domingo, 26 de agosto de 2018


PRIMERA LECTURA
Serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!
Lectura del libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b
En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén y llamó a los ancianos de Israel, a los jefes, a los jueces y a los magistrados. Y se presentaron ante Dios.
Josué dijo a todo el pueblo:
«Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir: si a los dioses a los que sirvieron vuestros al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis; que yo y mi casa serviremos al Señor».
El pueblo respondió:
«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses! Porque el Señor nuestro Dios es quien nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de Egipto, de la casa de la esclavitud; quien hizo ante nuestros ojos aquellos prodigios y nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los pueblos por los que atravesamos.
También nosotros serviremos al Señor: ¡porque él es nuestro Dios!».
Palabra de Dios.
Sal 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca; 
mi alma se gloría en el Señor: 
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Los ojos del Señor miran a los justos, 
sus oídos escuchan sus gritos; 
pero el Señor se enfrenta con los malhechores, 
para borrar de la tierra su memoria. R.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha 
y lo libra fe sus angustias; 
el Señor está cerca de los atribulados, 
salva a los abatidos. R.
Aunque el justo sufra muchos males, 
de todos lo libra el Señor; 
él cuida de todos sus huesos, 
y ni uno solo se quebrará. R.
La maldad da muerte al malvado, 
y los que odian al justo serán castigados. 
El Señor redime a sus siervos, 
no será castigado quien se acoge a él. R.
SEGUNDA LECTURA
Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios Ef 5, 21-32
Hermanos:
Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo: las mujeres, a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpo suyos que son.
Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.
«Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán os dos una sola carne».
Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Jn 6, 63c. 68c
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida;
tú tienes palabras de vida eterna. R.
EVANGELIO
¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna
Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 60-69
En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os h dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, a ¿quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA OPCIÓN FUNDAMENTAL DEL CRISTIANO
En este domingo vigésimo primero del tiempo ordinario terminamos de meditar el capítulo sexto del evangelio de San Juan, que es el gran discurso eucarístico tenido por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún sobre el “pan de vida”. Para ser reconocido como Redentor del mundo y dador de la vida eterna por medio de su inmolación en la cruz, que se renueva siempre en la eucaristía, Jesús exige creer en él sin reservas, y aceptar el don de su cuerpo y de su sangre.

El texto que se lee en el evangelio de hoy nos presenta un tema muy actual, la tensión que se da entre el creer y el no creer, entre la aceptación y el rechazo, entre la adhesión y el distanciamiento, entre la divinidad que Jesús pide para su persona y la humilde condición familiar de su origen terreno. Esta misma tensión se ha repetido constantemente en la historia de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Son muchos los que quieren justificar su increencia amparándose en el aspecto humano de los cristianos, es decir, los que afirman que no creen en los curas, ni en los obispos, ni en el Papa. ¡Claro que no hay que creer en los curas, sino en Cristo! Pero para poder aceptar a Cristo, hay que aceptar, sin radicalismos ni exigencias angélicas, a los que forman la Iglesia, con sus limitaciones y condicionamientos humanos.

No es fácil aceptar el mensaje de Jesús, creer en sus palabras, reconocerlo como “el pan bajado del cielo”. En un mundo en el que priva el positivismo, el marxismo, el pragmatismo, el discurso eucarístico parece fuera de lugar. Ya los judíos contemporáneos de Jesús dijeron que “este modo de hablar es inaceptable”. Es verdad que la revelación de Cristo, si no se acepta desde la fe, puede provocar la decepción de muchos o la adhesión incondicional de los discípulos que por boca de Pedro repiten: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna: nosotros creemos”.

Jesús es la opción fundamental para el creyente, que no se echa atrás, ni quiere escaparse del compromiso de la fe. El cristiano opta por la humildad frente al orgullo; por el Dios vivo, que exige fidelidad, frente a los falsos ídolos muertos, que no exigen nada; por el amor total frente al egoísmo; por la fe, que es fruto del Espíritu, frente al mero razonamiento humano de la carne; por la gracia, frente al pecado.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Josué 24,1-2a.15-17.18bSal 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23
san Pablo a los Efesios 5,21-32san Juan 6, 60-69

de la Palabra a la Vida
Cincuenta kilómetros. Cincuenta. Esa es la distancia entre Lc 9,18 y Jn 6,69. Es la distancia entre Cesarea de Filipo, donde los sinópticos sitúan la confesión de fe de Pedro: “Tú eres el santo de Dios”, y Cafarnaúm, donde Juan sitúa esta confesión del evangelio de hoy: “Tú eres el santo de Dios”.

