domingo, 31 de marzo de 2019

PRIMERA LECTURA
El pueblo de Dios, tras entrar en la tierra prometida, celebra la Pascua
Lectura del libro de Josué 5, 9a. 10-12
En aquellos días, dijo el Señor a Josué:
«Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto»
Los hijos de Israel acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó.
El día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas.
Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná. Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.
Palabra de Dios.
Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento, 
su alabanza está siempre en mi boca; 
mi alma se gloria en el Señor: 
que los humildes lo escuchen y se alegren. R
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, 
ensalcemos juntos su nombre. 
Yo consulté al Señor, y me respondió, 
me libró de todas mis ansias. R.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, 
vuestro rostro no se avergonzará. 
El afligido invocó al Señor,
él lo escucha y lo salvó de sus angustias. R.
SEGUNDA LECTURA
Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 17-21
Hermanos:
Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo .
Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación.
Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.
Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.
Palabra de Dios
Versículo Lc 15, 18
V: Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre
y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
EVANGELIO
Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3. 11-32
En aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo,se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
EL HIJO QUE NO ERA PRÓDIGO
Se abre la liturgia de este domingo “Laetare” con una invitación a la alegría pascual, aunque aún estemos a la mitad de la Cuaresma. Hoy se proclama una de las parábolas más entrañables y conocidas, la del hijo pródigo. Siempre me ha llamado la atención esta denominación, cuando el texto evangélico comienza así: “Un hombre tenía dos hijos…”. Creo que se debería hablar de los dos: del que se marchó de casa y del que se quedó en ella, pues en ambos podemos estar reflejados con nuestras actitudes contradictorias. Comprendo que es más fácil hablar del que está lejos de casa, porque parece que se refiere a los demás. La gran enseñanza del hijo pródigo es su retorno, verdadera catequesis de lo que es el dinamismo penitencial, la conversión auténtica, lo que llamamos confesión, que tiene los pasos siguientes: 1) darse cuenta de que hemos derrochado nuestra fortuna y vivimos perdidamente; 2) recapacitar y soñar la abundancia de la casa paterna; 3) examinarse para saber lo que hay que manifestar acusándose pecador; 4) ponerse en camino, cumplir la penitencia previa de desandar nuestros malos pasos y 5) confesarse diciendo: “Padre, he pecado…”. Solamente cuando ha acabado todo el proceso de la reconciliación nos podemos vestir de fiesta, cubrir nuestra desnudez y pasar al banquete del amor. 

¿Y qué decir del hijo mayor? Me lo imagino, como en el cuadro de Rembrandt, de perfil con las cejas fruncidas, un rictus de disgusto en la boca, las manos contraídas con rabia, expresando su desaprobación y escándalo por el perdón y el amor del padre. ¿Por qué los cristianos no somos capaces de aceptar y comprender que Dios Padre tiene siempre sus brazos abiertos en un gesto inmenso de perdón? ¿Por qué no entendemos que en la casa del Padre hay sitio para todos, un puesto privilegiado para el hijo que vuelve arrepentido? Pienso que para quien no hay sitio es para el que no soporta el corazón generoso y el perdón desbordante de Dios. Corremos el peligro de ser “hijos mayores” que se quedan en casa cuando vivimos en una fría honradez legalista, cuando nuestra conducta virtuosa se hace estrecha y nos separa de los otros, cuando reducimos la vida en la casa paterna a una cuestión de reglamento y de prohibiciones, cuando no salimos en busca de quien se ha ido, etc. ¿Quién está más lejos de casa? ¿el insensato que la ha abandonado, pero que la recuerda, o el que se ha quedado en ella sin amor?
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Josué 5, 9a. 10-12Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7
san Pablo a los Corintios 5, 17-21san Lucas 15, 1-3. 11-32

de la Palabra a la Vida
Una de las características propias del tiempo cuaresmal son los ayunos. En el ayuno, como en la abstinencia, el hombre se priva de algo que hace bien a su cuerpo, y lo hace en memoria de su pecado, por el que se ha hecho merecedor de vagar por el desierto sin comer alimentos de la tierra, incluso cuando recibe el fruto de la benevolencia y la abundancia de Dios, que ha entregado a su Hijo único por nosotros y nuestro perdón. La liturgia de la Palabra de hoy nos enseña que, frente al ayuno, propio de una vida de pecadores, a nosotros se nos trata como a hijos, que comen en abundancia, incluso del ternero cebado. No ha sido nuestro buen hacer, ha sido la benevolencia de Dios, que es Padre.

