domingo, 26 de mayo de 2019

PRIMERA LECTURA
Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables.
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29
En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia.
Entonces los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir a algunos de ellos para mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas llamado Barsabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y enviaron por medio de ellos esta carta:
«Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia provenientes de la gentilidad.
Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alborotado con sus palabras, desconcertado vuestros ánimos, hemos decidido, por unanimidad, elegir a algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, hombres que han entregado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. Os mandamos, pues, a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas . Haréis bien en apartaros de todo esto. Saludos».
Palabra de Dios.
Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8 
R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, 
ilumine su rostro sobre nosotros; 
conozca la tierra tus caminos, 
todos los pueblos tu salvación. R.
Que canten de alegría las naciones, 
porque riges el mundo con justicia, 
y gobiernas las naciones de la tierra. R.
Oh Dios, que te alaben los pueblos, 
que todos los pueblos te alaben. 
Que Dios nos bendiga; que le teman 
hasta los confines de la tierra. R.
SEGUNDA LECTURA
Me mostró la ciudad santa que descendía del cielo.
Lectura del libro del Apocalipsis 21, 10-14. 21-23
El ángel me llevó en espíritu a un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, y tenía la gloria de Dios; su resplandor era semejante a una piedra muy preciosa, como piedra de jaspe cristalino.
Tenía una muralla grande y elevada, tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados que son las tribus de Israel.
A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, al poniente tres puertas, y la muralla de la ciudad tenía doce cimientos y sobre ellos los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario y también el Cordero.
Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Jn 14, 23
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El que me ama guardará mi palabra – dice el Señor -, 
y mi Padre lo amará, y vendremos a él. R.
EVANGELIO
El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 23-29
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
DIALOGAR DESDE LA FE Y GUARDAR LA PALABRA
El tiempo pascual, que se caracteriza por el denominador común de la alegría se diversifica cada domingo por los temas que pone a nuestra consideración. La Pascua es el gran fundamento de la vida cristiana, que nos hace pasar de la utopía a la realidad, de la mentira al amor, del miedo a la paz.

Domingo tras domingo los cristianos guardamos la palabra que se nos ha dado, escuchamos las lecturas santas que nos recuerdan lo que Dios ha hecho por nosotros y sobre todo lo que Cristo ha realizado y cumplido para salvarnos. El cristiano no tiene que ser olvidadizo, desmemoriado, sino hombre de palabra, fiel a lo que cree y dice. El creyente es el que habla con palabra auténtica en un mundo de tantas falsedades, de tantos matices fonéticos. Hay que hablar y hacerse presente para posibilitar el diálogo, tomar conciencia de la realidad circundante y manifestar vivencias interiores. Los diálogos desde la fe, aunque sean difíciles, son necesarios y urgentes, pues se están achatando los horizontes de la vida del hombre.

Se debe guardar la palabra de Dios sin que tiemble nuestro corazón ni nos acobardemos. El miedo es mal consejero, atenaza, impide cumplir la misión que se nos ha confiado. Existen demasiados temores y desánimos que cristalizan en cobardías cómplices. Es el Espíritu quien nos enseña y recuerda todo. No hablamos de nosotros, sino de Cristo. Nuestras palabras no tienen que ser de alarma o inquietud, no deben imponer más cargas que las indispensables, es decir, las del Evangelio. Los conflictos hay que enfrentarlos con serenidad, sin arrogancia, pues la palabra cristiana siempre es oferta de paz.

El Espíritu de Cristo sigue en nosotros enseñándonos y recordándonos lo que Jesús dijo e hizo. Su vida y enseñanza se resumen en el amor, que nos hace vencer lo más difícil: las propias convicciones. Así se abrieron los primeros apóstoles a la comprensión de aquéllos que tenían otros modos sociales y costumbres religiosas.

Superando el estrecho límite de los propios puntos de vista conseguiremos ensanchar el horizonte de nuestra visión cristiana. Es el camino de la fe, que consiste en renunciar a nuestra visión inmediata y empalmar así con el horizonte de Dios.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8
san Juan 14, 23-29

de la Palabra a la Vida
Como ya nos anunciaba con las lecturas del domingo pasado, la Iglesia sigue los pasos de su Maestro, ha entrado en un proceso de constante transformación, en el que no puede acostumbrarse a ninguna forma de presencia del Señor, pues este busca siempre hacer crecer la fe de los suyos. Es discípula que aprende junto a su corazón para poder enseñarnos después también a cada uno de nosotros.

