domingo, 20 de octubre de 2019

PRIMERA LECTURA
Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel.
Lectura del libro del Éxodo 17, 8-13
En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín.
Moisés dijo a Josué:
«Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano».
Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entretanto, Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado.
Así resistieron en alto sus brazos hasta la puesta del sol.
Josué derrotó a Amalec y a su pueblo, a filo de espada.
Palabra de Dios
Sal 120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8
R. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R.
No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel. R.
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche. R.
El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre. R.
SEGUNDA LECTURA
El hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 3, 14-4,2
Querido hermano:
Permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.
Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté equipado para toda obra buena.
Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta, con toda magnanimidad y doctrina.
Palabra de Dios
Aleluya Heb 4, 12ad
R. Aleluya, aleluya, aleluya
La palabra de Dios es viva y eficaz;
juzga los deseos e intenciones del corazón. R.
EVANGELIO
Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 18, 1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante el día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
NUEVA CATEQUESIS SOBRE LA ORACIÓN
Siempre es tema importante el de la oración, que está presente durante toda la existencia de Cristo, sobre todo en los instantes más decisivos de su misión. Hoy se nos pone de relieve una de las características básicas, como es la perseverancia, que no es otra cosa que la fidelidad en la adhesión orante a Dios.

Moisés es un clásico modelo de la constancia en la plegaria. En el camino de Israel hacia la tierra libre de la promesa se encuentra con mil dificultades de todo tipo, incluso militares. En la cercanía del Señor está la fuerza para verse libre de toda hostilidad y potencia humana. En el centro de la escena sobresale la figura de Moisés, que ora con perseverancia y llena de sentido la acción de sus guerreros.

La cualidad fundamental de la viuda del Evangelio es su irresistible constancia, que no conoce la oscuridad del silencio del juez, la amargura de su indiferencia y la constante dureza de su hostilidad. La oración es una aventura misteriosa con matices de lucha, pues es una agonía y un combate con lo infinito.

Otra dimensión de la oración, propiamente teológica, que se deriva de la parábola es la certeza de la escucha. La consecuencia es lógica: si un juez corrupto e injusto cede ante la constancia de una viuda, cuánto más lo hará el Juez justo y perfecto que es Dios. La confianza en la paternidad de Dios es la raíz de la oración, su estilo y atmósfera.

Perseverar en la oración sin desanimarse probará la firmeza de nuestra voluntad y lo inquebrantable de nuestra fe en Dios, que siempre hace justicia.

La oración es un puente de comunicación entre lo finito y lo infinito, une a la humanidad con Dios. La oración no es la intuición sentimental de un instante ni un estadio transitorio de exaltación. Necesita perseverancia y empeño. Es una lucha con el misterio, una aventura.

La oración produce justicia. Quien tiene contacto con Dios vuelve al mundo con más luz de lo alto, trasfigurado, porque su amor es más fuerte, su coraje más sólido, su esperanza más viva.

La oración produce también paz en el corazón, porque se dirige no a un juez, sino a un padre misericordioso. Por eso conforta, consuela, serena, renueva al hombre.

La oración debe ser alimentada por la Biblia. Por medio de los salmos, Dios ha puesto en nuestros labios lo que él quiere escuchar de nosotros.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
La fe no es una cosa que interese mucho a nuestros tiempos, tampoco lo era la lepra, pero la justicia… la justicia es otra cosa. Todo el mundo desea, el menos para sí, que se le haga justicia. Y es fácil pensar que se nos ha hecho justicia cuando en cualquier materia hemos acabado obteniendo lo esperado: un examen, un pleito, un trabajo… Si, hasta el juez injusto es capaz de hacer justicia, ¿cómo no va a hacerla Dios?

Hemos entrado en la parte del evangelio de Lucas referido a la instrucción escatológica, es decir, se nos habla ahora sobre lo que sucederá al final de los tiempos, cuando todo esto termine y vuelva el Hijo del hombre. Así podemos entender esa pregunta final que se hace Jesús sobre la fe en los últimos días. La perseverancia de la mujer viuda es motivo de reflexión y de esperanza para los que escuchan la parábola: si su pertinacia consigue ser atendida por un juez tan irresponsable, no hay duda de que el discípulo, con su oración continuada, conseguirá mucho más de su Padre del cielo.

La primera lectura nos muestra un ejemplo gráfico inmenso de lo que significa perseverar en la oración: Aarón y Jur sostienen, brazos en alto, la oración de Moisés por su pueblo. En él vemos dibujado al “guardián de Israel” del que habla el salmo, que “no duerme ni reposa” para dar a su pueblo la victoria, la justicia.

Pero la Iglesia no tiene dudas… no, no es Moisés, sino el Señor, el verdadero guardián de Israel. No es Moisés, sino Cristo, el que ha levantado los brazos en lo alto de un monte, puesto en la cruz, y desde allí ha intercedido para obtener la victoria para su pueblo, para concederle una injusta justicia, para darle una felicidad que el Padre no puede rechazar darle. Cristo se ha convertido en el misterio pascual, en la batalla definitiva, con los brazos en alto, en aquel que asegura que su pueblo venza “al acusador, que acusaba a los suyos día y noche” (Cf. Ap 12,10). Y no contento con esa victoria, ha entrado en el santuario del cielo para hacer justicia a los suyos, para convertirse en el juez que, brazos en alto, asegura ante el Padre la justicia para aquellos que, perseverantes en la oración, quieren obtener la salvación de Dios, quieren recibir el premio a su perseverancia.

Por eso, tenemos un sumo sacerdote que ha entrado en el santuario del cielo para obtener justicia para nosotros. Nosotros somos, en el fondo, como esa pobre viuda, que no tenía nada con lo que defenderse, argumentos con los que apelar, más que su insistencia.

Bien entiende la Iglesia que lo que anunciaba Moisés, se ha cumplido en la Pascua de Cristo, donde hemos ganado un abogado que nos defiende en el cielo, donde el Padre quiere ponerse siempre de nuestro lado. Tan bien lo entiende, que hace a sus sacerdotes elevar sus brazos, repitiendo aquel gesto de intercesión que salva a los suyos. ¿No experimentamos, acaso, la protección y la beneficencia del Señor, cuando el sacerdote eleva sus brazos en la oración? ¿No sabemos que está intercediendo ante el Padre, unido a Cristo, para obtenernos la bendición y la salvación? ¿No deseamos perseverar con ellos, animarles a mantenerse así, en bien de toda la humanidad, de tantos seres queridos?

El poder de la cruz de Cristo sigue siendo eficaz ante el creyente, ante el que, como Jesús pide en el evangelio, persevera en la oración. De ese poder brota la liturgia que celebramos. Y es que, la verdadera victoria no se obtiene aquí, cuando recibimos los primeros “bocados de vida eterna”, pero sí es cierto que aquí, con nuestra perseverancia, con una fe constante, esos brazos en algo adquieren el sentido inequívoco de la justicia que Dios nos promete gratuitamente.
Diego Figueroa

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