miércoles, 25 de diciembre de 2019

PRIMERA LECTURA
Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Lectura del libro de Isaías 52, 7-10
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sión: «¡Tu Dios es rey!».
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén.
Ha descubierto el Señor su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios.
Palabra de Dios
Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6
R. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.
Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Dios nos ha hablado por el Hijo.
Lectura de la carta a los Hebreos 1, 1-6
En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.
En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: “Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy”,; y en otro lugar: “Yo seré para él un padre, y el será para mi un hijo”?
Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios”.
Palabra de Dios
Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Nos ha amanecido un día sagrado;
venid, naciones, adorad al Señor,
porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra. R.
EVANGELIO
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 1. 1-18
En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y dl Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Palabra del Señor


Comentario Pastoral
FAMILIA DE HERMANOS
El clima navideño es familiar, aglutina a todas las generaciones en torno a la mesa común, convoca a los lejanos. En este clima social se celebra la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia. Viene bien esta celebración porque pone de relieve los valores permanentes de lo que es unidad básica de la sociedad humana y centro fundamental de la vida afectiva y moral del individuo.

La familia, como unidad sociológica de Padres e hijos, desarrolla los lazos personales y domésticos y la propia personalidad para transmitir un transcendente cúmulo de vivencias y conocimientos. De la familia se ha dicho y estudiado prácticamente todo desde el punto de vista filosófico, sociológico, económico y religioso. En la historia y cultura de los pueblos la familia aparece íntimamente relacionada con la religión ya desde los mismos ritos de su institución familiar. En la valoración católica el sacramento del matrimonio es el acto fundacional de la familia, que tiene un valor totalmente religioso y divino. Tradicionalmente al padre se le asigna la autoridad, a la madre la afectividad y al hijo el respeto. Pero incluso estos valores han entrado en crisis; se está perdiendo el espíritu familiar.

El texto bimilenario de Ben Sirá, autor del Eclesiástico, que se lee en este domingo, recuerda virtudes que favorecen la vida familiar: el respeto a los mayores, la obediencia, la honra al padre y a la madre, la piedad y comprensión. Son aspectos fundamentales para la convivencia, que se completan con las virtudes que pide San Pablo: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el perdón. Todos, pequeños y mayores, deberíamos examinarnos sobre los fracasos de nuestra vida comunitaria. El amor resume y expresa sus vínculos de unidad en la casa paterna, que es como una iglesia de orden natural, que rara vez niega un alivio y siempre prepara el alma a consuelos mayores.

En el evangelio de hoy, la familia de Nazaret es presentada con una vida absolutamente ordinaria, inmersa en los problemas cotidianos de la supervivencia. ¿Qué significa la huida a Egipto de José con el niño y su madre? Es ejemplo de que la familia siempre tiene que estar en camino de búsqueda de salvación. Porque Dios no trata a los suyos con privilegios externos, incluso permite la persecución e incomprensión.

En la Iglesia oímos muchas veces que todos formamos una familia de hermanos, a pesar de los diferentes niveles económicos y culturales, porque todos somos iguales ante Dios por la fe y todos rezamos con sentido el mismo Padre nuestro. ¿Es verdad esto? Lanzarse a alcanzar niveles mejores de relación intraeclesial para mejorar la calidad de nuestro amor cristiano, sería un positivo fruto de esta fiesta de la Sagrada Familia.
Andrés Pardo
 
de  la Palabra a la Vida
La relación que Dios ha querido establecer con nosotros por medio de la Alianza consiste en una filiación. No solamente somos su pueblo, como nos enseña el Antiguo Testamento, somos además sus hijos, que nos revela Jesús en el Nuevo. Por eso, la fiesta de la Sagrada Familia, fiesta de moderna implantación, viene a clarificar, dentro de la Octava de Navidad, el misterio del nacimiento del Hijo de Dios: ahora, nosotros podemos ser hijos de Dios. Misteriosamente, para que algo así suceda, Dios acepta vivir en una familia como la nuestra. La consecuencia de este misterio de la voluntad de Dios, consiste en que, tal y como las lecturas que se proclaman quieren resaltar, el amor de Dios es el vínculo que establece y ordena las relaciones en la familia porque
por ese amor el mismo Hijo de Dios, ha aceptado crecer en el seno de una familia.