Y es que, si tuviéramos que enumerar todos los ricos detalles de la parábola del hijo pródigo del evangelio de hoy, seguramente no habría homilías, comentarios, experiencias… por eso es que la liturgia de la palabra se esfuerza, no sólo en proponer las riquezas de la Escritura, sino también en fijar la idea que propone: es la primera lectura hoy la que nos enseña qué mirar en la parábola evangélica. En ella, el libro de Josué nos presenta un gran banquete, grande por la cantidad y grande por el significado. El pueblo de Israel come, al entrar en la tierra prometida, en abundancia. Esa abundancia que manifiesta la generosidad de Dios, que cumple su palabra, que ha estado con su pueblo, como prometió a Moisés en la zarza ardiente. Ahora reciben una comida, no sólo a continuación de un duro periodo hambrientos, sino también de forma inmerecida. Han sido un pueblo “de dura cerviz”, desconfiado de su Dios y de su alianza, pero aún así comen en abundancia, en una tierra también inmerecida.

Y esta comida significa el comienzo de una nueva vida: “Hoy os he despojado del oprobio de Egipto”, Es decir, no queda rastro de vuestra esclavitud. Tenéis tierras, vais a levantar casas, tenéis comida abundante: sois libres. Esa es también la experiencia del hijo pródigo que vuelve a casa. Ha acabado su hambre, ha acabado su vagar, ha acabado -con el abrazo del Padre- su pecado.

Por eso, al hablarnos en su Palabra de cómo Dios alimenta a su pueblo, a la Iglesia lo que le sale del corazón es cantar con el salmo “gustad”, porque al comer podéis ver “qué bueno es el Señor”, Él es el que os alimenta.

La Iglesia ejerce una maternidad tierna sobre sus hijos, y cuando hemos atravesado el ecuador de la Cuaresma, con estas lecturas nos invita a perseverar en la confianza en Dios. No temas por lo que no tengas, no temas por la escasez de frutos, por la ausencia de éxito, no temas no ver la casa, el destino final: Dios te acompaña y no falla a su promesa, te dará en abundancia, sentado a su mesa, si mantienes la confianza en Él, si eres capaz de reconocer tu pecado y dejarte abrazar por el amor de Dios.

El corazón duro, como tiene el hijo pequeño al principio, se resiste a dejarse alimentar, se resiste a dejarse reconciliar. No quiere considerarse dependiente de otros, de Dios, del Padre. Pero si “lo propio de Dios es hacer, lo propio del hombre es dejarse hacer”, decía un santo Padre. Confía, a mitad de la Cuaresma, en el deseo y el amor de Dios. Sigue tu camino. Sonríe, alégrate. El camino es duro, pero el Señor abre sus brazos para protegerte y acompañarte
a casa.

La Iglesia canta en la comunión con este salmo: comer la eucaristía es tener conciencia de que ya estamos sentados en casa, ya recibimos el alimento precioso de Dios. Por eso podemos seguir la conversión, por eso tenemos que seguir luchando con el pecado, porque todo lo de Dios es nuestro. ¿Alcanzo a ver, cuando comulgo, dónde estoy sentado, a qué mesa? ¿Me resisto a dejarme cuidar por Dios a su manera? Criaturas nuevas, hijos de Dios, en casa, reconciliados y vencedores sobre el pecado.
Diego Figueroa

