domingo, 31 de mayo de 2020

PRIMERA LECTURA
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 1-11
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de un viento que soplaba fuertemente, que llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».
Palabra de Dios.
Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R.
Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13
Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
SECUENCIA
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
Palabra de Dios.
Aleluya
Aleluya, aleluya, aleluya.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de un amor. R.
EVANGELIO
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; recibid el Espíritu Santo
Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Palabra del Señor.


Comentario Pastoral
PENTECOSTÉS SIEMPRE
Pentecostés no es una fiesta inventada por los cristianos. Era ya una fiesta judía, la fiesta de la Alianza, de la entrega de la Ley que suponía un pacto entre Dios y su pueblo. Fecha estelar en la historia de Israel, en la que aflora la conciencia de unidad del pueblo bajo el caudillaje de Yahvé, rey eterno.

Nuestro Pentecostés actual es la fiesta de la plenitud de la Redención, de la culminación cumplida y colmada de la Pascua. Desde el mismo nacimiento de la Iglesia el Espíritu de Dios desciende incesantemente sobre todos los cenáculos y recorre todas las calles del mundo para invadir a los hombres y atraerlos hacia el Reino.

Pentecostés significa la caducidad de Babel. El pecado del orgullo había dividido a los hombres y las lenguas múltiples eran símbolo de esta dispersión. Perdonado el pecado, se abre el camino de la reconciliación en la comunidad eclesial. El milagro pentecostal de las lenguas es símbolo de la nueva unidad.

Pentecostés es “día espiritual”. Cuando el hombre deja de ver las cosas solo con mirada material y carnal, y comienza a tener una nueva visión, la de Dios, es que posee el Espíritu, que lleva a la liberación plena y ayuda a vencer nuestros dualismos, los desgarramientos entre las tendencias contrarias de dos mundos contradictorios.

Desde Pentecostés la vida del creyente es una larga pasión que abre profundos surcos en la existencia cotidiana. En estos surcos Cristo siembra la semilla de su propio Espíritu, semilla de eternidad, que brotará triunfante al sol y a la libertad de la Pascua definitiva, al final de la historia, en la resurrección de los muertos.

Pentecostés es la fiesta del viento y del fuego, nuevos signos de la misma realidad del Espíritu. El viento, principio de fecundidad, sugiere la idea de nuevo nacimiento y de recreación. Nuestro mundo necesita el soplo de lo espiritual, que es fuente de libertad, de alegría, de dignidad, de promoción, de esperanza. El símbolo del fuego, componente esencial de las teofanías bíblicas, significa amor, fuerza, purificación. Como el fuego es indispensable en la existencia humana, así de necesario es el Espíritu de Dios para calentar tantos corazones ateridos hoy por el odio y la venganza.
Andrés Pardo
 
de la Palabra a la Vida
El evangelio de la fiesta de Pentecostés nos lleva directamente cincuenta días atrás, a aquella noche del primer día de la semana, cuando el Resucitado infundió a sus discípulos el Don del Espíritu. Cincuenta días que quedan recogidos por la vida de la Iglesia de manera providente: si ella existe es porque Cristo ha resucitado y ha querido darle el don del Paráclito. Con gran delicadeza, entonces, la Iglesia cierra la cincuentena concentrando en este misterio la gloria de la Pascua. Una Iglesia sin resucitado no tendría nada que ofrecer, pero sin Espíritu Santo no tendría fuerza para transformar el mundo. Igual que el cuerpo del Resucitado ha sido devuelto a la vida, a una vida nueva, así será transformada toda la creación por la fuerza del Espíritu.

Los textos de la Escritura son ricos en posibilidades para la contemplación: si san Lucas, en Hechos, se fija más en la cuestión histórica, san Juan, en el evangelio, se fija más en la unión intima entre el Calvario, la resurrección y las apariciones, y el don del Espíritu para la formación de la Iglesia.

