domingo, 27 de octubre de 2019

PRIMERA LECTURA
La oración del humilde atraviesa las nubes.
Lectura del libro del Eclesiástico 35, 12-14. 16-19a
El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas.
Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido.
No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento.
Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes.
La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino.
No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia.
El Señor no tardará.
Palabra de Dios
Sal 33, 2-3. 17-18. 19 y 23
R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloria en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R.
El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
el no será castigado quien se acoge a él. R.
SEGUNDA LECTURA
Me está reservada la corona de la justicia.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18
Querido hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en liberación y el momento de mi partida es inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no sólo a mi, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta!
Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios
Aleluya 2 Cor 5, 19ac
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo,
y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. R.
EVANGELIO
El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
ORAR EN FARISEO O EN PUBLICANO
“Dos hombres subieron al templo a orar”. Así comienza la parábola que se lee en este domingo XXX del tiempo ordinario. Uno fariseo, perteneciente a los observantes de la ley, a los devotos en oraciones, ayunos y limosnas. El otro es publicano, recaudador de tributos al servicio de los romanos, despreocupado por cumplir todas las externas prescripciones legales de las abluciones y lavatorios.

El fariseo más que rezar a Dios, se reza a sí mismo; desde el pedestal de sus virtudes se cuenta su historia: “ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo”. Y tiene la osadía de dar gracias por no ser como los demás hombres, ladrones, injustos y adúlteros. Por el contrario, el publicano sumergido en su propia indignidad, sólo sabía repetir: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

Aunque el fariseo nos resulte antipático y bufón, hemos de reconocer que la mayoría de las veces nos situamos junto a él en el templo e imitamos su postura de suficiencia y presunción. Vamos a la iglesia no para escuchar a Dios y sus exigencias sobre nosotros, sino para invitarle a que nos admire por lo bueno que somos. Somos fariseos cuando olvidamos la grandeza de Dios y nuestra nada, y creemos que las virtudes propias exigen el desprecio de los demás. Somos fariseos cuando nos separamos de los demás y nos creemos más justos, menos egoístas y más limpios que los otros. Somos fariseos cuando entendemos que nuestras relaciones con Dios han de ser cuantitativas y medimos solamente nuestra religiosidad por misas y rosarios.

Es preciso colocarse atrás con el publicano, que sabe que la única credencial válida para presentarse ante Dios es reconocer nuestra condición de pecadores. El publicano se siente pequeño, no se atreve a levantar los ojos al cielo; por eso sale del templo engrandecido. Se reconoce pobre y por eso sale enriquecido. Se confiesa pecador y por eso sale justificado.

Solamente cuando estamos sinceramente convencidos de que no tenemos nada presentable, nos podemos presentar delante de Dios. La verdadera oración no es golpear el aire con nuestras palabras inflamadas de vanagloria, sino golpear nuestro pecho con humildad. La fraternidad cristiana exige no sentirse distintos de los demás, ni iguales a los otros, sino peores que todos. Es un misterio que la Iglesia de los pecadores se haga todos los días la Iglesia de los santos.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Como los gritos de la viuda al juez atravesaban su conciencia y le movían a hacerla justicia, en el evangelio del domingo pasado, así sucede con la oración del justo, que llega hasta Dios, en este domingo.
En este caso, con una parábola que solamente encontramos en el evangelio de Lucas, la del fariseo y el publicano que suben al templo a orar. La antítesis es tan radical entre los dos personajes, son dos figuras tan opuestas, no solamente en su situación, sino también en sus palabras y en sus gestos, que es fácil reconocer la intención y el mensaje de la parábola. Una oración de acción de gracias del fariseo, llena de virtudes, al lado de una petición humilde de perdón, una confesión de las culpas en la que el publicano encuentra su justificación. Sin duda, que no ven los ojos de los hombres lo que los ojos de Dios, y este en su misericordia, rehabilita con su perdón al que arrepentido confiesa sus pecados y no presume de sus virtudes.