En la primera lectura, el autor recuerda la enseñanza contenida en el cuarto mandamiento (cf. Ex 20,12): honrar padre y madre. La autoridad del padre y de la madre deben ser reconocidas por todo hijo, y en ese reconocimiento no hay tristeza, sino felicidad: el perdón de los pecados y una vida larga.

Pero esa autoridad hacia los padres en la tierra es una pedagogía para reconocer la autoridad de nuestro padre del cielo, pues así nos enseña Jesús, niño, en el Templo: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” La relación en la tierra prepara, y a la vez manifiesta, la relación en el cielo. Por eso la relación de padres e hijos es tan importante para el hombre, porque en ella aprende a elevar su mirada a su Padre eterno, que nos bendice -canta el Salmo responsorial- en al ámbito más íntimo del hombre, su casa (“tu mujer, tus hijos”), pero también en lo más visible y externo (“tu trabajo”).

La lectura de san Pablo a los Colosenses también trata de profundizar en las relaciones familiares: ser miembro de una familia es elección de Dios; además las relaciones deben tener “como ceñidor” el amor de Dios. El amor de Dios construye la familia, fortalece las relaciones.

Y aún más: “La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza”. La fuerza de la Palabra establece relaciones auténticas, constructivas. El niño Jesús en el Templo vuelve a ser la imagen de esta relación con la Palabra, en el evangelio. Su amor a Dios, su interés por escudriñar la Palabra del Padre, le hará estar “en sus cosas”.

En esta fiesta, en pleno tiempo de Navidad, también nosotros deberemos ver qué fundamenta nuestra familia: ¿Cuál es el lugar de la Palabra de Dios? ¿Compartimos el amor de Dios, buscamos que este nos ciña unos a otros? Es la Madre la que nos enseña a “guardar las cosas en su corazón”, en la fe y el amor de Dios. La obediencia se manifiesta, entonces, en la liturgia de la Palabra de hoy, como medio de que el plan de Dios se desarrolle adecuadamente: el Hijo se somete a ser llevado y traído, perseguido o sometido, María escucha las palabras del Hijo como acogió las del ángel, José escucha al ángel y aprende, en el silencio, del modo de hacer de Dios.
Diego Figueroa

domingo, 22 de diciembre de 2019

PRIMERA LECTURA
Mirad: la virgen está encinta.
Lectura del libro de Isaías 7, 10-14
En aquellos días, el Señor habló a Ajaz y le dijo:
«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».
Respondió Ajaz:
«No lo pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Isaías:
Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel».
Palabra de Dios
Sal 23, 1b-2 3-4ab. 5-6
R. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Esta es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob. R.
SEGUNDA LECTURA
Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 1, 1-7
Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para el Evangelio de Dios, que fue prometido por sus profetas en las Escrituras Santas y se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo, nuestro Señor.
Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre ellos os encontráis también vosotros, llamados de Jesucristo.
A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Palabra de Dios
Aleluya Mt 1, 23
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrán por nombre Enmanuel, “Dios-con-nosotros”. R.
EVANGELIO
Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 1, 18-24
La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA ESPERA DE MARÍA Y LA CONFIANZA DE JOSÉ
María y José son la primera pequeña Iglesia, que da a luz al primer hijo del Reino de los cielos. Por eso, en este cuarto domingo de Adviento, cuando casi tocamos ya la Navidad, la liturgia hace que volvamos hacia ellos los ojos, para entender su misterio y protagonismo.