A todo esto, la liturgia de la Palabra añade un componente fundamental en la carta de san Pablo a los Corintios: la Iglesia anuncia a Jesús como el Señor por la fuerza del Espíritu Santo, y cuando lo hace manifiesta su ser en la multiplicidad de dones y carismas: todo aquel que ha recibido el don del Espíritu, ha recibido una forma de comunicarlo. Será precisamente en su capacidad para escuchar, para acoger ese don, como aprenda a vivir en el mundo el don recibido.

Por eso, Pentecostés supone una continuidad preciosa entre la Trinidad y la Iglesia. Si el pecado había supuesto, desde el principio, una ruptura en cuanto a la relación y las voluntades de Dios y de la humanidad, la Pascua y el don del Espíritu tienen el efecto contrario: san Juan va a mostrar en el evangelio su teología de la participación: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Si, escuchábamos domingos atrás, Cristo y el Padre son uno, y Cristo envía el Espíritu a los suyos, ellos son hoy los enviados. Dios sale de sí, y necesita que el hombre también salga de sí mismo para llevar a cabo su misión. No es capricho, es mostrar lo que es. Es hacer visible lo que Dios ha hecho.

Por eso, la primera intención de ese don del Espíritu y de esa salida es el perdón de los pecados, porque en ese perdón se manifiesta la continuidad, la participación. Dios nos hace partícipes de su don y de su tarea. La intimidad con Él se lleva también a este campo: trabajamos juntos. Podemos cooperar con el Espíritu de Dios: Aquel que recibe en la Iglesia el don sobrenatural del Espíritu actuará de forma natural cuando se deje llevar por Él y anuncie el evangelio del perdón de Dios. La Iglesia se edifica, entonces, para poder conceder ese perdón y así establecer la comunión plena entre Dios y nosotros. Cristo ha querido servirse de aquellos pobres hombres para divinizarlos, y por ellos, a todos los que la formamos. Nos ha acompañado lo suficiente como para ver que necesitamos ese perdón. ¿Cómo acojo el perdón de Dios? ¿Soy capaz de reconocer mis errores y esperar el don del Espíritu?

En los discípulos no encontramos hoy en el evangelio ningún obstáculo al don que Jesús les da, por eso también nosotros tenemos que descubrir que la Pascua tiene el inmenso poder de echar abajo cualquier obstáculo. Celebremos el día de Pentecostés vivificados por el Espíritu, que establece la continuidad y la comunión entre el Creador y las criaturas.
Diego Figueroa

domingo, 24 de mayo de 2020



PRIMERA LECTURA
A la vista de ellos, fue elevado al cielo
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 1 – 11
En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo.
Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les ordenó que no alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días».
Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo:
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?».
Les dijo:
«No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y “hasta el confín de la tierra”».
Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».
Palabra de Dios.
Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9
R. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. R.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad. R.
Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado. R.
SEGUNDA LECTURA
Lo sentó a su derecha en el cielo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 17-23
Hermanos:
El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.
Palabra de Dios.
Aleluya Mt 28, 19a. 20b
Aleluya, aleluya, aleluya.
Id y haced discípulos a todos los pueblos – dice el Señor -;
yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos. R.
EVANGELIO
Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra
Conclusión del santo Evangelio según san Mateo 28, 16-20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos».
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral

NO “ENCIELAR” A CRISTO
Los altibajos, tan de moda hoy, no solamente pueden ser síquicos o sociológicos sino espirituales. Hay momentos alternativos en que los pies se sienten muy hondos por el suelo y el alma muy alta por el cielo, como diría Juan Ramón Jiménez. La verdad es que cuando se tiene conciencia de que estamos “bajos”, entonces se puede “subir” y ascender.

La Iglesia celebra hoy el misterio, no el simple hecho, de la Ascensión del Señor. Porque Cristo bajó a la realidad de nuestro mundo, a la verdad de la carne humana, al dolor de la muerte, por eso Cristo subió por la resurrección a la gloria del Padre, llevando cautivos y comunicando sus dones a los hombres.

