domingo, 23 de febrero de 2020

PRIMERA LECTURA
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Lectura del libro del Levítico 19, 1-2.17-18
El Señor habló a Moisés:
«Di a la comunidad de los hijos de Israel:
“Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.
No odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado.
No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Yo soy el Señor”».
Palabra de Dios.
Sal 102,1-2.3-4.8 y 10. 12-13
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R.
Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que lo temen. R.
SEGUNDA LECTURA
Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 3, 16-23
Hermanos:
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros.
Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio.
Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: «Él caza a los sabios en su astucia». Y también: «El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos».
Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
Palabra de Dios.
Aleluya Heb 4, 12ad
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
La palabra de Dios es viva y eficaz;
juzga los deseos e intenciones del corazón. R.
EVANGELIO
Amad a vuestros enemigos.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 38-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral
EL AMOR A LOS ENEMIGOS
El amor cristiano no es la sola unión de los esposos, ni el ardor de los amantes, ni el acuerdo de los amigos, ni la predilección de los prójimos, sino el amor total que llega incluso a poder amar a los enemigos. Es un amor que no se queda en la dulce y confortable efusión del corazón, ni se reduce a un intercambio de beneficios, sino que se convierte en don y abandono total, rompiendo las coordenadas lógicas de los comportamientos humanos.

El amor cristiano no es un simple afecto, porque si lo fuera no podría ser objeto de un mandamiento, ya que no se puede tener afecto verdadero por obediencia. El amor que es objeto del mayor mandamiento de la ley nueva no pertenece al mero reino de la sensibilidad, sino al de la voluntad. No es simple sentimiento, sino virtud.

El odio siempre empequeñece, porque aísla, reduce y endurece los límites; mientras que el amor engrandece y abre horizontes. El límite del amor cristiano no es el “yo”, sino “los demás”, no son sólo los amigos, sino incluso los enemigos. No es una resta, sino una multiplicación. Es un amor infinito, que no se queda en las consideraciones de la justicia. Porque la justicia devuelve ojo por ojo y diente por diente y mal por mal, a fin de obtener un equilibrio e impedir que el desorden lo arrolle todo; mientras que el amor perfecto que nos pide Cristo paga el bien con el bien y el mal con el bien.

Es fácil amar a los prójimos y tener compasión con los que pasan hambre y estar abierto al desconocido que pasa a nuestro lado o vive lejos, pero que nos va a importunar solamente un momento. Pero existe un hombre más difícil de amar que el pobre y el extranjero: es el enemigo que hace daño, ataca y escarnece. Amarlo es exponerse al ridículo, a la ruina, incluso a la muerte. Quien es capaz de este amor se acerca a la perfección del “Padre que está en el cielo y hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos”. Es, en verdad, un amor difícil y arriesgado, que exige un gran dominio de los sentimientos. Es un fuego purificador y un sacrificio, que en vez de causar la muerte, insufla una vida nueva, plena de gozo, que nadie puede
arrebatar. Los cristianos podemos hacer realidad lo que parece utopía.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Levítico 19, 1-2.17-18Sal 102,1-2.3-4.8 y 10. 12-13
san Pablo a los Corintios 3, 16-23san Mateo 5, 38-48

de la Palabra a la Vida
La salvación consiste en adquirir una plenitud que no se tiene. Por eso, Jesús es Salvador cuando afirma que no ha venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud, pues el amor que abría la Ley de Dios, en los primeros mandamientos, tiene que llegar con Cristo a su plenitud. Es entonces, con el evangelio de hoy, como las preciosas palabras, tan sugerentes y llenas de misericordia, de las Bienaventuranzas, se convierten en un auténtico dardo que se dirige directamente a lo más profundo del corazón. La ley del talión, ya escrita en el antiguo código de Hammurabi, 1800 años a.C. y en la ley romana, no estaba mal para aquellos tiempos: pretendía claramente evitar una venganza excesiva, que cada uno se tomara la justicia por su mano en cada afrenta, favoreciendo de esa forma que la justicia y el castigo fueran proporcionales a la culpa cometida.

