domingo, 29 de abril de 2018

PRIMERA LECTURA
Él les contó cómo había visto al Señor en el camino
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 9, 26-31
En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo.
Entonces Bernabé, tomándolo consigo, lo presentó a los apóstoles y él les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había actuado valientemente en el nombre de Jesús.
Saulo se quedó con ellos y se movía con libertad en Jerusalén, actuando valientemente en el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los helenistas, que se propusieron matarlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.
La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en en temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo.Palabra de Dios
Sal 21, 26b-27. 28 y 30. 31-32
R. El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.
Cumpliré mis votos delante de sus fieles. 
Los desvalidos comerán hasta saciarse, 
alabarán al Señor los que lo buscan.
¡Viva su corazón por siempre! R.
Lo recordarán y volverán al Señor 
hasta de los confines del orbe; 
en su presencia se postrarán 
las familias de los pueblos. 
Ante él se postrarán los que duermen en la tierra, 
ante él se inclinarán los que bajan al polvo. R.
Mi descendencia lo servirá; 
hablarán del Señor a la generación futura, 
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: 
«Todo lo que hizo el Señor». R.
SEGUNDA LECTURA
Éste es su mandamiento: que creamos y que nos amemos
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 3,18-24
Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestro corazón ante él, en caso de que nos condene nuestro corazón, pues Dios es mayor que nuestra corazón y lo conoce todo.
Queridos, si el corazón no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.
Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 15, 4a. 5b
Aleluya, aleluya, aleluya.
Permaneced en mí, y yo en vosotros – dice el Señor -; 
el que permanece en mí da fruto abundante. R.
EVANGELIO
El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante
Lectura del santo Evangelio según san Juan 15, 1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
SARMIENTOS VIVOS DE LA ÚNICA VID
En el discurso de la “última cena” el evangelista San Juan ha colocado muchos temas típicos de su teología y de su mística. En la perícopa que constituye la lectura evangélica de este quinto domingo de Pascua se nos presenta la relación de intimidad que hay entre Cristo y la Iglesia, a través de la parábola de la vid y los sarmientos.

Jesús es la vid única que el Padre ha plantado en el corazón de la historia para que dé el máximo de frutos posibles en el campo del mundo. Nosotros somos los sarmientos que la Pascua ha hecho
brotar en el árbol fecundo de la cruz. Jesús es la vid pletórica de la savia de salvación que pasa al
fruto y forma racimos estallantes de fe, esperanza y amor cristianos.

El sarmiento tiene que estar unido a la vid para fructificar en uva buena y convertirse luego en vino excelente de la mejor cosecha. El cristiano tiene que permanecer unido a Cristo, tiene que ser rama fresca de la planta viva de la Iglesia, para no estar destinado a la perdición. Quien no persevera en Cristo se seca, porque la savia espiritual no sube hasta él. Y es arrancado para ser fardo de combustión en el mundo, donde todo arde y pasa. Los sarmientos secos y áridos, al borde de la viña son una seria interpelación contra el falso sentido de autonomía y libertad, que hay dentro del corazón humano.

Al igual que el sarmiento fecundo, que necesita poda, el cristiano tiene que purificar siempre su fe para liberarse de las limitaciones que impiden el continuo crecimiento hacia la madurez. Toda poda es una dolorosa experiencia para formar parte de una Iglesia sin mancha ni arruga.

En el Evangelio de hoy se nos repite el valor y la necesidad de la permanencia en Cristo, que significa no abandonar los compromisos bautismales ni escaparse a países lejanos de la fe, como
hijos pródigos. Permanecer en Cristo es permanecer en su amor, en su Espíritu, en su ley nueva, en su cruz.

El cristiano tiene que fructificar, es decir, manifestar con obras y palabras, que vive inmerso en la moral pascual del amor de Cristo. Los criterios para examinar la autenticidad del amor cristiano
son la vertiente existencial (los hechos) y la perspectiva teológica (la verdad).

En la Eucaristía el cristiano bebe el vino de la nueva y eterna alianza, sacado de la vid verdadera en el lagar de la pasión. La sangre de Cristo es la bebida saludable que Dios ofrece a todos los que permanecen unidos en el nombre de Jesús en la Iglesia.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 9, 26-31Sal 21, 26b-27. 28 y 30. 31-32
san Juan 3,18-24san Juan 15, 1-8
de la Palabra a la Vida
El fruto de la Pascua es la Iglesia. La muerte y la resurrección de Cristo han dado origen a una comunidad viva, que regida por la ley del amor y con la tarea de anunciar el evangelio, permanece en medio del mundo dando fruto en la medida en que permanece unida a su Señor. Por eso el quinto domingo de Pascua nos invita a reflexionar sobre el fundamento de nuestra vida de fe y, sobre todo, el fundamento del vínculo con el Señor. Ese vínculo es la Iglesia.