El misterio de la Ascensión no es simple afirmación de un desplazamiento local, sino creer que Cristo ha alcanzado la plenitud en poder y gloria, junto al Padre. La Ascensión es la total exaltación.

Esta solemnidad es día propicio para meditar en el cielo, como morada, como presencia de Dios. Frente a definiciones complicadas hoy brota casi espontánea la afirmación de que el cielo es presencia y el infierno ausencia de Dios.

¿Cómo el hombre puede vivir en presencia de Dios y tener experiencia celeste durante su paso por la tierra? En el evangelio encontramos la respuesta contundente: “guardando las palabras del Señor, amando”.

Por eso hay que evitar el peligro de “encielar” a Cristo, de llevarlo arriba desconectado de lo que pasa aquí abajo, de desterrarlo y perderlo. Quizás para algunos es más tranquilizante dejar a Cristo en el cielo para así poder vivir menos exigentemente en la tierra. Piénsese que de la misma manera que la encarnación no supuso abandono del

Padre, la ascensión no es separación y abandono de los hombres. A Cristo se le encuentra presente en la plegaria y en la acción, en los sacramentos y en los hermanos, en todos los lugares en que su gracia trabaja, libera y une.

No os quedéis mirando al cielo, sino extendiendo su reino y su presencia, acabando su obra de aquí abajo, es el mensaje de los ángeles de la ascensión
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 1, 1 – 11Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9
san Pablo a los Efesios 1, 17-23san Mateo 28, 16-20

de la Palabra a la Vida
Con una gran solemnidad, como es propio de un momento de gran importancia para la primera comunidad, Mateo relata en su evangelio la despedida de Jesús y sus discípulos: es el momento de entrega de su testamento, con palabras tan fuertes (“pleno poder”) que los discípulos no pueden sino postrarse y adorar. Es el Kyrios, el Señor, aquel que después de haber realizado su misión entre los hombres encomienda la que será propia de los suyos, dar a conocer a Cristo, muerto y resucitado.

Esta solemne entrega se cierra con palabras que no son extrañas para lo que venimos escuchando en cada domingo de Pascua: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. El Señor se va a quedar con su Iglesia, se quedará de una forma nueva, sacramental, pero no dejará de acompañar a los suyos.

La solemnidad de la Ascensión es un momento de triunfo, de gran gloria, que hace referencia al éxito de la misión de Cristo y a su reinado y superioridad sobre todo lo que existe. Con todo lo que ha padecido, con todo lo que padecemos, con todo lo que sucede en el mundo, el evangelista puede decir que Cristo no solamente ha vencido, sino que sigue con nosotros.

Pero, como el evangelio de Mateo no relata propiamente la ascensión del Señor, esta la encontramos como relato en la primera lectura, en Hechos. Son, también, últimas instrucciones, movido por el Espíritu Santo que será el que dé vida a los suyos, el que los guíe en su tarea de evangelización. Aquellos que lo acompañaron por los caminos, que contemplaron su Pasión y lo encontraron vivo en la Pascua, ahora lo despiden para la gloria. Ellos son los testigos de todo ese camino.

La segunda lectura nos ofrece lo que quizás sea lo más propio de este día: la reflexión sobre lo sucedido en la Pascua y la Ascensión. El Resucitado se sienta a la derecha del Padre, comparte su gloria, pues ha llevado a cabo el plan fruto de la sabiduría del Padre. Y no solamente disfruta Él de esa posición de justicia, sino que “lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos”: he aquí una declaración sorprendente del apóstol. En la Iglesia se realiza la plenitud de Cristo, que no significa que a Él le falte algún tipo de perfeccionamiento, sino que ella se verifica en la actividad de Dios, le da continuidad y visibilidad. La Iglesia será, entonces, lugar privilegiado de la actividad de Dios y de su Cristo.