domingo, 24 de marzo de 2019

PRIMERA LECTURA
“Yo soy” me envía a vosotros
Lectura del libro del Éxodo 3, 1-8a. 13-15
En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián. Llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, la montaña de Dios.
El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse.
Moisés se dijo:
«Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver por qué no se quema la zarza».
Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:
«Moisés, Moisés».
Respondió él:
«Aquí estoy».
Dijo Dios:
«No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado».
Y añadió:
«Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob».
Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios.
El Señor le dijo:
«He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores, conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel».
Moisés replicó a Dios:
«Mira, yo iré a los hijos de Israel y les diré: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros.” Si ellos me preguntan: “¿Cuál es su nombre? “, ¿qué les respondo?»
Dios dijo a Moisés:
«”Yo soy el que soy”; esto dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a vosotros».
Dios añadió:
«Esto dirás a los hijos de Israel: “El Señor, Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación”».
Palabra de Dios.
Sal 102, 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 11
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R.
El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel. R.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que lo temen. R.
SEGUNDA LECTURA
La vida del pueblo con Moisés en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10, 1-6. 10-12
No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y por el mar y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.
Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo codiciaron ellos. Y para que no murmuréis. como murmuraron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador.
Todo esto les sucedía alegóricamente y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se crea seguro, cuídese de no caer.
Palabra de Dios
Versículo Mt 4, 17
V: Convertíos – dice el señor -,
porque está cerca el reino de los cielos.
EVANGELIO
Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 1-9
En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.
Jesús respondió:
« ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera».
Y les dijo esta parábola:
«Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador:
“Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?”.
Pero el viñador contestó:
“Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”».
Palabra del Señor



Comentario Pastoral
CONVERSIÓN INAPLAZABLE
En este domingo se nota una intensificación del espíritu cuaresmal. Es el primer domingo de los escrutinios, es decir, de examen verificador y de catequesis de los catecúmenos que van a ser bautizados en la Pascua. Hoy, los cristianos actuales, como los de la antigüedad, debemos recordar y actualizar las exigencias del bautismo. Una de ellas es la conversión, que significa transformar el corazón, cambiar de costumbres y lograr una nueva visión del mundo y de los valores que imperan en la vida. A la espera de la conversión del hombre, Dios responde con su paciencia, como se nos narra en el episodio evangélico de la higuera estéril. Metidos en el desierto de la Cuaresma, hay que buscar la presencia reconfortante del Dios paciente y del agua fresca de su Palabra, que remedia la sequedad de nuestra poca fe, para poder caminar hasta la Pascua.

Jesús nos enfrenta con el realismo de la vida y de la historia. Nos enfrenta a cada uno con sus propias responsabilidades. Nos lleva a reflexionar sobre los acontecimientos, a descubrir el significado de la historia que a cada uno nos toca vivir y el sentido hondo de los hechos colectivos o políticos, en los que todos estamos implicados.

Estos sucesos, nos señala Jesús, son signo de la precariedad del hombre sobre el mundo y de la maldad que nos rodea y amenaza por la culpa que vamos segregando todos. Nos conducen desde la fe a sentir la solidaridad en la culpa y a comprender la gravedad del momento, por insignificantes que nos puedan parecer nuestras faltas personales nos descubren nuestra condición de pecadores y nos reclaman estar prontos para la conversión. Son como una invitación de Dios a abrirnos más allá de nosotros mismos. Son como índices de lo que Dios quiere: que yo, pecador, me convierta y viva, descubriendo por mí mismo lo que es justo.

Conversión significa “estar abiertos al misterio del reino como don de amor y urgencia de un cambio que es posible”. Sin este cambio, llegará la muerte como pérdida y fracaso. Si nos convertimos, el mal, el dolor y la muerte serán camino hacia el misterio, hacia la vida de Dios que ya tenemos.

No cabe el pesimismo sombrío, sino la conversión y la esperanza en un cambio fundamental que permita a la persona y a la comunidad humana y eclesial realizar su destino. Si las cosas van mal no cabe resignarse, desmoralizarse o inhibirse, sino ponerse manos a la obra para enderezar el rumbo torcido y colocar la vida y la historia en su ruta verdadera.

Ésta es la llamada a la conversión, propia del tiempo de Cuaresma y de todo tiempo: si no os convertís, todos pereceréis.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
Pensemos en la situación en la que Moisés se encuentra delante de la zarza, en la primera lectura. Tantos sinsabores en la vida, tantas idas y venidas… de repente, en ese espectáculo admirable Moisés se reconoce invitado a poner su confianza en Dios de una forma nueva e insospechada. Ya no es sólo el reconocimiento de un pueblo, es una llamada personal de Dios. En eso consiste la conversión, tema clave del tiempo cuaresmal: en la respuesta a una llamada de Dios, que se comunica cómo y cuando quiere, y conduce al hombre, si se deja este, hacia donde Él quiere.