María, la Virgen, está en la cima de la expectación. Nadie ha vivido un Adviento de nueve meses como ella. Porque era sencilla como la luz, clara como el agua, pura como la nieve y dócil como una esclava, concibió en su seno a la Palabra. Cuando nada parece haber cambiado por las colinas de Galilea, María sabe que ha cambiado todo, que Jesús viene. Es la joven madre que aprende a amar a su hijo sintiéndolo crecer dentro de sí. Lleva a Jesús para darlo al mundo, que lo sigue esperando sin saberlo, porque la mayor parte de los hombres no le conocen todavía. En el amor de la Madre se manifiesta la ternura humana del Hijo. Solamente se puede esperar a Jesús cerca de María. Jesús está ya donde está ella. Para celebrar la Navidad, hay que agruparse alrededor de la Virgen. Ella, que no tenía recovecos ni trasfondos oscuros de pecado, porque era inmaculada, callada y silenciosamente siempre nos entrega al Hijo. José es el hombre bueno, que se encuentra ante el misterio. No le fue fácil aceptar la Navidad, que ni sospechaba ni entendía en un principio. Como hombre sintió en un primer momento pavor ante las obras maravillosas de Dios, que desconciertan los cálculos y el modo de pensar humano. En su Adviento particular tuvo que superar la prueba de la confianza en su esposa, para convertirse en el modelo perfecto de confianza. ¡Qué difícil es aceptar la obra del Espíritu Santo! Solamente desde una fe honda se puede asimilar el desconcierto que muchas veces provoca la acogida de la voluntad de Dios. ¡Cuánta confianza en Dios hay que tener para aceptar al hijo que uno no ha engendrado! Y cuando se acepta, viene la sorpresa de la salvación y “Dios está con nosotros”. Estamos llenos de reparos contra todo lo que no está programado o hecho por nosotros, y por eso nos negamos casi radicalmente a confiar en los demás.

Superando el refranero miope y egoísta, hay que potenciar la confianza, que es siempre esperanza firme en otro y consecuentemente origen de acciones grandiosas. Porque José confió en María fue padre adoptivo de Jesús. Y sin embargo nosotros nos esterilizamos con nuestras denuncias, aireando los trapos sucios de los demás, fingiendo externamente que somos defensores de la moralidad pública. Y la Navidad no es verdadera porque estamos llenos de recelos, de desconfianzas, porque no nace nada bueno y justo entre nosotros, porque estamos vacíos de esperanza, porque no somos origen de vida.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 7,10-14Sal 23, 1–2 3-4ab. 5-6
san Pablo a los Romanos 1, 1-7san Mateo 1, 18-24
de la Palabra a la Vida
El giro de hoy es evidente. Cualquier lector atento puede darse cuenta de cómo, estando en el mismo tiempo litúrgico que el domingo pasado, las lecturas que hoy se proclaman nos hablan de otra cosa distinta. Las lecturas de hoy tienen un precioso complemento en las oraciones de la misa de este domingo. Unas y otras se ayudan a que el creyente que se acerca a la Iglesia a participar de la liturgia pueda encontrar una puerta abierta a un misterio sucedido hace más de dos mil años: “va a entrar el rey de la gloria”. Hoy la Iglesia prepara la celebración del misterio de Navidad. Esta es la verdadera preparación y este es el verdadero evento de los días que vienen.

La Iglesia quiere así ayudarnos a poner el corazón adecuadamente, a no equivocar el sentido de los días venideros: viene el rey de la gloria. Y viene en su primera venida: la Iglesia, que hasta ahora en el Adviento ha preparado algo que tiene que suceder, a partir de hoy prepara algo que ya sucedió. La Parusía la desea, la Navidad la conmemora. Ahora no fijamos nuestra atención en algo que no sabemos cómo será de grandioso, de feliz, de “terrible y glorioso”, sino que lo hacemos en algo que destaca por su humildad, por su silencio. Es en el silencio donde Dios prepara a José para recibir y cuidar a María y al niño. En el silencio de ese diálogo se establece la filiación davídica de Cristo: Jesús es hijo de María, desposada con José, de la estirpe de David. En el silencio de los siglos pasados habla la profecía de Isaías: “la virgen está en cinta”. La carta a los romanos advierte del nacimiento de Jesús en la carne, el Hijo de Dios. Esto solamente se acepta en el silencio de la fe. El silencio es el hilo conductor de la historia de nuestra salvación,
desde la creación hasta la noche de Pascua, pasando por la encarnación del Verbo.

