierte en un signo, pues nuestra comunión con Él, nuestra participación en la eucaristía y en los sacramentos, les dice a los otros a lo que están llamados: si yo comulgo, entonces tú estás llamado a comulgar también. Pero ese deseo de Dios se hace misteriosamente, como misterio de negación aparente, como Jesús con la mujer del evangelio de hoy: en la perseverancia se desvela su amor misericordioso, no su amor caprichoso, no su amor voluble, sino un amor fiel, que sabe lo que nos conviene y cómo nos conviene pedirlo y lucharlo. La liturgia de la Iglesia nos hace signo, signo que anima a otros a acercarse al Señor, igual que aquellos discípulos animaron a la mujer cananea a intentar acercarse y obtener la curación de su hija.

¿Me veo signo para los demás? ¿Explico a los que me ven lo que significo, que no es por mérito mío, sino por voluntad de Dios expresada en los profetas? Cuando en mí se cumple la profecía, en otros aparece el signo que yo soy, que es la Iglesia. La perseverancia y la fe son la que abren la puerta a no desanimarnos, sino a vivir en el misterio, donde todo tiene su momento, pero todo nos conduce a salvación.
Diego Figueroa

domingo, 13 de agosto de 2017

13/08/2017 – Domingo de la 19ª semana de Tiempo Ordinario.

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA
PRIMERA LECTURA
Permanece en pie en el monte ante el Señor
Lectura del primer libro de los Reyes 19, 9a. 11-13a
En aquellos días, cuando Elías llegó hasta el Horeb, el monte de Dios, se introdujo en la cueva y pasó la noche. Le llegó la palabra del Señor, que le dijo:
«Sal y permanece de pie en el monte ante el Señor».
Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante del Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor. Después del huracán, un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor. Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor.
Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva.
Palabra de Dios.
Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos».
La salvación está cerca de los que lo temen,
y la gloria habitará en nuestra tierra. R.
La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R.
El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
y sus pasos señalarán el camino. R.
SEGUNDA LECTURA
Desearía ser un proscrito por el bien de mis hermanos
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 9, 1-5
Hermanos:
Digo la verdad en Cristo, no miento – mi conciencia me atestigua que es así, en el Espíritu Santo – : siento una gran tristeza y un dolor incesante en mi corazón; pues desearía ser yo mismo un proscrito, alejado de Cristo, por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne: ellos son israelitas y a ellos pertenecen el don de la filiación adoptiva, la gloria, las alianzas, el don de la ley, el culto y las promesas; suyos son los patriarcas y de ellos procede el Cristo, según la carne; el cual está por encima de todo, Dios bendito por los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Mándame ir a ti sobre el agua
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 22-33
Después de que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti andando sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Palabra del Señor.

Domingo de la 19ª semana de Tiempo Ordinario. – 13/08/2017

ESCRITO POR WEBMASTER EL . POSTEADO EN HOY DOMINGO
Comentario Pastoral
LAS TEOFANÍAS DE DIOS
E1 profeta Elías sube al monte Horeb, el monte de Dios, repitiendo el itinerario y el gesto de Moisés en el Sinaí. A Moisés le habló Dios en el Siriaí entre truenos y temblor. A Elías le habla ya no desde el viento huracanado, sino en leve susurro, a modo de la suave brisa que le hacía presente en el paraíso. Elías se cubre el rostro porque ningún hombre puede ver a Dios y seguir vivo, pero experimenta la dulce presencia del Señor.

Aguardar al Señor en el monte o en la llanura, saber esperarle con paciencia sin que el ánimo decaiga, tener fe en el Señor que va a pasar y se nos va a hacer cercano y presente es importante para vivir en cristiano.

El Señor quiere que sepamos embarcamos en la vida, que avancemos hacia la otra orilla, que lo precedamos, que sepamos aguantar las tormentas del desconcierto, los vaivenes de la tentación, el naufragio de la fe, las olas de la desconfianza. Porque no estamos solos. Porque viene a nuestro encuentro.

