lunes, 31 de diciembre de 2018

PRIMERA LECTURA
Estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 2, 18-21
Hijos míos, es la última hora.
Habéis oído que iba a venir un anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es la última hora.
Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros.
En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis.
Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad.
Palabra de Dios
Sal 95, 1-2. 11-12. 13-14
R. Alégrese el cielo, goce la tierra.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria. R.
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles bosque. R.
Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R.
Aleluya Jn 1, 14a 12a
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros;
a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios. R.
EVANGELIO
El Verbo se hizo carne
Comienzo del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Palabra del Señor

La celebración de la Maternidad divina de María es una nueva celebración de la Encarnación, porque supone afirmar simultáneamente la humanidad y divinidad de Jesucristo. María está inseparablemente unida al misterio y a la misión de su Hijo.
San Pablo en la segunda lectura de hoy nos dice: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley”. En el texto original griego se dice literalmente: “fue hecho “de” mujer”, que expresa con más fuerza la realidad de la humanidad de Jesucristo, que no aparece de repente en la tierra como un extraterrestre. El Misterio de la Encarnación no es “algo” que sucede en María, pero sin intervención de su humanidad, de ser así no podría ser en sentido estricto Madre de Jesús. Como cualquiera de nosotros, se hizo hombre y nació “de” una mujer. Asume plenamente la naturaleza humana. Como nosotros, “nacido bajo la Ley”, sin dejar de ser Dios.
Es preciso distinguir tiempo y eternidad. Jesús en cuanto Dios, es engendrado misteriosamente por el Padre desde toda la eternidad. “Engendrado, no creado”, repetimos en el Credo. En cuanto hombre, sin embargo, nació, “fue hecho”, de Santa María Virgen. Por esto, María es Madre de Jesucristo en sentido real y estricto. Y por ser Jesucristo, también, verdadero Dios, María es, verdaderamente, Madre de Dios desde el momento en que es Madre de Jesucristo. El Concilio de Efeso (431)lo expresa en esto términos: “María no es solo madre de la naturaleza, del cuerpo, lo es también de la persona, quien es Dios desde toda la eternidad. Cuando María dio a luz a Jesús, dio a luz en el tiempo a quien desde toda la eternidad era Dios. Así como toda madre humana, no es solamente madre del cuerpo humano sino de la persona, así María dio a luz a una persona, Jesucristo, quien es ambos Dios y hombre, entonces Ella es la Madre de Dios”.
Misterio grande ante el que sólo cabe admirarse y maravillarse. Misterio que se resiste a los corazones soberbios y autosuficientes. Quizá por esto los pastores, gente sencilla y con conciencia clara de la necesidad de salvación, son los primeros en recibir el anuncio de tal misterio ¡Y fueron corriendo! La prisa de los pastores es fruto de su alegría y de su afán por ver al Salvador que les había sido anunciado. Van corriendo porque, como comenta S. Ambrosio, “nadie busca perezosamente a Cristo”. O le buscamos con “prisa” y verdaderas ganas de encontrarlo o no lo buscamos de ninguna manera. Encontraron a María y a José y al Niño acostado en un pesebre. Ven a una mujer, un hombre y un Niño recién nacido y reconocen un gran misterio, las cosas que les habían sido anunciadas acerca de este Niño: hoy os ha nacido en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor.
Como María, nuestra Madre, guardemos y meditemos en nuestro corazón lo que de Jesús oímos y se nos “dice”, lo que él hace en nosotros. Así iremos profundizando en el conocimiento del misterio de Cristo y de su plan salvador para cada uno de nosotros. Y descubriremos el único camino que nos conduce a la paz verdadera.

domingo, 30 de diciembre de 2018


30/12/2018 – Domingo – Octava de Navidad. La Sagrada Familia: Jesús, María y José.

PRIMERA LECTURA
Quien teme al Señor honrará a sus padres
Lectura del libro del Eclesiástico 3, 2-6. 12-14
El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos.
Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.
Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado.
Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor.
Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes tristeza.
Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.
Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados.
Palabra de Dios


Sal 127, 1-2. 3. 4-5
R. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R.
Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R.