Por eso, la oración del publicano, rico en bienes materiales, no puede como la oración del pobre que atraviesa las nubes hasta llegar a Dios, del Sirácida, porque ha confiado a Dios su justificación, no se la ha presentado como un mérito personal. El justo a los ojos de Dios no es el que cumple las observancias con un corazón engreído y autosuficiente, sino el que confiando en la misericordia divina, reconoce su propia limitación y confiesa con humildad sus pecados. Porque la motivación para hacer el bien es el bien mismo, es Dios, o el bien se deforma hacia el egoísmo y la vanidad.

No se trata de sentarse más adelante o más hacia atrás, pues uno puede ir al último banco o no levantar la cabeza no por humildad, sino por independencia, por una mala autonomía. De lo que se trata es de buscar en el corazón el sitio que Cristo necesita para perdonar nuestras culpas, y por lo Tanto, el convencimiento de que el Señor escucha al humilde, al abatido, al que reconoce su culpa y busca su conversión. “Escuchar” no consiste en dar éxitos, ascensos, reconocimientos: se
puede estar muy arriba y no ser escuchado. “Escuchar” es reconocer, en lo profundo de la conciencia, la certeza de la presencia de Dios que nos hace justicia, nos abre su puerta, no la abrimos nosotros.

Así lo confirma la conclusión de Lucas en el versículo final: “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Con esta conclusión, la parábola se abre a todo
tiempo y lugar, no queda como una advertencia para aquellos contemporáneos de Jesús, sino que advierte a los cristianos de nuestro tiempo, y de todo tiempo. Es peligroso creerse en situación
virtuosa, en posesión de la verdad, porque será el Señor el que humille al que se ha crecido. No es una cuestión de imposible karma, es la realidad de lo que somos y de cómo Dios nos busca en lo que somos, no en lo que nos creemos. Los discípulos del Señor se caracterizarán por esa capacidad para reconocer el mal cometido y confiar en el perdón que Cristo ofrece. Humillarse no es más que imitar, no en las formas, no externamente, como una impostura, sino desde lo profundo del corazón, hasta las lágrimas, confiar en que la realidad empobrecedora de mis pecados va a ser encontrada por la santidad y la riqueza de Dios.

Es necesario vivir en la Iglesia para no dejarse arrastrar por la natural tendencia a engreírnos. Es
necesario crecer entre hermanos en la fe, no para compararnos, sino para encontrar a quienes servir, a quienes dejar primero, a quienes atender o dar ánimos, a quienes dar prioridad. Es necesario no utilizar a otros, no compararse con otros, no buscar manejar a otros por pretendida superioridad, sino reconocer cómo Cristo ha hecho al humillarse. Por eso sabemos con certeza que Cristo viene a redimir a los suyos, y que desde lo profundo del corazón, la actitud del publicano, aunque menos agradecida, menos aparente, es la que Cristo ensalza para poder seguir tras Él por la vida.
Diego Figueroa

domingo, 20 de octubre de 2019

PRIMERA LECTURA
Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel.
Lectura del libro del Éxodo 17, 8-13
En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín.
Moisés dijo a Josué:
«Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano».
Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entretanto, Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado.
Así resistieron en alto sus brazos hasta la puesta del sol.
Josué derrotó a Amalec y a su pueblo, a filo de espada.
Palabra de Dios
Sal 120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8
R. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R.
No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel. R.
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche. R.
El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre. R.
SEGUNDA LECTURA
El hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 3, 14-4,2
Querido hermano:
Permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.
Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté equipado para toda obra buena.
Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta, con toda magnanimidad y doctrina.
Palabra de Dios
Aleluya Heb 4, 12ad
R. Aleluya, aleluya, aleluya
La palabra de Dios es viva y eficaz;
juzga los deseos e intenciones del corazón. R.
EVANGELIO
Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 18, 1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante el día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
NUEVA CATEQUESIS SOBRE LA ORACIÓN
Siempre es tema importante el de la oración, que está presente durante toda la existencia de Cristo, sobre todo en los instantes más decisivos de su misión. Hoy se nos pone de relieve una de las características básicas, como es la perseverancia, que no es otra cosa que la fidelidad en la adhesión orante a Dios.

