domingo, 19 de febrero de 2017


19/02/2017  Domingo de la 7ª semana de Tiempo Ordinario

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA

PRIMERA LECTURA
Amarás a tu prójmo como a ti mismo 
Lectura del libro del Levítico 19, 1-2.17-18
El Señor habló a Moisés:
«Di a la comunidad de los hijos de Israel:
“Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.
No odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado.
No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Yo soy el Señor”». Palabra de Dios.
Sal 102,1-2.3-4.8 y 10. 12-13 (R.: 8a)
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R.
Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que lo temen. R.
SEGUNDA LECTURA
Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios 
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 3, 16-23
Hermanos:
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros.
Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio.
Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: «Él caza a los sabios en su astucia». Y también: «El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos».
Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Amad a vuestros enemigos 
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 38-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral
https://www.blogger.com/blogger.g?blogID=6411588769129146704#editor/target=post;postID=8025327219221854339
EL AMOR A LOS ENEMIGOS
El amor cristiano no es la sola unión de los esposos, ni el ardor de los amantes, ni el acuerdo de los amigos, ni la predilección de los prójimos, sino el amor total que llega incluso a poder amar a los enemigos. Es un amor que no se queda en la dulce y confortable efusión del corazón, ni se reduce a un intercambio de beneficios, sino que se convierte en don y abandono total, rompiendo las coordenadas lógicas de los comportamientos humanos.

El amor cristiano no es un simple afecto, porque si lo fuera no podría ser objeto de un mandamiento, ya que no se puede tener afecto verdadero por obediencia. El amor que es objeto del mayor mandamiento de la ley nueva no pertenece al mero reino de la sensibilidad, sino al de la voluntad. No es simple sentimiento, sino virtud.

El odio siempre empequeñece, porque aísla, reduce y endurece los límites; mientras que el amor engrandece y abre horizontes. El límite del amor cristiano no es el “yo”, sino “los demás”, no son sólo los amigos, sino incluso los enemigos. No es una resta, sino una multiplicación. Es un amor infinito, que no se queda en las consideraciones de la justicia. Porque la justicia devuelve ojo por ojo y diente por diente y mal por mal, a fin de obtener un equilibrio e impedir que el desorden lo arrolle todo; mientras que el amor perfecto que nos pide Cristo paga el bien con el bien y el mal con el bien.

Es fácil amar a los prójimos y tener compasión con los que pasan hambre y estar abierto al desconocido que pasa a nuestro lado o vive lejos, pero que nos va a importunar solamente un momento. Pero existe un hombre más difícil de amar que el pobre y el extranjero: es el enemigo que hace daño, ataca y escarnece. Amarlo es exponerse al ridículo, a la ruina, incluso a la muerte.
Quien es capaz de este amor se acerca a la perfección del “Padre que está en el cielo y hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos”. Es, en verdad, un amor difícil y arriesgado, que exige un gran dominio de los sentimientos. Es un fuego purificador y un sacrificio, que en vez de causar la muerte, insufla una vida nueva, plena de gozo, que nadie puede arrebatar. Los cristianos podemos hacer realidad lo que parece utopía.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Levítico 19, 1-2.17-18Sal 102,1-2.3-4.8 y 10. 12-13
san Pablo a los Corintios 3, 16-23san Mateo 5, 38-48
de la Palabra a la Vida
Si Jesús no ha venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud, también el amor que abría la Ley de Dios tiene que llegar con Cristo a su plenitud. Es entonces, con el evangelio de hoy, como las preciosas palabras, tan sugerentes y llenas de misericordia, de las Bienaventuranzas, se convierten en un auténtico dardo que se dirige directamente a lo más profundo del corazón. La ley del talión, ya escrita en el antiguo código de Hammurabi, 1800 años a.C. y en la ley romana, no está mal para aquellos tiempos: pretendía claramente evitar una venganza excesiva, que cada uno se tomara la justicia por su mano en cada afrenta, que así la justicia y el castigo fueran proporcionales a la culpa cometida.

Y sin embargo, Jesús viene a ofrecer la plenitud de la ley, hasta tal punto que va a superar la anterior ley con una propuesta escandalosa: “Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen”. Esta plenitud consiste en que Jesús no reclama a sus discípulos una actitud pasiva ante el mal sufrido, sino una colaboración activa: dar más de lo que se nos pide, de lo que se nos quita… ¿Qué sentido puede tener semejante actitud? ¿Qué plenitud puede ser al que coge lo nuestro, no sólo ponérselo fácil, sino contribuir con él? Sin duda que el alcance que tiene esta afirmación de Jesús en el evangelio de hoy es nuestro corazón. Jesús no busca promulgar una ley, no ofrece una norma de tipo legal, sino que quiere que el corazón del hombre pueda plantearse las injusticias que padece según el espíritu de las Bienaventuranzas. Jesús quiere que el hombre tenga la capacidad de poder desprenderse de lo suyo de forma gratuita y generosa, pues así nos da nuestro Padre del cielo.

Así puede parecernos una injusticia excesiva para nuestra vida, para nuestro corazón… y sin embargo, Jesús está con esta propuesta preparando un misterio en el que esto ha sucedido absolutamente: su propia pasión, en la que ha perdonado y dado la vida por los que le crucificaban. A nosotros no nos ha acompañado la milla que le pedíamos, sino muchas más: Él no sólo nos ha perdonado, sino que nos ha llevado al cielo con Él. Está claro, Jesús nunca va a pedirnos algo que Él no haya puesto por obra primero. Lo que Él dibuja con esta perfección del amor, lo vive totalmente en la cruz.

Es por eso que la clave de lectura de todo este discurso que estamos haciendo domingo a domingo es este amor al prójimo que Jesús propone. Un amor que se manifiesta en que somos capaces de interceder por el que nos persigue o nos quiere mal. Volvemos al principio: ¿por qué nos pide eso? Porque eso es lo que ha hecho Él en la cruz. Aquí ya se ve claramente la plenitud de ese amor, la perfección de la justicia que Jesús pide a sus discípulos, que no son conscientes todavía de lo que se les está pidiendo.

Jesús quiere que el hombre desarrolle plenamente las potencias de su corazón, en el que Él infunde el don del Espíritu Santo. Sí, sólo el Espíritu Santo permite amar así, permite acoger de esa forma el amor que Dios nos tiene y que quiere que nosotros tengamos. Es el amor que hace de nosotros sal y luz, que nos manifiesta como sus discípulos, que recibimos por medio de los sacramentos, los cuales quizás tengamos que aprender a vivir de otra forma, más conscientes de la milla extra que el Señor nos está acompañando, y de para qué lo está haciendo. ¿Veo el camino que el Señor hace conmigo? ¿Veo el camino que me queda por recorrer? ¿Dónde, a quién, tengo que comenzar a ofrecer ese amor perfecto que Dios pone en mi vida?

Las bienaventuranzas se cumplen en nosotros sólo cuando este amor está plenamente acogido y cuando estamos dispuestos a padecer cada día el misterio de la cruz con Cristo, donde Él nos ha dado ese amor perfecto.
Diego Figueroa

No hay comentarios:

Publicar un comentario