Todo el discurso de Jesús acerca del pan vivo, acerca de la eucaristía, acerca de comer y beber a Jesús… puede terminar de dos formas muy lejanas una de la otra, mucho más que esos circunstanciales cincuenta kilómetros. Una forma es marcharse: la mayoría, dice el evangelio de hoy, de los que escucharon a Jesús, no creyeron en sus palabras, duras, desagradables, ofensivas, fantásticas… Sin embargo, la otra forma es quedarse con Él porque, a pesar de todo, sólo Él tiene palabras de vida eterna y sólo Él es el pan de vida. Es más, quien decide quedarse con Jesús a pesar de las cosas que dice, termina aprendiendo que las cosas que dice son tan verdaderas como necesarias. Y esto afianza la confesión de fe y lleva a creer todavía con más firmeza en Jesús.

En la vida sucede que uno ya ha vivido demasiadas cosas con Dios, al lado de Jesucristo, como para pensar echarse atrás después de unas palabras difíciles de asumir. La primera lectura nos ofrece un ejemplo precioso del Antiguo Testamento, cuando Josué, tras morir Moisés, pone también ante estos dos caminos a su pueblo para que, en medio de las dificultades y ante el trance de la tierra prometida, decidan qué quieren hacer. Entonces, la memoria y la sabiduría deciden: “él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor”.

Bien sabe Pedro también todo lo que han vivido con el Señor, todo lo que han visto y escuchado: “Tú eres el santo de Dios”, que en palabras del Antiguo Testamento sería: “El Señor es nuestro Dios”. Si Josué anima a Israel a la fe en Dios, en el evangelio Cristo es presentado como el nuevo Josué, que anima a perseverar en la fe al nuevo Israel, simbolizado en los Doce: ellos perseverarán, y llevarán el evangelio a todas partes.

Y este es el evangelio, que el hombre no puede conseguir nada por sus propias fuerzas, y que Jesús, el Santo de Dios, viene del cielo y de allí ofrece al Nuevo Israel el verdadero pan del cielo, que se come y se vive para siempre, y el Espíritu que da vida. Así aprende el hombre a cumplir la voluntad del Padre. En este don de Cristo para cumplir la voluntad de Dios, se enmarca la doctrina eucarística que hemos recibido de Cristo en estos evangelios de Juan, estos cinco últimos domingos: con respecto a la fe, con respecto a la eucaristía, o se confiesa o se rechaza, o se identifica o se escandaliza.

Por eso, terminados estos domingos, ¿también vosotros queréis marcharos? ¿O queréis quedaros? ¿Queréis reconocer al Santo de Dios? Los que se quedan, el Nuevo Israel, son los Doce, y esto no es casual, es muy significativo: la fe eucarística está unida a la fe eclesial. Crecer en la fe y amor a la eucaristía, o conlleva crecer en la fe y el amor a la Iglesia, o es una impostura. ¿Estos evangelios me animan a querer vivir más la eucaristía en la Iglesia? ¿Acepto una vida creyente implicado en este Nuevo Israel? He aquí el escándalo: el Señor, el Santo de Dios, se nos da, y nos da una vida que por nosotros no podemos tener. Nos la da porque quiere la vida del mundo.
Diego Figueroa