Moisés es un clásico modelo de la constancia en la plegaria. En el camino de Israel hacia la tierra libre de la promesa se encuentra con mil dificultades de todo tipo, incluso militares. En la cercanía del Señor está la fuerza para verse libre de toda hostilidad y potencia humana. En el centro de la escena sobresale la figura de Moisés, que ora con perseverancia y llena de sentido la acción de sus guerreros.

La cualidad fundamental de la viuda del Evangelio es su irresistible constancia, que no conoce la oscuridad del silencio del juez, la amargura de su indiferencia y la constante dureza de su hostilidad. La oración es una aventura misteriosa con matices de lucha, pues es una agonía y un combate con lo infinito.

Otra dimensión de la oración, propiamente teológica, que se deriva de la parábola es la certeza de la escucha. La consecuencia es lógica: si un juez corrupto e injusto cede ante la constancia de una viuda, cuánto más lo hará el Juez justo y perfecto que es Dios. La confianza en la paternidad de Dios es la raíz de la oración, su estilo y atmósfera.

Perseverar en la oración sin desanimarse probará la firmeza de nuestra voluntad y lo inquebrantable de nuestra fe en Dios, que siempre hace justicia.

La oración es un puente de comunicación entre lo finito y lo infinito, une a la humanidad con Dios. La oración no es la intuición sentimental de un instante ni un estadio transitorio de exaltación. Necesita perseverancia y empeño. Es una lucha con el misterio, una aventura.

La oración produce justicia. Quien tiene contacto con Dios vuelve al mundo con más luz de lo alto, trasfigurado, porque su amor es más fuerte, su coraje más sólido, su esperanza más viva.

La oración produce también paz en el corazón, porque se dirige no a un juez, sino a un padre misericordioso. Por eso conforta, consuela, serena, renueva al hombre.

La oración debe ser alimentada por la Biblia. Por medio de los salmos, Dios ha puesto en nuestros labios lo que él quiere escuchar de nosotros.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
La fe no es una cosa que interese mucho a nuestros tiempos, tampoco lo era la lepra, pero la justicia… la justicia es otra cosa. Todo el mundo desea, el menos para sí, que se le haga justicia. Y es fácil pensar que se nos ha hecho justicia cuando en cualquier materia hemos acabado obteniendo lo esperado: un examen, un pleito, un trabajo… Si, hasta el juez injusto es capaz de hacer justicia, ¿cómo no va a hacerla Dios?

Hemos entrado en la parte del evangelio de Lucas referido a la instrucción escatológica, es decir, se nos habla ahora sobre lo que sucederá al final de los tiempos, cuando todo esto termine y vuelva el Hijo del hombre. Así podemos entender esa pregunta final que se hace Jesús sobre la fe en los últimos días. La perseverancia de la mujer viuda es motivo de reflexión y de esperanza para los que escuchan la parábola: si su pertinacia consigue ser atendida por un juez tan irresponsable, no hay duda de que el discípulo, con su oración continuada, conseguirá mucho más de su Padre del cielo.

La primera lectura nos muestra un ejemplo gráfico inmenso de lo que significa perseverar en la oración: Aarón y Jur sostienen, brazos en alto, la oración de Moisés por su pueblo. En él vemos dibujado al “guardián de Israel” del que habla el salmo, que “no duerme ni reposa” para dar a su pueblo la victoria, la justicia.

Pero la Iglesia no tiene dudas… no, no es Moisés, sino el Señor, el verdadero guardián de Israel. No es Moisés, sino Cristo, el que ha levantado los brazos en lo alto de un monte, puesto en la cruz, y desde allí ha intercedido para obtener la victoria para su pueblo, para concederle una injusta justicia, para darle una felicidad que el Padre no puede rechazar darle. Cristo se ha convertido en el misterio pascual, en la batalla definitiva, con los brazos en alto, en aquel que asegura que su pueblo venza “al acusador, que acusaba a los suyos día y noche” (Cf. Ap 12,10). Y no contento con esa victoria, ha entrado en el santuario del cielo para hacer justicia a los suyos, para convertirse en el juez que, brazos en alto, asegura ante el Padre la justicia para aquellos que, perseverantes en la oración, quieren obtener la salvación de Dios, quieren recibir el premio a su perseverancia.