En el relato evangélico encontramos dos nombres por los que el niño que va a nacer será reconocido: Llevará por nombre Jesús, Dios salva. Esa será su misión. Pero además, el Hijo de Dios es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Ahora vamos a poder descubrir al Dios oculto en la zarza ardiente. Verdaderamente, lo que Dios prometió a Moisés se va a cumplir de manera insospechada: Dios va a acompañar a los hombres hasta tal punto que se hace uno de nosotros. Por eso la expectación: ¿cómo será eso posible? No se ha visto misterio igual. Y la Iglesia, para prepararse bien a la espera, reza el salmo 23 y le da el sentido de la encarnación: el Hijo de Dios va a entrar en el mundo. Es el mismo de la carta a los Hebreos (cf. Hb 10): “Cuando Cristo entró en el mundo …”

Aún podemos dar un paso más: la Navidad es el tiempo para poder reconocer en el que nace al rey de la gloria. No en su venida gloriosa donde “todo ojo lo verá”, sino en un niño, en un ser humano, débil, contingente. ¿Podremos reconocer en ese niño al rey de la gloria, en un recién nacido a Jesús, al Dios con nosotros? Solamente la fe permite eso. Por eso, la primera venida del Hijo de Dios se realiza en la fe, la segunda en el amor. Y entre ellas, vivimos en la esperanza. El salmo 23 nos ofrece, además, la actitud propia para vivir estos días: Al rey de la gloria puede acercarse “el hombre de manos inocentes y puro corazón”. Intentemos vivir estos días con este espíritu que la Iglesia nos recomienda. Busquemos ser puros de corazón para poder reconocer al que viene, puro de corazón. No nos desanimemos si lo que tenemos a la vista no es aparentemente glorioso: serán los ángeles los que nos guíen a cantar oportunamente “¡gloria!” cuando nazca el Señor.
Diego Figueroa

domingo, 15 de diciembre de 2019

Dios viene en persona y os salvará.
Lectura del libro de Isaías 35, 1-6a. 10
El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo.
Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.
Contemplarán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios.
Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; decid a los inquietos: «Sed fuertes, no temáis.
¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará».
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo.
Retornan los rescatados del Señor. Llegarán a Sión con cantos de júbilo: alegría sin límite en sus rostros.
Los dominan el gozo y la alegría.
Quedan atrás la pena y la aflicción.
Palabra de Dios
Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10
R. Ven, Señor, a salvarnos.
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos. R.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R.
SEGUNDA LECTURA
Fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca.
Lectura de la carta del apóstol Santiago 5, 7-10
Hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor.
Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía.
Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca.
Hermanos, no os quejéis los unos de los otros, para que no seáis condenados; mirad: el juez está ya a la puerta.
Hermanos, tomad como modelo de resistencia y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.
Palabra de Dios
Aleluya Lc 4, 18ac
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El Espíritu del Señor está sobre mí:
me ha enviado a evangelizar a los pobres. R.
EVANGELIO
¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 11, 2-11
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle.
«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».
Jesús les respondió:
«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí! ».
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito:
“Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”.
En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA ALEGRÍA DEL ADVIENTO
El hombre está hecho para expansionarse en el gozo. El que vive la espiritualidad de Adviento descubre el sentido de la alegría cristiana. Porque la Navidad que se acerca es fiesta de gozo y salvación, desde este domingo “Gaudete” (así comienza el introito gregoriano) se comienza a vivir la esperanza feliz y desbordante de la cercanía del Señor. La alegría es respuesta al gran anuncio, a la cercana presencia. Los sueños de felicidad se van a hacer realidad con el nacimiento salvador de Jesús.

Es oportuno recordar hoy que las grandes felicidades proceden del cielo y que las pequeñas alegrías, de los hombres. Los cielos de Adviento llueven alegría para todos y eliminan la contaminación atmosférica de la tristeza anticristiana. En todos estos días luminosos hay que aumentar la provisión de alegría, para poder disponer de ella en los días oscuros.

El hombre ha sido creado para la felicidad y esta invitación de Dios llega desde el fondo de la eternidad. En el mundo hay placer y alegría. El placer es la felicidad del cuerpo; la alegría es la felicidad del alma. Y aunque en medio de las dificultades de la vida, pruebas, sufrimientos y muerte, se pueda llorar, sin embargo nunca hay derecho a divorciarse de la alegría, que por ser espiritual, no puede morir y tiene sabor de eternidad.