Y sin embargo, Jesús viene a ofrecer la plenitud de la Ley, hasta tal punto que va a superar la anterior ley con una propuesta escandalosa: “Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen”. Esta plenitud consiste en que Jesús no reclama a sus discípulos una actitud pasiva ante el mal sufrido, sino una colaboración activa: dar más de lo que se nos pide, de lo que se nos quita. .. ¿Qué sentido puede tener semejante actitud? ¿Qué plenitud puede ser al que coge lo nuestro, no sólo ponérselo fácil, sino contribuir con él? Sin duda que el alcance que tiene esta afirmación de Jesús en el evangelio de hoy es nuestro corazón. Jesús no busca promulgar una ley, no ofrece una norma de tipo legal, sino que quiere que el corazón del hombre pueda plantearse las injusticias que padece según el espíritu de las Bienaventuranzas. Jesús quiere que el hombre tenga la capacidad de poder desprenderse de lo suyo de forma gratuita y generosa, pues así nos da nuestro Padre del cielo.

Así puede parecernos una injusticia excesiva para nuestra vida, para nuestro corazón… y sin embargo, Jesús está con esta propuesta preparando un misterio en el que esto ha sucedido absolutamente: su propia pasión, en la que ha perdonado y dado la vida por los que le crucificaban. A nosotros no nos ha acompañado la milla que le pedíamos, sino muchas más: Él no sólo nos ha perdonado, sino que nos ha llevado al cielo con Él. Está claro, Jesús nunca va a pedirnos algo que Él no haya puesto por obra primero. Lo que Él dibuja con esta perfección del amor, lo vive totalmente en la cruz.

Es por eso que la clave de lectura de todo este discurso que estamos haciendo domingo a domingo es este amor al prójimo que Jesús propone. Un amor que se manifiesta en que somos capaces de interceder por el que nos persigue o nos quiere mal. Volvemos al principio: ¿por qué nos pide eso? Porque eso es lo que ha hecho Él en la cruz. Aquí ya se ve claramente la plenitud de ese amor, la perfección de la justicia que Jesús pide a sus discípulos, no conscientes aún de lo que se les está pidiendo.

Jesús quiere que el hombre desarrolle plenamente las potencias de su corazón, en el que Él infunde el don del Espíritu Santo. Sí, sólo el Espíritu Santo permite amar así, permite acoger de esa forma el amor que Dios nos tiene y que quiere que nosotros tengamos. Es el amor que hace de nosotros sal y luz, que nos manifiesta como sus discípulos, que recibimos por medio de los sacramentos, los cuales quizás tengamos que aprender a vivir de otra forma, más conscientes de la milla extra que el Señor nos está acompañando, y de para qué lo está haciendo. ¿Veo el camino que el Señor hace conmigo? ¿Veo el camino que me queda por recorrer? ¿Dónde, a quién, tengo que comenzar a ofrecer ese amor perfecto que Dios pone en mi vida?

Las bienaventuranzas se cumplen en nosotros sólo cuando este amor está plenamente acogido y cuando estamos dispuestos a padecer cada día el misterio de la cruz con Cristo, donde Él nos ha dado ese amor perfecto.
Diego Figueroa

domingo, 16 de febrero de 2020

PRIMERA LECTURA
A nadie obligó a ser impío.
Lectura del libro del Eclesiástico 15, 16-21
Si quieres, guardarás los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad.
Él te ha puesto delante fuego y agua, extiende tu mano a lo que quieras.
Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera.
Porque grande es la sabiduría del Señor, fuerte es su poder y lo ve todo.
Sus ojos miran a los que le temen, y conoce todas las obras del hombre.
A nadie obligó a ser impío, y a nadie dio permiso para pecar.
Palabra de Dios.
Sal 118, 1-2. 4-5. 17-18. 33-34
R. Dichoso el que camina en la ley del Señor.
Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón. R.
Tú promulgas tus mandatos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus decretos. R.
Haz bien a tu siervo: viviré
y cumpliré tus palabras;
ábreme los ojos, y contemplaré
las maravillas de tu ley. R.
Muéstrame, Señor, el camino de tus decretos, y lo seguiré puntualmente;
enséñame a cumplir tu ley
y a guardarla de todo corazón. R.
SEGUNDA LECTURA
Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 6-10
Hermanos:
Hablamos de sabiduría entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.
Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria.
Sino que, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman».
Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
Palabra de Dios.
Aleluya Cf. Mt 11, 25
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has revelado los misterios del reino a los pequeños. R.
EVANGELIO
Así se dijo a los antiguos; pero yo os digo.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 17-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito, procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.
Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dijo: “El que se repudie a su mujer, que le dé acta de repudio.” Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer -no hablo de unión ilegítima- la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral
CRISTO Y LA LEY NUEVA
En este domingo sexto del Tiempo Ordinario, con plena verdad, se hace canto oracional en la boca de los creyentes los primeros versículos del salmo 118, que es un elogio de la ley compuesto por un judío piadoso. Este salmo, transido de profunda espiritualidad y belleza, es la perla del Salterio. Al cantarlo hoy como salmo responsorial en la Misa se proclama de nuevo que la verdadera Felicidad nace en la fidelidad a Dios, que manifiesta su voluntad por medio de la ley.

