domingo, 24 de mayo de 2020



PRIMERA LECTURA
A la vista de ellos, fue elevado al cielo
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 1 – 11
En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo.
Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les ordenó que no alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días».
Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo:
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?».
Les dijo:
«No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y “hasta el confín de la tierra”».
Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».
Palabra de Dios.
Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9
R. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. R.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad. R.
Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado. R.
SEGUNDA LECTURA
Lo sentó a su derecha en el cielo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 17-23
Hermanos:
El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.
Palabra de Dios.
Aleluya Mt 28, 19a. 20b
Aleluya, aleluya, aleluya.
Id y haced discípulos a todos los pueblos – dice el Señor -;
yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos. R.
EVANGELIO
Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra
Conclusión del santo Evangelio según san Mateo 28, 16-20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos».
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral

NO “ENCIELAR” A CRISTO
Los altibajos, tan de moda hoy, no solamente pueden ser síquicos o sociológicos sino espirituales. Hay momentos alternativos en que los pies se sienten muy hondos por el suelo y el alma muy alta por el cielo, como diría Juan Ramón Jiménez. La verdad es que cuando se tiene conciencia de que estamos “bajos”, entonces se puede “subir” y ascender.

La Iglesia celebra hoy el misterio, no el simple hecho, de la Ascensión del Señor. Porque Cristo bajó a la realidad de nuestro mundo, a la verdad de la carne humana, al dolor de la muerte, por eso Cristo subió por la resurrección a la gloria del Padre, llevando cautivos y comunicando sus dones a los hombres.

El misterio de la Ascensión no es simple afirmación de un desplazamiento local, sino creer que Cristo ha alcanzado la plenitud en poder y gloria, junto al Padre. La Ascensión es la total exaltación.

Esta solemnidad es día propicio para meditar en el cielo, como morada, como presencia de Dios. Frente a definiciones complicadas hoy brota casi espontánea la afirmación de que el cielo es presencia y el infierno ausencia de Dios.

¿Cómo el hombre puede vivir en presencia de Dios y tener experiencia celeste durante su paso por la tierra? En el evangelio encontramos la respuesta contundente: “guardando las palabras del Señor, amando”.

Por eso hay que evitar el peligro de “encielar” a Cristo, de llevarlo arriba desconectado de lo que pasa aquí abajo, de desterrarlo y perderlo. Quizás para algunos es más tranquilizante dejar a Cristo en el cielo para así poder vivir menos exigentemente en la tierra. Piénsese que de la misma manera que la encarnación no supuso abandono del

Padre, la ascensión no es separación y abandono de los hombres. A Cristo se le encuentra presente en la plegaria y en la acción, en los sacramentos y en los hermanos, en todos los lugares en que su gracia trabaja, libera y une.

No os quedéis mirando al cielo, sino extendiendo su reino y su presencia, acabando su obra de aquí abajo, es el mensaje de los ángeles de la ascensión
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 1, 1 – 11Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9
san Pablo a los Efesios 1, 17-23san Mateo 28, 16-20

de la Palabra a la Vida
Con una gran solemnidad, como es propio de un momento de gran importancia para la primera comunidad, Mateo relata en su evangelio la despedida de Jesús y sus discípulos: es el momento de entrega de su testamento, con palabras tan fuertes (“pleno poder”) que los discípulos no pueden sino postrarse y adorar. Es el Kyrios, el Señor, aquel que después de haber realizado su misión entre los hombres encomienda la que será propia de los suyos, dar a conocer a Cristo, muerto y resucitado.

Esta solemne entrega se cierra con palabras que no son extrañas para lo que venimos escuchando en cada domingo de Pascua: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. El Señor se va a quedar con su Iglesia, se quedará de una forma nueva, sacramental, pero no dejará de acompañar a los suyos.

La solemnidad de la Ascensión es un momento de triunfo, de gran gloria, que hace referencia al éxito de la misión de Cristo y a su reinado y superioridad sobre todo lo que existe. Con todo lo que ha padecido, con todo lo que padecemos, con todo lo que sucede en el mundo, el evangelista puede decir que Cristo no solamente ha vencido, sino que sigue con nosotros.

Pero, como el evangelio de Mateo no relata propiamente la ascensión del Señor, esta la encontramos como relato en la primera lectura, en Hechos. Son, también, últimas instrucciones, movido por el Espíritu Santo que será el que dé vida a los suyos, el que los guíe en su tarea de evangelización. Aquellos que lo acompañaron por los caminos, que contemplaron su Pasión y lo encontraron vivo en la Pascua, ahora lo despiden para la gloria. Ellos son los testigos de todo ese camino.

La segunda lectura nos ofrece lo que quizás sea lo más propio de este día: la reflexión sobre lo sucedido en la Pascua y la Ascensión. El Resucitado se sienta a la derecha del Padre, comparte su gloria, pues ha llevado a cabo el plan fruto de la sabiduría del Padre. Y no solamente disfruta Él de esa posición de justicia, sino que “lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos”: he aquí una declaración sorprendente del apóstol. En la Iglesia se realiza la plenitud de Cristo, que no significa que a Él le falte algún tipo de perfeccionamiento, sino que ella se verifica en la actividad de Dios, le da continuidad y visibilidad. La Iglesia será, entonces, lugar privilegiado de la actividad de Dios y de su Cristo.

Más aún: he ahí nuestra esperanza. Sí, porque todo lo que pertenece a Cristo, lo que a Él le ha sido entregado al ascender al cielo, pertenece también a su Cuerpo, a la Iglesia. Por eso, al contemplar hoy a Cristo victorioso podemos contemplar la herencia que nos espera y que nos va siendo entregada como gracia que nos transforma. Verdaderamente, Cristo no se ha desentendido de la Iglesia, sino que ahora asegura la entrega para ella del Don más valioso, el Defensor, regalo prometido que no se marchita.

La Ascensión del Señor supone el fin de un camino que comenzó con el abajamiento del Verbo, camino realizado para nuestra salvación y que se completa con el Don del Espíritu. Ahora, un hombre, uno como nosotros, se sienta a la derecha de Dios y recibe todo su poder, poder que ejercerá para derramar el Don del Espíritu sobre todos nosotros. Un hombre con Dios, todos nosotros con Él. El sueño de generaciones, de civilizaciones enteras, ha comenzado a cumplirse. Somos ahora los creyentes los que no podemos olvidar que, aunque no lo veamos, no se ha desentendido, sino que nos da la herencia que ha recibido para nosotros, para que lleguemos, subamos, con Él.
Diego Figueroa

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