Por eso igual que Cristo en el evangelio prepara a sus discípulos en estos discursos de despedida para su marcha al Padre, también la Iglesia se esmera en prepararnos para cuando se aleje de nosotros en la ascensión para quedarse de un modo nuevo, por el Espíritu. Y es que la marcha de Jesús condiciona la venida del Espíritu, pues este hará comprender, en lo profundo del corazón, las palabras que hemos aprendido de labios del Maestro. Esa acción de comprender conlleva otra no menos importante: llevarlas a cabo, nos vivificará para que sucedan. Por eso, el don del Espíritu perfeccionará la obra del Hijo porque pondrá vida en el corazón de los que han creído en Él.

Es por esto que hoy les tranquiliza. No va a estar lejos de ellos. Sin embargo, la Iglesia naciente se va a ver envuelta en toda clase de pruebas de vida y de fe. Van a tener que creer en Jesús sin verle, que predicarlo según lo que el Espíritu vaya suscitándoles en el corazón, y que vivir con una alegría que se escapa al conocimiento del mundo, una alegría en el sufrimiento, una paz en medio de la lucha. ¿No es algo que también nosotros, dos mil años después, conocemos bien?

Con el envío del Espíritu a la Iglesia se nos anuncia hoy la construcción de una Ciudad nueva. Ya el domingo pasado escuchábamos, en la segunda lectura, también, de esa nueva morada de Dios con los hombres. Esta es una ciudad celestial, de la que la Iglesia que empieza, y de la que se nos informa en la primera lectura, es solamente un signo. Ella se convierte, además, en una referencia para todas las generaciones que, en el seno de la Iglesia, vengan después: siempre viviremos en la Iglesia en referencia a la instauración plena de esa nueva Jerusalén, en la que Dios mismo es el templo. De hecho, Dios mismo lo será todo en todos.

Por eso, vivimos nuestro ser Iglesia, nuestra vida cristiana, nuestra celebración de cada día, con la conciencia segura de que estamos anticipando el final de esta que tenemos para dar paso a la eterna, a la que ve el Apocalipsis. Así, no podemos menos que preguntarnos, cuando hasta el Señor anuncia que se va para sentarse a la diestra del Padre, acerca de la conciencia de que todo esto pasa. ¿Celebro la liturgia de la Iglesia consciente de que en ella pedimos que pase este mundo y venga la gloria, que la celebramos “para que el Señor vuelva”? Celebrar la fe es anticipar el final de nuestro tiempo, de nuestra liturgia, de nuestro templo. Celebrar, ir cada día, cada domingo a misa, es aceptar vivir un proceso en el que todo, desde lo mío propio, va siendo renovado, cambiado, transformado, y eso no siempre nos resulta fácil. No acomodarnos a una tarea, a un ministerio, a un ministro, a un lugar… porque sabemos que la Pascua es el signo definitivo de que vivimos de paso hacia el Padre, al trono de la gloria.

También, como el Señor advierte a sus discípulos, nos conviene que este tiempo pase, que esta liturgia y esta Iglesia pasen para que vengan los del Apocalipsis y seamos deslumbrados por la luz de Cristo, lámpara del nuevo templo, nuevo y eterno. Si celebramos así la liturgia cada domingo, cada día, haremos nuestra esa alegría de quien celebra aquí pero mete ya la cabeza en la celebración eterna, allí donde todos los pueblos alaban a Dios, donde somos iluminados con la luz de su rostro.
Diego Figueroa

domingo, 19 de mayo de 2019

PRIMERA LECTURA
Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 14, 21b-27
En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.
En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir.
Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.
Palabra de Dios.
Sal 144, 8-9. 10-11. 12-13ab 
R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
El Señor es clemente y misericordioso, 
lento a la cólera y rico en piedad; 
el Señor es bueno con todos, 
es cariñoso con todas sus criaturas. R.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, 
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado, 
que hablen de tus hazañas. R.
Explicando tus hazañas a los hombres, 
la gloria y majestad de tu reinado. 
Tu reinado es un reinado perpetuo, 
tu gobierno va de edad en edad. R.
SEGUNDA LECTURA
Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.
Lectura del libro del Apocalipsis 21, 1-5a
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.
Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.
Y oí una gran voz desde el trono que decía:
«He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios».
Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.
Y dijo el que está sentado en el trono:
«Mira, hago nuevas todas las cosas».
Palabra de Dios
Aleluya Jn 13, 34
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Os doy un mandamiento nuevo – dice el Señor -:
que os améis unos a otros, como yo os he amado. R.
EVANGELIO
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 31-33a. 34-35
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos : si os amáis unos a otros».
Palabra del Señor


