domingo, 28 de octubre de 2018

PRIMERA LECTURA
Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos
Lectura del libro de Jeremías 31, 7-9
Así dice el Señor:
«Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por la flor de los pueblos; proclamad, alabad y decid:
“¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel!”
Los traeré del país del norte, los reuniré de los confines de la tierra.
Entre ellos habrá ciegos y cojos, lo mismo preñadas que paridas: volverá una enorme multitud.
Vendrán todos llorando y yo los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por camino llano, sin tropiezos.
Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito».
Palabra de Dios
Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6
R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R.
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. R.
Recoge, Señor, a nuestros cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. R.
Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. R.
SEGUNDA LECTURA
Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
Lectura de la carta a los Hebreos 5, 1-6
Todo sumo sacerdote, escogido de entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.
Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a debilidades.
A causa de ella, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo.
Nadie puede arrogarse este honor sino el que es llamado por Dios, como en el caso de Aarón.
Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice en otro pasaje: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».
Palabra de Dios
Aleluya Cf. 2 Tim 1, 10
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Nuestro Salvador, Cristo Jesús, destruyó la muerte,
e hizo brillar la vida por medio del Evangelio. R.
EVANGELIO
“Rabbuni”, haz que recobre la vista.
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 10, 46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más:
«Hijo de David, ten compasión de mí».
Jesús se detuvo y dijo:
«Llamadlo».
Llamaron al ciego, diciéndole:
«Ánimo, levántate, que te llama».
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
«¿Qué quieres que te haga?».
El ciego le contestó:
«Rabbuni, que recobre la vista».
Jesús le dijo:
«Anda, tu fe te ha salvado».
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Palabra del Señor



Comentario Pastoral
VER DESDE LA FE
La curación del ciego Bartimeo se sitúa en la larga lista de los milagros obrados por Jesús con invidentes, y es expresión de un claro mensaje teológico: Israel tiene los ojos ciegos, incapaces de ver los signos de los tiempos y la acción de Dios en la historia. Pero cuando aparezca la figura mesiánica, misteriosa, del Siervo del Señor, se abrirán los ojos de los ciegos.

Por encima de la curación física de Bartimeo hay un signo profundo y mesiánico. La ceguera interior va a ser cancelada. Y es el mismo Jesús el que declara que la fe de este pobre abandonado al borde del camino es la que le ha curado. Y Bartimeo deja manto y caminos, y sigue el itinerario de Jesús y lo acompaña en su destino de muerte y gloria. La historia de este milagro es la historia de una llamada a la fe y al discipulado.

Cristo es el sacerdote y el mediador perfecto que nos libra de nuestra ceguera, enfermedad más simbólica que real, porque manifiesta la ausencia de la luz. La curación de la ceguera es signo de salvación interior. Los seguidores de Jesús son una comunidad de salvados y curados, los pobres, los ciegos, los cojos; los que se levantan ante la llamada del Señor, los que se acercan a él con confianza, los que piden con humildad y sin exigencias.

Hay una interacción mutua entre fe y realidad salvadora. La fe es causa de salvación y la salvación aumenta la fe. La esperanza de liberación que anima a Israel provoca esa misma salvación. La alegría con que se celebra es una alegría anticipada y anticipadora.

Tener fe es ver a Dios como Padre y descubrir el camino de Jesús como camino de salvación.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Jeremías 31, 7-9Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6
Hebreos 5, 1-6san Marcos 10, 46-52

de la Palabra a la Vida
No está al alcance de cualquiera convertir la tristeza en alegría verdadera. Una tristeza larga, de esas que parece que nunca se van a ir, y una alegría duradera, perseverante, de esas capaces de afrontar lo que venga con la confianza rebosante.

El pueblo de Israel tuvo que abandonar la tierra que Dios le había dado y lo hizo llorando. El tiempo de los grandes reyes había pasado, y sólo les quedaban los profetas para advertirles de su infidelidad y su destino. La tristeza se apoderó de todos cuando vieron lo que habían perdido, cuando cayeron en la cuenta de cómo ellos mismos habían sido los que, aunque amonestados durante años, y años, y años, perdían todo aquello que durante tanto tiempo fue su principal motivo de orgullo.