Por eso, tenemos un sumo sacerdote que ha entrado en el santuario del cielo para obtener justicia para nosotros. Nosotros somos, en el fondo, como esa pobre viuda, que no tenía nada con lo que defenderse, argumentos con los que apelar, más que su insistencia.

Bien entiende la Iglesia que lo que anunciaba Moisés, se ha cumplido en la Pascua de Cristo, donde hemos ganado un abogado que nos defiende en el cielo, donde el Padre quiere ponerse siempre de nuestro lado. Tan bien lo entiende, que hace a sus sacerdotes elevar sus brazos, repitiendo aquel gesto de intercesión que salva a los suyos. ¿No experimentamos, acaso, la protección y la beneficencia del Señor, cuando el sacerdote eleva sus brazos en la oración? ¿No sabemos que está intercediendo ante el Padre, unido a Cristo, para obtenernos la bendición y la salvación? ¿No deseamos perseverar con ellos, animarles a mantenerse así, en bien de toda la humanidad, de tantos seres queridos?

El poder de la cruz de Cristo sigue siendo eficaz ante el creyente, ante el que, como Jesús pide en el evangelio, persevera en la oración. De ese poder brota la liturgia que celebramos. Y es que, la verdadera victoria no se obtiene aquí, cuando recibimos los primeros “bocados de vida eterna”, pero sí es cierto que aquí, con nuestra perseverancia, con una fe constante, esos brazos en algo adquieren el sentido inequívoco de la justicia que Dios nos promete gratuitamente.
Diego Figueroa

domingo, 13 de octubre de 2019

PRIMERA LECTURA
Volvió Naamán al hombre de Dios y alabó al Señor.
Lectura del segundo libro de los Reyes 5, 14-17
En aquellos días, el sirio Naamán bajó y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra de Elíseo, el hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño: quedó limpio de su lepra.
Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando:
«Ahora reconozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu servidor.»
Pero Eliseo respondió:
«¡Vive el Señor ante quien sirvo, que no he de aceptar nada».
Y le insistió en que aceptase, pero él rehusó.
Naamán dijo entonces:
«Que al menos le den a tu siervo tierra del país, la carga de un par de mulos, porque tu servidor no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que al Señor».
Palabra de Dios
Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4
R. El Señor revela a las naciones su salvación.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera,
gritad, vitoread, tocad. R.
SEGUNDA LECTURA
Si perseveramos, también reinaremos con Cristo.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2, 8-13
Querido hermano:
Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según mi Evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús.
Es palabra digna de crédito:
Pues si morimos con él, también viviremos con él; si perseveramos, también reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.
Palabra de Dios
Aleluya 1 Tes 5, 18
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Dad gracias en toda ocasión:
esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. R.
EVANGELIO
¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19
Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«ld a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
VIVIR EN ACCIÓN DE GRACIAS
Algunos, basándose en el relato evangélico de la curación de los diez leprosos, de los que solamente uno vuelve a dar gracias a Jesús, podrían deducir en un análisis del juicio global de la sociedad en que vivimos, que tan sólo el diez por ciento de las personas son agradecidas. No basta con tener talante interior de gratitud, sino que es preciso demostrarlo. ¡Qué importante es reconocer los beneficios que otro nos ha hecho, saber agradecer sus palabras y obras buenas!

En términos fríos de justicia, de servicios obligados, de mero cumplimiento del trabajo profesional, se corre el peligro de ver todo normal, como debido, como pago, como obligación, como reivindicación. Muchas personas son autómatas y actúan con una insensibilidad despersonalizada. No hacen el más mínimo esfuerzo por ayudar al que lo precisa, si el asunto no está contemplado en el reglamento laboral o en el contrato firmado.

Saber agradecer es mirar positivamente los gestos, las actitudes, las manos abiertas de los que nos favorecen. No es simple cuestión de cortesía, de buena educación, sino de buen corazón. Por eso se puede afirmar que el cristiano debe tener siempre mirada limpia para ver las contínuas acciones gratuitas de Dios en favor nuestro. Como lo hizo la Virgen, cuya vida fue un prolongado “Magníficat”. Sabido es que Dios no obra por obligación, sino por amor.