Cristo es el intérprete y promulgador definitivo de la ley nueva, al poner de relieve las exigencias profundas de la voluntad de Dios, que él ha venido a cumplir y dar plenitud, “hasta la última letra o tilde”. Sin quedarse en las minucias, nos enseña que para pertenecer al “reino” hay que vivir en fidelidad y coherencia total con la voluntad de Dios. La serie de antítesis que se leen en el Evangelio de hoy, son un ejemplo claro de cómo hay que actualizar la voluntad divina para alcanzar la salvación.

Las antítesis sobre el homicidio y la reconciliación están centradas en la preocupación y necesidad del perdón y del amor fraterno, que son la base y el vértice de la verdadera liturgia. Jesús exige que el cristiano no acceda al culto, expresión perfecta de la armonía con Dios, si antes no ha recompuesto totalmente la armonía con su prójimo. Es muy interpelante esta indicación, pues pueden darse muchos particularismos egoístas, claras divisiones, incluso odios sutiles, en nuestras asambleas eucarísticas.

La segunda antítesis se refiere al adulterio y al escándalo. Llevando el matrimonio a la totalidad de su donación y la pureza a su rigor profundo interior, Jesús pone el acento en la conciencia y en la decisión. El verbo “desear” es una maquinación de la voluntad, una opción personal, que puede ser un acto negativo. La tercera antítesis concierne al problema del divorcio. Cuando el matrimonio es signo de la unidad del amor de Dios adquiere todo su esplendor de donación total y gozosa.

La última antítesis hace referencia a los juramentos, que en una sociedad de cultura oral eran el símbolo de las relaciones interprofesionales y políticas. La absoluta sinceridad y la verdad deben ser la norma de la comunicación intraeclesial. Siempre será necesaria la sabiduría cristiana, que nos alcanza la verdadera libertad y nos permite caminar por el gozoso sendero de la ley de Dios.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Eclesiástico 15, 16-21Sal 118, 1-2. 4-5. 17-18. 33-34
san Pablo a los Corintios 2, 6-10san Mateo 5, 17-37

de la Palabra a la Vida
A veces no nos resulta fácil tomar conciencia de la novedad que las palabras de Jesús contenían para los que las escuchaban, no valoramos el impacto que provocaban: ¿Cómo puede alguien venir a enmendar la Ley que Dios dio a Moisés? La expresión “Habéis oído … pero yo os digo … ” producía daño en el corazón de los maestros de la Ley, en la fe de cualquier judío piadoso que escuchaba a Jesús. Hay que abrir bien el corazón para aceptar que Jesús es Dios, que nos dice palabras de Dios, y que nos saca de la forma de vivir la vida que habíamos vivido hasta ahora.


En su desarrollo del sermón de las bienaventuranzas, Jesús reclama una justicia mayor a la de escribas y fariseos, una justicia mayor a la de la Ley de Moisés. La Escritura tiene que ser interpretada, y Jesús se muestra aquí como el verdadero intérprete de la Palabra Divina. Así manifiesta su autoridad ante los hombres, asumiendo a pesar de todo el escándalo que esto producía, un escándalo que pone a los discípulos ante la advertencia de la primera lectura y del salmo responsorial, pues el Sirácida ofrece la misma enseñanza que el Deuteronomio… hay dos caminos, la vida y la muerte, pero sólo uno es caminar en la voluntad del Señor. Esa plenitud de la Ley que Jesús anuncia es el verdadero alcance de las antítesis que componen el evangelio de hoy. Jesús es el único camino para alcanzar la verdad, y su palabra es la plenitud de la Ley, perennemente válida. No, la Ley no pierde su valor, sino que adquiere todo él cuando Jesucristo la ilumina con su ejemplo y su palabra.

