domingo, 24 de junio de 2018

PRIMERA LECTURA
Te hago luz de las naciones
Lectura del libro de Isaías 49, 1-6
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:
El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo:
«Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas»
En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios.
Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios.
Y mi Dios era mi fuerza:
«Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel.
Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».
Palabra de Dios
Sal 138, 1-3. 13-14ab. 14c-15 
R. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.
Señor, tú me sondeas y me conoces.
Me conoces cuando me siento o me levanto, 
de lejos penetras mis pensamientos; 
distingues mi camino y mi descanso, 
todas mis sendas te son familiares. R.
Tú has creado mis entrañas, 
me has tejido en el seno materno. 
Te doy gracias, porque me has plasmado portentosamente, 
porque son admirables tus obras. R.
Mi alma lo reconoce agradecida,
no desconocías mis huesos. 
Cuando, en lo oculto, me iba formando, 
y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R.
SEGUNDA LECTURA
Juan predicó antes de que llegara Cristo
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 13, 22-26
En aquellos días, dijo Pablo:
«Dios suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: : “Encontré a David, hijo de Jesé, “hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos.”
Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegara, Jesús; cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida, decía: Yo no soy quien pensáis, pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies.”
Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos vosotros los que teméis a Dios: a vosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación».
Palabra de Dios
Aleluya c 1, 76
R. Aleluya, aleluya, aleluya
A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, 
porque irás delante del Señor a preparar sus caminos. R.
EVANGELIO
Juan es su nombre 
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 57- 66. 80
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como a su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡ No! Se va a llamar Juan. »
Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?».
Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA
Del silencio de Zacarías nace la última palabra profética del Antiguo Testamento, y de la esterilidad de Isabel nace el que anuncia al Salvador del mundo Juan Bautista se presenta, diciendo: “Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias”. Su acción se abría con un bautismo, al cual se sometió el mismo Cristo; su predicación tenía como núcleo central la misma que la de Cristo: “El Reino de Dios está cerca”; su destino fue el mismo que el de Cristo, el martirio. La figura y la existencia del Bautista tiene, pues, una lectura cristológica.

En el nacimiento del Bautista destacan varios aspectos: nace de una madre estéril; se le pone el nombre de Juan (inédito en su genealogía) que significa “favor de Dios”; la mudez del padre desapareció y la noticia se propagó por toda la montaña de Judea; el crecimiento admirable del niño se explica “porque la mano del Señor estaba con él”.

La primacía del Precursor está totalmente orientada al Señor, al igual que debe ser la vida de todo discípulo que quiere imitar al Maestro. El cristiano debe ser siempre precursor, misionero de Cristo, señal viva de su presencia en medio de los hombres.

El Bautista es el último profeta de Israel, que recoge todos los suspiros de esperanza de este pueblo primogénito de Dios. Y es el primero que se pone al servicio del evangelio sin buscar privilegios, siendo modelo del servicio cristiano: “Conviene que él crezca y yo disminuya”.

El Bautista es embajador del Señor, que habla palabras que se refieren a la verdadera Palabra, que es gracia esplendente y transformadora del hombre. Es modelo del discípulo y del apóstol con una vida totalmente entregada y centrada en el mensaje del Mesías, del cual es siervo y precursor.
El Bautista es el hombre fuerte, limpio y con coraje, que rechaza compromisos fáciles y situaciones cómodas. Su fidelidad y coherencia brillan como su nombre mismo, que significa gracia y donación”.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 49, 1-6Sal 138, 1-3. 13-14ab. 14c-15
Hechos de los apóstoles 13, 22-26san Lucas 1, 57- 66. 80
de la Palabra a la Vida
Un paréntesis lleno de enjundia el que nos ofrece, dentro de este Tiempo Ordinario, en el que nos encontramos, la gran solemnidad del nacimiento de Juan Bautista, el mayor de los nacidos de mujer, del cual no sólo celebramos su dies natalis, el día de su muerte, de su martirio, sino también el de su nacimiento, un privilegio reservado a muy pocos…

En este vida que vivimos sucede que a veces es tan difícil encontrar motivos para alegrarse que, cuando uno de estos se da, de inmediato hay que ponerse el traje de fiesta y salir a celebrarlo: la promesa de un precursor es una gran alegría para todo el pueblo. Juan irá delante de aquel que pondrá a todos detrás de sí, él asumirá entonces la tarea de convertir, de preparar, todos los corazones para que se vuelvan a la palabra de Dios, la palabra de salvación que traerá el Mesías.