SEGUNDA LECTURA Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 12-21
Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad humildad, mansedumbre y paciencia.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta
Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo.
Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.
Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.                      Palabra de Dios

EVANGELIO
Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los maestros
Lectura del santo Evangelio según san Lucas Lc, 41-52
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que se enteraran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre conservaba todas esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura, y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Palabra del Señor
Comentario Pastoral
MARIDOS , ESPOSAS E HIJOS
La celebración litúrgica de la Sagrada Familia no puede reducirse a una conmemoración o a un recuerdo piadoso de una familia que triunfó allí donde muchas otras han fracasado. No puede ser simple contemplación de una familia para tomarla como modelo, ya que todos los hijos no son buenos como Jesús, ni todas las madres son comprensivas como María, ni todos los padres son acogedores como José; pero es una fiesta de gran utilidad, que explica y hace resplandecer el significado profundo del amor familiar humano. De hecho, Dios, a través de la Sagrada Familia, ha dado a todas la posibilidad de encontrar su grandeza y de caminar por la vía de la perfección.

La profecía de Simeón a María, que se lee en el Evangelio de la Misa, “una espada te traspasará el alma”, expresa y resume las vicisitudes de dolor y sufrimiento no solo de la Virgen, sino también de las familias cristianas y de toda la humanidad; pero desde la tiniebla del dolor se pasa a la luz del sentido redentor de la vida.

Frente a muchas contestaciones sociológicas y políticas, la fiesta que celebramos recordando a la Familia de Nazaret es una invitación a examinar la situación de nuestras familias desde la experiencia luminosa de la familia de Jesús. No se puede reducir la vida familiar a los problemas actuales de la pareja, perdiendo la perspectiva de la apertura a los valores transcendentes. La familia debe ser siempre un signo transparente del diálogo Dios-hombre.

Maridos, esposas e hijos son la estructura de la familia; el compromiso moral de cada uno debe hacerse desde una óptica común, pero con diferencias específicas. Es verdad que todo debe analizarse según las nuevas coordenadas socio-culturales, para superar una vaga pastoral de la familia. Incluso las tensiones generacionales pueden ser consideradas no como meros fenómenos patológicos, sino como estímulos creativos. Todos tienen derecho a la palabra y todos deben ser capaces de escuchar, porque ninguno tiene respuestas definitivas. Para alcanzar la verdadera libertad humana hay que tratar a los otros como sujetos responsables y no como meros objetos.

Jesús presentado en el templo (Evangelio) y el anciano en la oscuridad de su atardecer (primera lectura) son los dos extremos de la historia de una familia. Sin concesiones al lenguaje poético sentimental, sabemos que los niños y los ancianos constituyen el mundo de personas que merecen atraer la atención y el compromiso de la comunidad cristiana. El niño debe ser educado para que pueda ser un día hombre libre. El anciano es un testimonio vivo y sabio, que debe cuidarse con mimo dentro del entramado de la comunidad.




de la Palabra a la Vida
De manera que podríamos llamar “profética”, la Iglesia instituye hace poco tiempo la fiesta que hoy conmemoramos. La fiesta de la Sagrada Familia es una fiesta de moderna implantación. En ella, las lecturas que se proclaman quieren resaltar, en primer lugar, el amor de Dios como vínculo que establece y ordena las relaciones en la familia, y en segundo lugar que el mismo Hijo de Dios, al hacerse hombre, ha aceptado crecer en el seno de una familia.

En la primera lectura, el autor recuerda la enseñanza contenida en el cuarto mandamiento (cf. Ex 20,12): honrar padre y madre. La autoridad del padre y de la madre deben ser reconocidas por todo hijo, y en ese reconocimiento no hay tristeza, sino felicidad: el perdón de los pecados y una vida larga.

Pero esa autoridad hacia los padres en la tierra es una pedagogía para reconocer la autoridad de nuestro padre del cielo: así nos enseña Jesús, niño, en el Templo: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”. La relación en la tierra prepara, y a la vez manifiesta, la relación en el cielo. Por eso la relación de padres e hijos es tan importante para el hombre, porque en ella aprende a elevar su mirada a su Padre eterno, que nos bendice -canta el Salmo responsorial- en el ámbito más íntimo del hombre, su casa (“tu mujer, tus hijos”), pero también en lo más visible y externo (“tu trabajo”).

La lectura de san Pablo a los Colosenses también trata de profundizar en las relaciones familiares: ser miembro de una familia es elección de Dios; además las relaciones deben tener “como ceñidor” el amor de Dios. El amor de Dios construye la familia, fortalece las relaciones. ¿Podemos decir que es así, que nuestra relación se edifica, en nuestra familia, a partir de un amor gratuito como el que Dios ha mostrado por nosotros?

En ocasiones, parece que el vínculo es la televisión, un deseo común, el techo que nos cubre, y sin embargo, el amor se manifiesta en la familia como signo del amor de Dios. ¿Dónde encontrar el amor de Dios en la familia? Obrando como vínculo entre nosotros, no una cosa, no una intención, sino el amor de Dios, que nos llama a darnos unos a otros y a construir una felicidad que Dios desea cuando nos asocia a su propia familia.