La alegría comienza en el instante mismo en que uno suspende sus afanes de búsqueda de la propia felicidad para procurar la de los otros. En el corazón del hombre inquieto, el hambre de felicidad es hambre de Dios. Desventurados los satisfechos que, empachados de placeres, ahogan lo infinito de sus deseos. Bienaventurados, por el contrario, quienes tienen todavía hambre. Benditos los que proporcionan alegría a los pobres; en la cúspide de la entrega y del olvido de sí, florece la alegría y se reencuentra la vida.

En Adviento se vuelve a recordar que el camino de la felicidad no arranca de las personas o de las cosas, sino que parte de uno mismo hacia los otros, es decir, hacia Dios que es causa de alegría. La entrega a Dios es una entrega a la alegría.

El Evangelio, por ser Buena Nueva, es un mensaje portador de alegría; anuncia la vida, el futuro, la esperanza, la salvación. Logra que el creyente sea un hombre libre de temores, anclado en la alegría serena. Por eso la alegría cristiana es una experiencia seria de la fraternidad, del cariño, de la comprensión, de la confianza. En Adviento todos los hombres y mujeres tienen que preguntarse si han recibido la alegría del Evangelio.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 35, 1-6a. 10Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10
Santiago 5,7-10san Mateo 11, 2-11
de la Palabra
“Esta cárcel, estos hierros”, decía la santa de Ávila. Vivimos en esta vida como atrapados, encarcelados, como Juan, con un ligero conocimiento de la realidad, que no completo, pues aún no estamos cara a cara ante Dios. Y necesitamos ser iluminados, ser instruidos en la verdad para que esta incertidumbre se convierta en deseo del bien conocido. Va a ser hoy instruido para que su experiencia de felicidad incompleta se encamine definitivamente al encuentro de Dios. El Bautista es hoy ejemplo de quien quiere descubrir hasta dónde llega la mano de Dios, y envía a sus discípulos a preguntar al Señor: “¿Eres tú el que ha de venir?” Una respuesta afirmativa hará que todo esfuerzo merezca la pena y que la alegría más grande se inserte en su corazón para no marcharse a pesar de sus penurias.

Esa gran alegría busca, apunta, se dirige a plenitud, pero no la alcanza: la alegría de este mundo solamente prepara e inicia la alegría con la que Dios quiere llenar nuestros corazones, la alegría de su vuelta. Es por eso que cuando Juan el Bautista escucha de sus discípulos lo que el Señor le ha mandado decir respira y se alegra, incluso estando en la cárcel. Juan y los suyos sabían de las profecías mesiánicas, como la que hoy se proclama en la primera lectura. Las curaciones son un signo de la presencia del Salvador, del ungido de Dios.

Así, la recomendación del apóstol Santiago en la segunda lectura: “manteneos firmes”, podemos escucharla como una advertencia del Señor al Bautista en prisión: “¡Mantente firme! Si conoces la profecía y te cuentan lo que yo estoy haciendo fuera, mantente firme”. También se puede aplicar la advertencia del profeta en la primera lectura: “Sed fuertes, no temáis”. La fortaleza es siempre una victoria sobre el miedo, es una consecuencia de la fe que se ve realizada, de la promesa cumplida. Esa firmeza conlleva también una gran alegría, porque el creyente experimenta la dureza de la vida, pero no se viene abajo. En casa, en el trabajo, por problemas económicos o del corazón, el creyente encuentra su firmeza en que se reconoce el poder curativo del Señor, y se mantiene fuerte. La alegría permite al que cree crecer con paciencia y afrontar todo lo que le pueda atemorizar, todo lo que le amenaza.

Pero esa alegría solamente la hemos empezado a conocer aquí, por eso a veces dudamos y se apaga, o nos parece que nos ha abandonado para siempre: no es así, si la hemos conocido, no solamente está, sino que anuncia su vuelta. El Adviento nos anuncia su vuelta. Así, dice el apóstol Santiago: “El juez está a la puerta”. El juez es Cristo, que “ha de venir para juzgar a vivos y muertos”. Seguimos, sí, preparando su vuelta, por eso la alegría que no es plena va unida a una gran expectación. ¿Qué cosas en mi vida juntan alegría y expectación? El Adviento se caracteriza precisamente por estas dos vivencias unidas, pues sabemos que el que ha venido volverá en majestad, que el que ahora nos alegra limitadamente, no por Él sino por nosotros, nos alegrará en aquel día plenamente. ¡Ven! que estamos alegres y esperanzados.