La narración materna del evangelio de este domingo tiene el transfondo de las apariciones pascuales; “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. La ayuda misericordiosa y la presencia de Cristo resucitado son indispensables para salvar a la Iglesia, siempre que viva un momento o circunstancia de crisis. La mano que extiende Jesús a Pedro no sólo es su salvación, sino la nuestra.

El camino del creyente puede ser muchas veces un camino inestable, camino sobre el mar del mal. ¡Cuántas veces nos hundimos! El miedo es compañero de viaje, porque dudamos, porque tenemos poca fe.

A Dios le encontramos y le conocemos en la calma, en la tranquilidad, en la paz, en la dulce simplicidad.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Reyes 19, 9a. 11-13aSal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14
san Pablo a los Romanos 9, 1-5san Mateo 14, 22-33

de la Palabra a la Vida
El pasaje de Elías de la primera lectura, siempre sugerente, siempre reconfortante, nos introduce en una pregunta misteriosa: ¿es que Dios puede hacerse presente en una suave brisa? El evangelio responde a esa pregunta: Claro, igual que puede hacerse presente en medio de la fuerza del oleaje, de la inestabilidad del mar. Tanto en la brisa como en las olas, el corazón creyente está capacitado para aceptar: “realmente, eres el Hijo de Dios”. Sí, no es solamente que Dios pase por nuestra vida, es que lo hace para cuidarnos, en la brisa y en La tempestad. Nosotros vivimos acostumbrados a una búsqueda de Dios generosa y valiente, pero calculada: “Si eres Tú, mándame ir a tí…”. Pero el cristiano tiene que descubrir que su fuerza no es suya, que es del Señor. Por eso, la Iglesia nos hace repetir con el Salmo: “Muéstranos, Señor, tu misericordia”, porque es tu misericordia, tu consuelo, tu presencia constante la que nos tiene que introducir en una forma diferente de vivir la vida: la vida es el marco oportuno y adecuado para que se haga presente el misterio de la cercanía y la presencia de Dios. No es que en la vida sucedan cosas, es que la vida es para que sucedan cosas. Y estas no son elegidas por nosotros, no son calculadas en función de nuestro atrevimiento o de nuestra timidez, sino que forman parte de una voluntad misteriosa de Dios que estamos llamados a acoger.

Las lecturas de hoy, por tanto, nos invitan a entrar en el misterio de la voluntad de Dios sin plazos, sin prisas, sin nuestros prejuicios o medidas, sino confiados en la misericordia de Dios: Pedro, que aprendió a echar las redes fiado no en su cálculo sino en la palabra del Señor, tiene que seguir avanzando por ese camino de amor fecundo de Cristo, basado en la confianza en el que tiene poder sobre los elementos de la naturaleza. Sí, reconocer que Cristo es todopoderoso, que el poder último no está en las fuerzas de la naturaleza sino en la fuerza de Cristo, que no vivimos a merced de los elementos sino bajo el manto misericordioso de Dios, es consolador. Y es un estilo de vida propio. Dios puede mostrarse en la brisa o en el oleaje, pero en cualquiera de esas circunstancias, “salud o enfermedad, honor o deshonor”, su presencia nos agarra del brazo para que no nos hundamos sino que experimentemos su cuidado. Esta forma de pasar que tiene el Señor, estos cuidados suyos, se aprenden desde la experiencia de la liturgia. En ella Cristo se acerca a nosotros en el silencio y en la discreción de humildes gestos, pero también en lo solemne y grandioso. No solamente lo hace de una forma, sino de una y de la contraria, para que no pensemos que lo dominamos, que ya sabemos por dónde va a venir, para que no lo tratemos de forma calculadora, sino creyente. Esto es una actitud propia de Jesucristo: es león y es cordero, es rey y es siervo. Y es así para que no olvidemos que, de suyo propio, Él está fuera de nuestro alcance. Pero se acerca, en la brisa y la tempestad, y sólo espera una fe dispuesta a recibir al Señor como venga, como hace Elías, que espera en la tempestad y espera en la brisa.

