domingo, 26 de agosto de 2018


PRIMERA LECTURA
Serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!
Lectura del libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b
En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén y llamó a los ancianos de Israel, a los jefes, a los jueces y a los magistrados. Y se presentaron ante Dios.
Josué dijo a todo el pueblo:
«Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir: si a los dioses a los que sirvieron vuestros al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis; que yo y mi casa serviremos al Señor».
El pueblo respondió:
«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses! Porque el Señor nuestro Dios es quien nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de Egipto, de la casa de la esclavitud; quien hizo ante nuestros ojos aquellos prodigios y nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los pueblos por los que atravesamos.
También nosotros serviremos al Señor: ¡porque él es nuestro Dios!».
Palabra de Dios.
Sal 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca; 
mi alma se gloría en el Señor: 
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Los ojos del Señor miran a los justos, 
sus oídos escuchan sus gritos; 
pero el Señor se enfrenta con los malhechores, 
para borrar de la tierra su memoria. R.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha 
y lo libra fe sus angustias; 
el Señor está cerca de los atribulados, 
salva a los abatidos. R.
Aunque el justo sufra muchos males, 
de todos lo libra el Señor; 
él cuida de todos sus huesos, 
y ni uno solo se quebrará. R.
La maldad da muerte al malvado, 
y los que odian al justo serán castigados. 
El Señor redime a sus siervos, 
no será castigado quien se acoge a él. R.
SEGUNDA LECTURA
Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios Ef 5, 21-32
Hermanos:
Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo: las mujeres, a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpo suyos que son.
Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.
«Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán os dos una sola carne».
Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Jn 6, 63c. 68c
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida;
tú tienes palabras de vida eterna. R.
EVANGELIO
¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna
Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 60-69
En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os h dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, a ¿quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA OPCIÓN FUNDAMENTAL DEL CRISTIANO
En este domingo vigésimo primero del tiempo ordinario terminamos de meditar el capítulo sexto del evangelio de San Juan, que es el gran discurso eucarístico tenido por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún sobre el “pan de vida”. Para ser reconocido como Redentor del mundo y dador de la vida eterna por medio de su inmolación en la cruz, que se renueva siempre en la eucaristía, Jesús exige creer en él sin reservas, y aceptar el don de su cuerpo y de su sangre.

El texto que se lee en el evangelio de hoy nos presenta un tema muy actual, la tensión que se da entre el creer y el no creer, entre la aceptación y el rechazo, entre la adhesión y el distanciamiento, entre la divinidad que Jesús pide para su persona y la humilde condición familiar de su origen terreno. Esta misma tensión se ha repetido constantemente en la historia de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Son muchos los que quieren justificar su increencia amparándose en el aspecto humano de los cristianos, es decir, los que afirman que no creen en los curas, ni en los obispos, ni en el Papa. ¡Claro que no hay que creer en los curas, sino en Cristo! Pero para poder aceptar a Cristo, hay que aceptar, sin radicalismos ni exigencias angélicas, a los que forman la Iglesia, con sus limitaciones y condicionamientos humanos.

No es fácil aceptar el mensaje de Jesús, creer en sus palabras, reconocerlo como “el pan bajado del cielo”. En un mundo en el que priva el positivismo, el marxismo, el pragmatismo, el discurso eucarístico parece fuera de lugar. Ya los judíos contemporáneos de Jesús dijeron que “este modo de hablar es inaceptable”. Es verdad que la revelación de Cristo, si no se acepta desde la fe, puede provocar la decepción de muchos o la adhesión incondicional de los discípulos que por boca de Pedro repiten: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna: nosotros creemos”.

