domingo, 24 de febrero de 2019

PRIMERA LECTURA
El Señor te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender la mano
Lectura del primer libro de Samuel 26, 2 7-9. 12-13. 22-23
En aquellos días, Saúl emprendió la bajada al desierto de Zif, llevando tres mil hombres escogidos de Israel, para buscar a David allí.
David y Abisay llegaron de noche junto a la tropa. Saúl dormía acostado en el cercado, con la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa dormían en torno a él.
Abisay dijo a David:
«Dios pone hoy al enemigo en tu mano. Déjame que lo clave de un golpe con la lanza en la tierra. No tendré que repetir».
David respondió:
«No acabes con él, pues ¿quién ha extendido su mano contra el ungido del Señor y ha quedado impune?».
David cogió la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se dio cuenta, ni se despertó. Todos dormían, porque el Señor había hecho caer sobre ellos un sueño profundo.
David cruzó al otro lado y se puso en pie sobre la cima de la montaña, lejos, manteniendo una gran distancia entre ellos, y gritó: «Aquí está la lanza del rey. Venga por ella uno de sus servidores. Y que el Señor pague a cada uno según su justicia y su fidelidad. Él te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor».
Palabra de Dios
Sal 102, 1bc-2. 3-4. 8 y 10. 12-13
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor, 
y todo mi ser a su santo nombre. 
Bendice, alma mía, al Señor, 
y no olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas 
y cura todas tus enfermedades; 
él rescata tu vida de la fosa 
y te colma de gracia y de ternura. R.
El Señor es compasivo y misericordioso, 
lento a la ira y rico en clemencia. 
No nos trata como merecen nuestros pecados 
ni nos paga según nuestras culpas. R.
Como dista el oriente del ocaso, 
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos, 
siente el Señor ternura por los que lo temen. R.
SEGUNDA LECTURA
Lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 45-49
Hermanos:
El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante.
Pero no fue primero lo espiritual, sino primero lo material y después lo espiritual.
El primer hombre, que proviene de la tierra, es terrenal; el segundo hombre es del cielo.
Como el hombre terrenal, así son los de la tierra; como el celestial, así son los del cielo. Y lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 13, 34
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Os doy un mandamiento nuevo – dice el Señor -:
que os améis unos a otros, como yo os he amado. R.
EVANGELIO
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 6, 27-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros».
Palabra del Señor


Comentario Pastoral
¿QUÉ SIGNIFICA ‘AMAR’?
La historia de la humanidad se podría definir como una búsqueda incesante del amor, llena de logros muy significativos y también de fracasos profundos. El amor es lo que domina la vida del hombre en la tierra.

Amar no es sentir simple afecto por otra persona. Amar no es sentirse emocionado por otro, desear a otro, buscar a otro. Amar no es un sentimiento, es una entrega, es un acto de voluntad, es una decisión consciente.

Por eso, a veces, en nuestro lenguaje religioso no hemos entendido bien a Dios porque lo poníamos en el plano del sentimiento, en el plano del afecto, en el plano de lo sensible. Si fuese así el amor, no podría ser objeto de un mandamiento. El amor es una virtud, es un logro, es una conquista diaria. Si los cristianos fracasamos, si en nuestra vida familiar nos falta amor, es quizá porque lo hemos cifrado en una realidad conseguida, y no en una meta.

De verdad que el amor, en este mundo, es en cierto modo inalcanzable, siempre está más allá de nuestra frontera, siempre está abierto a una mayor profundidad y a una mayor vivencia. ¿Hay alguien que se sienta satisfecho y que diga: “Yo amo”? Se conforma con un amor pequeño. Lo que había que decir es: “yo quiero amar, estoy dispuesto a avanzar en el camino del amor”. El amor es un camino que parte de nosotros y debe desembocar necesariamente en el otro.

Tenemos miedo a amar, creemos que es malo amar. Estamos todo el día sentenciando y juzgando situaciones de amor. Nosotros, los más impotentes para amar, para perdonar y para dialogar, juzgamos y nos erigimos en árbitros del amor. Nos metemos en profundidades, quizá sin la limpieza necesaria para hablar del amor. Primero amemos. Si amamos no condenaremos, no juzgaremos, comprenderemos todo, no reclamaremos nada.

Creemos que amar es signo de debilidad, cuando amar de verdad es signo de la total fortaleza.