Comentario Pastoral
LA NOVEDAD DEL AMOR CRISTIANO
Lo nuevo siempre tiene atractivo y se acepta casi sin reservas, aunque comporte esfuerzos y exigencias de cambio. Ordinariamente se vive con el peso de ideas, estructuras y actuaciones viejas.

Los textos bíblicos de este quinto Domingo de Pascua hablan de “novedad”. “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”, dice el Apocalipsis. “Os doy un mandamiento nuevo”, afirma Jesús. Después de veinte siglos de historia de la Iglesia, de práctica y vivencia del mandamiento primero y principal de la ley, ¿se puede hablar sinceramente de “novedad”? ¿No suena a tópico decir que la novedad cristiana se traduce en la palabra “amor”, palabra tan exaltada y a la vez tan desgastada? ¿Cuál es la novedad del amor cristiano?

Evidentemente que el amor no es algo nuevo. El afecto, el gozo, el cariño, la pasión y el consentimiento son la expresión constante del amor humano. El amor es sentimiento imperecedero del hombre en la tierra. La novedad cristiana del amor está en la referencia “como yo os he amado”, que manifiesta su perfección y su meta. El amor no es una fría ley, no se puede reducir a un organigrama caritativo y a una institución social, no debe someterse a un calendario con días fijos para amar, no admite límites cortados por un reglamento, una campana o un reloj. El amor auténtico germina y vive siempre en la libertad de poderse expresar siempre.

Cristo nos amó hasta dar su vida. El amor auténtico germina y vive siempre en la libertad de poderse expresar siempre.

Cristo nos amó hasta dar su vida. Por eso tiene sentido que el cristiano se consagre al servicio exclusivo de sus hermanos hasta la muerte de uno mismo. Servir a los otros es signo de humillación para la mentalidad común, pero para el cristiano es signo de libertad. No se trata solamente de amar al prójimo, sino de hacerse prójimo del otro y entrar en comunión con él siendo su servidor. Hay que pasar de los desamores al amor.

“Tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo.

El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo.

Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida.

Y porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó, envió el Padre, desde su seno, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo”.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Hay un elemento en la vida cristiana que no resulta fácil asumir pero que forma parte de la experiencia incluso de aquellos primeros discípulos con el Señor: la vida es un proceso constante de crecimiento. En ese proceso, las cosas que se han dado de una determinada y exitosa forma durante un tiempo, deben dejar paso a otras. Así, el tiempo del anuncio del Reino tiene que dejar paso a la Pascua, al tiempo de las apariciones, y estas al tiempo de la Iglesia, en el que hoy estamos aquí, mañana allí… Es un proceso constante, guiado por el amor, en el que no tiene sitio la tentación de acomodarse, ni la de dejarse llevar, ni la de vagar sin sentido. Este evangelio y el del próximo domingo nos ponen en esta dinámica que, o se acepta, o impide seguir a Jesús adecuadamente.

Así lo vemos desde la promesa que el Señor hace a sus discípulos al término de la última cena. Pero, ¿por qué hoy este evangelio del discurso de despedida de Jesús? 

Primero, una motivación que encontramos en este evangelio y en el del domingo próximo: preparan ya la ascensión del Señor (“me queda poco de estar con vosotros”). Y la Iglesia nos quiere preparar para que nuestro corazón, como el de los discípulos, experimente el desgarro, la separación de aquel que nos ha cambiado la vida y al que vamos a despedir, a dejar de ver. Cristo asciende al cielo, y la Iglesia comienza a despedirle recibiendo sus últimas enseñanzas, sus últimos y fundamentales consejos. El mandamiento del amor es incomparable. Es un signo de lo que somos, un signo de lo que ha sido su vida. Nuestra vida, fiel al mandato del amor, hará presente al que asciende al cielo.

