viernes, 10 de abril de 2020

PRIMERA LECTURA
Él fue traspasado por nuestras rebeliones.
Lectura del libro de Isaías 52, 13-53, 12
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos corno ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios.
Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25
R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle, y escapan de mi.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil. R
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen. R.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación.
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
Hermanos:
Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de la fe.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presento oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aún siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que lo obedecen en autor de salvación eterna.
Palabra de Dios.
Versículo Cf. Flp 2, 8-9
V: Cristo se ha hecho por nosotros obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exalto sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre. R.
EVANGELIO
Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1-19, 42
¿A quién buscáis? A Jesús, el Nazareno
Cronista:
En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ – «¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. – «A Jesús, el Nazareno».
C. Les dijo Jesús:
+ – «Yo soy».
C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles:«Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ – «¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. – «A Jesús, el Nazareno».
C. Jesús contestó:
+ – «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mi, dejad marchar a estos».
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ – «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
Llevaron a Jesús primero a Anás
C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
S. – «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».
C. Él dijo:
S. – «No lo soy».
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacia frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
+ – «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. – «¿Así contestas al sumo sacerdote?».
C. Jesús respondió:
+ – «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. – «¿No eres tú también de sus discípulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. – «No lo soy».
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. – «¿No te he visto yo en el huerto con él?»
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
Mi reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. – «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. – «Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».
C. Pilato les dijo:
S. – «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».
C. Los judíos le dijeron:
S. – «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. – «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Jesús le contestó:
+ – «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mi?».
C. Pilato replicó:
S. – «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
C. Jesús le contestó:
+ – «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. – «Entonces, ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
+ – «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
C. Pilato le dijo:
«Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. – «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
C. Volvieron a gritar:
S. – «A ése no, a Barrabás».
C. El tal Barrabás era un bandido.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. – «¡Salve, rey de los judíos!».
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. – «Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. – «He aquí al hombre».
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. – «¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. – «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».
C. Los judíos le contestaron:
S. – «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asusto aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:
S. – «¿De dónde eres tú?».
C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. – «¿A mi no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».
C. Jesús le contestó:
+ – «No tendrías ninguna autoridad sobre mi, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».
¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. – «Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S. – « He aquí a vuestro rey».
C. Ellos gritaron:
S. – «¡Fuera, fuera; crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. – «¿A vuestro rey voy a crucificar?».
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. – «No tenemos más rey que al César».
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Lo crucificaron, y con él a otros dos
C. Tomaron a Jesús, y cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. – «No escribas: “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Soy el rey de los judíos”».
C. Pilato les contestó:
S. – «Lo escrito, escrito está».
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. – «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.
Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+ – «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
C. Luego, dijo al discípulo:
+ – «Ahí tienes a tu madre».
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+ – «Tengo sed».
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ – «Está cumplido».
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
Y al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran, Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».
Envolvieron el cuerpo de Jesús en los lienzos con los aromas
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nícodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra del Señor.

Igual que ayer, hemos querido plasmar la liturgia de la palabra de hoy en el diseño de esta portada; e, igual que ayer, pido perdón, pero el Viernes Santo no es para ser breve.
EL DESCENSO
Situamos el comentario a las lecturas de hoy en el marco incomparable de su celebración propia.
Hoy muere el Señor, y simbólicamente debemos hacerlo también con él abrazando la cruz, nuestra cruz, y llevándola cada día. Los oficios de la Pasión del Señor contienen unos rituales completamente únicos que nos ayudarán en esta tarea:
—El tabernáculo está vacío, con la puerta abierta y la vela apagada. Jesús no está.
—No hay manteles, ni velas, ni flores, ni luces, ni siquiera un crucifijo presidiendo la celebración (deberían estar cubiertos)… ¡No hay nada!
—No hay campanas. En los pueblos, la llamada a los oficios del Viernes Santo, llamados antiguamente “oficio de tinieblas”, se hacía con la carraca, no con las campanas. Producen un sonido áspero y desgarrador que semeja el graznido continuado de un cuervo.
—Hoy no se celebra el sacramento de la eucaristía porque Él se ha ido.
—El sacerdote, revestido del rojo de la sangre, comienza la celebración en silencio y postrado en tierra, con todos los fieles de rodillas acompañándole, como queriéndonos dejar abrazar por las entrañas de la tierra y del barro de nuestra inmensa pobreza y pecado por las que Cristo ha muerto.
—La liturgia no comienza con la señal de la cruz, ni con el saludo habitual “el Señor esté con vosotros”; apenas un lacónico “oremos” que, de ser cantado, lo será en su tono más simple. Los tubos de órgano también lloran y callan, salvo para mantener tenuemente el acompañamiento de los cantos.
—Se lee la Pasión según San Juan, a la que precede un cántico del siervo, de Isaías y la carta a los hebreos.
—Tras la homiliía, la Iglesia eleva a Dios unas peticiones muy particulares y extensas: la oración universal es una oración de intercesión, puesto que la muerte de Cristo fue el gran acto de intercesión ante el Padre por los pecadores; la Iglesia, siguiendo al Maestro, pide por la humanidad. Se añadirá una oración especial por el fin de la pandemia.