Hacemos leyes para no querer al otro, para no comprender al otro. El amor, sobre todo -como nos dice Cristo en el Evangelio-, se hace fortaleza total y alcanza su plenitud, en el momento en que llegamos a amar, incluso a nuestros enemigos, incluso a los que nos hacen mal, a los que abusan de nosotros, a los que nos pegan en el rostro o en el espíritu, a los que nos dejan sin nada.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
“Una medida generosa, colmada, merecida, rebosante”, esa es la sugerente propuesta que el Señor hace a sus discípulos en el evangelio de hoy para mostrar la sobreabundancia del amor de Dios, el negocio beneficioso en el que participa el que intercambia su pobre esfuerzo por hacer el bien al prójimo con la grandeza e inmensidad del amor de Dios. Porque esa medida generosa es el amor de Dios por los hombres, un amor compasivo, capaz de amar y de perdonar muy por encima de cálculos y poderes humanos. Esta medida tan generosa es, ciertamente, escandalosa, motivo de sorpresa indecente, pues queda fuera del alcance y de la fidelidad que el hombre pueda dar nunca por sí solo. Dios responde al pecado con santidad, responde al rechazo con amor, a la ofensa con complicidad.

La primera lectura quiere, entonces, ofrecernos un ejemplo gráfico, en el Antiguo Testamento, de cómo hace ese amor: es David, que, en su actitud no vengativa sino generosa con Saúl, que le persigue y le hace mal, manifiesta una enorme paciencia y comprensión. Una actitud así es profética: el rey se comporta como profeta, y desvela el inmenso amor con el que un hijo de David hará visible, en lo alto de una cruz, la inmensa caridad y generosidad del amor de Dios. Cristo hace visible el amor que predica, que pide, que da. Ante el misterio de la cruz se comprende bien cómo es posible algo que sólo puntual y condicionadamente nos parece realizable a nosotros, cuando Cristo ama, hace el bien, bendice, perdona.

Así, si Israel ha experimentado en su vida cómo Dios es compasivo y misericordioso, que repite el salmo de hoy, si David ha podido obrar de esa manera, habiendo conocido esa fidelidad de Dios desde que venció al gigante filisteo, el Dios hecho hombre no podía ajusticiarnos, tenía que darnos un amor aún más grande, un amor especial. Un amor con el que Cristo santifica la vida de la Iglesia, de tal manera que permite al que vive en ella, al que recibe ese amor, obrar con una caridad y dulzura tan delicadas como constructivas.

Son así porque, con ese amor, el Espíritu Santo nos predispone a obrar como Él. La celebración de la Iglesia es el signo de la compasión divina al alcance de nuestras manos cada día: en ella, Dios muestra que no se ha conformado con entregar su amor en el misterio pascual, sino que, además, ha guiado al hombre para que se coopere con esa acción, con ese perdón.

Cuando, en nuestra vida, actuamos con ese mismo poder de perdonar de Jesús, no solamente vencemos la tentación de la ira, de la división, sino también la del individualismo, de creer que vamos mejor por libre, y la de la desesperación, de creer que nunca vamos a poder amar y perdonar como Dios. De ahí a la vida el paso es evidente: el creyente, movido por el amor de Dios, perdona con una misma medida generosa.

¿Somos rápidos para perdonar? ¿Cuánto guardamos las ofensas, las verdaderas y las imaginarias? ¿Buscamos la medida generosa, o no tenemos vista para ella? Nada hace tan presente a Cristo en la vida como la capacidad de perdonar, porque nada, nada, debe hacernos caer en el engaño de creer que no es Jesús quien perdona, sino nosotros. Su medida es tan generosa en nosotros que es inconfundible: si tenemos la tentación de hacer así, es que Él ha llegado a nuestro corazón.
Diego Figueroa