En segundo lugar, por la consecuencia de la Pascua, que crea en nosotros una vida nueva. Una vida según el Espíritu de amor, una vida de resucitados, una vida en la que el miedo a la muerte es sustituido por la generosidad de darse, porque en la Pascua de Cristo hemos visto el fruto eterno de elegir su amor. Por eso los discípulos de Cristo, aquellos que se han beneficiado, y así han reconocido, el amor de Cristo que le ha llevado a morir por nosotros, se identificarán también por esa misma señal. Ya tienen ese amor. Ahora tienen que entregarlo. Es la forma de dar testimonio del Resucitado.

Esta será la forma de crear un mundo nuevo. La Iglesia ha aprendido de su Señor que la transformación del mundo viene por la obediencia a la voluntad de Dios y a sus mandatos: por eso, la visión de la ciudad nueva, la Jerusalén que desciende del cielo, tiene su fundamento en el alimento del amor, la eucaristía. La tierra nueva, la morada de Dios con los hombres, de la que nos habla hoy el Apocalipsis, es la realización del mandato del amor que hace el Señor en el evangelio. Hacia esa Jerusalén definitiva, hacia esa ciudad nueva camina la Iglesia y se nos manda caminar a nosotros.

En la Iglesia, formada por hijos de Dios, pecadores, la debilidad busca hacernos olvidar el destino hacia el que avanzamos, y envejecida por el pecado se arriesga a no llegar a la meta; sin embargo el Señor nos fortalece con su amor, nos exhorta, como Pablo y Bernabé, “a perseverar en la fe diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios”. Cada elección movidos por la caridad nos rejuvenece, acerca la ciudad nueva, que vive del mandamiento nuevo.

La Pascua de Cristo hace que nosotros no tengamos que tirar de nosotros mismos tanto como Cristo, a la derecha del Padre, tira de nosotros. Ese movimiento se realiza en la liturgia de la Iglesia, en la celebración de la misa y de los sacramentos. ¿Experimento el amor de Dios en la eucaristía, más allá de lo que siento, de cómo me encuentro? ¿Reconozco el don de su amor en los hermanos, comparto mi fe en la Iglesia, en un grupo? Con ese amor que Cristo nos ha dado, aun sin verla, la Jerusalén celeste se acerca, como novia preparada para celebrar sus desposorios con Cristo.
Diego Figueroa

domingo, 12 de mayo de 2019

PRIMERA LECTURA
Sabed que nos dedicamos a los gentiles.
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 13, 14. 43-52
En aquellos días, Pablo y Bernabé continuaron desde Perge y llegaron a Antioquia de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento.
Muchos judíos y prosélitos adoradores de Dios siguieron a Pablo y Bernabé, que hablaban con ellos exhortándolos a perseverar fieles a la gracia de Dios.
El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor. Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo.
Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía:
– «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra”».
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna.
La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas, adoradoras de Dios, y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio.
Ellos sacudieron el polvo de los pies contra ellos y se fueron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.
Palabra de Dios.
Sal 99, 2. 3. 5 
R. Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Aclama al Señor, tierra entera, 
servid al Señor con alegría, 
entrad en su presencia con vítores. R.
Sabed que el Señor es Dios: 
que él nos hizo y somos suyos, 
su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
«El Señor es bueno, 
su misericordia es eterna, 
su fidelidad por todas las edades» R.
SEGUNDA LECTURA
El Cordero los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
Lectura del libro del Apocalipsis 7, 9. 14b-17
Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y uno de los ancianos me dijo:
– «Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.
Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo.
El que se sienta en el trono acampará entre ellos.
Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos».
Palabra de Dios
Aleluya Jn 10, 14
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Yo soy el Buen Pastor – dice el Señor -, 
que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen. R.
EVANGELIO
Yo doy la vida eterna a mis ovejas.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 10, 27-30
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno».
Palabra del Señor




Comentario Pastoral

OVEJAS DEL BUEN PASTOR
Este domingo, conocido como el del Buen Pastor, tiene recientemente, desde tiempos del Papa Pablo VI, el matiz propio de ser Jornada de oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Y en algunas partes es también el día de la parroquia. Estos dos aspectos no deben desdibujar el sentido propio de este domingo pascual, sino integrarse convenientemente en la liturgia.