Después de cincuenta años en el destierro volvieron a la Tierra prometida, felices porque Dios no los había abandonado a pesar de tanto tiempo de tristeza y nostalgia. Los que al ir, iban llorando, volvían cantando. La tristeza, estable, duradera, daba paso a una luz nueva, a una alegría mayor, no sólo por lo recuperado, sino también porque se daban cuenta de que Dios no los había abandonado en ese tiempo. El agua y la llanura son imágenes que hablan de la alegría de la vuelta, todo parece fácil, el camino parece fácil, todo parece seguro y llevadero.

Así las cosas, Cristo se presenta hoy como el que ofrece el consuelo oportuno a los heridos: las heridas son algo normal en el camino de la fe. Son algo habitual en quien trata de seguir al Señor pero no siempre acierta. Lo importante en estos casos es saber poner las heridas ante el Señor, como hace el ciego del evangelio: se las confía a Él para que Él sea el que las cure, el que las convierta en huella del paso del Señor, en signo de su cercanía a pesar de la aparente desgracia.

Vivimos entre ruidos, algunos fuera de la Iglesia, otros, los más tristes, dentro de ella, que nos presentan la tentación de desistir, que hacen que ante la decepción pensemos en abandonar la llamada al Señor, la fe en Él, pero en esas circunstancias se hace mucho más necesaria la gracia del Señor, su fuerza para poder seguirle. Al Señor no le molesta que se le pida la fe, que se le pida ver, como pide el ciego Bartimeo, al contrario, quien le pide ver le pide el precioso don de la fe. ¿Qué podemos pedirle mejor? ¿Acaso nos rendiremos, haya en el camino haciéndonos dudar, lo que haya?

La celebración de la Iglesia es lugar para acoger la oferta del consuelo, para que nuestra tristeza se transforme en alegría, para decidirnos a seguirle a pesar de las dificultades. Ciertamente, la alegría que ofrece no es algo puramente externo; no está escrito en ningún sitio que el desánimo y la tristeza se vayan en misa, pero sí que es cierto que si aprendemos a mirar en ella, descubriremos la presencia del Señor que no nos acompaña, que nos anima a levantarnos con fe, a seguir adelante.

Ante la recta final del año litúrgico, la curación del ciego es una invitación a redoblar nuestro deseo de que sea el Señor, y no nuestras cosas, nuestros deseos de nada, el que transforme nuestras dificultades en fortalezas. Sin duda, un cristiano siempre puede decir que “el Señor ha estado grande con nosotros”, la cuestión está en saber reconocer, en nuestra propia vida, dónde el Señor nos ha animado a levantarnos y a perseverar con alegría, con un dinamismo nuevo y creyente.
Diego Figueroa

domingo, 21 de octubre de 2018

PRIMERA LECTURA
Al entregar su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años
Lectura del libro de Isaías 53, 10-11
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.
Palabra de Dios
Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22
R. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
La palabra del Señor es sincera, 
y todas sus acciones son leales; 
él ama la justicia y el derecho, 
y su misericordia llena la tierra. R.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia, 
para librar sus vidas de la muerte 
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor: 
él es nuestro auxilio y escudo. 
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, 
como lo esperamos de ti. R.
SEGUNDA LECTURA
Comparezcamos confiados ante el trono de la gracia
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16
Hermanos:
Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado.
Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Palabra de Dios
Aleluya Mc 10, 45
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El Hijo del hombre ha venido a servir
y dar su vida en rescate por muchos. R.
EVANGELIO
El Hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos
Lectura del santo evangelio según san Marcos 10, 35-45
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir».
Les preguntó:
«¿Qué queréis que haga por vosotros?».
Contestaron:
«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».
Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?».
Contestaron:
«Podemos».
Jesús les dijo:
«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que s para quienes está reservado».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, llamándolos, les dijo:
«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
SER PRINCIPAL EN LA IGLESIA
Poderse sentar a la derecha o a la izquierda del rey significa participar de su dignidad, estar vinculado a su poder o tener puesto singular en la jerarquía sucesoria. El protocolo y ceremonial aristocrático sabe mucho de este tema. Los apóstoles Santiago y Juan (nos lo narra el evangelio de este vigésimo noveno domingo) piden un lugar de privilegio en el reino de Dios; quieren ser tenidos en cuenta a la hora del reparto de las prebendas. Pero no saben lo que piden, pues tienen una idea y concepción falsa del Reino que instaura Jesús. Su osada demanda es ingenua y orgullosa.