domingo, 17 de febrero de 2019

PRIMERA LECTURA
Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor
Lectura del libro de Jeremías 17, 5-8
Esto dice el Señor:
«Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor.
Será como un cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; habitará en un árido desierto, tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza.
Será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío. su follaje siempre esta verde; en año de sequía no se inquieta, no dejará por eso de dar fruto».
Palabra de Dios
Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6
R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
Dichoso el hombre 
que no sigue el consejo de los impíos, 
ni entra por la senda de los pecadores, 
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor, 
y medita su ley día y noche. R.
Será como un árbol 
plantado al borde de la acequia: 
da fruto en su sazón 
y no se marchitan sus hojas; 
y cuanto emprende tiene buen fin. R.
No así los impíos, no así; 
serán paja que arrebata el viento. 
Porque el Señor protege el camino de los justos, 
pero el camino de los impíos acaba mal. R.
SEGUNDA LECTURA
Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 12. 16-20
Hermanos:
Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?
Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido.
Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad.
Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto.
Palabra de Dios
Aleluya Lc 6, 23ab
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Alegraos y saltad de gozo – dice el Señor -, 
porque vuestra recompensa será grande en el cielo. R.
EVANGELIO
Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 6, 17. 20-26
En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya habéis recibido vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
DICHOSOS Y BIENAVENTURADOS
Las bienaventuranzas, la carta magna del Reino de Cristo, nos las sabemos, pero no vivimos según su espíritu. Tenemos miedo a las bienaventuranzas, las cambiamos, las dulcificamos, las ponemos adjetivos, porque escucharlas como salieron de los labios de Cristo nos parece excesivamente duro.

Evidentemente que Cristo no quiere la pobreza, no quiere que todos estén llorando, no quiere que todos estén perseguidos, no quiere que todos padezcan hambre. Quiere todo lo contrario: quiere la justicia, la fraternidad, la igualdad, que no haya gente que vive en la abundancia y gente que carezca de todo.

Cristo quiere que todos seamos iguales, que aceptemos su Reino, que nos compromete a todos, que nos hace compartir las riquezas de los ricos y superar la pobreza de los pobres. Un Reino en el que no haya llantos, sino paz y alegría, comprensión y gusto por vivir. Un Reino en el que nadie se erija como juez, sino como servidor de su hermano; en el que no haya opresores y víctimas injustas, sino que todos nos amemos y trabajemos en una misma empresa y en una misma esperanza.

Este es el gran mensaje de Jesús, éste es el espíritu de las bienaventuranzas; ésta es nuestra conquista y nuestra meta.

Evidentemente que la meta en que se cifran las esperanzas de jóvenes y mayores es la conquista de la felicidad. Dios bendice todo esfuerzo humano, el progreso humano, quiere el desarrollo, pero lo que no podemos hacer es invertir la escala de valores, poner como meta última y terminar lo que es relativo. Ésta es la tentación que podemos sentir los que nos llamamos cristianos, que aunque vivamos en pobreza, en estrecheces, contando el dinero para que nos llegue a final de mes, quizá nos falta esa pobreza de espíritu, esa generosidad de apertura hacia el otro, para vivir con paz, sin sentirnos hundidos y abatidos, para poder afrontar nuestra situación sin envidias ni rencores.

No se puede proclamar las bienaventuranzas sin un contexto religioso. No se puede ir al tercer mundo y decir que ésos son los bienaventurados. No son los bienaventurados, sino los desdichados, los que padecen nuestro capitalismo, nuestro progreso, nuestra explotación.

Por eso, sería bueno que nos planteásemos unos interrogantes que creen dudas en nuestra
vida y cuestionen nuestra existencia y nuestra fe.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Jeremías 17, 5-8Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6
san Pablo a los Corintios 15, 12. 16-20san Lucas 6, 17. 20-26

de la Palabra a la Vida
En positivo y en negativo. Así se presentan en el evangelio según san Lucas las bienaventuranzas. Según el estilo propio de los profetas del Antiguo Testamento, para que se vea bien la continuidad entre los profetas anteriores a Cristo y Él mismo, pero a la vez la discontinuidad entre aquellos que llamaban a confiar en Dios y aquel que se presenta como el mismo Hijo de Dios.

Lo vemos bien en la primera lectura: confiar en Dios trae bendición, confiar en uno mismo trae maldición. Confiar en Dios trae bienaventuranzas, confiar en los hombres trae lamentos. Y es que, como vemos en el salmo responsorial, toda la vida dichosa del hombre gira alrededor de un punto único y estable: la confianza en el Señor. Este es, sin duda, el primer paso para poder decirse discípulos, pues quien quiera seguir al Señor tiene que tener la confianza totalmente arraigada en su maestro. Van a venir momentos de alegría y conviene no volverse vanidosos cuando las cosas vayan bien, igual que no conviene venirse abajo cuando tengan que pasar por momentos de oscuridad, pero esto solo es posible si los discípulos entienden que son guiados por otro que sabe dónde va.