Una de las imágenes bíblicas más entrañable es la del pastor. Ya en las catacumbas y en los mosaicos de las antiguas basílicas es frecuente la imagen del “buen pastor”, joven y fuerte, que carga una oveja sobre sus hombros. Pastor y cordero son una misma realidad, dentro de la maravillosa unidad de las imágenes terrenas usadas para representar al Cristo pascual desde la primitiva Iglesia. Son rasgos propios del pastor la fortaleza, el aguante, el silencio, la sensibilidad, la capacidad de observación, la sencillez de un rico mundo espiritual y la constancia. Todas estas características encerradas en la figura, frecuentemente enjuta y curtida, del pastor, hacen que sea persona entrañable e imprescindible en la experiencia de la vida rural de todos los tiempos, aunque muchos de nosotros, habitantes de la gran ciudad y un tanto tecnificados, tengamos que hacer un esfuerzo para captar la riqueza de su significado.

El trozo de Evangelio que se lee este año, la última parte de la parábola, está centrado en la relación que existe entre las ovejas y el pastor Jesús, que se presenta a sí mismo como pastor verdadero, con lo que se identifica de esta manera con Dios, a quien los profetas y salmos proclaman como el Pastor de Israel. “Yo y el Padre somos uno”.

Sabido es que las ovejas son animales con poco instinto de orientación; por eso necesitan la ayuda de la constante dirección y defensa. Necesitan oír la voz conocida del pastor para seguirlo. Igual nosotros, para superar el extravío y recuperar la orientación fundamental de la vida, debemos escuchar siempre la voz de Cristo, pastor doliente y a la vez cordero inmolado en la cruz, y reconocerlo vivo en la fracción del pan, memorial de su Resurrección. El tiempo pascual abunda en la necesidad de este conocimiento, que significa seguimiento y unión con Jesús.

Cristo, Cordero-Pastor domina toda la liturgia de hoy. El pastor supremo y todos los que en la historia, a través del Sacerdocio ministerial, continúan esta tarea deben ser guías y compañeros de viaje en la peregrinación a las fuentes de la vida.

El rebaño-comunidad es guiado siempre por la Palabra, que es válida siempre para todas las personas de diversa cultura, convicciones políticas y mentalidad. El rebaño-comunidad vive en la
unidad de la Palabra y del Pastor.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
El discurso del buen pastor de Jn 10, que la Iglesia reparte entre los tres ciclos para el IV domingo de Pascua, nos recuerda el sentido de la victoria pascual de Cristo: el Señor ha resucitado para que los suyos tengan vida eterna. La vida eterna no es algo que uno encuentra súbitamente mientras pasea a lo suyo por la calle, sino que consiste en un proceso por el que el creyente acepta no ser arrebatado de la mano del Señor por nada, en ningún momento, en ninguna circunstancia. Eso no se hace bien de golpe, se empieza en el bautismo y dura toda esta vida.

Aquel que, por el agua y el Espíritu, ha sido hecho parte del rebaño de Cristo, y que desde muy pronto ha comenzado a experimentar la dureza de la vida cristiana, la exigencia de no dejarse llevar por otras voces sino únicamente por la voz de Cristo, tiene que guardar como un tesoro en su corazón, pero a la vez como una verdad a la que recurrir constantemente, estas palabras que salen de la boca de Cristo.

Solamente aprendiendo de la docilidad del cordero iremos en pos del buen pastor que nos guía. Una guía que tiene una meta: la vida eterna. La Pascua de Cristo, bien lo sabemos, nos ha obtenido la vida eterna. Ese es el fruto más valioso. Por eso, la voz de Cristo debe resonar nítida en nuestro corazón cada día, porque junto al consuelo de la promesa se encuentra la responsabilidad de saber que no se trata de un don automático, sino que Dios cuenta con nosotros y nuestra colaboración. A nosotros nos corresponde, dice el evangelio, escuchar y seguir. La vida del cristiano es una lucha por escuchar a Cristo, más que a uno mismo, y por seguir la voz y el ejemplo de este Pastor, no de buscarnos a nosotros mismos y nuestras palabras “sabias”…

También Pablo y Bernabé, en la primera lectura, hacen oír la voz del buen pastor, pues en sus palabras puede encontrarse esa misma vida eterna: “Teníamos que anunciaros primero a vosotros la Palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles”.