¿Quiénes somos nosotros, acaso, para decirle a Dios cómo y cuándo? Marcarle el camino es, como en el caso de Pedro, dudar: “¿Por qué has dudado?” tantas veces en la celebración de la Iglesia participamos creyendo saber ya de antemano lo que Dios nos tiene que decir y de qué manera tiene que aparecer, bajo qué signo, con qué palabras… Un corazón valiente es el que espera siempre, y no le marca un camino a Dios, sino que lo espera en su venida. Pedro es cabeza de la Iglesia también en su impulsividad generosa, decidida, necesitada de aprender. La liturgia nos dice: no busques a Cristo donde lo quieres, deja que su misericordia te enseñe dónde es donde más lo necesitas encontrar. Ten la paciencia suficiente para no perderlo con tu cálculo… Y el Señor te dará su misterioso conocimiento, su perfecta comunión.
Diego Figueroa

domingo, 6 de agosto de 2017

06/08/2017 – Domingo de la 18ª semana de Tiempo Ordinario. La Transfiguración del Señor

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA
PRIMERA LECTURA
Su vestido era blanco como nieve
Lectura de la profecía de Daniel 7, 9-10. 13-14
Miré y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó. Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas; un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él. Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo.
Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.
A él se le dio poder, honor y reino.
Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.
Su es un poder eterno, no cesará.
Su reino no acabará.
Palabra de Dios.
Sal 96, 1-2. 5-6. 9 
R. El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R.
Los montes se derriten como cera ante el Señor,
ante el Señor de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R.
Porque tú eres, Señor,
Altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses. R.
SEGUNDA LECTURA
Esta voz del cielo es la que oímos 
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro 2 Pe 1, 16-19
Queridos hermanos:
No nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares de su grandeza.
Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublime Gloria se le transmitió aquella voz:
«Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido».
Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada.
Así tenemos más confirmada la palabra profética y hacéis muy bien en prestarle atención como una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y el lucero amanezca en vuestros corazones.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Su rostro resplandecía como el sol
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 17, 1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.
Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
«Levantaos, no temáis».
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
Palabra del Señor.

Domingo de la 18ª semana de Tiempo Ordinario. La Transfiguración del Señor – 06/08/2017

ESCRITO POR WEBMASTER EL . POSTEADO EN HOY DOMINGO

Comentario Pastoral
TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
Esta fiesta invita a una grandiosa contemplación de Cristo. Como en el ábside de las iglesias bizantinas, brilla la figura del Cristo Pantocrator, es decir, Señor del tiempo y del espacio. La Transfiguración, junto con el bautismo y la crucifixión, es uno de los puntos decisivos de interpretación del misterio de Jesús de Nazaret.

Pero la Transfiguración no sólo revela el misterio de Jesús, sino que desvela también el destino y el misterio del cristiano, destino de comunión con Dios. Ser cristiano no es ser simplemente hombre religioso, sino testimonio de Cristo y de su amor por medio de una genuina experiencia de fe.

La Transfiguración es una anticipación pascual del misterio del Hijo predilecto del Padre. Tiene lugar a mitad de su itinerario terreno en medio de nosotros y debe movernos a una constante transfiguración de nuestra vida cristiana, en medio de la simplicidad de las cosascotidianas.

La Transfiguración no sólo está proyectada sobre la futura Pascua, sino también sobre el pasado salvífico, sobre Moisés y Elías, sobre la Ley y los Profetas, sobre el Sinaí y Sión. Toda la Escritura resuena como Palabra de Dios en la Transfiguración, que es iluminación de la Biblia entera.

Todos los símbolos del relato de la Transfiguración nos ayudan a entrar y profundizar el misterio que se revela.

La montaña alta evoca la gran aparición sinaítica, raíz de la alianza entre Dios y el pueblo. Para ver a Dios hay que dejar las mediocridades de las hondonadas de una vida espiritual mediocre.

La luz y el resplandor del rostro de los vestidos de Jesús son una explícita referencia a la gloria del Señor, a su presencia luminosa y trascendente.