Dios se hace presente, entonces, en las situaciones de pobreza; se hace presente en las situaciones de oscuridad, y en todas ellas, la presencia del Señor no es pura estática: su riqueza, el correr de sus aguas, es una riqueza inagotable. Pensemos en las aguas que riegan desde lo profundo la Ciudad Santa: esa riqueza no se ve a simple vista, no la ve quien pasea a su aire, quien se deja llevar por lo superficial, y sin embargo el Señor riega las raíces de los que confían en Él para hacerlos fuertes discípulos.

Pero la confianza en el Señor se trabaja también desde la misma celebración de la Iglesia: no sólo es don que se pide a Dios, que se desea hacer crecer, sino que aquel que participa en la celebración de la Iglesia puede ser sabio si es capaz de reconocer que, en ella, lo esencial viene de Dios. Lo esencial no es lo que tenemos, no es lo que hacemos, no es lo que sabemos. No consiste en hacer muchas cosas, en asumir protagonismos o en desaparecer cuando uno es necesario. Sencillamente consiste en la capacidad para reconocer que lo esencial es lo que Dios hace en ella. Que Él es el actor, y que nosotros, la Iglesia, nos beneficiamos enormemente de su capacidad de hacer.

Así se aprende a valorar la vida, no desde lo que hacemos sino desde lo que recibimos. El Señor nos quiere cerca de Él, como sus discípulos, para poder hacer llegar a nosotros el agua de la gracia. Si somos conscientes de esto, aprenderemos a no esperar tanto de nosotros como del mismo Dios. En la vida corremos el riesgo de volvernos vanidosos ante nuestras virtudes, ante nuestros éxitos o méritos, y creer que todo eso, superficial, pasajero, lo hemos hecho nosotros. Y entonces, confiamos en nosotros mismos… Por el contrario, el verdadero discípulo permanece siempre cercano al Señor y sabe que es Él mismo el que hace que fructifique cualquier esfuerzo.

Así sucede en la celebración de la Iglesia, así tenemos que buscar en la vida. ¿Seremos capaces de mirar nuestro trabajo, nuestras responsabilidades, nuestros descansos, alegrías o tristezas, como discípulos, o nos dejaremos llevar por apariencias? Seguir al Señor, comenzar su seguimiento, requiere realismo, y este parte de que es el Señor el que riega, el que cuida, el que hace crecer.
Diego Figueroa

domingo, 10 de febrero de 2019

PRIMERA LECTURA
Aquí estoy, mándame
Lectura del libro de Isaías 6, 1-2a. 3-8
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Junto a él estaban los serafines, y se gritaban uno a otro, diciendo:
« ¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloría!»
Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije:
«¡Ay de mi, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor del universo».
Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
«Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado».
Entonces, escuché la voz del Señor, que decía:
«¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?»
Contesté:
«Aquí estoy, mándame».
Palabra de Dios
Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 4-5. 7c-8 
R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R.
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R.
SEGUNDA LECTURA
Predicamos así; y así lo creísteis vosotros
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 1-11
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, en el que además estáis fundados, y que os está salvando, si os mantenéis en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano.
Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos predicamos así, y así lo creísteis vosotros.
Palabra de Dios
Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Venid en pos de mí – dice el Señor -,
y os haré pescadores de hombres. R.
EVANGELIO
Dejándolo todo, lo siguieron
Lectura del santo evangelio según san Lucas 5, 1 -11
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, ense
ñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA VOCACIÓN PROFÉTICA Y APOSTÓLICA
El tema de la vocación profética y apostólica ocupa las dos principales lecturas de este quinto domingo ordinario. El primer texto es una narración autobiográfica debida a la mano del mayor profeta de Israel: Isaías. El relato se desarrolla en una visión litúrgica en el templo. Isaías se encuentra ante la santidad y grandiosidad de lo celeste, ante Dios, que se le manifiesta llenando la tierra, como el humo del incienso llenaba el templo. La reacción espontánea de Isaías es confesar su profunda incapacidad e indignidad personal para ser profeta.

Pero Dios se acerca con su gracia para que Isaías supere el pánico y experimente la fascinación de su presencia santa. Y un serafín, ministro de la corte celeste, con un carbón encendido tomado del altar de los holocaustos purifica la boca del profeta. Es como un gesto sacramental que lo consagra. El hombre de la palabra, el profeta, debe ser precisamente purificado en la palabra. El fuego sagrado que viene del altar penetra el lenguaje del hombre, llamado a hablar en nombre de Dios.