No deja de impresionar que los cantos del siervo de Yahveh, que la Iglesia emplea durante la Semana Santa para contemplar a Jesucristo camino del calvario, se empleen aquí para describir la tarea del precursor. La continuidad es tal, la comunión es tan grande, que lo que se dice de uno se acerca a lo que puede decirse del otro.

Juan Bautista ha recibido una llamada portentosa, para hacer de su boca una espada afilada, una flecha bruñida, es decir, para convertir su voz y su vida en un anuncio, una predicación de la venida del Mesías. Ahora Israel tiene que entender qué significa el envío del nuevo profeta: significa que la predilección de Dios, que el cuidado de Yahveh sobre su pueblo sigue siendo presente, es eterno, que Dios no se ha echado atrás ni se ha marchado a pesar de su debilidad, de la infidelidad de los suyos, sino que ha permanecido esperando, paciente, sufriendo y a la vez anhelando, el momento oportuno para enviar al Bautista. Un profeta es un signo de una alianza viva. Una alianza que pide ser escuchada, aunque la voz suene fuerte, provocadora, exigente.

Para nosotros, como dice Pablo en la segunda lectura, antes de que llegara Jesús, Juan predicó un bautismo de conversión, que preparó el camino al Cristo. Nuestra vida está llamada a ser, como la de Juan, la que prepare el camino a Cristo, enviado no sólo a Israel, sino a todos los pueblos, de todos los tiempos. Dejar la predicación para los pastores, o la palabra divina solamente para ofrecerla a los niños en momentos puntuales, nos aleja del testimonio que prepare el camino a Cristo hacia el corazón de todos los hombres… y todos somos profetas porque todos hemos recibido el bautismo. No es la cercanía con el párroco, con el obispo o con el papa, la que nos hace hablar de Dios, sino la comunión, la alianza con Cristo establecida en el bautismo.

Por eso, el nacimiento de Juan Bautista es una llamada hoy a ser lo que somos, para que los demás se den cuenta de que Dios los sigue de cerca, se preocupa de ellos y los anima a creer en Él, a prepararle el camino. ¿Quién me habla de Jesucristo, de la necesidad de trabajar el corazón? ¿Doy gracias a Dios por ello? ¿Quién recibe mi palabra sobre Dios, mi testimonio creyente? ¿Doy gracias a Dios por poder darlo? Nuestra vida, aunque parezca a veces olvidada o desértica, es lugar en el que resuena la voz de Juan, que anuncia la presencia de Cristo.
Diego Figueroa

domingo, 17 de junio de 2018

PRIMERA LECTURA
Yo exalto al árbol humilde
Lectura del Profeta Ezequiel 17, 22-24
Esto dice el Señor Dios:
«También yo había escogido una rama de la cima del alto cedro y la había plantado; de las más altas y jóvenes ramas arrancaré una tierna y la plantaré en la cumbre de un monte elevado; la plantaré en una montaña alta de Israel, echará brotes y dará fruto.
Se hará un cedro magnífico.
Aves de todas clases anidarán en él, anidarán al abrigo de sus ramas.
Y reconocerán todos los árboles del campo que yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado y exalto al humilde, hago secarse el árbol verde y florecer el árbol seco.
Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré».
Palabra de Dios
Sal 91, 2-3. 13-14. 15-16
R. Es bueno darle gracias, Señor.
Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad. R.
El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano;
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios. R.
En la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
mi Roca, n quien no existe la maldad. R.
SEGUNDA LECTURA
En el destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor
2Cor 5, 6-10
Hermanos:
Siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión.
Pero estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor.
Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo.
Porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal.
Palabra de Dios
Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya
La semilla es la palabra de Dios, y el sembrador es Cristo; todo el que lo encuentra vive para siempre. R.
EVANGELIO
Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
¿POR QUÉ JESÚS ENSEÑABA EN PARÁBOLAS?
El texto litúrgico del evangelio de este domingo undécimo del tiempo ordinario nos propone para nuestra meditación dos parábolas: la de la semilla que crece silenciosamente y la del grano de mostaza. Es indudable que ambas parábolas tienen un alcance y novedad, que es necesario descubrir para comprender lo que es el Reino de Dios.