En este domingo (XXVIII del tiempo ordinario) conviene recordar que agradecer es sinónimo de alabar y bendecir. Tener capacidad de alabar es tener capacidad de admirar, de contemplar, de adorar, de olvidarse de sí mismo. Es lo que hizo el leproso dando gloria a Dios. La alabanza engloba la acción de gracias. Lo repetimos sin darnos cuenta, en el Gloria de la Misa: “Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor”.

Una cosa importante para vivir en acción de gracias es tener memoria. Cuando se recuerda el estado anterior se analiza la situación actual mejorada, surge casi espontáneamente el agradecimiento. Memoria tuvo el leproso samaritano que volvió, porque no sólo miró su cuerpo limpio, sino sobre todo su corazón; los otros nueve solo miraron su cuerpo y no se acordaron de más.

Tengamos presente que Naamán encuentra a Dios en su curación y lo reconoce en pública confesión de acción de gracias. La salvación total sólo alcanza al leproso agradecido que se vuelve alabando a Dios.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
Si la fe no es una preocupación, como veíamos el domingo pasado, para las gentes de hoy, tampoco lo es la lepra. Esta enfermedad, que hoy sólo en algunas zonas pobres sigue siendo agresiva, en tiempos de Jesús era significativa por simbolizar la impureza. Era un estigma, como hoy para otros. Pero Dios aparece en las debilidades, si lo sabemos buscar. Naamán el sirio es curado por Eliseo en las aguas del Jordán, Jesús mismo es el agua que cura a los diez leprosos en el evangelio. Un acto de fe momentáneo pero grande, de calidad, “como un granito de mostaza”, concede a Naamán la salud en las aguas pobres del río Jordán. No es la grandeza del río, sino la de la fe, la que cura.

Los diez leprosos del evangelio solamente tienen que obedecer al mandato de Cristo: “Id a presentaros a los sacerdotes”. Son ellos los que tienen que dar testimonio de la curación, tal y como mandaba la Ley. Solamente obedecer al mandato: no hay ningún gesto de Cristo, ningún signo que realizar, ninguna pobre manifestación de fe… salvo la obediencia de ir al sacerdote. Es en esas cuando los leprosos se ven curados, los judíos y el samaritano. Es así porque la curación supone una salvación que es universal. Jesús recorría el camino hacia Jerusalén pero lo hacía ofreciendo la salvación a todos los pueblos, a todas las razas y religiones. Todas encuentran salvación en Él.

Por eso, la Iglesia, al ver curado a Naamán, un sirio, un pagano, uno que no pertenecía a Israel, canta: “El Señor revela a las naciones su salvación”. Como al samaritano. Un hombre que se presenta como el que ofrece la salvación de Dios a todos crea en aquellos que lo encuentran una infinita confianza: por eso, el samaritano vuelve. La conversión del samaritano para dar gracias y glorificar a Dios es su forma de acoger la misericordia recibida. Y así, aquel que al principio del evangelio gritaba “ten compasión”, vuelve ahora al Señor para descubrir que la ha recibido, que el Señor es compasivo y misericordioso, que la Palabra de Dios se cumple en su vida y que Él ha recibido esa salvación.

La celebración de la Iglesia es ahora, para nosotros, ocasión para experimentar lo que el evangelio relata: en la fe, que se manifiesta en la obediencia a la celebración de la Iglesia, resuena la voz y el poder de Cristo, que quiere transformar lo que hay de impuro en nosotros en algo santo, el mal en bien. Es necesario entrar en la celebración llenos de fe para que así suceda, pues con esa fe el pecador se convierte en discípulo, en reflejo de la limpieza de Cristo, de su santidad.

Venir a la liturgia de la Iglesia a dar gracias a Cristo es reconocer esa obra que ha querido hacer en nosotros y a la cual hemos respondido con asentimiento obediente. Sí, aunque nuestra celebración pueda parecernos tan pobre como el río Jordán, nada que ver con otros ríos grandes y caudalosos, por esta fluye la Vida Eterna. Sólo quien así lo reconoce puede ofrecer verdadera alabanza divina.