domingo, 19 de agosto de 2018

PRIMERA LECTURA
Comed de mi pan, bebed el vino que he mezclado
Lectura del libro de los Proverbios 9, 1-6
La sabiduría se ha hecho una casa, ha labrado siete columnas, ha sacrificado víctimas, ha mezclado el vino y ha preparado la mesa.
Ha enviado a sus criados a anunciar en los puntos que dominan la ciudad:
«Vengan aquí los inexpertos»; y a los faltos de juicio les dice: «Venid a comer de mi pan, a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la inteligencia».
Palabra de Dios.
Sal 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento, 
su alabanza está siempre en mi boca; 
mi alma se gloría en el Señor: 
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Todos sus santos, temed al Señor, 
porque nada les falta a los que lo temen; 
los ricos empobrecen y pasan hambre, 
los que buscan al Señor no carecen de nada. R.
Venid, hijos, escuchadme: 
os instruiré en el temor del Señor; 
¿Hay alguien que ame la vida 
y desee días de prosperidad? R.
Guarda tu lengua del mal, 
tus labios de la falsedad; 
apártate del mal, obra el bien, 
busca la paz y corre tras ella. R.
SEGUNDA LECTURA
Daos cuenta de lo que el Señor quiere
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 15-20
Hermanos:
Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos.
Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere.
No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu.
Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor.
Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 6, 56
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El que como mi carne
y bebe mi sangre – dice el Señor –
habita en mí y yo en él. R.
EVANGELIO
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida
Lectura del santo Evangelio según san Juan 6,51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
EL BANQUETE SAGRADO
Comer juntos es el acto más expresivo de la vida familiar y el momento más fuerte de vinculación y crecimiento en el amor común. En el plano humano es asimilar el poder de otra cosa, es reconocer que uno solo no se basta, es llegar a ser adulto, es mantenerse en la vida y reforzar el signo de unidad y de alegría.

Pero el banquete siempre ha tenido un carácter sagrado y difícilmente se dan acciones sagradas sin banquete. Comer en el plano divino es participar en la vida de la divinidad, es divinizarse por connaturalidad y por asimilación. La asimilación del alimento es la expresión fundamental de la asimilación de Dios. Por eso en todas las culturas religiosas, de una forma u otra, siempre han existido los banquetes sagrados, que desde una valoración pagana, podían ser totémicos, sacrificiales y mistéricos.

Lo que no puede negarse al cristianismo es una peculiar originalidad al imprimir al banquete unos valores profundos y singulares. La “fracción del pan eucarístico”, desde sus orígenes, es el modo perenne de relación con Dios y de actualización de la obra redentora de Cristo. A los primeros cristianos ya se les reconocía públicamente por este banquete sagrado, signo de la mutua caridad, esencialmente vinculada a la “fracción”. La Eucaristía es por un lado perfección de toda una serie de signos prefigurativos veterotestamentarios, y por otro, memorial y recuerdo de los acontecimientos salvíficos cumplidos por Cristo en su muerte y resurrección.

La perícopa evangélica de este vigésimo domingo ordinario, precedida por la lectura proverbial del “banquete de la sabiduría” es quizá una homilía de la Iglesia primitiva, una meditación sobre la cena pascual de todos los domingos, una concentración densa de teología eucarística.

El cristiano vive en permanente invitación a la comunión con la sabiduría divina y con Cristo a través de la Eucaristía. La comunión eucarística transforma al creyente en himno de alabanza a Dios, en Cuerpo de Cristo, en Palabra viva que testimonia ante el mundo la salvación. La Eucaristía es sacramento de la fe, sacrificio pascual, presencia de Cristo, raíz y culmen de la Iglesia, signo de unidad, vínculo de amor, prenda de esperanza y de gloria futura.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Proverbios 9, 1-6Sal 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15
san Pablo a los Efesios 5, 15-20san Juan 6,51-58

de la Palabra a la Vida
Desde muy antiguo y en multitud de ritos, la Iglesia ha cantado llegada la hora de la comunión con el salmo 33: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. Ese sentido eucarístico del salmo lo emplea la Iglesia en las lecturas de hoy: Si creéis, gustad. Si habéis escuchado estas duras palabras del Señor y las habéis creído, gustad.

Jesús emplea, en este momento del discurso, un vocabulario duro, palabras con una cierta crudeza que encontramos también en nuestra traducción española, con las cuales se intenta reflejar el realismo eucarístico, se busca acentuar la verdad de lo que Jesús dice. Al hablar del cuerpo y de la sangre entendemos bien que Jesús está hablando de la totalidad de su ser, que son entregados para la vida del mundo -en vocabulario de Juan-, entregado por vosotros -en los sinópticos-.

Es por esto que el alimento que Jesús ofrece es un alimento verdadero, es decir, el único alimento verdadero, como comida y bebida, para la vida eterna. Quien permanece entonces en ese alimento permanece con vida para siempre, con vida eterna. Este permanecer que Jesús advierte es el que resaltará después, con la vid y los sarmientos: Jesús quiere que permanezcamos en Él para que resucitemos a su vuelta, en el último día. La eucaristía, por tanto, el alimento que recibimos hoy, no nos habla solamente de hoy, nos habla de la vida eterna. Es un alimento que fortalece nuestra esperanza, que nos hace recibir algo de la eternidad ya, y por eso hay que gustarlo. Gustad y ved… Cuando Jesús ofrece este alimento, no quiere dar algo como el maná, que los antiguos comieron y murieron, lo suyo es algo verdadero, duradero, en lo que quiere que perseveremos.