La fuerza que tiene la presencia de Dios en la zarza ardiente conmueve el cristiano que, en medio del desierto, en el monte de la Cuaresma, busca a Dios para que dé un sentido a su vida, a su esfuerzo y a sus sudores de cada día. Como Moisés, llamado por Dios a comenzar una tarea más allá de sus fuerzas, más allá de sus cálculos, el cristiano encuentra esa misión y ese sentido en las palabras del Señor en el evangelio: “si no os convertís, todos pereceréis”.

Moisés es llamado a una conversión profunda para poder guiar a su pueblo según la voluntad de Yahveh, y sin embargo, a su conversión ha de seguir también la de todo su pueblo, pues la voz que va a escuchar de Dios tiene que ser acogida con devoción. La presencia de Cristo, el nuevo Moisés, guiando a su pueblo, nos pone ante la realidad de nuestra llamada a la conversión: en ella se va nuestro caminar por el desierto, se va nuestra vida. La misión que se nos encomienda es la conversión, una conversión que nos permita vivir en comunión con la zarza, entrar en el fuego divino, sin perecer ardiendo en él. La vida eterna, por lo tanto, es el sentido de esta misión. Superior a nuestras fuerzas, superior a nuestros cálculos. Dicho de otra forma, fruto imposible para esta higuera que somos nosotros.

Sin embargo, contamos con la ayuda de quien hace que no haya nada imposible: Dios, como buen y paciente viñador, dispondrá de todo lo necesario para que demos ese fruto que hoy parece inalcanzable. Después de más de dos semanas de Cuaresma, el cristiano ha podido experimentar ya, a poco que lo haya tomado en serio, el rigor de este tiempo, la exigencia de la fe en el Dios vivo. Y aparece la tentación del desánimo en cuanto nos miramos a nosotros mismos. No voy a poder. No llego. Como Moisés ante la zarza, podríamos nosotros dudar ante Dios. Pero Dios nos advierte: “El que soy” está siempre con vosotros.

Vais a afrontar esta tarea no para unos días, sino “de generación en generación”. Por eso, sin duda, podemos cantar con el salmo: “El Señor es compasivo y misericordioso, enseñó sus caminos a Moisés”. Así nos enseña a nosotros que en Dios se dan a la vez, paradójicamente, la urgencia de la llamada a la conversión en los actos concretos de nuestra vida, con la paciencia generosa de Dios que espera nuestra conversión. Para el evangelista Lucas la paciencia del Señor es un tema muy importante: así se manifiesta en Cristo la piedad del Dios de Israel, el amor por los suyos, su ternura comprensiva más allá de donde llega la nuestra.

La Cuaresma nos pone en la perspectiva de esa capacidad de Dios para perdonar, para dar más amor y así hacernos más fácil nuestra conversión. Su amor busca ablandar nuestro corazón para que crea más en Él y le prefiera, y se confíe, como Moisés con la zarza. Nuestra piedad de vuelta a Dios se manifiesta en ese deseo de cumplir la voluntad de Dios, de vivir confiados en su amor, como le pide a Moisés y a Israel. En el misterio, como Dios aparece en la zarza, aparece en la liturgia. Dios es nuestro compañero de camino en la Cuaresma. Nos acompaña para indicarnos cómo avanzar y hacia dónde. ¿Escucho cómo Dios me pide que cambie, en concreto? ¿Veo pasos en mi conversión cuaresmal? Es un buen principio entrar en la liturgia con corazón humilde, a escuchar, a reconocer a Dios. Eso me servirá también para la vida.