Más aún: he ahí nuestra esperanza. Sí, porque todo lo que pertenece a Cristo, lo que a Él le ha sido entregado al ascender al cielo, pertenece también a su Cuerpo, a la Iglesia. Por eso, al contemplar hoy a Cristo victorioso podemos contemplar la herencia que nos espera y que nos va siendo entregada como gracia que nos transforma. Verdaderamente, Cristo no se ha desentendido de la Iglesia, sino que ahora asegura la entrega para ella del Don más valioso, el Defensor, regalo prometido que no se marchita.

La Ascensión del Señor supone el fin de un camino que comenzó con el abajamiento del Verbo, camino realizado para nuestra salvación y que se completa con el Don del Espíritu. Ahora, un hombre, uno como nosotros, se sienta a la derecha de Dios y recibe todo su poder, poder que ejercerá para derramar el Don del Espíritu sobre todos nosotros. Un hombre con Dios, todos nosotros con Él. El sueño de generaciones, de civilizaciones enteras, ha comenzado a cumplirse. Somos ahora los creyentes los que no podemos olvidar que, aunque no lo veamos, no se ha desentendido, sino que nos da la herencia que ha recibido para nosotros, para que lleguemos, subamos, con Él.
Diego Figueroa

domingo, 17 de mayo de 2020

PRIMERA LECTURA
Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 8, 5-8. 14-17
En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. El gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo; pues aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
Palabra de Dios.
Sal 65, 1-3a. 4-5. 6-7a. 16 y 20
R. Aclamad al Señor, tierra entera.
Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!» R.
Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres. R.
Transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos en él.
Con su poder gobierna eternamente. R.
Los que teméis a Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor. R.
SEGUNDA LECTURA
Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 3, 15 -18
Queridos hermanos:
Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto, teniendo buena conciencia, para que, cuando os calumnien, queden en ridículo los que atentan contra vuestra buena conducta en Cristo.
Pues es mejor sufrir haciendo el bien, si así lo quiere Dios, que sufrir haciendo el mal.
Porque también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por lo pecados, el justo por los injustos, para conducirnos a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu.
Palabra de Dios.
Aleluya Cf. Jn 14, 23
Aleluya, aleluya, aleluya.
El que me ama guardará mi palabra – dice el Señor -,
y mi Padre lo amará, y vendremos a él. R.
EVANGELIO
Le pediré al Padre que os dé otro Paráclito
Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 15-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros.
No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral

DEFENSORES DE LA VERDAD
La cincuentena pascual está unificada por la alegría que proviene del Resucitado y se diversifica por los temas que se proponen a la consideración y vivencia cristiana. Hoy el creyente es invitado de manera especial a tomar conciencia explícita de la promesa del Espíritu Santo, el Defensor (éste es el significado exacto de “Paráclito”).

El Espíritu, del que se nos habla en el evangelio de este sexto domingo de Pascua tiene una doble función: en el interior de la comunidad mantiene vivo e interpreta el mensaje evangélico, al exterior da seguridad al fiel en su confrontación con el mundo, ayudándolo a interpretar el sentido de la historia.

Con exactitud de adecuado adjetivo se puede calificar el tiempo pascual como tiempo espiritual: en cientos de parroquias miles de jóvenes son confirmados y reciben la fuerza del Defensor que viene de lo alto, para que anuncien y proclamen jubilosamente que el Señor ha redimido a su pueblo.

Lo que fue Jesús, para sus discípulos durante la vida pública, es ahora misión permanente del Espíritu en la Iglesia: testimoniar la presencia operativa de Dios en el mundo. Los que están llenos de Espíritu, tienen la visión y conocimiento pleno de la verdad, que es Jesús. Los hombres espirituales son siempre una crítica radical para los que tienen solamente espíritu mundano, pues la verdad de arriba se contrapone con la mentira de abajo.

Jesús promete enviar el Espíritu de la verdad. Ante la confusión de tanto discurso erróneo y el espejismo de valores mentirosos, es urgente defender la verdad y encontrar caminos para que brille. Muchos, como Pilatos, repiten la vieja pregunta: ¿qué es la verdad?