¿Qué es una parábola? ¿Cuál es su fin? ¿Dónde está su significado preciso? La parábola es una semejanza inspirada en los acontecimientos cotidianos conocidos para mostrarnos la relación con algo desconocido. Las parábolas son metáforas o episodios de la vida, que ilustran verdades morales o espirituales. Jesús ha usado con frecuencia este género literario para explicar el misterio del Reino de Dios y de su Persona. Son discursos cifrados que deben ser aclarados desde la fe.

El fin primario de las parábolas usadas por Jesús es estimular el pensamiento, provocar la reflexión y conducir a la escucha y a la conversión. Para poder comprender las parábolas es imprescindible la fe en quien la escucha; solamente de este modo puede descubrirse el misterio del Reino de Dios, que es enigma indescifrable para los que no aceptan el Evangelio.

La parábola de la semilla que germina silenciosamente presenta el contraste entre el comienzo humilde y el crecimiento extraordinario. El sembrador no está inactivo, sino que espera día y noche hasta que llegue la cosecha, cuando el grano esté a punto para meter la hoz. El sembrador representa a Dios, que ha derramado abundantemente la semilla sobre la tierra por medio de Jesús, “sembrador de la Palabra”. A pesar de las apariencias contrarias, el crecimiento es gradual y constante: primero el tallo, luego la espiga, después el grano. Un día llegará el tiempo de la cosecha, es decir, el cumplimiento final del Reino de Dios, que ha tenido sus muchas y diversas etapas antecedentes.

La segunda parábola del grano de mostaza, la semilla más pequeña, responde a los que tienen dudas sobre la misión de Cristo o su esperanza frustrada. Los comienzos insignificantes pueden tener un resultado final de proporciones grandiosas. Ya san Ambrosio dijo que Jesús, muerto y resucitado, es como el grano de mostaza. Su Reino está destinado a abarcar a la humanidad entera, sin que esto signifique triunfalismo eclesial.

Las dos parábolas de este domingo son un himno a la paciencia evangélica, a la esperanza serena y confiada. El fundamento de la esperanza cristiana, virtud activa, es que Dios cumple sus promesas y no abandona su proyecto de salvación. Incluso cuando parece que calla y está ausente, Dios actúa y se hace presente, siempre de una manera misteriosa, como le es propio. Aunque el hombre siembre muchas veces entre lágrimas, cosechará entre cantares.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Ezequiel 17,22-24Sal 91, 2-3. 13-14. 15-16
2Cor 5, 6-10san Marcos 4, 26-34

de la Palabra a la Vida
La catolicidad del reino se pone de manifiesto en esa llamativa capacidad para acoger en todas sus ramas a todo aquel que necesite posarse en ellas. La belleza de las palabras del profeta Ezequiel inspira las parábolas del Reino que Jesús anuncia en el evangelio de hoy. Esa característica de dar cobijo a todos los que al Reino se acerquen, tiene una finalidad clara: “Y todos sabrán que soy el Señor”. Solamente el Padre de todos puede buscar acoger a todos, cuidar de todos, proteger a todos. Y cada hijo suyo que se acerque a pedir cobijo encontrará unos brazos abiertos, unas ramas extendidas, fuertes, para ser sostenido.

Sin embargo, la paradójica presentación de este misterioso reino manifiesta otra característica más: su crecimiento. Comienza siendo la más pequeña de las semillas, como el grano de mostaza, dice Jesús en el evangelio, pero crece insospechadamente: ¿Quién podría imaginarlo viendo su tamaño? ¿Quién podría imaginarlo viendo a un hombre anunciarlo? ¿Quién podría imaginarlo viendo a los pobres que son acogidos, que son promocionados, que encuentran casa? Realmente, no se imagina, se cree: El que cree, es acogido.