Inmediatamente se produce la respuesta de Isaías: “Aquí estoy, mándame”, llena de espontaneidad, entusiasmo y prontitud. Acepta su vocación profética y vence la cobardía de su indecisión. ¡Qué gran ejemplo!

El Evangelio nos presenta diversas escenas, en las que son protagonistas Jesús y un grupo de pescadores, que están lavando las redes después de su esfuerzo y fracaso nocturno, sin haber cogido nada. Jesús les pide que abandonen la orilla y de nuevo entren en el mar, aceptando el riesgo de continuar en un trabajo que hasta ahora había sido infructuoso. Pedro, fiado en la palabra del Maestro, vuelve a echar las redes, y el resultado es inesperado y maravilloso. La pesca fue tan grande que por el peso casi se hundían…

Lo más importante es el final. Como Isaías, Pedro reconoce su impureza y siente temor. Y Jesús le cambia el trabajo, le hace pescador de hombres, le confía una misión salvadora, le abre un horizonte apostólico. Y todos dejan todo para seguir a Jesús.

¿Dónde nace la vocación profética y apostólica? Nace en la libertad y disponibilidad; nace en el templo, es decir, en el silencio y en la plegaria (Isaías); nace también en el trabajo y en la vida cotidiana (Pedro y los apóstoles). La vocación parte de Dios siempre, por eso produce paz en quien es llamado. La vocación cristiana es misionera y pascual, anuncia a todos vida y esperanza.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 6, 1-2a. 3-8Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 4-5. 7c-8
san Pablo a los Corintios 15, 1-11san Lucas 5, 1 -11

de la Palabra a la Vida
El cambio en la misión significa el paso desde el propio plan hasta el plan de Dios, desde la propia voluntad hasta entrar en el misterio de la voluntad divina. Este cambio, o conversión, se presenta en el evangelio de diferentes formas, con diferentes acentos. Así, mientras que Mateo recoge en su evangelio la llamada a los discípulos para que se dediquen a ser pescadores de hombres, Lucas dirige la promesa del Señor solamente a Pedro: “Desde ahora serás pescador de hombres”. Mientras que en Mateo la promesa es futura, en Lucas es inmediata. Ahora. Ya. La barca de Pedro será, desde ahora, desde ya, signo de catolicidad: estar en ella es estar en el espacio que Cristo le ha creado para salvar a los hombres de las aguas de la muerte. Estar en ella es signo de haber pasado, como Pedro, del espanto a la adoración, de la incredulidad a la fe, de vivir en el pecado a vivir de la gracia. La Iglesia de Cristo, la de Pedro, acoge en su barca a todos aquellos que estén dispuestos a recorrer ese camino en su corazón y en su vida.

Cristo ha entrado en la vida de Pedro y ha ido transformándola hasta el punto de cambiar también su misión, y ahora puede contemplar el contraste misterioso, igual que el que sucede en el profeta Isaías en la primera lectura: Isaías se siente perdido por haber visto al Señor siendo un pecador, pero acepta su misión y pide ser enviado.

El espectáculo, distinto pero majestuoso, que ambos han contemplado, tan lejos en el tiempo uno de otro, nos advierte, con el salmo, de que “la misericordia del Señor es eterna”, y nos anima a pedirle que “no abandone la obra de sus manos”. Así que la Palabra de Dios sigue sonando hoy en el corazón de tantos pecadores, llamados a dejarse purificar, en los labios y en el corazón, para poder mostrar el poder de las manos de Dios.

Es necesario reconocer en la vida el contraste que Dios produce en relación a lo que nosotros intentamos producir, y así postrarnos confiados a su acción. El Tiempo Ordinario en el que vivimos es una invitación a ir reconociendo, día a día, domingo a domingo, la diferencia entre lo que Dios hace en nosotros y lo que nosotros nos empeñamos en que sea. Y al advertir ese contraste, aceptar dejarnos purificar por Él, convertirnos, hasta el punto de querer llevar a otros el mensaje que san Pablo comunicaba en la segunda lectura. Ese mensaje, el centro de la fe cristiana, resuena desde dentro de la barca invitando a otros a subirse a ella.