Cambiemos de escena y decoración. En el Calvario Jesús, cosido al trono de la cruz, tiene a su derecha y a su izquierda a dos malhechores. Él es “rey de los judíos” según reza la inscripción. ¿Por qué están a su lado dos bandidos en vez de los dos discípulos que habían solicitado estos puestos? Es enormemente interpelante este momento supremo, en el que Cristo manifiesta su realeza salvífica. Y de nuevo se oye una petición en el Calvario; la hace uno de los ladrones crucificados junto a Jesús: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Y esta súplica alcanza el primer lugar de privilegio en el Reino: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Muchas veces a los cristianos nos pasa como a Santiago y Juan. Tenemos idea falsa de cuál son los puestos principales en el Reino de Dios; seguimos pensando con categorías mundanas de poder y riqueza, en asientos de gloria pasajera. Por eso la réplica de Jesús a los apóstoles sigue siendo muy actual. “No sabéis lo que pedís”. Él es rey sin corona de oro, pero coronado de espinas; su trono es un madero que sirve de patíbulo; y quiere que seamos capaces de beber el cáliz amargo del sufrimiento para estar junto a él.

Hay que tener siempre bien presente que el códice y baremo por el que se miden y rigen la autoridad y los puestos principales en la Iglesia es diverso y auténtico al de la vida política, que se basa fundamentalmente en el dominio, la primacía y el disfrute de privilegios. Cualquier responsabilidad en el campo cristiano es, debe ser, servicio, humildad, alegría por el crecimiento del otro y el bien del prójimo. El gran signo de Jesús es entregar su vida hasta la muerte por amor a todos. Por eso el amor transforma el dolor en signo salvífico. El gran privilegio de los discípulos del crucificado es sufrir amando.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 53, 10-11Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22
Hebreos 4, 14-16san Marcos 10, 35-45

de la Palabra a la Vida
Las lecturas de este domingo manifiestan la belleza de la pedagogía con la que la Iglesia nos instruye cada semana: Llevamos en el Tiempo Ordinario desde mayo, en el seguimiento de Cristo, de domingo a domingo… en este tiempo su Palabra ha ido calando en nosotros, de tal manera que el Señor ha ido preparando nuestro corazón para que podamos decidir por Él en los momentos cruciales, en los momentos decisivos. Estamos llegando al final del tiempo, del año litúrgico, que en estos últimos domingos nos hablarán de la escatología, del final de todo, y por lo tanto a los momentos de permanecer con el Señor.

Es por eso que el domingo anterior escuchamos una mala elección, pobre en sabiduría, la del joven rico, y es por eso que hoy se nos presenta cómo eligen, cómo razonan, los discípulos… los primeros sitios… Que cuando todo este camino pase, nosotros tengamos los mejores sitios. Por eso, este domingo, a la escucha de este evangelio, Jesús nos quiere preguntar también: ¿Qué vais a dejar vosotros? ¿Hasta cuanto estáis vosotros dispuestos a dejar? Los discípulos han sido capaces de dejar su casa, pero no sus ambiciones. Han sido capaces de dejar atrás a sus familias, pero no sus sueños de éxito, han dejado incluso un trabajo seguro, pero no sus planes y sus aspiraciones. Por eso, los discípulos tienen que aprender que ellos no son los primeros en nada más que en la entrega de la propia vida.

El camino de Jesús con los discípulos es un camino en el que busca ensanchar su corazón, abrirlo para que puedan acoger ese ser último que no tiene ninguna gracia, que está lleno de incomodidades y dificultades. ¿Por qué los prepara para ello? Porque eso es lo que más los une con Jesús. Nada de lo que puedan elegir, nada de lo que puedan hacer o esforzarse, les va a unir tanto con Él. Esta unión con los discípulos está representada en la imagen del cáliz: el cáliz es la imagen de su unión y también de la nuestra, es el signo de la nueva Alianza. “Mi cáliz lo beberéis”. Por esto, acercarse a comulgar, acercarse al altar y decir “Amén” no es ni más ni menos que aceptar lo que más nos acerca a Jesús, es reconocer que hay en nosotros una disposición a abandonar aquello que nos aleje de Él, aquello que nos haga murmurar o planificar acerca de cómo mantener privilegios, facilidades, reconocimientos, y a la vez seguir al Señor. No, no se puede, porque “mi cáliz lo beberéis”.