He ahí la única condición necesaria para encontrar ese cobijo. La fe del creyente le permite reconocer en ese árbol enorme, santo y lleno de pecadores, su propia casa. Sí, porque en ese Reino al que somos invitados, en el que se nos anima a descansar, ya no somos extraños, sino que somos hijos: somos parte de él mismo. El salmo también la refleja con otras palabras: “El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano”. El que se posa en sus ramas, crece, y creciendo hace crecer el Reino. El que se confía y sostiene en él, a pesar de su debilidad, crece y se alza de forma misteriosa también, hasta tal punto que manifiesta, en su pobreza, la belleza propia de los cedros del Líbano: Quien ha contemplado aquellos árboles frondosos en la tierra santa, entiende la grandeza de la imagen: abierto, con fuertes ramas y verdes hojas, capaz de esconder dentro de sí a tantos y tantos pájaros…

El crecimiento del Reino se une directamente con el crecimiento de los creyentes. A veces, este crecimiento es evidente, se da en nosotros a grandes pasos, o mejor aún, nos permite tomar la suficiente distancia como para valorar la obra grande que Dios hace en su Reino, en el que nosotros somos también acogidos, queridos, cuidados. Otras veces, la mayoría, el crecimiento se realiza misteriosamente, pues el reino ha comenzado por una semilla que se ha plantado en la tierra, que ha tenido que morir para dar mucho fruto, el Señor Jesús, crucificado, muerto y sepultado, y por lo tanto somos acogidos en la medida en que nosotros mismos vamos entrando en esa dinámica de muerte y resurrección: el Reino crece en la medida en la que el misterio pascual se realiza en nosotros.

Y nosotros nos reconocemos en ese árbol frondoso en la medida en la que nos vamos dejando trabajar por Dios así, misteriosamente, en lo profundo del corazón, por obra de la gracia. ¿Abrimos el corazón a ser acogidos por Dios así, desde lo pequeño? ¿Acogemos que el misterio del Reino crece por el misterio de la cruz, deseamos de hecho que así suceda en nosotros? Porque, tan natural como ver crecer el árbol hasta acoger en sí a tantos y tantos, es contemplar que el Reino de Dios, que Él ha sembrado amorosamente, crece incluso por encima de todas nuestras incapacidades y egos para valorar el inmenso y transformador amor que nos tiene el Señor.
Diego Figueroa

domingo, 10 de junio de 2018

PRIMERA LECTURA
Pongo hostilidad entre tu descendencia y la descendencia de la mujer
Lectura del libro del Génesis 3, 9-15
Cuando Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:
«¿Dónde estás?».
Él contesto:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».
«La serpiente me sedujo y comí».
«Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuanto tú la hieras en el talón».
Palabra de Dios
Sal 129, 1b-2. 3-4. 5-7ab. 7cd-8
R. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos 
a la voz de mi súplica. R.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quien podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes temor. R.
Mi alma espera en el Señor, 
espera en su palabra; 
mi alma aguarda al Señor, 
más que el centinela la aurora. 
Aguarde Israel al Señor, 
como el centinela la aurora. R.
Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa; 
y él redimirá a Israel 
de todos sus delitos. R.
SEGUNDA LECTURA
Creemos y por eso hablamos
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 13 – 5,1
Hermanos:
Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito:
«Creí, por so hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.
Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos mas reciban la gracia, mayor sea le agradecimiento, para gloria de Dios.
Por eso, no nos acobardamos, sino que, aun cuanto nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día.
Pues la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.
Porque sabemos que si se destruye esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 12, 31b -32
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera 
– dice el Señor -.
Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, 
atraeré a todos hacia mí. R.
EVANGELIO
Satanás está perdido
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 3, 20-35
En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que lo los dejaban ni comer.
Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, por que se decía que estaba fuera de sí.
Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En vedad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Palabra del Señor

NO ECHAR LA CULPA AL OTRO
Es difícil reconocer el propio fracaso, admitir personales limitaciones, confesar sinceramente nuestra culpabilidad. No son demasiados los sinceros que viven en humildad y verdad.

La liturgia de este domingo décimo del tiempo ordinario nos propone como primera lectura el relato de la primera tentación del paraíso, narrada en el capítulo tercero del Génesis. El hombre se siente desnudo en la presencia de Dios, que le pregunta si ha comido del árbol prohibido. Adán echa la culpa a Eva, su mujer. Dios dice a Eva por qué ha incitado a su marido y ella echa la culpa a la serpiente.

La sinceridad es una asignatura pendiente en la vida de muchos cristianos, porque el recurso fácil de autodefensa es culpar al otro. Nosotros siempre somos los buenos, los sufridos, las víctimas de todo y de todos. Son los demás los malos, los que incitan, los que hacen caer, los que no nos dejan vivir en la plenitud de los bautizados, los que desgarran nuestra alegría. La eterna canción de hoy y de siempre son los demás.