Con frecuencia podemos reconocer, e incluso vernos afectados, por la pobreza de la celebración de la Iglesia, de los ministros, de los signos… y sin embargo, por medio de ellos se está transmitiendo la salud, la limpieza, la claridad de Dios. Por eso, la fe es esencial, necesaria, para poder entrar y entender la celebración: se trata de que actúe Dios, no de que nadie se luzca; se trata de obedecer al Señor, no de parecer grandes. Una cosa pone en contacto con el Dios que cura, la otra lo aleja y nos vuelve presuntuosos. Una mirada como la del samaritano nos permitirá advertir el milagro que Dios quiere hacer con nosotros y vivir agradecidos por tanta generosidad.
Diego Figueroa

domingo, 6 de octubre de 2019

PRIMERA LECTURA
El justo por su fe vivirá.
Lectura de la profecía de Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4
¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas, te gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves?
¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones?
¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia, y surgen disputas y se alzan contiendas?
Me respondió el Señor:
«Escribe la visión y grábala en tablillas, que se lea de corrido; pues la visión tienes un plazo, pero llegará a su término sin defraudar.
Si se atrasa, espera en ella, pues llegará y no tardará.
Mira, el altanero no triunfará; pero el justo por su fe vivirá.
Palabra de Dios
Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R.
SEGUNDA LECTURA
No te avergüences del testimonio de nuestro Señor.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 6-8. 13-14
Querido hermano:
Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos; puesDios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza.
Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mi, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios.
Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mi en la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús.
Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. 1 Pe 1, 25
R. Aleluya, aleluya, aleluya
La palabra del señor permanece para siempre;
esta es la palabra del Evangelio que os ha sido anunciada. R.
EVANGELIO
¡Si tuvierais fe!
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 17, 5-10
En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo, “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Palabra del Señor


Comentario Pastoral
AUMENTAR LA FE
Hemos de reconocer que somos hombres de poca fe, que es necesario acrecentarla, hacerla más auténtica y personal, purificada de desviaciones, centrada en Dios. En un mundo en que muchos alardean de incredulidad y agnosticismo, los discípulos de Jesús han de acrecentar la luz de la fe, para liberarse de tantas tinieblas desconcertantes, que desdibujan y difuminan el verdadero rostro de Dios. El creyente experimenta una liberación interior cuando por medio de la fe en Jesús descubre la verdadera clave para entender la historia y la vida propia.

La fe no es ceguera irracional, sino visión lúcida; no es evasión, sino cercanía; no es pasividad, sino confianza. Cuando solamente se ven a nuestro alrededor cosas limitadas, caducas y naturales, ¿se puede creer en lo infinito, en lo eterno, en lo sobrenatural? La fe no es un sentimiento, sino una actitud de todo el ser. El principal enemigo de la fe es la complacencia en el conocimiento, en la curiosidad y la crítica. La fe germina por sí sola con la gracia de Dios cuando no se lo impedimos.

¿Se puede tener fe cuando existen tantas injusticias, cuando hay tantos graves problemas en el mundo, cuando se alzan tantos gritos contra el hambre, la violencia, la pobreza y el dolor? ¿Se puede creer en Dios, que parece que guarda silencio ante tales situaciones?

El creyente es el que sabe que no puede echar a Dios las culpas de los males del mundo. La fe es voluntad de superar las dificultades, es victoria sobre el mal no por el valor humano, sino por el poder de Dios. Por eso el hombre de fe nunca es fatalista, tiene honda esperanza, lucha y trabaja porque sabe que se puede vencer el mal con el bien, el odio con amor. El crecimiento de la fe y de la vida cristiana necesita un esfuerzo positivo y un ejercicio permanente de la libertad personal.