Diego Figueroa

domingo, 17 de marzo de 2019

PRIMERA LECTURA
Dios inició un pacto fiel con Abrahám
Lectura del libro del Génesis 15, 5-12. 17-18
En aquellos días, Dios sacó afuera a Abran y le dijo:
«Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas».
Y añadió:
«Así será tu descendencia».
Abrán creyó al Señor, y se le contó como justicia.
Después le dijo:
«Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los caldeos, para darte en posesión esta tierra».
Él replicó:
«Señor Dios, ¿cómo sabré yo que voy a poseerla?».
Respondió el Señor:
«Tráeme una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón».
Él los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres, y Abrán los espantaba.
Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán, y un terror intenso y oscuro cayó sobre él.
El sol se puso, y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.
Aquel día el Señor concertó alianza con Abran en estos términos:
«A tu descendencia le daré esta tierra, desde el río de Egipto al gran río Éufrates».
Palabra de Dios.
Sal 26, 1. 7-8a. 8b-9abc. 13-14
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación, 
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, 
¿quién me hará temblar? R.
Escúchame, Señor, 
que te llamo; 
ten piedad, respóndeme. 
Oigo en mí corazón: 
«Buscad mi rostro.» 
Tu rostro buscaré, Señor. R.
No me escondas tu rostro. 
No rechaces con ira a tu siervo, 
que tú eres mi auxilio; 
no me deseches. R.
Espero gozar de la dicha del Señor 
en el país de la vida. 
Espera en el Señor, sé valiente, 
ten ánimo, espera en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Cristo nos configurará según su cuerpo glorioso
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 17-4, 1
Hermanos, sed imitadores míos y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros.
Porque – como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos – hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; sólo aspiran a cosas terrenas.
Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo.
Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.
Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.
Palabra de Dios
Versículo Cf. Lc 9, 35
V: En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre:
«Este es mi Hijo amado, escuchadlo».
EVANGELIO
Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 28b-36
En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:
«Maestro ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabia lo que decía.
Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube.
Y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».
Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
Palabra del Señor


Comentario Pastoral
SUBIR ES TRANSFIGURARSE
Siempre me han llamado la atención muchos pueblos de Castilla, recortando su silueta en el horizonte amplio y luminoso; pueblos asentados en la llanura, pero apretados en torno a una colina, donde se yergue el templo parroquial. El adobe de las casas se transfigura en piedra de iglesia en el altozano. Desde abajo sube la gente buena del pueblo para transfigurarse en la celebración dominical del templo, y volver a bajar a su casa, a la meseta, a sus tierras, llenos de la gloria de Dios, después de haber escuchado al Hijo amado, el Escogido.

Es importante meditar, en este segundo domingo de Cuaresma, sobre el evangelio de la transfiguración, que nos narra la subida de Cristo a lo alto de la montaña, donde se reveló la gloria de Dios.

Tan importante como vivir en la llanura del trabajo cotidiano y de la lucha por la justicia y el desarrollo es saber subir a lo alto de la oración y adquirir así visión y sentido de transcendencia. Quien se queda siempre en el valle de lágrimas del mundo y no asciende a la cercanía de Dios pierde la perspectiva del cielo y no ve la gloria blanca de la transfiguración.

Dice el Evangelio de este segundo domingo de Cuaresma que Cristo subió a lo alto de una montaña para orar y que allí el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blancos. El blanco es el color de las manifestaciones divinas, el color de Dios. El blanco demuestra alegría y gloria, es signo de fiesta y de comienzo. Los cristianos deberíamos cambiar un poco el color de nuestra vida, de nuestra fe, esperanza y caridad. Es demasiado indefinido, poco brillante. Nos vestimos de tiniebla, nos cubrimos con apariencias, nos autodefendemos con nuestros tonos oscuros para no tener que mostrar a la luz nuestras manchas. Es urgente recobrar el blanco resplandeciente de la oración y de la cercanía de Dios.

Pero no hay que engañarse, no siempre se vive en éxtasis, en transfiguración y en luz. Hay que superar la tentación de quedarse en lo alto, estáticos, diciendo: “¡Qué hermoso es estar aquí!”, y refugiándonos en falsas tiendas de campaña. Hay que bajar al valle de lo concreto y del trabajo en el mundo. El ritmo de subidas y bajadas, de transfiguraciones breves en espera de la definitiva de alegrías y tristezas, de cansancios y descansos es la verdad de la vida.