Existe también el peligro de querer arreglar las cosas que van mal siendo exigentes con los que tienen responsabilidad, con los que nos mandan. En la Iglesia queremos que se conviertan los curas y los obispos y nosotros no vemos la urgencia de la propia conversión. Pedimos que el Papa se comprometa más y hable más claro y nosotros estamos mudos y con las manos atadas. Pienso que en la hora actual de la Iglesia no es todo responsabilidad de los de arriba, sino compromiso de los de abajo.

Evidentemente que todo influye porque vivimos en mutuas relaciones. Nuestras actitudes y silencios, nuestras alegrías y dolores repercuten en los demás, y a la inversa. Pero en definitiva cada uno con su nombre y apellido propio es el responsable. Todos somos llamados al juicio de Dios: ¿Cuál es nuestro compromiso en la Iglesia y nuestro concurso en el mundo? No es excusa afirmar que estamos en una etapa de tránsito, de crisis, de desorientación; que no vemos claros los cambios en la Iglesia; que son demasiado duras las exigencias que la fe nos pide para con los pobres.

Sabemos -y el evangelio de este domingo nos lo recuerda- que la vida es una continua lucha contra el mal, llámese serpiente, Satanás o Belzebú. Nuestra lucha contra el espíritu del mal es el gran reto de los que creen en Dios Salvador. Es preciso llenarse de la fuerza de Cristo para poder triunfar sobre el espíritu que nos tira por tierra y nos impide andar en verdad.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Génesis 3, 9-15Sal 129, 1b-2. 3-4. 5-7ab. 7cd-8
san Pablo a los Corintios 4, 13 – 5,1según san Marcos 3, 20-35
de la Palabra a la Vida
En esta vida tenemos un enemigo. Uno y sólo uno. No podemos ir por ella pensando que todo es bueno, que todo está bien, que todo será fácil o no tendrá que ser. Es un enemigo declarado desde el principio, desde el Génesis. Existe una hostilidad real, una guerra sin cuartel, una lucha a vida o muerte. No son formas de hablar, pues el mismo Dios ha dejado claro desde Adán y Eva que así será hasta que Él vuelva. Entonces será vencido, porque ya ha sido vencido, pero obra en medio de nosotros, aquel que desde el principio se ha puesto contra Dios y contra el hombre.

Satanás busca, desde el principio, sencillamente, que no hagamos la voluntad de Dios. En eso consiste su tarea, en separarnos de Dios y en separarnos de su voluntad, una tarea que realiza normalmente mediante el engaño. Así, mientras que forman la familia de Dios, tal y como Jesús dice en el evangelio de hoy, los que hacen la voluntad de Dios, se alejan de esa familia aquellos que, al escuchar la voluntad de Dios, prefieren no hacerla.

Hasta tal punto quiere el Señor que nosotros hagamos, como Él hace, la voluntad del Padre, que incluso en el caso de que el tentador nos engañe, Él permanece dispuesto a perdonar para que podamos volver a escuchar su Palabra, a cumplir con la voluntad de Dios. Por eso, el salmo nos recuerda que “del Señor viene la misericordia, la redención copiosa”. Porque el Señor concede su perdón a todo aquel que confía en su poder y en su victoria: sólo queda fuera de ese perdón quien considera que la misericordia del Señor tiene límites, que su poder no alcanza a la victoria sobre el pecado, que la conversión, fruto de la cooperación del Espíritu en nosotros, es imposible. Cada vez que encontramos, por tanto, a Jesús expulsando demonios en el evangelio, cada vez que hace así en la vida de la Iglesia, manifiesta la realidad de su victoria, que ya ha sucedido, nos invita a seguir confiando en su poder.

La debilidad y el pecado quieren hacer mella, no sólo en nuestras acciones, sino también en nuestra capacidad para cambiar el corazón, pero el Señor está de nuestro lado: por eso podemos repetir una y otra vez, ante la tentación, ante el deseo o la ira, ante la impaciencia o la desconfianza, con el salmo de hoy: “Mi alma espera en el Señor”.