Como Cristo se ha convertido en la Pascua en salvador universal, de todos los pueblos, su palabra resuena para judíos y gentiles, para gentes “de toda nación, raza, pueblos y lenguas”. El Apocalipsis nos manifiesta cumplida la advertencia de Pablo. Paseamos por nuestras calles hoy, y nos cruzamos con gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. La salvación es ofrecida a todos, nos es ofrecida a nosotros.

En realidad, sucede también así en nuestras reuniones litúrgicas: gentes de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, de toda edad y condición social, celebraciones en nuestra lengua española, pero conviviendo con el latín, el griego, el hebreo, quizás también con lenguas modernas… y resuena la afirmación de Cristo en el evangelio: “escuchan mi voz”… a su voz que nos llama: “Dominus vobiscum”, respondemos con nuestras voces: “Y con tu espíritu”. La liturgia es el lugar en el que se escucha la voz de Cristo, es el germen del Apocalipsis, el inicio de esa celebración victoriosa, siguiendo al Pastor. Escuchar esa voz es también la advertencia que Pablo y Bernabé nos hacen en la primera lectura: van a los judíos y son injuriados, y se van a los gentiles: “se les quitará la viña y se le arrendará a otros labradores que den los frutos a su tiempo”. Igual nos sucederá si no aprendemos en la liturgia a reconocer la voz de Cristo.

¿Es nuestra celebración una escucha del Buen Pastor? ¿Participamos reconociendo, no entre las voces que se oyen, sino en ellas, al Buen Pastor? ¿Nos alegramos con su victoria pascual? Reconocer la presencia de Cristo que nos guía en la liturgia es aprender para poder reconocerlo después en la vida.
Diego Figueroa

domingo, 5 de mayo de 2019

PRIMERA LECTURA
Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 5, 27b-32. 40b-41
En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen».
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre.
Palabra de Dios.
Sal 29, 2 y 4. 5 y 6. 11 y l2a y 13b
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mi.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante,
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R.
Escucha, Señor, y ten piedad de mi;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R.
SEGUNDA LECTURA
Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza.
Lectura del libro del Apocalipsis 5, 11-14
Yo, Juan, miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas, y decían con voz potente:
«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza»
Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar – todo lo que hay en ellos -, que decían:
«Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos».
Y los cuatro vivientes respondían: «Amén».
Y los ancianos se postraron y adoraron.
Palabra de Dios
Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Ha resucitado Cristo, que creó todas las cosas,
y se ha compadecido del género humano. R.
EVANGELIO
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 21, 1-14
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo; Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
RECONOCER AL RESUCITADO
Prosigue el gozo de la Pascua. “La tierra entera aclama al Señor, la Iglesia canta himnos a su gloria, el pueblo fiel exulta al verse renovado en el espíritu y al haber recobrado la adopción filial”. La figura central de las tres lecturas bíblicas de este domingo es Cristo resucitado, que se aparece a los apóstoles, mientras están pescando, y dispone la comida en la playa a su regreso. Es un Evangelio rico en matices, de significados y reacciones.

A la indicación de Simón Pedro, el pescador fuerte, los apóstoles van a pescar quizás por necesidad, o por desahogo de instinto profesional o por querencia y reclamo del mar. Ellos, en otro tiempo tan expertos, se pasan toda la noche sin coger nada; ni un solo pez compensa su vigilia y agotamiento. Y al amanecer, la voz de un desconocido les llega desde la playa indicándoles que echen la red a la derecha. ¡Pero si se han pasado toda la noche echándola por todas partes! ¿Son palabras de ayuda o de burla? Y sin embargo, echan la red a la derecha. ¡Cuántas noches y días de esfuerzo vano y de trabajo estéril pasamos todos! Si sabemos llegar vigilantes al alba y escuchamos la voz amiga y obedecemos sus indicaciones, lograremos también una pesca abundante.

Me impresiona fuertemente la docilidad de los apóstoles, avezados y curtidos pescadores, que dejando a un lado su experiencia profesional siguen limpiamente la indicación que les hace el desconocido de la playa. Es una lección permanente para saber recibir y obedecer la Palabra nueva del Resucitado, no obrar solamente guiados por nuestro propio saber.