En la liturgia resuena ese mensaje constantemente, confesamos el poder del resucitado a la vez que vemos que somos los menores apóstoles. Aún sin ver, sabemos por la fe del majestuoso poder por el que Dios se nos da, y nos invita a vivir postrados, reconociendo su santidad. Y en reconocer su infinita santidad, se encuentra, humildemente, el principio de la nuestra.

Solamente desde esa acción de reconocer, podemos caminar por la vida en la certeza de una misión nueva, una misión en la que tendremos que estar constantemente pendientes de la santidad de Dios, siempre vinculada a nuestra pequeñez, no por masoquismo, sino para reconocer su misericordia y no perder de vista, en el horizonte, hasta dónde nos va a llevar, cómo actúa en nosotros la santidad que nos transforma. Por eso conviene preguntarnos: ¿Cómo afronto el contraste entre mi plan y el divino, el cambio de los planes y misiones que me atribuyo a aquellos a los que me llama cada día el Señor? ¿Descubro esos planes en la Iglesia, y me dejo animar por ella a seguir avanzando? Su santidad, nuestra humildad, unidas, son la clave para poder ir mar adentro.

Diego Figueroa

domingo, 3 de febrero de 2019

PRIMERA LECTURA
Te constituí profeta de las naciones
Jeremías 1, 4-5. 17-19
En los días de Josías, el Señor me dirigió la palabra:
«Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré:
te constituí profeta de las naciones.
Tú cíñete los lomos: prepárate para decirles todo lo que yo te mande.
No les tengas miedo, o seré yo quien te intimide.
Desde ahora te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra.
Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte – oráculo del Señor -».
Palabra de Dios
Sal 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. l5ab y 17 
R. Mi boca contará tu salvación, Señor.
A ti, Señor, me acojo: 
no quede yo derrotado para siempre; 
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, 
inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio, 
el alcázar donde me salve, 
porque mi peña y mi alcázar eres tú, 
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud. 
En el vientre materno ya me apoyaba en ti, 
en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca contará tu justicia, 
y todo el día tu salvación. 
Dios mío, me instruiste desde mi juventud, 
y hasta hoy relato tus maravillas. R.
SEGUNDA LECTURA
Quedan la fe, la esperanza, el amor. La más grande es el amor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 31-13, 13
Hermanos:
Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente.
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde.
Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada.
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasa nunca.
Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará.
Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; más, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.
En una palabra: quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.
Palabra de Dios
Aleluya Lc 4, 18
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres, 
a proclamar a los cautivos la libertad. R.
EVANGELIO
Jesús, como Elías y Elíseo, no solo es enviado a los judíos
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 4, 21-30
En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír»
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es éste el hijo de José?»
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún»
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se seguía su camino.
Palabra del Señor


Comentario Pastoral
¿EXISTEN HOY PROFETAS?
Normalmente se califica como profeta a quien dice conocer el futuro, a quien predice acontecimientos. Profeta y adivino parecen estar equiparados. Pero ser profeta es otra cosa: hablar en nombre de Dios, transmitir un mensaje nuevo, enfrentarse a unas estructuras caducas o viciadas, anunciar la salvación. No es empresa fácil ser profeta; por eso quienes han tenido conciencia de esta vocación han sentido miedo, como lo tuvo Jeremías.

La lista de los profetas no es algo que pertenece exclusivamente al Antiguo Testamento, porque el profetismo no se ha acabado en la Iglesia. Dios se sirvió de hombres para hablar en el pasado, pero los sigue escogiendo para hablar hoy a su pueblo.

Profeta es aquél que nos mueve constantemente a la renovación y al cambio, para que no nos quedemos satisfechos con nuestras actitudes y obras. Siempre es posible un paso adelante. Para descubrir la verdad plena y el horizonte de la perfección, necesitamos que el profeta nos hable y nos describa nuestra situación e incoherencia real. Tenemos miedo a oír las palabras del profeta porque estamos instalados, porque preferimos el inmovilismo de lo que ya sabemos, porque escondemos nuestra pereza y cobardía en una verdad a medias.

Profeta no es quien pacifica, sino quien impacienta nuestra fe, esperanza y caridad. Profeta es el que no vive para satisfacer ambiciones personales, sino para anunciar el Reino que hay que instaurar en nuestro mundo todos los días. 