Por eso, a partir de ahora será grande el que observe hasta el más pequeño de los mandamientos. He ahí la plenitud: si Cristo ofrece la plenitud de la Ley, cumplir esa Ley llegará hasta lo más pequeño, y por eso la justicia de sus discípulos ha de ser mayor, ha de ser la justicia de las bienaventuranzas que escuchábamos el domingo pasado y que no debemos perder de vista en todos estos domingos.

Es por esta mirada plena que para acceder al sacrificio es necesario haberse reconciliado con el hermano, pues el enfado es una forma de homicidio, que requiere la total reconciliación para participar en la ofrenda que nos ha reconciliado con Dios. Igualmente, al unir el sexto y el noveno mandamientos, Jesús advierte de la necesidad de desterrar todo lo que haya de pecaminoso en el corazón del hombre, pues es el corazón la fuente del deseo. Y en su explicación de la alianza matrimonial Jesús no deja lugar a la duda: lo que Dios quiso desde el principio fue una Alianza estable, irrompible. Así la ha establecido Él mismo con nosotros, y solo así la nuestra podrá recordar y reflejar la suya.

Qué tarea constante, por tanto, pero necesaria, la que Jesús encomienda a los suyos: sólo plenamente unidos al Señor podremos ser sus discípulos, y ciertamente el camino es exigente. Sin embargo, no equivoquemos la perspectiva: Jesús no nos ha puesto en peor situación que la que tenían nuestros padres. Al contrario, nos ha concedido el don de la gracia, la comunión con Él, para que la plenitud de la Ley no nazca de nuestras fuerzas sino de su amor, no sea alcanzable por nuestra autosuperación sino por su gracia, no sea fruto de nuestra potencia sino de la del Espíritu Santo.

Acoger el discurso de Jesús es posible para quien ha abierto su corazón a la gracia y ha transformado su corazón de piedra en corazón de carne, abriendo así la plenitud de Dios a nuestra vida, una ventana que mira desde la perfección divina a la acogida humana de su amor y de su sabiduría.

 Diego Figueroa

domingo, 9 de febrero de 2020

PRIMERA LECTURA
Surgirá tu luz como la aurora.
Lectura del libro de Isaías 58, 7-10
Esto dice el Señor:
«Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos.
Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas; ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor, y te responderá; pedirás ayuda y te dirá: “Aquí estoy”.
Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies el alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía».
Palabra de Dios.
Sal 111, 4-5. 6-7. 8a y 9
R. El justo brilla en las tinieblas como una luz.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos. R.
Porque jamás vacilará.
El recuerdo del justo será perpetuo.
No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor. R.
Su corazón está seguro, sin temor.
Reparte limosna a los pobres;
su caridad dura por siempre
y alzará la frente con dignidad. R.
SEGUNDA LECTURA
Os anuncié el misterio de Cristo crucificado.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 1-5
Yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado.
También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Palabra de Dios.
Aleluya Cf. Jn 8, 12b
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
Yo soy la luz del mundo – dice el Señor -;
El que me sigue tendrá la luz de la vida. R.
EVANGELIO
Vosotros sois la luz del mundo.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo».
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral
EL SABOR Y LA LUMINOSIDAD CRISTIANA
La sal y la luz, el sabor y la luminosidad transforman respectivamente la masa de una comida y la espesura de las tinieblas. Desde el Evangelio de este quinto domingo ordinario a los creyentes se nos recuerda que debemos conservar el sabor genuino del Credo sin atenuarlo en la indiferencia; y que nuestro empeño misionero debe ser brillante sin ocultaciones cobardes.

La sal se aplica a las heridas, en una medicina rudimentaria, para cauterizarlas o desinfectarlas; eliminando los microbios, preserva los alimentos de la descomposición. Si el creyente es la sal de la tierra debe poseer esta inalterada fuerza de transformación y de purificación que conduce a la humanidad a las esencias y valores genuinos, pues aporta al mundo el sabor de fe, la purificación de esperanza, la fuerza del amor transformante.