Al ver el milagro reconocen al Señor. Pedro, con tantos esfuerzos para sacar la red, no se había dado cuenta de quién le hablaba. Es necesario que su amigo Juan le indique: “es el Señor”, y entonces va el primero a su encuentro, ya que no ha sido el primero en identificarlo. A nosotros nos puede pasar lo mismo ante los afanes de este mundo y los esfuerzos por lo inmediato. No descubrimos al Señor presente, a Cristo resucitado, al Hijo de Dios que está a nuestro lado. A Dios lo pensamos y figuramos demasiado lejano, demasiado celeste; y sin embargo, está a la orilla de cada empresa o trabajo, para darnos su pan, el alimento de la eternidad, y examinarnos del amor.
Andrés Pardo
de la Palabra a la Vida
Desde la noche de Pascua ha comenzado un movimiento imparable que concluye en el fin de la historia. La Iglesia recibe y anuncia, celebra y espera, se alegra y se impacienta, porque la resurrección de Jesucristo tiene que llegar a todos y la manera de llegar es en la experiencia de la Iglesia, de su celebración y vivencia. Los discípulos ya no tienen la mirada puesta en otra cosa que no sea el resucitado, lo reconocen, lo ven actuar, le obedecen, le confían sus silencios y sus temores.

Este tercer domingo de Pascua, llamado desde antiguo “de las apariciones”, ciertamente lleno de matices, nos permite explorar cómo los apóstoles viven aún entre el pasado y el futuro, entre lo de antes y lo nuevo, buscando situarse, aprender, continuar. La paciencia y comprensión del Maestro pueden ser dos buenas actitudes para contemplar el proceso de los suyos, convencidos pero aún sin asumir del todo. En Pedro, que, seguramente, ya había sido martirizado mucho antes que cuando es escrito este pasaje, se dibuja muy bien el camino que aquellos discípulos tuvieron que hacer.

El que, en domingos anteriores ha aparecido como testigo (él mismo se atribuye esa cualidad en la primera lectura: “testigo de esto somos nosotros”, y con esa cualidad permanecerá hasta su martirio), hoy es convertido por Cristo en Pastor.

El evangelio comienza con el relato de la pesca milagrosa, pesca de tonalidad claramente eucarística, pues Jesús da de comer pan y pescado, como en aquella multiplicación de los panes de Jn 6. Él mismo es el pan vivo, ya partido en su entrega pascual, y él mismo es el pez (así se lee su nombre en griego). También, por tanto, este pasaje dirige nuestra mirada hacia el final de los tiempos, cuando Cristo nos haga sentar para darnos de comer Él mismo: La Pascua ha dado comienzo a la Parusía, y la Iglesia representada por los apóstoles, contempla con expectación la visión del vencedor.

Esa intimidad de la comida pascual da paso a la profesión de amor de Pedro que, consciente ahora de su debilidad tras las negaciones, no puede prometer amar, sino querer. No es obstáculo esto para el Señor, que le advierte, en el momento culminante del diálogo, acerca del momento culminante de su existencia, su muerte por el nombre de Cristo, signo del amor que ahora promete. Así, el que ha comenzado el pasaje evangélico ciñéndose la túnica para echarse al agua, concluye el mismo advertido de que, al final, será ceñido y llevado donde no quiera. Para poder hacer así, necesitará un amor mayor que los demás.

La Pascua recuerda a la Iglesia el amor sin fisuras de Cristo por nosotros. En su diálogo con Pedro no hay reproche, hay una firmeza y una fidelidad que no permiten dudar ni echarse atrás: no es una elección casual ni desesperada, sino confiada y llena de amor. En esa elección podemos nosotros también respirar seguros. El primado de Pedro descansa sobre la elección y cuidado del que es nuestro único Pastor, Cristo.

La Iglesia, fruto de la Pascua, recibe la piedra sobre la que se edifica, una piedra que conoce y se apoya en el misterio pascual de Cristo. ¿Cuál es el lugar de Pedro y sus sucesores en la celebración de la Iglesia? Su nombre cada domingo en el seno de la Plegaria Eucarística no es aleatorio, no es por educación, simboliza la comunión de la Iglesia y con la Iglesia, y por tanto con Cristo, su cabeza.

En aquel paseo a orillas del lago, Cristo estaba poniendo los fundamentos de nuestra comunión con Él. Aquella noche junto al lago, la Pascua seguía extendiendo su imparable fuerza hasta los confines del tiempo y el espacio, hasta alcanzar la alabanza del Apocalipsis, única digna para el Cordero degollado y Pastor eterno.
Diego Figueroa