A partir de la próxima semana, esta petición nos recordará la Navidad, pero ahora, cada día de nuestra vida, “¡ven!” es la expresión confiada del cristiano que, en medio de las dificultades, quiere conocer la alegría del Señor. La imagen del Bautista en la cárcel inquieto como para enviar sus discípulos al Señor, pero sereno a la vuelta de estos, nos enseña cómo debemos responder también nosotros en tantas circunstancias que encarcelan y amenazan a la alegría que deseamos. No debemos rendirnos a dejar de sentir, a dejar de alegrarnos, a dejar de vivir: al contrario, encontremos nuestra fortaleza repitiendo, a cada latido del corazón, “¡ven!”.
Diego Figueroa

domingo, 8 de diciembre de 2019

PRIMERA LECTURA
Pongo hostilidad entre tu descendencia y la descendencia de la mujer.
Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20
Después de comer Adán del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:
«¿Dónde estás?».
Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».
La mujer respondió:
«La serpiente me sedujo y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; ella te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».
Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
Palabra de Dios
Sal 97, 1. 2-3ab. 3c-4
R. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia. Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.
SEGUNDA LECTURA
Cristo salva a todos los hombres.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 15, 4-9
Hermanos:
Todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin de que a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza.
Que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús; de este modo, unánimes, a una voz, glorificaréis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Por eso acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Es decir, Cristo os acogió para gloria de Dios. Es decir, Cristo se hizo servidor de la circuncisión en atención a fidelidad de Dios, para llevar a cumplimiento las promesas hechas a los patriarcas y, en cuanto a a los gentiles, para que glorifiquen a Dios por su misericordia; como está escrito:
«Por esto te alabaré entre los gentiles y cantaré para tu nombre».
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Lc 1, 28. 42
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo,
bendita tú entre las mujeres. R.
EVANGELIO
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1.26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
El Adviento es el tiempo mariano por excelencia, porque nadie, como la Virgen, ha estado en la cima de la expectación del Redentor. La Virgen del Adviento no es la dolorosa del Calvario ni la asumpta a los cielos; es la santa Virgen, plena de juventud y limpia hermosura. No se puede celebrar el Adviento sin hablar de María, sin hacer un esfuerzo por imitar sus sentimientos en la concepción y en el parto de Cristo, sin presentarla como la persona que corona el misterio de la Iglesia. La fiesta de la Virgen durante el Adviento es la Inmaculada Concepción, fiesta de la pureza de María.

La encarnación del Hijo de Dios en las entrañas de la Virgen Santísima fue el advenimiento del día del Señor, que llega hasta nosotros, pero precedido de una mujer: su Madre. Ella es la aurora rutilante que anuncia un nuevo amanecer. Lo afirma la Santa Escritura”. ¿Quién es esta que se levanta rutilante como la aurora, bella como la luna, elegida como el sol, majestuosa como un ejército en orden de batalla?”. La Virgen es bella como la luz, limpia como la nieve recién caída. Es el amanecer de un nuevo día, el de Cristo.

En la Bula de la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción dice Pío IX que la Virgen “sobre todos los ángeles y santos poseyó una plenitud de inocencia y santidad tal que, después de Dios, no puede concebirse mayor”. Para hablar de la “Purísima” es contundente la afirmación de San Jerónimo: “Se la llama Inmaculada porque no sufrió corrupción alguna; y considerada atentamente, se ve que no existe virtud, ni candor, ni gloria, que en ella no resplandezca”. La virginidad absoluta e inviolada de María brilla sin temblores de concupiscencia y transparente como aguas de puro cristal.

Aunque es verdad que la fiesta de la Inmaculada tiene poco más de un siglo, sin embargo siempre el culto a María ha estado particularmente unido al Adviento. Cuando aguardamos la venida del Redentor que va a sacarnos de nuestra miseria, levantamos los ojos hacia su Madre, y nos llenamos de gozo cuando recordamos los privilegios de la Madre de Dios, las grandezas de la teología mariana. María es la predestinada, la escogida, la inmaculada, la eternamente presente en los decretos divinos y creada en la santidad y la justicia, la llena de gracia y bendita entre todas las mujeres.