La Iglesia nos advierte, entonces, al llegar este domingo con estas lecturas, acerca de la importancia que tiene también nuestra forma de decir “Amén”: la llamada del Señor a los discípulos es gratis, sin embargo no les sale gratis, les lleva a beber del cáliz.

La llamada que el Señor nos hace cada domingo a su altar, con la que nos invita a entrar en comunión con Él, es gratis, pero no sale gratis, pues nos compromete a una vida entregada como la suya. Nuestra celebración y nuestra vida están tan unidas como lo estaban el camino de los discípulos con el maestro y el cáliz. ¿Vemos la relación entre lo que celebramos y lo que vivimos? ¿Estamos dispuestos a participar en esa entrega, ya anunciada por Isaías, del Señor y de su pueblo? ¿estamos convencidos de que el Señor nos cuida, de que el cáliz es signo de unidad incluso en la dificultad?

Llegamos al final, no podemos perder de vista a Jesús; no en lo que dice, pero tampoco en lo que hace. Así, su camino de humilde servicio a los hombres será visible si nosotros, sus discípulos, lo aceptamos también para nuestra propia vida.
Diego Figueroa

domingo, 14 de octubre de 2018

PRIMERA LECTURA
Al lado de la sabiduría en nada tuve la riqueza
Lectura del libro de la Sabiduría 7, 7 11
Supliqué y me fue dada la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos y a su lado en nada tuve la riqueza.
No la equiparé a la piedra más preciosa, porque todo el oro ante ella es un poco de arena y junto a ella la plata es como el barro.
La quise más que a la salud y la belleza y la preferí a la misma luz, porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos, tiene en sus manos riquezas incontables.
Palabra de Dios
Sal 89, 12-13. 14-15. 16-17
R. Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres.
Enséñanos a calcular nuestros años, 
para que adquiramos un corazón sensato. 
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuando? 
Ten compasión de tus siervos. R.
Por la mañana sácianos de tu misericordia, 
y toda nuestra vida será alegría y júbilo. 
Danos alegría, por los días en que nos afligiste, 
por los años en que sufrimos desdichas. R.
Que tus siervos vean tu acción, 
y sus hijos tu gloria. 
Baje a nosotros la bondad del Señor 
y haga prósperas las obras de nuestras manos. 
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos. R.
SEGUNDA LECTURA
La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 12-13
La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón.
Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
Palabra de Dios
Aleluya Mt 5, 3
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Bienaventurados los pobres en el espíritu, 
porque de ellos es el reino de los cielos. R.
EVANGELIO
Vende lo que tienes y sígueme
Lectura del santo evangelio según san Marcos 10, 17-30
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios.Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!»
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Peros Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando. y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Pedro se puso a decirle:
«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús dijo:
«En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más – casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones – y en la edad futura, vida eterna».
Palabra del Señor


Comentario Pastoral***
SABIDURÍA Y DESPRENDIMIENTO
Dos grandes temas de profundo valor teológico se nos proponen a nuestra consideración en este vigésimo octavo domingo ordinario: ¿en qué consiste la verdadera sabiduría? ¿qué hay que hacer para seguir verdaderamente a Cristo?

La primera lectura de la Misa es el elogio que el rey Salomón hace de la sabiduría, obtenida a través de la plegaria. Es un don mayor que toda riqueza, más que los cetros y los tronos, más que la salud, la belleza y la luz del día. En la Biblia la sabiduría no es la acumulación de conocimientos adquiridos con la experiencia de la vida, el estudio y el trato con los hombres sabios. Tiene una dimensión religiosa, es fruto de la cercanía a Dios, el Sumo Sabio, y se expresa en la piedad y en la observancia de la ley.

En el mundo de hoy, ¿se puede llamar sabio al hombre espiritual? Evidentemente que sí. Porque el hombre sabio es el que intenta ver y juzgar las cosas y los acontecimientos como los juzga Dios: guiado por el Espíritu de la Sabiduría y ayudado por la fe traspasa las apariencias y trata de llegar hasta el interior. La verdadera sabiduría, hoy como siempre, no es principalmente un acto de la inteligencia, sino del corazón, es decir, de toda la persona. La sabiduría espiritual es gustar y ver qué bueno es el Señor.