La sal es sustancia que no se puede comer por si sola, pero que da gusto a los alimentos y solo es menester una pequeña cantidad para hacer agradable toda la comida. Su gusto es irreemplazable, por eso si pierde su sabor nada existe que pueda dar a la sal el gusto salado. De ahí que sea fácil concluir que el discípulo de Jesús ha de dejarse impregnar de la sal del Evangelio para encontrar el gusto por la vida y el sabor de la eternidad. ¿Qué es la sal sin sabor? Es el hombre que ignora los ‘porqués’ fundamentales de la existencia humana, el cristiano que ha perdido la sabiduría (sabor) del Evangelio. Hay que recuperar siempre el sabor del saber cristiano.

El simbolismo de la luz es de importancia capital en el lenguaje religioso y bíblico. Pensemos, nada más abrir el primer libro de la Biblia, que la separación de la luz de las tinieblas fue el primer acto del Dios creador, que tenía la luz como vestido y se manifestaba entre el brillo cegador de relámpagos y fuego.

Hoy vuelve a cobrar actualidad el pasaje de Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una luz grande; habitaban en tierras de sombras y una luz les brilló”. Desde que la luz de Dios habita entre nosotros, desde la iluminación que estalló en la noche de Belén, todos los caminos de los hombres se han iluminado. Ya no hay que dar pasos titubeantes por sendas tenebrosas. Si nacer es “ver la luz del mundo”, renacer en el bautismo es haber visto la luz de Dios.

La misión y obra de Cristo es iluminadora. Él es la luz del mundo y su palabra es claridad. En este mundo tecnificado, en que se encienden y apagan tantas luces, en medio de la ciudad que brilla con la luz inventada por los hombres, paradójicamente se multiplican muchas oscuridades y
no se logra disipar sombras y tinieblas interiores. Para poder contemplar los colores del mundo hay que tener la luz de los “hijos de Dios”. Solamente Cristo reanima nuestros titubeantes resplandores y su palabra nos permite vivir en la claridad de su cercanía.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 58, 7-10Sal 111, 4-5. 6-7. 8a y 9
san Pablo a los Corintios 2, 1-5san Mateo 5, 13-16

de la Palabra a la Vida
El discurso de las bienaventuranzas, mensaje programático de Jesús en el evangelio de Mateo, comienza con las ocho felices noticias que, el domingo pasado no escuchamos, impedidas por la
fiesta de la presentación del Señor, pero que continúa con esta breve advertencia que escuchamos
en el evangelio de hoy. Si los discípulos no quieren dejar de ser lo que son, si no quieren que su
misión cambie y los resultados no sean los que Dios espera, la sal no puede desvirtuarse. La sal es la fe que Jesús ha infundido en los discípulos, y si esta se pierde, entonces “ser arrojado fuera” es una expresión que hace referencia al juicio de Dios, a aquel que no ha hecho lo que Dios esperaba. El discípulo tiene que acoger en el corazón que, en adelante, vive para llevar a cabo la misión de Jesús en beneficio de los hombres. Como la sal sirve para otros alimentos, los discípulos afrontarán una misión para bien de la humanidad.

Las obras que el discípulo realice en su vida salan la ofrenda de la vida, es decir, la convierten en una ofrenda no fugaz sino duradera. Es la fe en el Señor el condimento que hace que nuestras decisiones y acciones, que nuestros pensamientos y palabras, puedan presentarse delante del Señor para que Él las bendiga y las haga agradables al Padre. Nuestras acciones, entonces, se vuelven cruciales si el discípulo en ellas apuesta por el Señor. Ya la primera lectura nos presentaba esta sabiduría divina: si partes tu pan, si hospedas, si vistes … es decir, ante determinadas acciones, “romperá tu luz como la aurora”. Cuando destierres, cuando partas, cuando sacies, harás visible la fe invisible que tienes en Dios. “El justo brilla en las tinieblas como una luz”, que la Iglesia repite en el Salmo, es el reconocimiento de la enseñanza de Cristo. La luz de Cristo se ha comunicado a los discípulos, ha iluminado sus corazones, pero para que esa luz pueda “verse” es necesario obrar siguiendo la enseñanza del Maestro, obrar desde la fe.