La verdad es conocimiento y exactitud frente a las ambigüedades y el error. Es libertad interior frente a la dictadura de doctrinas fáciles. Es fortaleza serena frente al apresuramiento de la incertidumbre. Es sencillez espiritual frente al oropel de la falsa retórica. Es luz del bien frente a la ceguera de la malicia. Es principio de toda perfección, evidencia pacífica del misterio de lo eterno, alma de la historia individual y colectiva.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 8, 5-8. 14-17Sal 65, 1-3a. 4-5. 6-7a. 16 y 20
san Pedro 3, 15 -18san Juan 14, 15-21

de la Palabra a la Vida
El misterio de la Pascua, la resurrección de Cristo, no convierte la vida de los suyos de repente en algo fácil, “color de rosa”, sino que supone más bien lo contrario, el contraste con el mundo en el que vivían se hace mayor a cada día que pasa. Es por eso que un nuevo protagonista se suma a esta trama pascual que el Señor ofrece a los suyos: “yo os enviaré otro defensor”. Otro porque, mientras que yo he estado con vosotros, yo he cuidado de vosotros “para que no se pierda ni uno solo, salvo el hijo de la perdición”. Pero ahora Cristo se marcha, y sin embargo, promete a los discípulos que va a seguir acompañándolos.

Ese acompañamiento que ahora va a tener también una forma nueva: “yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros”. El tema de la inhabitación es un tema también muy querido por san Juan. Cristo va a seguir con sus discípulos por el don del Espíritu, pues este don del Espíritu será el que ayude a los discípulos a guardar los mandamientos que el Señor les deje, pero además será necesario para que los discípulos puedan conocer los misterios de Cristo. Fijémonos, entonces, en estas dos misiones que el Paráclito va a realizar en la primera Iglesia: Cristo no pide a los discípulos una fidelidad inalcanzable, sino que Él mismo se va a hacer garante de esa constancia. Será el Espíritu Santo el que realice en el corazón de los suyos la transformación necesaria para que así suceda. Más aún: El don del Espíritu será el que introduzca a los discípulos en los misterios del Señor. Es decir, los va a sumergir en los misterios de gloria y salvación para que puedan anunciarlos, para que puedan celebrarlos, para que puedan vivirlos.

Es por esto que el acompañamiento del Señor a la primera Iglesia la pone ya en una dirección clara: seguirán así hasta su vuelta. Su vuelta final. Al final de los tiempos. Cristo prepara ya la Parusía fortaleciendo a su Iglesia, que tendrá que perseverar con el mandato recibido para que todos puedan descubrir en ella el signo de la presencia de Dios, signo de su cercanía. Para ello, para todo ese tiempo, recibe el Espíritu Santo.

El don del Espíritu se vincula, en la primera lectura, a un gesto que la Iglesia conservará en adelante para indicar su efusión: la imposición de las manos. El domingo pasado la comunidad se ordenaba con ministerios, en este la acción del Espíritu… necesariamente, los cristianos tuvieron, desde muy pronto, que ir descubriendo cómo se iba formando la Iglesia, cómo se iba haciendo esa comunidad que compartía lo que tenía, aprendía a orar y escuchaba la Palabra.

El tiempo pascual no puede pasar para el cristiano sin pararse a valorar lo que Dios ha dejado para él en la Iglesia: todo esto sigue ahí, está intacto. Ciertamente, la historia no deja de marcar con las heridas del pecado a los creyentes, pero la presencia permanente del Espíritu hace de la Iglesia fiel en cuanto que guarda el mandato y la fuerza del Señor para esperar su vuelta. Las antinomias y paradojas pueden, cada día, dificultar la fe – aquellos primeros discípulos sin duda ya lo debieron experimentar en sus propias carnes – pero no por ello cambia la voluntad del Señor, a la que se agarra la Iglesia. ¿Busco permanecer en los mandatos del Señor por el don de su Espíritu? ¿Experimento que el Señor me anima a perseverar en medio de dificultades y debilidades? ¿Me sirven para unirme más al Señor, para hacerme más fuerte en la vida de la Iglesia?