Cristo es el gran y definitivo Profeta. Su fuerza y poder le vienen de arriba, su autoridad es la del Padre que está en el cielo. Así se presentó en la sinagoga de Nazaret. Sus palabras, en un primer momento, produjeron admiración por la novedad y gracia que transmitían. Pero como subraya el final del Evangelio, que se lee en este cuarto domingo ordinario, sus paisanos no pudieron soportar la verdad interpelante del discurso de Jesús, y reaccionaron con violencia y repulsa, tratando de despeñarlo.

Hoy debemos tomar conciencia de que, por el bautismo, todos hemos recibido el espíritu que movió a los profetas y a Cristo a hablar de parte de Dios, a anunciar mensajes liberadores, a predicar la Buena Noticia, a anunciar la salvación, a ser testigos del amor sin fronteras.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Jeremías 1, 4-5. 17-19Sal 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. l5ab y 17
san Pablo a los Corintios 12, 31-13, 13san Lucas 4, 21-30
de la Palabra a la Vida
No nos hemos movido de la sinagoga de Nazaret… El evangelio que hoy se nos propone continúa la escena del evangelio del domingo pasado. La Iglesia lo retoma con esa afirmación final de Jesús: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

Sin embargo, la alegría que la Palabra de Dios producía en la gente el domingo pasado, se vuelve hoy violencia. ¿Qué sucede para que se dé esta transformación? Que Jesús continua el diálogo con la gente de Nazaret advirtiéndoles de que la salvación que trae no es exclusiva para los judíos, sino que es para el mundo entero. Los milagros no tienen porqué suceder en la sinagoga, pues todos los pueblos tienen que ver la salvación de Dios. San Pedro en la mañana de Pentecostés, también proclamará así en Jerusalén citando al profeta Joel: “En los últimos días, dice el Señor, derramaré mi espíritu sobre toda la humanidad” (cf. Hch 2,17).

Jesús es, como lo presenta Jeremías en la primera lectura, un profeta de los gentiles, cuya tarea será llevar la palabra del Señor a todos los lugares, lleno de confianza en el poder de Dios. Ni siquiera ante reyes o príncipes tendrá que vacilar: así será al final de su misión, cuando sea prendido para la Pasión. Contemplando a Jesús en la profecía de Jeremías se comprende bien los sentimientos de aquel en el evangelio. Jeremías es tipo del mismo Cristo, a pesar de las dificultades se mantiene firme, hasta su muerte, en la tarea recibida del Padre.

Nosotros, los cristianos, recibimos una Palabra en la celebración de la liturgia que espera de nosotros un doble movimiento: Abrirnos a esa Palabra, que desea calar en nuestra vida, y por lo tanto, también animarnos a dar testimonio ante todos. A nadie le está vetada la Palabra de Dios. No podemos guardarla para nosotros como querían aquellos nazarenos en la sinagoga. Una salvación verdadera no es la que guardamos en un bolsillo, es la que se nos ofrece y ofrecemos constantemente a todos. Si nos cerramos a ese movimiento, podría ocurrir que se diera la salvación a los demás y el Señor se alejara, como en el evangelio, de nosotros.

Por eso, la palabra divina ha de ser anunciada aunque cause rechazo. A veces podemos tener la tentación de no decir o de no escuchar esa palabra porque lo que vamos buscando es el éxito, pero la palabra no se anuncia, no se siembra por el éxito, al contrario, sabemos que ha de pasar la prueba del fracaso constantemente, sino por el amor de Dios. Cristo anuncia la palabra, incluso en terreno complicado, en Nazaret, por amor de Dios. Así querrá seguir comunicándola, no por el éxito, sino por el amor de Dios.

Sin la certeza de que el rechazo llega, sucumbiremos a la tentación de pensar que la Palabra de Dios no es para algunos, nos rendiremos, primero ante unos, luego ante otros… hasta conformarnos con escucharla cada domingo en misa, sin más, como aquellos de Nazaret, a la espera del milagro… aunque la misma celebración es el milagro, el signo: ¿Qué busco cuando escucho la Palabra de Dios? ¿Qué espero? ¿Algo especial, llamativo? ¿Fuegos artificiales? Lo que queremos al escuchar la Palabra de Dios es escuchar, comprender, que esa Palabra se ha cumplido. Hoy. Que Dios habla aquí hoy. No buscamos la lectura maravillosa, la homilía perfecta, el pasaje más corto, sino una certeza: es Cristo el que está presente, el Hijo de Dios.
Diego Figueroa