Y aún más: “La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza”. La fuerza de la Palabra establece relaciones auténticas, constructivas. El niño Jesús en el Templo vuelve a ser la imagen de esta relación con la Palabra, en el evangelio. Su amor a Dios, su interés por escudriñar la Palabra del Padre, le hará estar “en sus cosas”.

Ciertamente, en casa, todos tenemos “nuestras cosas”, el problema viene cuando esas cosas nuestras no queremos que se vean, que se conozcan, que se expongan ante los demás: Jesús está en las cosas del Padre, que son siempre bien común. ¿He hecho de sus cosas las mías propias? ¿He asumido, dentro de mi familia, el lugar del amor de Dios, un amor que sólo puede sobrevivir entre todos a partir del ejercicio de humildad que Cristo hace, de negarse a sí mismo?

En esta fiesta, en pleno tiempo de Navidad, también nosotros deberemos ver qué fundamenta nuestra familia: ¿Cuál es el lugar de la Palabra de Dios? ¿Compartimos el amor de Dios, buscamos que este nos ciña unos a otros? Es la Madre la que nos enseña a “guardar las cosas en su corazón”, en la fe y el amor de Dios. “Las cosas” que no son nuestras, son para que encontremos a Dios, para que reconozcamos que somos parte de su familia y para que siempre queramos estar con ella por el amor que recibimos.

Diego Figueroa


martes, 25 de diciembre de 2018


25/12/2018 – Octava de Navidad. Solemnidad de la Natividad del Señor.

PRIMERA LECTURA           Lectura del libro de Isaías 52, 7-10
Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!».
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén.
Ha descubierto el Señor su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios.
Palabra de Dios

Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6
R. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. R.
Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: 
con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor. R.

SEGUNDA LECTURA          Lectura de la carta a los Hebreos 1, 1-6
En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.
En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»; y en otro lugar: “Yo seré para él un padre, y el será para mí un hijo”
Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios”.
Palabra de Dios


Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Nos ha amanecido un día sagrado; 
venid, naciones, adorad al Señor,
porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra. R.



EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Juan 1. 1-18

En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor


domingo, 23 de diciembre de 2018


23/12/2018 – Domingo de la 4ª semana de Adviento.


PRIMERA LECTURA
Lectura de la profecía de Miqueas 5, 1-4a
Esto dice el Señor:
«Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemoriales.
Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz, el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel.
Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra.
Él mismo será la paz».
Palabra de Dios


Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19
R. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. R.
Dios del universo, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó,
y al hijo del hombre que tú has fortalecido. R.
Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre. R.






SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10
Hermanos:
Al entrar Cristo en el mundo dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije: He aquí que vengo – pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí – para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».
Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Palabra de Dios

Aleluya Mt 1, 23
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrán por nombre Enmanuel, “Dios con nosotros”. R.


EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se levanto y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y levantando la voz, exclamo:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
Palabra del Señor


Comentario Pastoral
PREPARAR LA NAVIDAD
No es aconsejable abandonarse “al acaso” y confiar en la fortuna; es arriesgado no ser previsor. La vida nos enseña que se deben preparar las cosas importantes, lo cual es signo de madurez y de interés. Se preparan los acontecimientos especiales: los viajes, las oposiciones, las comidas, etc. ¿Hemos preparado la Navidad? ¿Nos hemos preparado para celebrar el acontecimiento salvador de Dios?
Es evidente que en el mes de diciembre se preparan las próximas fiestas. Se preparan los regalos, los belenes domésticos, los árboles con sus luces y espumillón, etc. Por doquier brilla un frenesí comercial. Se encienden muchas luces en las calles, quizá sin caer en la cuenta de que lo más importante es iluminar el espíritu. No basta enviar christmas con deseos de felicidad. Es preciso merecer la alegría verdadera.
La Navidad, tan evocadora y sugerente con sus mil matices y vivencias, no se puede improvisar. En este domingo último de Adviento se nos ofrece el ejemplo de quien mejor preparó y vivió la principal Navidad de la historia: la Virgen María. 
María no se quedó en Nazaret, no se refugió en su casa, se puso en camino para visitar a su prima Isabel y ayudarla. La actitud de María es una seria interpelación a nuestros egoísmos y cerrazones, es decir, a nuestro mal planteamiento de preparación de la Navidad sin abrirnos a los demás.
María fue aprisa, llevando la Salvación dentro de sí, a repartir y compartir la alegría en casa de Zacarías e Isabel. Nosotros, cuando todavía falta muy poco para Nochebuena, ¿nos hemos puesto en camino por algo o en favor de alguien?, ¿hemos ido a comunicar a los otros la paz y la alegría, que hacen saltar por dentro ante la proximidad de Dios Salvador?
Fracasa quien reduce la Navidad al mero ambiente familiar, quien piensa solo en sí mismo. La Navidad es eminentemente social, abierta a todos; es diálogo, cercanía y encuentro con el hermano; es encarnación en los problemas de nuestro mundo, en los gozos y fatigas de los hombres de todas las razas y culturas; es disponibilidad hacia quienes están solos y oprimidos.
Seremos “benditos” en Navidad, como la Virgen, si llevamos dentro a Dios, si transmitimos lo que es fruto de la fe: la paz, la alegría y el amor sin límites.