—La cruz no está desde el principio, sino que entra en procesión en la iglesia tras la homilía y es venerada por toda la asamblea. El Viernes santo adoramos el árbol de la cruz, no al crucificado que ha muerto en ella: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”; a lo que la asamblea responde: “venid a adorarlo”. El primer árbol y el primer fruto culminaron en el pecado del Edén; el nuevo árbol y el nuevo Fruto del que come toda la humanidad por la eucaristía, restaura el daño original. Hoy se reza el estremecedor himno “Oh Cruz fiel”, que hemos puesto para su meditación al final del comentario.
—En el rito de la comunión, que comienza revistiendo el altar y el rezo del Padrenuestro, no hay gesto de paz.
—No comulgamos la sangre de Cristo, sólo su cuerpo, que quedó reservado en el monumento el Jueves Santo.
—Terminada la comunión, todo vuelve a estar vacío como al inicio. Tan solo la cruz que hemos adorado se ha añadido a la vaciedad ornamental con la que comenzamos. A esto se añade hoy el vacío de los fieles. El Papa solo en la mayor basílica de la cristiandad…
—El sacerdote no termina bendiciendo ni despidiendo a la asamblea diciendo “podéis ir en paz”. La celebración finaliza con el “amén” a la oración conclusiva.
—La despedida se hace con genuflexión a la cruz (no al crucificado), a la que se venera de modo único el Viernes Santo con culto de “latría relativa”, podríamos decir, porque no está el santísimo Sacramento. Se hinca la rodilla derecha. La izquierda se hincaba tradicionalmente en suelo ante los reyes de la tierra; pero se reservaba la derecha al Rey de reyes y Señor de señores.
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El domingo de Ramos explicaba a mis feligreses (en YouTube) que la Pasión de Cristo es el aspecto más incomprensible del poder de Dios. Cuando hablamos del “poder”, de Dios Todopoderoso, tendemos a relacionarlo con portentos como los milagros, la introspección de las conciencias, la profecía, el acto de la creación del universo y, por supuesto, la resurrección. Pero lamentablemente, en estos razonamientos caemos fácilmente en la tentación de quitar al poder divino una cualidad esencial: el amor con el que Dios obra. Es decir, le quitamos lo que coloquialmente diríamos que es su “humanidad”, su “personalidad”. La Última Cena es incomprensible sin ese acto interno amoroso de Dios que llega hasta el extremo de la eucaristía, el sacerdocio y el servicio, manifestado en el lavatorio de los pies. Y es precisamente allí donde el Señor nos está manifestando su modo peculiar se ser Todopoderoso. Es un poder esencialmente amante y necesariamente servicial. ¡Es que Él es así! Pero hablar del poder de Dios cuando lo vamos a ver destrozado desmonta completamente cualquier imagen ideal y perfeccionista de la divinidad. Nos cuesta procesar que Dios sea Todopoderoso en el sufrimiento del siervo de Yahvéh, de su Hijo Unigénito. Jesucristo nos desmonta completamente en su pasión y muerte.
Sólo el Amor de Dios, esa cualidad tan propia suya, el detalle que le hace inmensamente personal y no una máquina, nos permite adentrarnos mínimamente en lo que hoy sucede. Como afirma Isaías (en uno de los fragmentos más bellos de todo el Antiguo Testamento), hoy veremos “algo inenarrable”: al hombre más luminoso de la historia adentrarse en el origen mismo de la tiniebla que entró en la humanidad por el pecado, y va a cargarla sobre si mismo: “cargó con los crímenes de ellos”, es decir, nosotros.
El sacrificio tiene como fin restaurar el pecado cometido. Pero en la antigua ley era sólo simbólico: el pecado se cargaba en el cordero (un cuadrúpedo) simbólicamente y se soltaba en el desierto como expiación por el pecado cometido. Ahora, no hay ningún simbolismo, sino la más cruda realidad: Jesús es el Cordero de Dios que va a cargar sobre sus hombros nuestras tinieblas para clavarlas a la cruz y, lavando nuestras almas por su sangre redentora, redimirnos de la esclavitud del pecado. En épocas de esclavitud, se podía comprar la libertad para alguno de los esclavos. En el ámbito espiritual, Cristo, subiendo a la cruz, ha “pagado” al Padre el precio del rescate por todos nosotros. Y no ha pagado con dinero, sino sustituyendo su vida por la nuestra, la tuya y la mía. En teología esto se llama una “muerte vicaria”: Él ocupa el lugar que te correspondía como reo y condenado. Además, encontramos en este sacrificio de Cristo un acto extremo: quiere abrazar no sólo a los judíos, sino a la humanidad entera. Sólo Dios puede realizar en un único acto una redención tan copiosa y universal.
Lo dramático de la cuestión, y esa es una pregunta habitual de los grandes teólogos, que son los niños, es que Dios no tenía porqué llevarlo a cabo de un modo tan cruel. Y es aquí donde el Amor de Dios se sumerge a unas profundidades abisales imposibles que nos provocan temor. Nos quedamos impotentes e indefensos contemplando estas escenas: “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca”. “¡Salve, Rey de los judíos!”. “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”. ¿Por qué, Señor? Guíame en esta escuela del sufrimiento redentor.