La verdadera transfiguración es una subida hacia la escucha de la Palabra del Hijo de Dios, palabra que viene de lo alto y no es fruto del pensamiento terreno, palabra que es luz y visión de eternidad.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
“Nos transformará”: no debería pasar inadvertida para nosotros la serena seguridad con la que san Pablo confirma lo que las alianzas que hoy se nos presentan en la Liturgia de la Palabra sellan en nuestra vida como creyentes. Dios nos transformará. No sé en qué punto estáis de vuestra vida, si sois muy conscientes de esto o no, pero mirad, tened por seguro que Dios nos transformará.

Es así que hoy la liturgia nos ofrece por adelantado el final de este camino cuaresmal, el final, análogamente, del camino de nuestra vida. Cristo transfigurado, resplandeciente de gloria, y nosotros, si avanzamos creyentes por este camino, glorificados por Él, que “transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa”. Esto es posible porque “nosotros por el contrario somos ciudadanos del cielo”. El camino cuaresmal nos ofrece la oportunidad de descubrir el rostro de Cristo, y así afianzar nuestra fe de cara a afrontar el misterio pascual en Jerusalén. Van a pasar muchas cosas en Jerusalén, muchas espantosas, pero las podemos afrontar porque somos ciudadanos del cielo, transformados por su condición gloriosa.

Nuestro padre en la fe, Abrán, sin todo este recorrido de la historia, ya creyó. La seguridad de Abrahám después de que Dios hiciera pacto con él, en la primera lectura, la seguridad de los discípulos después de que Cristo les mostrara su cuerpo transfigurado, tienen que ser la seguridad de nosotros, sus discípulos, después de participar en la celebración de la liturgia, lugar de alianza y transfiguración para el creyente. Igual que Abraham pudo entonces seguir adelante en el camino de la promesa, fiado en la alianza con Dios, igual que Pedro, Santiago y Juan bajaron de la montaña camino de Jerusalén habiendo contemplado el poder de Dios, salimos los cristianos de la celebración eucarística.

La luz de Cristo es verdadera, la vieron los testigos del Señor. Y verdadera significa que contiene ese poder de transformar. Por eso, nosotros repetimos una y otra vez: “El Señor es mi luz y mi salvación”. El Señor es mi confianza absoluta, a la que puedo obedecer dejando de lado todo lo que no es propio de mí ni de ti.

La Cuaresma es el tiempo en el que, con esa confianza, empezamos a practicar qué significa haber sido transformados, haber sido iluminados, y aprendemos a elegir las cosas del cielo, con la fe y la penitencia. Es el tiempo en el que, viendo al mundo elegir lo bajo, nosotros vamos aprendiendo a elegir lo alto, porque el día de Pascua se nos invitará a “buscar los bienes de arriba, donde está Cristo”. Es el momento de aprender a ello, y en la fuerza de la Palabra y de la Eucaristía, Dios lo pone a nuestro alcance: ya no es sólo un deseo o un mandato, pues la Alianza verdadera se ha puesto en nuestro corazón, de tal manera que nos veamos inclinados hacia ella.

Si era necesario que los discípulos contemplaran al Señor en gloria para que no perdieran la fe ante lo que iba a suceder en Jerusalén, también nosotros, por la fe, tenemos que aprender a contemplar mediante signos en la liturgia la gloria del Señor, para que nuestra fe no se debilite, sino que se vea fortalecida ante tantas situaciones que, en la vida, intentan sumergirnos en la tiniebla. Sin embargo, “el Señor es mi luz y mi salvación”. La Cuaresma, camino para comprobar cuál es nuestra luz, cuánto es su alcance y dónde nos ofrece la fortaleza para nuestra debilidad día a día. Todo ese camino, y eso tenemos que purificar y asegurar en nosotros, lo hacemos porque sabemos que “nos transformará”: no sabemos qué vendrá, qué sucederá, pero sí sus frutos: que nos hará nuevos, en casa, a los hijos.