Jesús es la opción fundamental para el creyente, que no se echa atrás, ni quiere escaparse del compromiso de la fe. El cristiano opta por la humildad frente al orgullo; por el Dios vivo, que exige fidelidad, frente a los falsos ídolos muertos, que no exigen nada; por el amor total frente al egoísmo; por la fe, que es fruto del Espíritu, frente al mero razonamiento humano de la carne; por la gracia, frente al pecado.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Josué 24,1-2a.15-17.18bSal 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23
san Pablo a los Efesios 5,21-32san Juan 6, 60-69

de la Palabra a la Vida
Cincuenta kilómetros. Cincuenta. Esa es la distancia entre Lc 9,18 y Jn 6,69. Es la distancia entre Cesarea de Filipo, donde los sinópticos sitúan la confesión de fe de Pedro: “Tú eres el santo de Dios”, y Cafarnaúm, donde Juan sitúa esta confesión del evangelio de hoy: “Tú eres el santo de Dios”.

Todo el discurso de Jesús acerca del pan vivo, acerca de la eucaristía, acerca de comer y beber a Jesús… puede terminar de dos formas muy lejanas una de la otra, mucho más que esos circunstanciales cincuenta kilómetros. Una forma es marcharse: la mayoría, dice el evangelio de hoy, de los que escucharon a Jesús, no creyeron en sus palabras, duras, desagradables, ofensivas, fantásticas… Sin embargo, la otra forma es quedarse con Él porque, a pesar de todo, sólo Él tiene palabras de vida eterna y sólo Él es el pan de vida. Es más, quien decide quedarse con Jesús a pesar de las cosas que dice, termina aprendiendo que las cosas que dice son tan verdaderas como necesarias. Y esto afianza la confesión de fe y lleva a creer todavía con más firmeza en Jesús.

En la vida sucede que uno ya ha vivido demasiadas cosas con Dios, al lado de Jesucristo, como para pensar echarse atrás después de unas palabras difíciles de asumir. La primera lectura nos ofrece un ejemplo precioso del Antiguo Testamento, cuando Josué, tras morir Moisés, pone también ante estos dos caminos a su pueblo para que, en medio de las dificultades y ante el trance de la tierra prometida, decidan qué quieren hacer. Entonces, la memoria y la sabiduría deciden: “él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor”.

Bien sabe Pedro también todo lo que han vivido con el Señor, todo lo que han visto y escuchado: “Tú eres el santo de Dios”, que en palabras del Antiguo Testamento sería: “El Señor es nuestro Dios”. Si Josué anima a Israel a la fe en Dios, en el evangelio Cristo es presentado como el nuevo Josué, que anima a perseverar en la fe al nuevo Israel, simbolizado en los Doce: ellos perseverarán, y llevarán el evangelio a todas partes.

Y este es el evangelio, que el hombre no puede conseguir nada por sus propias fuerzas, y que Jesús, el Santo de Dios, viene del cielo y de allí ofrece al Nuevo Israel el verdadero pan del cielo, que se come y se vive para siempre, y el Espíritu que da vida. Así aprende el hombre a cumplir la voluntad del Padre. En este don de Cristo para cumplir la voluntad de Dios, se enmarca la doctrina eucarística que hemos recibido de Cristo en estos evangelios de Juan, estos cinco últimos domingos: con respecto a la fe, con respecto a la eucaristía, o se confiesa o se rechaza, o se identifica o se escandaliza.

Por eso, terminados estos domingos, ¿también vosotros queréis marcharos? ¿O queréis quedaros? ¿Queréis reconocer al Santo de Dios? Los que se quedan, el Nuevo Israel, son los Doce, y esto no es casual, es muy significativo: la fe eucarística está unida a la fe eclesial. Crecer en la fe y amor a la eucaristía, o conlleva crecer en la fe y el amor a la Iglesia, o es una impostura. ¿Estos evangelios me animan a querer vivir más la eucaristía en la Iglesia? ¿Acepto una vida creyente implicado en este Nuevo Israel? He aquí el escándalo: el Señor, el Santo de Dios, se nos da, y nos da una vida que por nosotros no podemos tener. Nos la da porque quiere la vida del mundo.
Diego Figueroa

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