Así, lo que aplicaba la Palabra de Dios a la sal, lo aplica también para la luz, elemento muy del gusto de Mateo que hemos escuchado hay ya apenas dos semanas en el evangelio: “una luz les brilló”. La creación, que comienza con la luz que se hace visible en la tiniebla, continúa avanzando en cada acción creyente de la humanidad. El discípulo se convierte en creador cuando obra con fe, con fe en Jesucristo, y se enfrenta contra la omisión: cuando dejamos de hacer algo que la fe ha iluminado en nuestro corazón, la creación se detiene, la tiniebla avanza, la oscuridad nos vence y nos atemoriza hasta conseguir que no hagamos. Hemos ocultado la luz bajo el celemín y no hemos permitido, no ya nuestro buen obrar, sino tampoco que alumbre a otros.

Podemos pensar en muchos momentos que al no hacer algo bueno que Dios dicta a nuestro corazón “no pasa nada”. En realidad, no pasa nada bueno. No olvidemos aquello que el amo reprocha al siervo que ha escondido su talento, en la parábola acerca del final de los tiempos (cf.
Mt 25,25). Cuando uno deja de dar luz, deja de ser luz. Es así como la fe se apaga en nosotros. La
fe que hemos recibido, que estamos contentos y convencidos de tener, se alimenta de buenas acciones, de actos de fe que nos mueven a obrar como Dios quiere, siendo luz en el mundo y sal de la tierra. La liturgia de la Iglesia nos mueve a obrar según nuestra fe.

Celebrar la misa, participar en la oración de las horas, anima a que nuestra vida elija ser sal y luz.
Es para eso. ¿Soy consciente de que algo se mueve en mí para obrar según Dios? ¿Acepto esa vocación de discípulo que puede dar alegría a mi corazón, o reniego de esas buenas obras y dejo
que se vaya apagando mi fe? En realidad, aquel que es consciente de que sus acciones iluminan a
otros, sólo puede humildemente dar gracias a Dios por tanta generosidad, por compartir la tarea de la creación con nosotros en nuestra vida.
Diego Figueroa

domingo, 2 de febrero de 2020

PRIMERA LECTURA
Llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando.
Lectura de la profecía de Malaquías 3, 1-4
Esto dice el Señor:
«Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mi.
De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo.
¿Quién resistirá el día de su llegada?, ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.
Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño».
Palabra de Dios.
Sal 23, 7. 8. 9. 10
R. El Señor, Dios del universo, él es el Rey de la gloria.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria. R.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, valeroso en la batalla. R.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria. R.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo,
él es el Rey de la gloria. R.
SEGUNDA LECTURA
Tenía que parecerse en todo a sus hermanos.
Lectura de la carta a los Hebreos 2, 14-18
Lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos.
Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados.
Palabra de Dios.
Aleluya Lc 2, 32
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
Luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel. R.
EVANGELIO
Mis ojos han visto a tu Salvador.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-32
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral
PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
Esta fiesta, celebrada tradicionalmente en las Iglesias de Oriente y Occidente cuarenta días después de Navidad, originalmente tenía una dimensión penitencial por su coincidencia cronológica con los ritos paganos de las “lustraciones”. La simbología de la luz, sacada del cántico de Simeón, dio origen a una solemne bendición de las candelas con procesión. Pero lo central de la celebración litúrgica es Jesús, que es llevado al templo para encontrarse con el pueblo creyente.

El “mensajero de la alianza” que entra en el templo, según frase de Malaquías, es el Mesías, el Señor, el que restablece la comunicación entre Dios y la humanidad pecadora, el sumo sacerdote que a través de su sacrificio personal salva a sus hermanos.

Hoy, el salmo 23, usado para las procesiones del Arca en el templo, sirve como salmo responsorial como gran introducción al relato evangélico de San Lucas: “!Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria!”.

La liturgia de la Palabra de este día es un canto de luz, de esperanza, de salvación. La historia ha quedado bendecida y salvada con la entrada de Cristo en el templo. Nosotros también, como dice la monición de entrada de la Eucaristía, impulsados por el mismo Espíritu, congregados en una sola familia, vayamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y lo conoceremos en la fracción del pan.

El tema gozoso de la luz y de la salvación pone de relieve, por antítesis, el tema de las tinieblas y del pecado. La pasión de Jesús proyecta ya su sombra sobre los primeros momentos de su infancia y sobre su madre, cuyo corazón será traspasado por una espada, símbolo del dolor más profundo. Para entrar en el Reino de la luz hay que pasar muchas tribulaciones.