El segundo tema es el desprendimiento, dejar lo que se tiene para seguir a Cristo. El joven que se acercó a Jesús había cumplido los mandamientos desde pequeño, y estaba lleno de ideales más altos y de aspiraciones más grandes. Porque era bueno y bien intencionado, quería superar la simple observancia de la ley, para no quedarse en una religión de obligaciones cumplidas.

De repente, Jesús le propone, con mucho amor, algo nuevo, impensado. Es llamado a un radicalismo para seguirle. Para emprender la aventura del Espíritu hay que ser capaz de dejar todo: riquezas, relaciones útiles, buen puesto en la sociedad. Vender los bienes materiales es adquirir la libertad interior, superar ataduras terrenas, abandonar privilegios confortables, para alcanzar la disponibilidad del corazón que hace al hombre pobre de espíritu y rico en Dios.

El joven rico del evangelio (y nosotros también) es invitado a vivir un “éxodo” pasando del “tener” al “ser”, del “poseer” seguridades materiales al “ser” discípulo de Jesús. Es necesario descubrir a Dios como el gran tesoro, el sumo bien, la plena felicidad, para no hacer de las riquezas terrenas un “dios”, al que se rinde culto a cualquier precio. Lo que pide Cristo es valentía para saber dejar cosas y recibir el evangelio, hacerse pobre en el presente para ser rico en el futuro.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Sabiduría 7, 7 11Sal 89, 12-13. 14-15. 16-17
Hebreos 4, 12-13san Marcos 10, 17-30

de la Palabra a la Vida
El rey Salomón es, sin duda, el modelo de la sabiduría en el Antiguo Testamento. Hablar de esta es hablar de la característica más conocida del hijo del rey David, heredero de un reino unido, que prefiere esta virtud antes que cualquier otra fuerza o poder porque permite ordenar y gobernar con acierto en cualquier circunstancia.

Pero, ¿en qué consiste ese acierto? La respuesta nos la ofrece el evangelio que se nos ofrece hoy: la sabiduría consiste en saber elegir aquello que más nos acerque a Dios. Como si de una reflexión ignaciana se tratara, la sabiduría es esa capacidad que nos permite discernir y hacer, es decir, que ilumina a nuestra inteligencia y fortalece nuestra voluntad, aquello que más nos conviene dejar o coger para permanecer unidos a Dios.

Sí, ciertamente, esa sabiduría para unir con Dios tiene que nacer de Dios: no se la arrancamos, no se confunde con la inteligencia (porque se puede ser muy inteligente y nada sabio, y viceversa), no es nuestra. Nosotros, como hizo Salomón, la pedimos, porque esta no está en los libros, aunque estos nunca estén de más, es un don de Dios por el que nos guía y nos hace partícipes de su misión salvadora. Por eso se desea, se pide, se pone por delante de cetros, tronos, riquezas… porque más importante que todo eso es unirse a Dios, estar con Él.

El evangelio nos ofrece hoy un modelo opuesto a Salomón. Si Salomón, sin poder ver a Dios, obró con sabiduría para unirse a Él, el joven rico, contemplándolo con devoción, no obró con sabiduría,no pudo alcanzar la plenitud que buscaba. Verdaderamente, es un don; verdaderamente, o lo pedimos, o la tristeza de aquel joven del evangelio aparece. Porque quien quiere, como el joven, reafirmarse, autoafirmarse, ser reconocido por su virtud ante todos, manifiesta en esa actitud su propio punto débil, el que le lleva al fracaso. La sabiduría conduce a la alabanza divina, pero el joven buscaba ser él alabado. 

Lo que más acerca a Dios no es el dinero, por eso Jesús le pide que lo deje; aquello que es obstáculo en cada uno de nosotros para acercarnos a Dios, Jesús nos pide que lo dejemos, que estemos dispuestos a dárselo si nos lo pide. La cuestión es si tendremos la sabiduría necesaria para localizarlo y para dejarlo ir. En el caso del joven, su virtud, su dinero y su vanidad, le juegan una mala pasada, no le permiten confiar en el Señor.

Participar en la celebración de la Iglesia, cada domingo, hoy domingo, es una invitación a entrar en la sabiduría divina: puedo ver tantas cosas en ella que no me gustan, que no entiendo, que no estoy de acuerdo… pero si es de la Iglesia, si se sigue en ella lo que debe hacerse, si responde al mandato de la Iglesia, debo deponer mi actitud para entrar en ella confiadamente, sabiamente.