Lo que en los hombres es un sueño vago, en María es una maravillosa realidad: pureza infinita.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
En medio del Adviento, la Iglesia nos ofrece hoy celebrar esta preciosa fiesta, que para nada estorba y mucho alegra: a las personas que nos quieren, que nos quieren mucho, les dejamos que nos llamen de la forma que quieran, con un diminutivo, una palabra cariñosa, un apodo… el ángel que Dios envía a María en el evangelio de hoy la llama “llena de gracia”. Nosotros, los cristianos, hemos aprendido a llamar a la Virgen María de la misma forma que Dios la llamó, y por eso le rezamos cada día: “Dios te salve, María, llena de gracia”. Según el texto griego, María no es sólo que esté llena, es que rebosa la gracia en ella. Es que no cabe nada más que gracia.

Los cristianos, desde muy antiguo interpretaron que si María está llena de gracia, eso quiere decir en ella no cupo el pecado. Por eso pronto la llamaron también “toda santa”, o “toda bella”, para indicar esto mismo: hemos recibido el mensaje de Dios, que en ti no hay mancha, no hay pecado, ni original ni originado. Así, escuchamos de María que es “purísima”, más que pura, en el prefacio de la misa.

Un franciscano, Duns Scoto, explicó que la salvación de Jesús, su muerte en la cruz, alcanza a todos, también a su santísima Madre, pero, mientras que la muerte de Cristo a nosotros nos perdona los pecados, a María la ha preservado de los mismos. Es más perfecto preservar que perdonar. Hasta cuatro veces la liturgia nos hace escuchar hoy esta palabra: “preservar”. María es inmaculada porque ha sido preservada de toda mancha de pecado. ¿Es esto un agravio comparativo? ¿por qué a ella Dios le ha concedido eso? ¿es que para Dios no somos todos iguales? Cualquiera que sea padre o madre sabe lo que es querer mucho, muchísimo, por igual, a todos sus hijos, pero darle a cada uno en cada momento aquello que es necesario: eso es justicia, y Dios es justo.

Dios quiso preservar a María de pecado para que ella pudiera ser una digna morada para su Hijo, que iba a encarnarse. De hecho, el evangelio de hoy no relata la inmaculada concepción de María, sino la inmaculada concepción de Jesús, pero quiere decir esto: Dios ha preparado a María para que el Santo, al hacerse hombre, encontrara un seno santo, que no le desmereciera y permitiera reconocer la venida del Hijo de Dios. De eso no se ha beneficiado solamente María, sino que nos hemos beneficiado todos: ella lo ha llevado en su seno, ninguno de nosotros hemos hecho algo así, pero tenemos que saber valorar esto también. San Agustín dice que María es más dichosa por creer en el anuncio del ángel, que por llevar al Hijo de Dios. Por eso hemos escuchado el relato del primer pecado en la primera lectura.

Eva fue concebida, como María, sin pecado original pero no supo guardar ese don, desobedeció a Dios. María, la nueva Eva, concebida también sin pecado original, creyó, y porque creyó, se mantuvo inmaculada desde su concepción hasta su muerte. Por eso nosotros somos hijos de Eva en la carne, e hijos de María en la fe. Por eso también la respuesta de María al ángel no se perdió en la historia, sino que llega hasta nosotros: “Hágase en mí según tu palabra”. Y así, tanto lo que Dios ha hecho en María como lo que María ha respondido a Dios nos sirve a nosotros para crecer, es en beneficio de todo el Cuerpo de Cristo.

Es una forma preciosa de vivir el Adviento mirar a María: ella ha hecho todas las cosas en su vida esperando la venida del Señor. Así hemos aprendido, desde el primer domingo de Adviento, a afrontar las cosas, sin olvidar que hay un último día. En él resplandecerá la gloria de Cristo, que ha obrado “cosas grandes” en su Madre. Y no sólo en ella: así aprendemos, los que somos hijos de Eva, a vivir siempre también como hijos de María.
Diego Figueroa