La celebración de la Iglesia es siempre una invitación a escuchar la Palabra de Dios para cumplirla, y además una manifestación de cómo Dios vence al pecado y al Tentador por obra de la gracia. Cuando la Iglesia escucha hoy estas lecturas, tiene que entender el aliado tan poderoso que tiene, el amigo verdaderamente fuerte y sabio que tiene, para no dejarse llevar por cualquier forma de engaño de quien no le quiere ningún bien.

La obra de la gracia crea una sensibilidad y una sabiduría en el corazón del hombre que le tienen que servir para reconocer las insinuaciones del tentador y no prestarles atención. ¿Quién me quiere bien? Cristo y sus amigos, la Iglesia. ¿Quién busca aprovecharse de mí y dejarme solo? Satanás. Confiemos en la palabra del Señor en la Iglesia, recordando las palabras que dirigió a Pedro en el evangelio de san Mateo: “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”.
Diego Figueroa

domingo, 3 de junio de 2018

PRIMERA LECTURA
Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros
Lectura del libro del Éxodo 24, 3-8
En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todas las palabras del Señor y todos sus decretos; y el pueblo contestó con voz unánime:
«Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor».
Moisés escribió todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes de los hijos de Israel ofrecer al Señor holocaustos e inmolar novillos como sacrificios de comunión. Tomó Moisés la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió:
«Haremos todo lo que ha dicho el Señor y le obedeceremos».
Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo, diciendo:
«Esta es la sangre de la afianza que el Señor ha concertado con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras».
Palabra de Dios
Sal 115, 12-13. 15 -16. 17-18 
R. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
¿Cómo pagaré al Señor 
todo el bien que me ha hecho? 
Alzaré la copa de la salvación, 
invocando el nombre del Señor. R.
Mucho le cuesta al Señor 
la muerte de sus fieles. 
Señor, yo soy tu siervo, 
hijo de tu esclava; 
rompiste mis cadenas. R.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, 
invocando tu nombre, Señor. 
Cumpliré al Señor mis votos 
en presencia de todo el pueblo. R.
SEGUNDA LECTURA
La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia
Lectura de la carta a los Hebreos 9, 11-15
Hermanos:
Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su «tienda» es más grande y más perfecto: no hecha por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado.
No lleva sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna.
Si la sangre de machos cabríos y de toros, y la ceniza de una becerra, santifican con su aspersión a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, para que demos culto al Dios vivo.
Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 6, 51
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo – dice el Señor -; 
el que coma de este pan vivirá para siempre. R.
EVANGELIO
Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre
Lectura del santo evangelio según san Marcos 14, 12-16. 22-26
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
«¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»
Él envió a dos discípulos, diciéndoles:
«ld a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”
Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí»
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
«Tomad, esto es mi cuerpo.»
Después, tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron.
Y les dijo:
«Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».
Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA EUCARISTÍA ES LA MÁS BELLA INVENCIÓN DEL AMOR
Pensemos en los grandes amantes. Su amor es ingenioso, su ternura es creativa. Cuando la distancia los separa, los recuerdos de su rica imaginación posibilitan los signos de presencia contínua. Las cartas, las fotos, las flores, el teléfono, hacen un poco más soportable la ausencia del otro. Mil regalos, aunque sean muy cálidos, no pueden reemplazar el encuentro cara a cara de dos personas que se unen en un beso. Porque el mejor gesto es el contacto directo.

Por misericordia para con nosotros, Jesús ha reunido en la Eucaristía un signo causado por su ausencia y el realismo de su divina y humana presencia. Tal es la comunión del pan del cielo, signo de vida eterna en la tierra. Porque quiso que el mismo gesto de amor fuese ofrecido a todos los hombres de todos los tiempos, Jesús desapareció ausentándose en la Ascensión. Desde entonces, al ser Señor del espacio y del tiempo, puede abarcar con una sola mirada todo el universo y su historia. Esta distancia oculta una presencia siempre real, aunque más discreta para poder ser más universal.

En el signo del pan partido sobre la mesa de la Iglesia está la realidad de la persona de Cristo, crucificado y resucitado, verdaderamente presente para nosotros. Su poder y amor infinito no queda reducido a un puro símbolo que evoca solamente su paso breve por el mundo. Porque pudo y porque quiso, Cristo permanece con nosotros realmente presente, en el pan roto y compartido y en el cáliz consagrado de la nueva alianza.