Es muy interesante cómo la Iglesia nos ofrece en el salmo de hoy no solamente la sabiduría, sino unida a esta la misericordia, casi identificadas: sin misericordia no se reconoce a Dios, no se disfruta de Dios, no se vive la alegría de la presencia con Dios. Cristo, que es la misericordia, es también la sabiduría, que quiere darse a nosotros para que podamos saborear la vida divina: pongamos a disposición de Dios lo que nos pida, pues el Señor, que nos mira con cariño, nos ofrece una vida más plena en su virtud que en la nuestra.
Diego Figueroa

domingo, 7 de octubre de 2018

PRIMERA LECTURA
Y serán los dos una sola carne
Lectura del libro del Génesis 2, 18-24
El Señor Dios se dijo:
«No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude».
Entonces el Señor Dios modeló de de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y se los presentó a Adán, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que Adán le pusiera.
Así Adán puso nombre a todos los ganados, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontraba ninguno como él que lo ayudase.
Entonces el Señor Dios hizo caer un letargo sobre Adán, que se durmió; le sacó una costilla, y le cerró el sitio con carne.
Y el Señor Dios formó, de la costilla que había sacado de Adán, una mujer, y se la presentó a Adán.
Adán dijo:
«¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será “mujer”, porque ha salido del varón».
Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.
Palabra de Dios
Sal 127, 1-2.3. 4-5. 6
R. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Dichoso el que teme al Señor 
y sigue sus caminos. 
Comerás del fruto de tu trabajo, 
serás dichoso, te irá bien. R.
Tu mujer, como parra fecunda, 
en medio de tu casa; 
tus hijos, como renuevos de olivo, 
alrededor de tu mesa. R.
Esta es la bendición del hombre 
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión, 
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R.
Que veas a los hijos de tus hijos. 
¡Paz a Israel! R.
SEGUNDA LECTURA
El santificador y los santificados proceden todos del mismo
Lectura de la carta a los Hebreos 2, 9-11
Hermanos:
Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Pues, por la gracia de Dios, gustó la muerte por todos.
Convenía que aquel, para quien y por quien existe todo, llevará muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimientos al jefe que iba a guiarlos a la salvación.
El santificador y los santificados proceden todos del mismo.
Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos.
Palabra de Dios
Aleluya 1 Jn 4, 12
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros
y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. R.
EVANGELIO
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 10, 2-16
En aquel tiempo, acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba:
«¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?»
Él les replicó:
«¿Qué os ha mandado Moisés?».
Contestaron:
«Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla».
Jesús les dijo:
«Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.
De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo:
«Si uno se repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él».
Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
CELEBRAR EL AMOR, NO EL DIVORCIO
Siempre llaman la atención los anuncios de referencia litúrgica, que se ven en algunos restaurantes: “Se celebran bautizos, comuniones y bodas”. Pero el colmo de la admiración es fruto del siguiente anuncio: “Se celebran divorcios”. No hay duda de que el slogan publicitario es muy actual e impactante. ¿Se puede celebrar el divorcio? ¿Es motivo de convocatoria festiva el reconocimiento del fracaso en el amor o la constatación pública del desamor?

Un himno al amor tradicional se eleva desde las lecturas de este vigésimo séptimo domingo ordinario. La palabra de Dios canta el amor entre marido y mujer. La luz penetrante de la revelación divina ilumina el misterio antiguo y nuevo de la comunión en el amor. Por eso el matrimonio, sacramento de la unión entre el hombre y la mujer es símbolo de la unión mística entre Cristo y la Iglesia, su Esposa.

Por ser el matrimonio una donación total de amor, tiene sus dificultades y sus momentos oscuros, que pueden provocar crisis serias. Para mantener o reconstruir la limpieza en el amor concurren psicólogos, sociólogos y pastoralistas. Al valorar el matrimonio como sacramento del amor divino, Dios y el hombre se encuentran unidos y comprometidos en este acto fundamental de la historia humana.

Al hombre y a la mujer les asiste el derecho de vivir el sexo, que es una cualidad animal y biológica, ciega e instintiva. Tienen también la posibilidad de exaltar el sexo con la pasión, la estética y la sensibilidad. Pero quedarse en el erotismo puede ser egoísta y reductivo. Es necesario subir hasta el amor que transforma el sexo y el “eros” en una comunión perfecta y en un signo vivo del amor divino.