Andrés Pardo



de la Palabra a la Vida
Hay un matiz muy diferente en el cuarto domingo de Adviento con respecto a los tres anteriores. Hasta ahora se nos ha hablado en la Liturgia de la Palabra sobre algo que estaba por suceder, ahora se nos va a hablar sobre algo que está por celebrar. No ha sucedido históricamente aún la vuelta del Señor; volverá, sabemos que así será aunque no sepamos cuándo. Sí ha sucedido históricamente, hace unos dos mil años, en Belén de Judá, su nacimiento de María Virgen, por eso anualmente lo celebramos. Lo primero genera en nosotros esperanza, lo segundo admiración.

La alegría ante la vuelta del Señor es por lo que el Señor nos va a dar, la plenitud de la divinidad, la alegría ante la celebración de su nacimiento es por lo que el Señor ha asumido, una humanidad perfecta. Volverá Cristo glorificado, nació Cristo para ser glorificado. Así, siendo el mismo el que María sostuvo en sus brazos y alimentó y aquel que lo sostendrá todo en su vuelta gloriosa, no es lo mismo, porque hace dos mil años nació para vencer la muerte padeciéndola, cuando vuelva la muerte ya no tendrá ningún poder sobre Él ni sobre los suyos.

La teología nos ayuda también a entender lo que vamos, entonces, a celebrar estos días: el que no puede ser contenido por los cielos, contenido en el seno de una Virgen Madre. El misterio es tan inmenso que tiene que parecernos nuevo cada vez que nos acerquemos a él, y por eso no hay ningún problema en celebrarlo cada año, en meditar sobre él cada año, en escuchar una y otra vez estas lecturas preciosas. En el asombro de Isabel, en su admiración ante la visita del Señor no en su poder sobrenatural, sino en su humildad encarnada, descubrimos el asombro de la Iglesia, que no puede concebir, sino solamente confesar, el don recibido en María.

De hecho, la Iglesia contempla siempre en este cuarto domingo de Adviento a María, a ver si ella nos puede iluminar ante lo que vamos a celebrar, ante lo que ha sucedido. Ella, que antes concibió en la fe que en su vientre, es el modelo en el que la Iglesia se mira en este domingo para aprender cómo comportarse hoy, y en los días venideros, y a su adoración y alabanza a Dios, que hace obras grandes, suma hoy la confesión de Isabel.

¿Merece la humanidad esta visita salvadora? ¿Acaso creemos que nos hemos hecho dignos de semejante don? Sabemos que no, que es obra de la gracia, pero saltamos de gozo, como nos enseña el niño Juan. No merecemos que Dios se quiera hacer de nuestra familia, como tampoco de la familia de Juan, pero él saltó de gozo. Por eso, nosotros también saltamos de gozo. Igual las rodillas no nos permiten ya muchos saltos de gozo, pero sí tiene que notarse en nosotros la alegría del don recibido.
Conviene que nos paremos a admirar y agradecer, en estos días, la grandeza de Dios que aceptó hacerse pequeño, y ver si, en nuestro corazón, hay alegría, si nos hace sentirnos dichosos. Sabemos bien que la alegría brotará en nosotros, como en los personajes de la escena evangélica de hoy, si creemos.

Y sabemos bien que esto se pone ya en práctica en la celebración de la Iglesia. El que se nos da en la eucaristía es el mismo que nació de María, pero no es lo mismo. Si aquella alegría en Belén fue grande, esta en la Iglesia ha de ser inmensa. Si la fe en aquellos fue profunda, en nosotros ha de estar acompañada de esperanza y caridad. ¿Sucede así? En el seno de la Iglesia se guarda y se celebra en estos días una gran alegría, hagamos por ser partícipes cercanos de la misma.
Diego Figueroa