Por eso, en el mandato de Jesús y en su advertencia de valorar lo verdadero, las palabras de la primera lectura adquieren también su pleno sentido: “Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia”. La prudencia es tomar el alimento de Jesús, alimento eucarístico, con el que Jesús obra la salvación y con el que nos da la salvación. Aquí ya no hay metáforas, no hay imágenes, aquí hemos pasado a la realidad, a la verdad de las cosas: comer la carne es algo que tiene un sentido negativo en la Sagrada Escritura, que hace referencia a la venganza, pero aquí tiene un sentido de vida, sentido positivo, que sólo puede recibir si se trata de la carne y la sangre de la eucaristía. Así dan a entender las palabras de los sinópticos: “Tomad, comed”, “tomad, bebed”. Gustad y ved… La Iglesia tiene ante sí un mandato que no puede descuidar, porque en ese alimento tiene la vida eterna. Hace que aquel que lo coma, aunque muera, viva, porque es un principio de vida en nosotros, es algo muy serio, que debe ser comido y bebido dignamente.

Quizás sea un buen momento, en medio del tiempo del verano, para profundizar un poco más en este misterio eucarístico, en este alimento que nos hace sabios y duraderos a la vez que envejecemos. Se profundiza orando y se profundiza leyendo. Se profundiza celebrando, claro: toda una celebración para recibir la eucaristía. La misa no es un envoltorio eucarístico, necesitamos escuchar para poder gustar, necesitamos confesar la fe para poder comer y beber, necesitamos reunirnos para poder experimentar la unión que realiza esta comida. ¿Vivo todas estas dimensiones de la celebración? ¿Me preocupo por crecer en la experiencia de la misa o me da igual con tal de comulgar? Separar la comunión de la celebración es separar la Iglesia de mí, pues ella me da lo que recibo. “Gustad y ved” es un plural… Gustad y ved habla de Iglesia y habla de eternidad.
Diego Figueroa

domingo, 12 de agosto de 2018

PRIMERA LECTURA
Con la fuerza de aquel comida, caminó hasta el monte de Dios
Lectura del primer libro de los Reyes 19, 4-8
En aquellos días, Elías anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta que, sentándose bajo una retama, imploró la muerte diciendo:
«¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!».
Se recostó y quedo dormido bajo la retama, pero un ángel lo tocó y le dijo:
«¡Levántate, come!».
Miró alrededor y a su cabecera había una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y volvió a recostarse. El ángel del Señor volvió por segunda vez, lo toco y de nuevo dijo:
«Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo».
Elías se levantó, comió, bebió, y, con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.
Palabra de Dios.
Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento, 
su alabanza está siempre en mi boca; 
mi alma se gloría en el Señor: 
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, 
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió, 
me libró de todas mis ansias. R.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, 
vuestro rostro no se avergonzará. 
El afligido invocó al Señor, 
él lo escucha y lo salva de sus angustias. R.
El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen
y los protege. 
Gustad y ved qué bueno es el Señor, 
dichoso el que se acoge a él. R.
SEGUNDA LECTURA
Vivid en el amor como Cristo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 30-5, 2
Hermanos:
No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con que él os ha sellado para el día de la liberación final.
Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.
Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 6, 51
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo – dice el Señor -;
el que coma de este pan vivirá para siempre. R.
EVANGELIO
Yo soy el pan vivo que ha bajado del ciclo
Lectura del santo Evangelio según san Juan 6,41-51
En aquel tiempo, los judíos murmuraban de Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían:
«¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo:
«No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado.
Y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.”
Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.
No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
“LEVÁNTATE, COME, QUE EL CAMINO ES SUPERIOR
A TUS FUERZAS”
La vida es camino, camino duro y exigente de maduración personal, que a través de diversas y sucesivas etapas ofrece una gama de experiencias y provoca compromisos. El hombre necesita constantemente el alimento que repara el desgaste de fuerzas del camino, pues de lo contrario no cumple su misión, y agotado se desea la muerte, que es el “stop” definitivo de la existencia humana.