Diego Figueroa

domingo, 10 de marzo de 2019

PRIMERA LECTURA
Profesión de fe del pueblo escogido
Lectura del libro del Deuteronomio 26, 4-10
Moisés hablo al pueblo diciendo:
«El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias de todos los frutos y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tomarás la palabra y dirás ante el Señor, tu Dios:
“Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí como emigrante, con pocas personas, pero allí se convirtió en un pueblo grande, fuerte y numeroso
Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestros gritos, miró nuestra indefensión, nuestra angustia y nuestra opresión.
El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel.
Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado.”
Los pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios».
Palabra de Dios.
Sal 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15
R. Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.
Tú que habitas al amparo del Altísimo, 
que vives a la sombra del Omnipotente, 
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, 
Dios mío, confío en ti.» R.
No se acercará la desgracia, 
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes 
para que te guarden en tus caminos. R.
Te llevarán en sus palmas, 
para que tu pie no tropiece en la piedra; 
caminarás sobre áspides y víboras, 
pisotearás leones y dragones. R.
«Se puso junto a mí: lo libraré; 
lo protegeré porque conoce mi nombre, 
me invocará y lo escucharé. 
Con él estaré en la tribulación, 
lo defenderé, lo glorificaré». R.
SEGUNDA LECTURA
Profesión de fe del que cree en Cristo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 10, 8-13
Hermanos:
¿Qué dice la Escritura?
«La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón».
Se refiere a la palabra de la fe que anunciamos. Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo.
Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.
Pues dice la Escritura:
«Nadie que cree en él quedará defraudado».
En efecto, no hay distinción entre judío y griego; porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo».
Palabra de Dios
Versículo Mt 4, 4b
V: No solo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
EVANGELIO
El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 4, 1-13
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
En todos aquellos días estuvo sin comer, y al final, sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan».
Jesús le contestó:
«Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”».
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo:
Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado ordenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
Acabada toda tentación el demonio se marchó hasta otra ocasión.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LAS TENTACIONES DE HOY DÍA
La Cuaresma es un tiempo fuerte de penitencia y de oración para prepararse a la Pascua. Estos cuarenta días deben ser una renovación espiritual, un período de conversión y de profundización en las exigencias de la fe cristiana. El sentido de la Cuaresma se nos explica en este primer domingo a través del tema de las tentaciones: las de Adán, las del pueblo elegido, las de Cristo y las nuestras. Tentaciones de ayer, de hoy y de siempre.

Creer que existen tentaciones no es aceptar una teología trasnochada. Por eso es oportuno saberlas situar y actualizar. Las tres tentaciones clásicas, con nombre de hoy, pueden ser éstas: la tentación de la eficacia, la tentación del poder y la tentación de la caída.

Primera tentación. Es verdad que el desarrollo nos hace tomar conciencia de que muchas cosas pueden ser solucionadas siendo dinámicos y eficaces. Para remediar, por ejemplo, el hambre en el mundo, sería una solución que las piedras pudiesen convertirse en panes. Y de repente nos encontramos con la palabra de Jesús: “No sólo de pan vive el hombre”. Nunca hay que perder el sentido y el valor de la Palabra de Dios, que trasciende la problemática sociológica de las cosas de aquí abajo, que apenas remediamos. Si hemos encarnado la Palabra de Dios, seremos capaces de encarnarnos en los problemas humanos y descubriremos que junto al hambre sociológico existe un hambre espiritual que no se remedia con harturas terrenas. Se debe ser eficaz en aquello en que debemos serlo, pero sin convertir el medio en fin.

La sabiduría cristiana supone superar la tentación de no oponer la Palabra de Dios con el pan de cada día.

La segunda tentación es la del poder y la del dominio en cualquier nivel y circunstancia. Todos deseamos ser soberanos, aunque sea en un pequeño “reino taifa”. A diferencia de Cristo, que no aceptó el dominio fácil de conseguir todo el mundo por una genuflexión, nosotros estaríamos dispuestos a hacer una y mil genuflexiones. ¡Ante cuántas cosas y personas nos arrodillamos! Muchas veces es más fácil arrodillarse en silencio que mantenerse en pie y hablar. Es importante descubrir las sutilezas con que se nos puede presentar esta tentación en el plano humano, político y religioso.