La Eucaristía es el velo más sutíl, el mínimo, que permite a Jesús regalar a todos sus hermanos el máximo de su presencia a través del banquete divino. Jamás podremos dejar de adorar este sublime gesto de amor de Cristo.

“Tomad y comed: es mi cuerpo”. “Tomad y bebed: es mi sangre”. Palabras sencillas y acogedoras, que encierran el misterio del Señor, que descansa en el altar antes de penetrar en nuestro corazón. Son el signo elocuente de la ternura infinita.

En el altar de todas las iglesias, en el sagrario del templo más sencillo, en la custodia más artística que sale procesionalmente a la calle el día del Corpus, Jesús, el Salvador, el Señor, está verdaderamente presente. La Eucaristía es la más bella invención del amor de Cristo.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Éxodo 24, 3-8Sal 115, 12-13. 15 y 16bc. 17-18
Hebreos 9, 11-15san Marcos 14, 12-16. 22-26
de la Palabra a la Vida
Los antiguos entendían que en la sangre se encuentra la sede de la vida. Cuando la sangre se pierde, la vida se va. Cuando la sangre se da, se da la vida. Pero por Cristo todo ha sido renovado de tal forma que en la creación se inserta, no sólo la vida, sino también la vida eterna.

Así nos sucede con el agua del bautismo, agua que por la invocación del nombre de la Trinidad, nos confiere vida eterna. Así nos sucede con el pan y el vino, que por la invocación del Espíritu Santo se transforman en alimento divino, comunión con la vida eterna que Cristo nos ha conseguido por Pascua.

Por eso, las lecturas que escuchamos en este domingo del Corpus Christi nos acercan al misterio de la sangre a lo largo de la historia de la salvación. Para el pueblo de Israel, la sangre del cordero inocente con la que se regaba el propiciatorio del arca de la alianza purificaba al pueblo de sus pecados. Sin embargo, como el sumo sacerdote no era sin mancha, era necesario que cada año entrara a pedir perdón por los pecados propios y del pueblo. Al llegar la plenitud de los tiempos, el rito ha alcanzado también la plenitud en Jesucristo. El sumo sacerdote del Nuevo Testamento, a la vez cordero inmaculado, ha derramado su propia sangre una vez para siempre por la salvación de su pueblo, por el perdón de nuestros pecados.

De esta forma, no es solamente el culto pleno el que puede darse, eterno, perfecto, sino que la alianza también es ahora alianza nueva y ya eterna: la sangre de Cristo, derramada por nuestra salvación, contiene la fuerza de vida suficiente como para obtener el perdón de los pecados, como para que el hombre pueda recibir la victoria sobre el pecado y la muerte.

De ahí que la gran novedad de Cristo tiene un punto culminante, que presentaba la carta a los Hebreos: nos lleva al culto del Dios vivo. El culto del Dios vivo no sucede una vez al año, sucede durante toda la vida. Al nuevo sacerdote, con la nueva ofrenda, le complementa el nuevo santuario, Cristo mismo en quien nosotros somos uno. Por eso, la vida entera del creyente, de aquel que recibe en la eucaristía la sangre de Cristo, se convierte en vida nueva, vida ofrecida.

A Dios se le da gloria con la vida entera, con nuestras palabras y decisiones, con nuestros deseos y nuestros pensamientos, con nuestras acciones de cada día. De ahí que la celebración del sacramento dé paso a la celebración de la vida. Y, además, sin solución de continuidad. Así como el “amén” de la plegaria eucarística encuentra rápida continuidad en el “amén” de la comunión, la celebración del sacramento conduce inmediatamente a la celebración de la vida como ofrenda al Padre, realmente, el Espíritu ha convertido nuestro espíritu en el Espíritu de Cristo, como si de una transfusión se tratara, y ahora todo nuestro ser alaba al Padre por Cristo.

¿Cómo es la ofrenda al Padre que hago de mi vida? ¿Experimento en mí “sí” al Padre de cada día la unión con el “sí” de Cristo? ¿Puedo hablar de que hay una continuidad entre el alimento que recibo en misa y el alimento en que me convierto fuera de ella?

El Corpus es, sin duda, fiesta sacramental, y por lo tanto, manifestación de la Iglesia y del creyente. Por eso, al contemplar la ofrenda de Cristo en la última cena, presentemos hoy nuestra ofrenda sacerdotal, el compromiso de toda una vida agradable a Dios.
Diego Figueroa