Elías, modelo del profetismo bíblico, sufre la persecución de la reina fenicia que domina en Israel, y tiene que huir al desierto. Su fuga es una peregrinación a las fuentes de la Biblia y de Israel, caminando durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Pero el camino por el desierto provoca crisis interior, angustia, soledad, pánico y hasta el deseo de la muerte. No tiene fuerzas para seguir. Entonces escucha la voz del ángel: “levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas”. El pan que comió Elías, es anticipo del pan de Cristo. El cristiano debe ser consciente de que necesita comulgar el pan de la vida para abandonar rutas de muerte, sin futuro de salvación. Gracias al viático eucarístico se pone en pie y se sitúa en la verdadera senda.

El creyente, además, ha de superar una segunda crisis: la de quedarse en análisis humanos y en visiones carnales. Les pasó a los judíos y nos puede pasar a nosotros. No hay que ver a Cristo como el hijo de José, sino como el Hijo de Dios. Jesús no es mero ciudadano de la tierra, sino el pan que ha bajado del cielo. Su humanidad es la transparencia de la presencia amorosa de Dios en medio de los hombres. Creer en la encarnación es superar una sabiduría crítica miope. El hombre con fe camina no hacia la muerte, sino hacia la vida misma de Dios.

El último versículo del evangelio de hoy nos reproduce, quizá, la fórmula más semítica y original de la consagración eucarística. “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”, Cristo -pan de vida- es gracia y fuerza divinizante, germen verdadero de la resurrección del hombre y de la nueva creación.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Reyes 19,4-8Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
san Pablo a los Efesios 4, 30-5, 2san Juan 6,41-51

de la Palabra a la Vida
Para poder alcanzar los objetivos que uno se propone en la vida, es necesario alimentarse correctamente, descansar lo necesario…, una cierta disciplina, podríamos decir. Por eso, tanto el profeta en la primera lectura como el Señor en el evangelio, nos advierten hoy de la importancia de comer para vivir, de comer para poder subir, para alcanzar la cumbre. Lo más básico, aquello que los antiguos aprendieron en el desierto, esa necesidad de comer bien, le da pie a Jesús para explicar que el alimento que Él da es crucial, es indispensable. Ciertamente, su afirmación inicial, ser el pan vivo, le general una oposición crítica muy fuerte: hay en las palabras de los judíos un matiz despectivo, con el sarcasmo propio de quien no cree.

Es por eso que se burlan de Jesús, aludiendo a su origen; pero Jesús no trata nunca el tema de su origen desde el plano humano, sino siempre desde el plano teológico, porque él viene de lo alto, del cielo, y por lo tanto para creer en Jesús es necesario aceptar sus orígenes, en los que se cree por la fe. Aquel que, por esa fe, cree en Jesús, es llevado por Él mismo hasta el Padre, es atraído por el Padre hacia su comunión. También el mismo Jesús dice en Jn 12 que Él mismo atrae hacia sí, cuando es elevado en la cruz. Por eso, para poder acoger la radical afirmación acerca del pan vivo, es necesario ser antes discípulos, es necesario haber recibido la revelación, de tal forma que en ella uno reciba al Dios que se da a conocer exteriormente, pero también al Dios que actúa en lo profundo del corazón. El discípulo tiene que escuchar atentamente la Palabra de Dios, y así recibir lo necesario para vivir. Sin duda que el libro del profeta Isaías resuena aquí una y otra vez, como fundamento de todo este discurso: “Escuchadme y viviréis” (Is 55). Teniendo en cuenta lo que nos cuesta escuchar, lo que nos cuesta salir de nosotros mismos, aceptar lo que otros nos enseñan, nos descolocan, nos corrigen, en esta advertencia que aquí resuena podemos decir que nos jugamos mucho.

Y en esta invitación a escuchar, a acoger el misterio de Dios, en esta llamada a dejarnos atraer por el Señor y creer en Él, en este camino de revelación que es la historia, pero que es también nuestra propia historia en la que Dios nos va hablando, en la que se comunica con nosotros, nos encontramos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Aquí hay un nivel más. El pan es una imagen típica de la revelación divina, con la que Dios da vida, da sentido a nuestra vida: ahora el pan es la eucaristía. Ahora, resuena en nosotros aquella advertencia de Is 65, según la cual los que se acuerdan del Señor participarán en el banquete mesiánico, y los que lo olviden padecerán hambre y sed. Nosotros vivimos acostumbrados a la eucaristía, como a algo debido, nuestro. Sin embargo, Jesús deja muy claro que este pan de vivir lo da Él, lo da a quien va creyendo, a quien sigue creyendo, pero a quien va avanzando en su fe. Porque es un alimento para caminar. No reafirma al que no quiere avanzar, a ese lo conmueve. Pero al que trata de seguir creciendo en la fe, caminando, a ese le fortalece, le da vida eterna, le da el banquete mesiánico.