La voz divina que define a Jesús como “Hijo amado y predilecto” es una invitación a la escucha de su palabra, a la comprensión del evangelio como alimento de la fe.

En la celebración de la Transfiguración los cristianos, peregrinos en la tierra, vislumbramos a la luz y en la fidelidad a la Palabra, nuestro destino glorioso
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Daniel 7, 9-10. 13-14Sal 96, 1-2. 5-6. 9
San Pedro 1, 16-19San Mateo 17, 1-9
de la Palabra a la Vida
La reflexión acerca de las parábolas de estos evangelios dominicales se ve interrumpida por la festividad que hoy celebra la Iglesia, la Transfiguración del Señor.

Misterio luminoso de la vida del Señor, que permite a tres privilegiados discípulos contemplar su gloria, su luz, la pureza de su divinidad y la fuerza de su santidad, que van a quedar velados por la cercanía de la Pasión, por el sufrimiento y muerte. Dentro del camino de seguimiento de Cristo, la revelación de su gloria debe ir siempre unida a la revelación de su abajamiento. Por eso, cuando Cristo muestra hoy toda su luz se sirve para ello de su profunda humildad. La humildad, lejos de velar el poder de Dios, lo transparenta. Así sucede en el monte Tabor, pero así sucederá también en el monte Calvario.

De esta forma Cristo aparece ante los discípulos como el que cumple lo que estaba escrito: lo de Daniel en el Antiguo Testamento fue una visión, creía algo que aún no estaba, que tenía que suceder, pero los discípulos contemplan con sus propios ojos la realidad, a su Maestro como esa “especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él le dio poder, honor y reino”. Que los discípulos tuvieron que aprender de aquello, que no comprendieron lo vivido hasta más tarde, lo testimonia hoy la segunda lectura: “no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza”.

Sin embargo, el plan de salvación de Dios contempla que los testigos reciban la gloria que han observado. El plan divino no sólo muestra lo que Cristo es, sino también lo que la Iglesia tiene que ir siendo. No cabe pensar en una transfiguración por parte de la Cabeza que no conlleve también una transfiguración del Cuerpo. No cabe. Por lo tanto, el misterio del Tabor es también misterio para la Iglesia, que por su comunión con Cristo recibirá también la comunicación de la gloria.

¿Qué nos hace esa gloria? Sí, esa gloria hace algo, no es un adorno, es la divinidad, y eso significa que tiene el poder de transformarnos.

¿Cómo lo hará? Lo hará en la celebración de la Iglesia, en la liturgia: en ella, la transformación
del Cuerpo ha comenzado ya por obra de la gracia que se derrama, que baja de la Cabeza al Cuerpo. El Tabor no es un misterio al margen de la vida de la Iglesia: es el reflejo en el que mirarnos para saber lo que nos sucede cuando nos mostramos dispuestos a acoger la voluntad de Dios, voluntad que tiene un camino de cruz y resurrección.

Así, no es difícil asumir que con la gloria del Tabor, de la liturgia, confirmados por la Escritura, por la ley y los profetas, se baja a Jerusalén a entregar la vida, entrega en la que “no luce” la gloria, pero salva. ¿Aceptamos el misterio de la gloria como precedido de la pasión? A diario, los cristianos seguimos luchando por evitar la cruz, a pesar de que esta es la llave que abre la puerta de la felicidad: ¿Entramos en los sacramentos para que suceda todo este misterio en nosotros? ¿Comprendemos cual es el camino que Jesús ofrece a sus discípulos?

Las tres tiendas que Pedro quiere poner, anuncio de la venida final del Mesías, significan quedarse en el camino, no querer avanzar. ¿Cómo busco progresar en mi camino de fe, no por donde yo deseo sino por donde Cristo va iluminando? Providencialmente, en mitad del verano, la Iglesia nos recuerda con esta fiesta de hoy qué va sucediendo y cómo en nuestro seguimiento de Cristo: la transfiguración de todo, camino de la gloria del Padre, ha comenzado ya, y se da en Cristo, en los santos, en la eucaristía… la dinámica es imparable, entremos en ella.
Diego Figueroa