Tercera tentación: la de la caída. A Cristo se le propone que se tire desde el alero del templo. Sería una caída positivamente espectacular: la tentación de bajar de lo alto, de dejarse caer. La soberbia de nuestra vida, de nuestros hechos y conocimientos quiere provocar las miradas de todos para que vean la humildad de nuestro descendimiento y encarnación. Es la tentación del espiritualismo evasivo o del terrenismo espectacular, la tentación de querer ser ángeles olvidándonos de que tenemos cuerpo.
Andrés Pardo
 

de la Palabra a la Vida
Para poder desarrollarnos adecuadamente en la vida y sacar el máximo rendimiento a nuestras potencialidades es necesario saber primero situarse en la vida. Saber quiénes somos, dónde estamos… ese tipo de cuestiones. Así parece querer instruirnos la Cuaresma desde el principio: Dios nos dio una tierra y la perdimos, nos dio un vergel y merecimos un desierto, pero en esa situación, el Hijo de Dios ha aceptado unirse a nosotros. Y aparece en el desierto para conducirnos a la gloria.

Por eso la temática de los dos primeros domingos de Cuaresma es fija: el primero se nos presentan las tentaciones de Jesús en el desierto, el segundo su transfiguración ante sus discípulos en el monte. Es decir, la Iglesia empieza la cuaresma advirtiendo a los catecúmenos y recordando a los bautizados: seguir al Señor es un camino lleno de tentaciones, pero el poder y la victoria de Cristo se nos comunican a nosotros, hasta el punto de que así seremos transfigurados como Él, con su gloria.

Sólo varía, entonces, el evangelista del cual se toman los textos, que está en función del año en curso. Este año de Lucas, la Cuaresma nos presenta la llamada a la conversión desde la perspectiva de la misericordia del Padre: su amor busca atraer a los hombres hacia sí, pero los hombres no llegan hasta Dios sin más, tienen que experimentar la dureza de la tentación y apropiarse del misterio pascual, pasar, como miembros de un pueblo errante, por la muerte y resurrección para entrar en la presencia de Dios glorificados, transfigurados; para llegar a casa definitivamente.

Para san Lucas, de hecho, el evangelio de hoy contiene una advertencia importante: la tentación es la prueba que termina con el reconocimiento por parte del Padre, y su firme voluntad de permanecer siempre con el Hijo. El cristiano se ve así reconfortado ante las dificultades que se le anuncian. Mientras elijamos comer el pan necesario, escuchar la voluntad del Padre, la Cuaresma, y como ella la vida cristiana, su existencia terminará en gloriosa transfiguración. Porque ser hijos es estar en casa.

Por eso la primera lectura nos presenta la historia de Israel: un arameo errante y su descendencia se convierten, por su fe en Dios, en primicia de un gran pueblo que puede presentar a Dios las primicias de los frutos de su nueva tierra. Ni la esclavitud ni el desierto han podido con la voluntad de Dios: su pueblo ha permanecido con Él, y le devuelve su bendición en forma de cosecha.

Dios permanece junto al hombre, hace que dé fruto, y que pierda, por tanto, el miedo a todo tipo de desgracias, “áspides y víboras, leones y dragones”, porque en la vida, y como en ella en la Cuaresma, “el Señor está conmigo, en la tribulación”. La Cuaresma es tiempo para experimentar la cercanía de Dios, la protección de Dios; es tiempo para descubrir, en el fondo, el amor de Dios que no se separa de su pueblo cuando este lo pasa mal o es puesto a prueba.

La celebración de la Iglesia, la liturgia, nos enseña a profesar el nombre del Señor (2ª lectura) para poder recurrir a Él en la prueba y en la tentación. Profesando con los labios la fe que llevamos en el corazón experimentamos totalmente la fuerza salvadora de Dios para ir por la vida. Y es que, aunque cada día la tribulación, el Tentador, nos asalta en multitud de ocasiones, el nombre de Jesús tiene el poder de despedir al demonio “hasta otra ocasión”. Nosotros, hijos por Jesús, hijos con Jesús, podemos afrontar el camino cuaresmal, la tentación, la prueba, confiados en que el Señor está con nosotros en cada tribulación. Vamos a caminar, vamos a descubrir dónde reconocemos la presencia del Señor con nosotros y dónde aún somos errantes.
Diego Figueroa