Las lecturas de hoy son claramente una advertencia a reconocer en nuestra Iglesia aquella, con el mismo mandato, el mismo fin y la misma fuerza. Sin duda, el Señor – y no nosotros sostiene a su Iglesia, es por eso que nosotros no podemos dejar de vivir unidos en ella.

Diego Figueroa

domingo, 10 de mayo de 2020

PRIMERA LECTURA
Eligieron a siete hombres llenos del Espíritu Santo
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 6, 1-7
En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no atendía a sus viudas. Los Doce convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron:
«No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra».
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La palabra de Dios iba creciendo, y en Jerusalén se multiplicaba el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.
Palabra de Dios.
Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19
R. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R.
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R.
Los ojos del Señor están puestos en quien los teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
SEGUNDA LECTURA
Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 4-9
Queridos hermanos:
Acercándoos al Señor, la piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios, también vosotros como piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual par aun sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo.
Por eso se dice en la Escritura:
«Mira, pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa; quien cree en ella no queda defraudado».
Para vosotros, pues, los creyentes, ella es el honor, pero para los incrédulos es «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular», y también «piedra de choque y roca de estrellarse»; y ellos chocan al despreciar la palabra. A eso precisamente estaban expuestos.
Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa.
Palabra de Dios.
Aleluya Jn 14, 6bc
Aleluya, aleluya, aleluya.
Yo soy el camino y la verdad y la vida – dice el Señor -;
nadie va al Padre sino por mí. R.
EVANGELIO
Yo soy el camino, y la verdad y la vida
Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mi. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre».
Palabra del Señor.


Comentario Pastoral
LOS DIÁCONOS EN LA IGLESIA
Muchos predicadores, en este quinto domingo de Pascua, hablarán de Cristo como camino, verdad y vida. Pero éste es un tema básico que puede ser abordado en diferentes ocasiones. Por eso, basándonos en la primera lectura tomada del libro de los Hechos, podemos hablar del significado del diaconado en la Iglesia. Podría resultar interesante hacer una encuesta, a la salida de cualquier misa, preguntando por los niveles jerárquicos en la Iglesia, es decir, por los grados del sacramento del Orden. ¿Cuántas personas se acordarán de los diáconos? ¿Quienes sabrían definir su ministerio? Con toda seguridad más del noventa y cinco por ciento de los encuestados sólo hablarían de los curas, de los Obispos y del Papa.

Tiene enorme importancia teológica el que junto a la lista de los Doce apóstoles en el evangelio, se haya transmitido desde los mismos orígenes de la Iglesia, la lista de los siete diáconos en el libro de los Hechos. Después de unos siglos de oscurecimiento, el diaconado como ministerio permanente en la Iglesia ha vuelto a brillar. El Vaticano II lo instauró en 1963, y son ahora en todo el mundo más de muchos los diáconos permanentes, célibes y casados, insertados por la familia y la profesión en la problemática de la vida, los que ayudan a la misión apostólica de los Obispos y completan el ministerio sacerdotal de los presbíteros.

Para evangelizar en nuestros días hay que recorrer caminos muy humildes de presencia, escucha y compromiso. Los diáconos permanentes, sobre todo los casados, están llamados a responder a las cuestiones sobre la fe y a resucitar los gestos que colmarán las necesidades de los hombres. Los gestos de amor se concretarán en una ordenada beneficencia con los marginados. Los diáconos son testimonio de la caridad en el ministerio de la calle, diario, imprevisible al azar de los encuentros y de las circunstancias.