¿Cómo no preguntarnos sobre nuestra comunión eucarística? Sobre cómo nos acercamos a ella, no ya sin pecado grave, sino también sin pecado de omisión, deseando avanzar, crecer, vivir. Escuchar es para creer, y creer para desear alimentarse, por eso comer la eucaristía es para quien quiere avanzar con la confianza firme puesta en Dios. En ese desarrollo vivimos nosotros.
Diego Figueroa

domingo, 5 de agosto de 2018

PRIMERA LECTURA
Haré llover pan del cielo para vosotros
Lectura del libro del Éxodo 16, 2-4. 12-15
En aquellos días, la comunidad de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:
«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad».
El Señor dijo a Moisés:
«Mira, haré llover pan del cielo para vosotros: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi instrucción o no.
He oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Diles: “Al atardecer comeréis carne, por la mañana os hartaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor Dios vuestro”».
Por la tarde, una bandada de codornices cubrió todo el campamento; y por la mañana había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino, como escamas, parecido a la escarcha sobre la tierra. Al verlo, los hijos de Israel se dijeron:
«¿Qué es esto?».
Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo:
«Es el pan que el Señor os da de comer».
Palabra de Dios.
Sal 77, 3 y 4bc. 23-24. 25 y 54
R. El Señor les dio pan del cielo.
Lo que oímos y aprendimos, 
lo que nuestros padres nos contaron,
lo contaremos a la futura generación: 
las alabanzas del Señor, su poder. R.
Pero dio orden a las altas nubes, 
abrió las compuertas del cielo: 
hizo llover sobre ellos maná, 
les dio pan del cielo. R.
El hombre comió pan de ángeles, 
les mandó provisiones hasta la hartura. 
Los hizo entrar por las santas fronteras, 
hasta el monte que su diestra había adquirido. R.
SEGUNDA LECTURA
Revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 17. 20-24
Hermanos:
Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad de sus ideas.
Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que lo habéis oído a él y habéis sido adoctrinados en él, conforme a la verdad que hay en Jesús. Despojados del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.
Palabra de Dios
Aleluya Mt 4, 4b
R. Aleluya, aleluya, aleluya
No solo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. R.
EVANGELIO
El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed
Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 24-35
En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros.
Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
Respondió Jesús:
«La obra que Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado»
Le replicaron:
«¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer “».
Jesús les replicó:
«En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo».
Entonces le dijeron:
Señor, danos siempre de este pan».
Jesús les contestó:
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
¿LLUEVE HOY “MANÁ” DEL CIELO?
Qué es el “maná”, el pan del cielo, el pan de los ángeles, el pan de la vida? ¿Es el simple producto de la “tamerix mannifera”, arbusto del desierto sinaítico, que al recibir incisiones en su corteza, dejaba salir un líquido de fuerte poder nutritivo, que se coagulaba rápidamente?.

Para la Biblia el “maná” es un símbolo complejo. Es signo de la prueba, es decir, de la llamada y elección que Dios ha hecho de su pueblo, sacándolo de Egipto y llevándolo al desierto, tierra sin caminos, para que aprenda a avanzar por la senda de la fidelidad. Es signo de la palabra de Dios, verdadero alimento, que hace comprender que el hombre no solo vive de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. Es signo milagroso del amor de Dios, de su cercanía para el hombre, pues desciende desde el cielo. Es signo de la llegada de los tiempos mesiánicos, en los que el hambre desaparecerá y todos gozarán de plenitud.

Frente a los alimentos perecederos, Jesús nos enseña que existe un alimento que perdura para la vida eterna. Frente a los dones concretos, materiales e inmediatos, que remedian el hambre física, es preciso valorar y descubrir el pan que transforma al hombre y le hace nueva creatura en la justicia y santidad verdaderas.