Creer es saber leer la historia según la óptica de Dios. Creer es recibir una fuerza de vida para que la fe sea apertura a la irrupción de Dios que transforma la vida. Creer es superar una religión economicista que se basa en contraer méritos. Creer es trabajar con empeño y humildad a favor del Reino. Creer es conquistar la serenidad y la infancia del Espíritu.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
No es una de las mayores preocupaciones de nuestra sociedad hoy. No aparece en las encuestas como algo necesario para nuestra gente, para nuestra vida, como algo que nos quite el sueño. En ese sentido, la fe es una necesidad anacrónica, impropia de gente moderna, de hoy. Hoy se piden otras cosas, se lucha por otras cosas. Y, sin embargo, la insistencia de la Iglesia en pedir esta fe con las lecturas de este domingo es profética: “Auméntanos la fe”. Es una petición brusca, recibida de golpe, que nos coge por sorpresa. Igualmente lo hace la respuesta del Maestro. Nuestro tiempo, nuestra gente, nosotros mismos, necesitamos muchas cosas… o no, porque primero necesitamos la fe.

Esta fe debe ser auténtica. Una fe auténtica todo lo puede. Esta fe es la respuesta con la que el hombre acoge la predicación de la Palabra de Dios que nos es proclamada. Esta fe es un elemento dinámico, está llamada a acrecentarse, para lo cual necesita que el hombre “no endurezca el corazón”. El recuerdo de aquella escena del pueblo de Israel en Meribá, desconfiando de Dios, y de este, herido por la desconfianza, haciendo brotar agua de la roca, en el desierto, es constante en la historia de la salvación. Dios pone la fe en el corazón del hombre con la misma facilidad que el agua en el desierto.

Pero, a diferencia de entonces, la roca es un ser inerte, que Dios maneja a su antojo, y el corazón del hombre está vivo, necesita que este dé su aprobación, o ni el mismo Dios podrá hacer brotar esas fuentes de vida en su interior. La transformación del corazón de piedra en corazón de carne se realiza de forma progresiva, siempre que el hombre esté por la labor. Por eso, en esa petición “auméntanos”, hay un compromiso cada vez mayor del creyente por negarse a sí mismo, por confiarse a Dios.

El poder que nace de ahí es inimaginable. Si es impactante el ejemplo de mover la morera, o de mover montañas, estos no son nada en comparación con la obra maravillosa que Dios realiza en nuestro corazón si nuestra actitud es la adecuada. Esta actitud se ve complementada con la siguiente recomendación del Señor, aparentemente inconexa con la anterior. La fe del discípulo le permite seguir al Señor, y es en su seguimiento donde el discípulo imitará la actitud servicial de su Maestro. Aquel que está “en medio de vosotros como el que sirve”, educa a los suyos para que obren de la misma manera. La fe permite acoger esa actitud propia del discípulo, una actitud también sorprendente, pues ni siquiera el cumplimiento de sus deberes hace del discípulo seguro de su salvación. Sólo dirá: “Pobres siervos somos”. Así, los discípulos aprenden que la salvación es siempre y exclusivamente obra de la gracia. Igualmente, los discípulos tienen que aprender que la vanagloria humana no tiene sentido. La presunción, la petulancia, ante la obra bien hecha, no es propia del discípulo, que pone toda su confianza, en la misericordia y el amor del Padre.

Cuando el discípulo, cada uno de nosotros, participamos en la liturgia de la Iglesia, no podemos olvidar esta advertencia del Señor: “pobres siervos somos”. Nada de lo que recibimos es mérito que nos honra. Todo lo que se nos da es don del amor de Dios, pero crea, eso sí, una fe en nuestro corazón, que nos hace capaces de mover, no una morera o una montaña, sino algo mayor aún: el pecado, que habita en nosotros. Este movimiento es obra de la gracia, y el discípulo ha de mostrarse siempre agradecido. ¿Crezco en mi fe? ¿Cuánto la pido? ¿Acojo humildemente mis aciertos y éxitos, o me dejo engañar por la vanidad, que me hace creer mejor o más digno que otros?

“Auméntanos la fe” es una oración para llevar siempre, ante cualquier tarea, en el corazón; y “pobres siervos somos” es una oración para llevar siempre, tras cualquier tarea, en la vida.

Diego Figueroa