El doble arraigamiento en el mundo y en la Iglesia del diácono confiere a las celebraciones que puede presidir (bautismo, matrimonio, exequias) un signo de complementariedad, y no de suplencia, del sacerdote. La evangelización, la liturgia y la caridad son pues las funciones específicas de quienes han recibido este carácter indeleble y una gracia particular. Sin escapismos ni utopías, la instauración del diaconado permanente es un signo de renovación eclesial.
Andrés Pardo



de la Palabra a la Vida
Al entrar en la segunda parte del Tiempo Pascual nos encontramos con una sorpresa: los evangelios han dejado atrás las apariciones del resucitado y se extraen de los discursos de despedida de Jesús. El misterio de la Ascensión aparece ya en el horizonte, como la otra cara del misterio pascual.

Por eso, es necesario que algunos aspectos fundamentales queden remarcados en la Palabra de este domingo: Uno de ellos es que Jesús no ha obrado nuestra salvación por su cuenta. Toda la magnífica tarea salvífica se ha desarrollado en una profunda comunión con el Padre, hasta tal punto que “yo estoy en el Padre, y el Padre en mí”. San Juan vuelve a invitar a sus lectores a la fe: es necesario creer en la persona de Cristo y en su unión con el Padre. Por eso puede decir que es “camino, verdad y vida”. Por esa unión.

La Iglesia, desde la primera pequeña comunidad necesitada de diáconos, de la que hablaba la primera lectura, para poder dar continuidad a la obra de Cristo, va a tener que saber con total seguridad quién es el Señor. Si quiere ser el signo que ofrezca la salvación de Cristo lo primero que necesita es esa fe en la comunión del Hijo y el Padre.

Esa fe en el Hijo, que abre a los discípulos a la fe y al conocimiento del Padre, será su clave de entrada al Misterio revelado. Los discípulos han conocido al Hijo, es decir, han podido experimentar a Cristo, relacionarse con Él y ver cómo Él se relaciona con el Padre. Esa experiencia es un conocimiento profundo, vivido, que ellos mismos pueden deducir y encontrar en las obras que le han visto hacer. Sí, este conocimiento que los discípulos han hecho no es un camino de abstracción, que se hace desde fuera, que lleva al hombre a contemplar pero sin llegar a implicar su persona. Ellos “fueron y vieron, y se quedaron con Él”. La Iglesia va a tener que aprender de Cristo a realizar las obras que Él hacía, a mostrar, en su amorosa obediencia, que es signo del amor divino que se ha mostrado a los hombres. Ahora, en la Pascua, entendemos -y entienden- por qué han tenido que convivir con el Maestro.

La relación que ellos han tenido con Dios Padre por medio del Hijo ha sido tan intensa que a los que han creído en Él se les atribuyen aquellas denominaciones con las que el Antiguo Testamento anunciaba que sería llamado el pueblo que habitara con el Señor: “Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”.

Sí, la Pascua es el tiempo de la Iglesia. Ella ha recibido, no por mérito propio, sino por don de Cristo, la presencia del Señor que los transforma, que diviniza al pueblo. Y nosotros… nosotros no podemos sino renovar, al oír estas palabras, esa misma fe que Jesús pedía a los suyos. Sin esa fe, en nosotros se rompe la cadena. Los sacramentos que celebramos, los signos, requieren una fe primera para acercarse a ellos. Y nos comprometen a vivir como parte de un pueblo santo. ¿Cree mi fe en esa comunión de Cristo con el Padre? ¿Acepto esa unión como fuente de la gracia que yo recibo? ¿Quiero que mi vida se realice con esa comunión, en la búsqueda constante de ese conocimiento experiencial de Cristo?

Hoy encontramos en la Iglesia infinidad de debilidades e infidelidades, igual que las que acumulaban aquellos primeros discípulos del Señor, pero ni en aquella ni en estos hay duda alguna de la presencia y comunión con Cristo: la Pascua es tiempo de renovar una fe que se sirve de la debilidad para fortalecerse, para comprometerse. Porque Cristo ilumina a los suyos para que lo puedan reconocer en todo tiempo.
Diego Figueroa