Si Moisés fue profeta para Israel porque les dio el “maná” en el desierto, Cristo es el gran y definitivo Profeta, porque él es el pan verdadero, bajado del cielo, la fuente de la vida divina para todos. Al decir Jesús: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed”, está proclamando su divinidad.

En la liturgia de este decimoctavo domingo ordinario el cristiano es invitado a descubrir y gustar el “maná” del amor y el pan de la vida, que le transforma en hombre nuevo. “¿Qué es esto?” preguntaban los israelitas al ver el “maná”, porque todo don de Dios es al mismo tiempo una pregunta. Y el cristiano debe interrogarse: ¿qué exigencias comporta creer que Cristo es Palabra y Eucaristía?.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Éxodo 16, 2-4. 12-15Sal 77, 3 y 4bc. 23-24. 25 y 54
san Pablo a los Efesios 4,17. 20-24san Juan 6, 24-35

de la Palabra a la Vida
El evangelio de hoy podría ser llamado el prefacio del discurso del pan de vida. Jesús va a proceder a explicar a los judíos que el alimento que Moisés dio a su pueblo en el desierto no era más que una prefiguración del que Él va a dar, pero los judíos no van a comprender este sentido del mayor milagro que hizo Moisés y que hemos escuchado en la primera lectura de hoy, como preparación. Será esto lo que lleve a Jesús a ofrecer el precioso discurso del evangelio de los próximos domingos.

Ahora, viene a decir Jesús a los que le escuchan, vuestras esperanzas mesiánicas se han cumplido. Lo que no ha sucedido con los otros sí se da en mí. Esta contundencia de Jesús no va a facilitar la asimilación de sus afirmaciones, por eso Jesús intenta situar una y otra vez su acción, su presencia misma, en la historia de la salvación, como punto culminante de la misma. Esa extraña pregunta, “¿Cuándo has venido aquí?”, por eso mismo, se interpreta en un sentido teológico, como una forma de querer afirmar que Jesús ha venido no a una orilla u otra del lago, sino en un sentido teológico, del cielo a la tierra, como el Dios que ha venido a encarnarse y así ofrecer alimento a los que estamos en la tierra, un alimento duradero a los que comemos alimentos perecederos. Es la típica catequesis judía, elevada a la plenitud de su sentido: No fue Moisés el que os dio… es Dios mismo el que os da… Jesús puede ofrecer un alimento superior, un
alimento que no pasa, y que hace que, el que lo coma, no pase tampoco. 

Juan nos introduce en una forma de diálogo que conocemos bien, porque es la que emplea también con la samaritana (Jn 4): si a ella le ofrecía un agua que calmaba la sed para siempre, aquí ofrece a los judíos un alimento para no volver a tener hambre, y si la mujer le pedía “dame de esa agua”, aquí los judíos le dicen “danos siempre de ese pan”. Necesitan dar el salto, están ante el salto definitivo, el de la fe: por eso, la obra que el Padre quiere es, sencillamente, que creáis. Creed en Él, no en Moisés. Creed que Él os dio pan y os ha preparado para daros un pan de ángeles.

Jesús cita el relato de Moisés en el Éxodo y los salmos (16 y 78) precisamente para reafirmar la superioridad de su alimento, que desemboca en su afirmación: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí nunca pasará sed”. Esta es la afirmación central del evangelio de hoy, la cumbre a la que hemos ido ascendiendo guiados por Jesús, en la fe. Su presencia es alimento eterno para los hombres. Es el pan que da la vida eterna, al que hay que acercarse, o lo que es lo mismo, en el que hay que creer. En Jesús se cumple la profecía de Isaías, “no pasarán hambre ni sed” (Is 49,10).

Ahora el creyente lee esto, lo escucha, y la fe le anima a confesar, le anima a reconocer que así es, y que quiere de ese pan, que quiere decir su “amén” eucarístico. La fe nos guía del misterio a la celebración, y de la celebración a la vida. Que me baste la eucaristía, que la fe me haga no desear nada más, que me ayude el Dios que ha enviado a su Hijo, el nuevo Moisés, a creer y a desear comer. ¿Veo mi fe guiada así? ¿Afronto así la fuerza de su palabra, de su discurso, en la celebración? ¿Creo que este es el mejor alimento del día, lo mejor del domingo, como para no tener hoy hambre y sed de nada menor?
Diego Figueroa