El sacramento del matrimonio no celebra el flechazo, ni el enamoramiento pasajero, ni el arreglo de conveniencia, ni un modo de instalarse cómodamente en la sociedad, se celebra el amor, el encuentro con el otro, el afecto sereno, la confianza y la confidencia sin reserva, la comunicación, la aceptación y el conocimiento real. Se celebra la instalación en el amor con futuro, capaz de recomponer cualquier fisura. Se celebra el amor con deseo de totalidad, de entrega sin límites. Quien más capacidad de amor posee, más capacidad de servicio desarrollará. La dimensión humana y cristiana del amor no se agota en la relación afectiva, sino que implica el servicio a los demás.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Génesis 2, 18-24Sal 127, 1-2.3. 4-5. 6
Hebreos 2, 9-11san Marcos 10, 2-16

de la Palabra a la Vida
La costilla que emplea el autor del Génesis para explicar la relación existente entre el hombre y la mujer desde su origen no es una imagen simple e infantil de la que tengamos que pasar de largo, casi avergonzados por tanta sencillez. La costilla es una imagen preciosa de la complementariedad existente entre el hombre y la mujer. El hombre vivirá siempre referido a la mujer así como el hueco vive referido a esa costilla. De igual manera, la costilla encontrará su lugar perfecto, donde se completa de sentido, en el costado, igual que la mujer en el hombre. Esa perfecta complementariedad no es un apaño de la historia de la humanidad, es el plan de Dios que así nos ha creado, complementarios, llamados a mirar el uno al otro para encontrar un vínculo lleno de sentido y de sensibilidad.

Por eso es que Jesús puede remitir al principio, al plan divino, a lo que el hombre es, para responder a la pregunta malintencionada de los fariseos. Por muchas vueltas que dé el mundo, o por muchas vueltas que le den los hombres, el sentido de la relación del hombre y la mujer, el sentido del matrimonio, de la unión entre ambos, no ha cambiado. 

La imagen de la costilla nos dice también: eso está así en el ser humano, tan interior, tan profundo, tan inalcanzable. Quien participa en esa unión entre varón y mujer, recibe la bendición de Dios, se inserta en el orden con el que todo ha sido creado. Por eso, además, el vínculo que se produce entre uno y otra es para toda la vida, permanece mientras ambos permanezcan vivos, pues esta unión es para esta vida, en la que se presenta como un sacramento que cesa cuando cesa el tiempo de los sacramentos, es decir, en la vida celeste.

La sacramentalidad de esta unión hace aún más necesario que el vínculo no se pueda romper por el solo deseo de uno de los cónyuges, pues en esa unión se manifiesta que Dios se ha unido para siempre al hombre, que ese vínculo no se rompe, que es tan fuerte como el vínculo sucedido en Jesucristo, Dios verdadero que se ha hecho hombre verdadero: dos naturalezas unidas e inseparables, como varón y mujer. Por eso estos se unen para siempre, porque en esa unión se puede reconocer la fidelidad de Dios con nosotros, pues no se separa de nosotros ni en la salud ni en la enfermedad, ni en la alegría ni en la tristeza, sino que permanece a nuestro lado todos los días de nuestra vida.

En sus celebraciones litúrgicas, en la misa de cada día, en cada sencilla oración de las horas, se manifiesta también esa unión de Dios con nosotros, recordamos y alabamos a Dios por su Alianza eterna. Eterna, significada desde el principio, desde que hay hombre y mujer, en la unión del hombre y de la mujer. Porque no es una unión sin más, tiene un sentido sacramental. Hay cosas que no cambian, que no está en la mano de los hombres cambiarlas, porque no afectan a los tiempos sino a las esencias, no hablan de lo que es pasajero, sino de lo que es uno mismo; como yo por nada puedo dejar de ser yo, tampoco el matrimonio por nada puede dejar de ser unión de hombre y mujer.

¿Descubro en ese vínculo la unión con Dios? ¿Vivo la celebración de la Iglesia como celebración de esa Alianza? Nuestra celebración es un signo humilde, como lo es la costilla, pero contiene una gran verdad: Dios se ha unido para siempre con nosotros.
Diego Figueroa