El templo, el sacrificio perfecto, el culto constituyen el hilo conductor de las lecturas de esta fiesta, y son una invitación clara a descubrir la liturgia como lugar de encuentro entre Dios y el hombre. Como dice la oración colecta de la Eucaristía, necesitamos tener el alma limpia para ser presentados delante del Señor.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Malaquías 3, 1-4Sal 23, 7. 8. 9. 10
Hebreos 2, 14-18san Lucas 2, 22-32

de la Palabra a la Vida
La fiesta de la presentación del Señor en el templo de Jerusalén ha sido llamada desde muy antiguo la fiesta “del encuentro”. Dios sale al encuentro de su pueblo, Jesús al encuentro de Simeón en su templo, aunque nos parezca que es el anciano sacerdote el que sale al encuentro de Jesús, para ofrecer una nueva forma de culto. Cristo se somete a la ley de Israel referida a los primogénitos que han de ser ofrecidos en el templo, pero la supera, pues Él no será “rescatado” de la muerte, sino que se entregará a ella en aquel mismo lugar unos años después. Así se entiende que Cristo entra en el Templo, pero Él mismo será el nuevo templo en el que dar gloria a Dios. Él va a cumplir las profecías anunciadas acerca de que el Mesías entraría en el Templo y también, como hemos escuchado en la primera lectura, las que dicen que el mensajero será una ofrenda agradable para todos, y así pone de manifiesto una continuidad con el pueblo de Israel y una novedad por ser luz para todas las naciones.

El encuentro en su presentación es, en definitiva, de Cristo como luz que entra a iluminar, a purificar a los hombres con su luz, llevado en manos de su Madre, la candela llevada por la candelaria. Y así, encontramos en la presentación en el templo dos elementos unidos desde la antigua tradición: luz y vida. Jesús entra en el templo como luz que ofrece nueva vida para todos. La luz es para aquel que se deja iluminar por ella, nueva vida, como lo es para el anciano Simeón y la profetisa Ana. Cuando el pecado, simbolizado en la ancianidad, es puesto a la luz de Cristo, se deja iluminar por la luz de Cristo, se convierte en alabanza y alegría para todos.

Por eso, la presentación en el templo de Jesús es causa de nuestra alegría, en el encuentro de Dios con el hombre, este no recibe maldición, no experimenta miedo, sino que es un encuentro que habla de alegría, de vida, de bendición y de alabanza. De hecho, ahora sí es posible una verdadera y plena alabanza. Cristo propicia que el hombre se descubra liberado, vencida la esclavitud del pecado, pues en su entrega como primogénito, recién nacido, está anunciada la liberación que consumará en la cruz. Ahora sí, el culto con Dios es posible,

Cristo lo ha hecho posible, y la humanidad se beneficia de tan inmerecido don. Convendría que miráramos si acogemos el culto a Dios, la celebración en la Iglesia en la que nosotros participamos asiduamente, con la misma satisfacción y con el mismo agradecimiento. La salvación nos ha encontrado, la luz y la vida han venido a nuestro encuentro cuando, por nuestro pecado, más insospechado nos podría parecer.

Tal y como antiguamente entendía esta fiesta la Iglesia, ella, la esposa, se encontraba con el esposo. Cristo, el esposo, era guiado al templo nupcial, donde la Iglesia, representada en los ancianos que esperaban, se alegra y se rejuvenece con la venida de la salvación, en unos desposorios que ya no se podrán romper. Por la encarnación, el culto y la salvación nos han salido al encuentro y ahora podemos bendecir a Dios, ahora Dios, uno como nosotros, nos ilumina para siempre. Recordar su unión con nosotros nos hará mantener la esperanza en toda circunstancia. Tantas situaciones tenemos que afrontar en las que nos vemos sin luz, o solos, o sin esperanza de mejora . .. Cristo ya se ha unido a nosotros, ya nos ilumina, ya nos permite participar de su ofrenda en nuestra vida, de una forma permanente. ¿Aprecio esa comunión? ¿Profundizo en el valor de esa ofrenda? ¿Acepto que salga a mi encuentro a su manera, o le impongo cómo tiene que venir a mí?

Para la Iglesia, esta fiesta es tan importante que ha ocultado al domingo que nos habría correspondido celebrar: vivamos también nosotros la importancia de esa luz y de esa ofrenda.
Diego Figueroa