Cada uno de nosotros ha de coger la cruz de cada día y llevarla como la llevó Jesús: con un amor profundamente misterioso que sólo Él conoce, y que sólo aprenderemos si caminamos unidos y pegados a su gran Corazón. Es lo que santa Teresa Benedicta de la Cruz denominó la “ciencia de la Cruz”, algo sólo asumible en el camino de la intimidad de la oración y contemplación personal. Pero ese paso, esa “pascua” particular y personal de cada uno por el dolor y el sufrimiento, son inevitables. Es mejor luchar por darle un sentido sobrenatural mirando la cruz de Cristo y ofreciéndonos con Él, que acabar en la desesperanza sobrepasados por el sinsentido que implica nuestro propio sufrimiento o el de los demás.
De la carta a los Hebreos tomamos una consideración. Contemplando la Pasión y adentrándonos en su interioridad redentora, no podremos decir jamás que Dios no comprende el sufrimiento de las personas, tanto físico como moral. Y se suman el dolor de los inocentes, los indefensos, los pobres, los enfermos, los que sufren violencia de todo tipo, y otros infinitos males que hacen de esta humanidad un lugar atroz de sufrimiento. Y aún así, la pregunta sobre “¿dónde está Dios?” cuando llegan las calamidades, como la actual pandemia, siguen alimentando las conciencias de corazones que no se han parado a preguntarse sobre el significado del crucifijo. ¡Y es que hoy la cruz empieza a sobrar en casi todos los sitios! “Jesús no le dio respuesta”. ¡Señor, sigues tan callado ante tanto sufrimiento…! Y, quizá, comprenderemos hoy que, con ese silencio ante Poncio Pilato, Cristo estaba no hablando, sino gritando: ya lo está diciendo todo. Pero no le escuchamos. Como afirma la carta a los Hebreos, “no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado”. Jesús comprende nuestro dolor y nuestra debilidad mejor que nadie. Cuanto mayor sea tu dolor, que mayor sea tu oración y tu ofrecimiento.
Como no podía ser de otro modo, terminamos mirando a María. Jesús, a punto de morir, entrega todo lo que tiene, hasta lo más valioso e íntimo, que es su Madre. La deja en manos de San Juan Evangelista, el discípulo amado: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Pero, sabiendo que Cristo nunca da puntada sin hilo, en el discípulo amado estamos tú y yo representados. Por lo tanto, Cristo en la cruz, a punto de morir, nos ha encargado cuidar a su Madre, que desde ahora es, por mandato suyo, ¡la tuya!: «Ahí tienes a tu madre». Pero el lugar de esa valiosa entrega que nos hace Jesús es al pié de la Cruz, de la Santa Cruz. Que el Via Crucis que hoy rezarás, quizá unido al papa Francisco en el Vaticano (hoy no hay Coliseo, como es lógico), lo recorras pegadito a tu Madre: “iuxta crucem Iesu”.
———————
HIMNO DEL VIERNES SANTO(Para el momento de la adoración de la Cruz; también se reza en el oficio divino)
¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos!
¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!
  1. Cantemos la nobleza de esta guerra,
    el triunfo de la sangre y del madero;
    y un Redentor, que en trance de Cordero,
    sacrificado en cruz, salvó la tierra.
  2. Dolido mi Señor por el fracaso
    de Adán, que mordió muerte en la manzana,
    otro árbol señaló, de flor humana,
    que reparase el daño paso a paso.
  3. Y así dijo el Señor: “¡Vuelva la Vida,
    y que el Amor redima la condena!”
    La gracia está en el fondo de la pena,
    y la salud naciendo de la herida.
  4. ¡Oh plenitud del tiempo consumado!
    Del seno de Dios Padre en que vivía,
    ved la Palabra entrando por María
    en el misterio mismo del pecado.
  5. ¿Quién vió en más estrechez gloria más plena,
    y a Dios como el menor de los humanos?
    Llorando en el pesebre, pies y manos
    le faja una doncella nazarena.
  6. En plenitud de vida y de sendero,
    dió el paso hacia la muerte porque él quiso.
    Mirad de par en par el paraíso
    abierto por la fuerza de un Cordero.
  7. Vinagre y sed la boca, apenas gime;
    y, al golpe de los clavos y la lanza,
    un mar de sangre fluye, inunda, avanza
    por tierra, mar y cielo, y los redime.
  8. Ablándate, madero, tronco abrupto
    de duro corazón y fibra inerte;
    doblégate a este peso y esta muerte
    que cuelga de tus ramas como un fruto.
  9. Tú, solo entre los árboles, crecido
    para tender a Cristo en tu regazo;
    tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
    de Dios con los verdugos del Ungido.
  10. Al Dios de los designios de la historia,
    que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
    al que en la cruz devuelve la esperanza
    de toda salvación, honor y gloria.

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