Juan emplea para explicarlo el lenguaje propio de la agricultura, lenguaje por otra parte muy querido en el Antiguo Testamento, donde el recurso a la vid como imagen de Israel y a su viñador, aparece en los libros proféticos y en los salmos. Para el Dios de Israel, la viña era su pueblo, pero Israel se comporta como una viña infiel, que agradece su crecimiento y su fecundidad a otros que no son su Dios. La Alianza y la fecundidad están en juego en la fidelidad con la que responde Israel a su Señor. Dios ha llegado incluso a trasplantar la viña, llevándola de la esclavitud en Egipto a una tierra mejor, más libre y fecunda, en Canaan, y ahora hará todo lo posible porque dé fruto abundante.

En el evangelio de hoy, se recalca que la unidad en la Iglesia no es un adorno hacia fuera, algo conveniente por mostrar: es la condición necesaria para asegurar que yo estoy ciertamente unido a Cristo, que el fruto de la Pascua obra en mí. Y quien está unido a Cristo da fruto abundante. Es interesante fijarse en que el fruto lo da cada uno en la Iglesia, mis esfuerzos, mi fidelidad, mi constancia con el Señor, pueden dar fruto en mí, pero también es muy posible que no lo hagan, o que no experimente los beneficios de mi tarea, sino que sea la misma Iglesia la que, misteriosamente crezca. Es lo que sucede por la unión de la vid con los sarmientos: también los sarmientos están unidos entre sí y se benefician los unos del bien de los otros.

Por eso, el discurso de Jesús en el evangelio de Juan es un discurso eclesial, que manifiesta la preocupación de Cristo por hacer crecer la Iglesia que Él ha fundado. Injertos en ella damos fruto, pero también para ella. Es por esto que la Pascua tiene que abrir los horizontes del creyente mucho más allá de sus objetivos miopes: la savia que corre por nuestras venas es el don del Espíritu, que Cristo entrega en la Pascua a sus discípulos, y es por esto por lo que la unión entre los creyentes es verdadera, profunda. Cristo es la vid que une a los sarmientos compartiendo con ellos la savia de la vida, el Espíritu Divino.

Así se entiende tan bien que el amor al prójimo sea un mensaje esencial del que vive la Pascua. San Juan lo advierte en la segunda lectura, cuando recuerda que dar fruto supone creer en Jesús y amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, como Él nos ha mandado. Son los movimientos propios de quien actúa motivado por la gracia, por la acción de la gracia en nosotros. Después de un mes de tiempo pascual, el creyente ha de plantearse entonces su experiencia eclesial: ¿Cuál es mi relación con la Iglesia, con los miembros más cercanos del pueblo de Dios? ¿Busco ayudar, fomentar la comunión, o con mis decisiones o palabras creo discordia, críticas, dudas? ¿Reconozco la llamada profunda del Señor a obrar según su amor, incluso cuando no hago así?

La celebración de la Iglesia es el tiempo en el que entro de forma dinámica en esa comunión: ¿La vivo con el deseo de lo que Cristo quiere, de esa comunión con el cuerpo por el Espíritu? Hagamos esta búsqueda de unidad, pues es la experiencia de los que, siendo más o menos amigos por aquel entonces, comprendieron que lo más importante era el amor y el Espíritu de Dios que la Iglesia les daba.
Diego Figueroa

domingo, 22 de abril de 2018

PRIMERA LECTURA
No hay salvación en ningún otro
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 8-12
En aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo:
«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros.
Él es la “piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro; pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».Palabra de Dios
Sal 117, 1 y 8-9. 21-23. 26 y 28-29
R. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Dad gracias al Señor porque es bueno, 
porque es eterna su misericordia. 
Mejor es refugiarse en el Señor 
que fiarse de los hombres, 
mejor es refugiarse en el Señor 
que fiarse de los jefes. R.
Te doy gracias porque me escuchaste 
y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los arquitectos 
es ahora la piedra angular. 
Es el Señor quien lo ha hecho, 
ha sido un milagro patente. R.
Bendito el que viene en nombre del Señor, 
os bendecimos desde la casa del Señor. 
Tu eres mi Dios, te doy gracias; 
Dios mío, yo te ensalzo. 
Dad gracias al Señor porque es bueno, 
porque es eterna su misericordia. R.
SEGUNDA LECTURA
Veremos a Dios tal cual es
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 3, 1-2
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 10, 14
Aleluya, aleluya, aleluya.
Yo soy el Buen Pastor – dice el Señor -, 
que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen. R.
EVANGELIO
El buen pastor da la vida por las ovejas
Lectura del santo Evangelio según san Juan 10, 11-18
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
CANTO DEL PASTOR BUENO
Durante el tiempo pascual se nos presenta a Cristo como buen pastor. La figura del pastor tiene relieve en las composiciones bucólicas y en la literatura política y religiosa.

En su sentido real pastor es quien guarda, guía y apacienta el ganado. Es persona que vive en contacto con la naturaleza, mirando mucho al cielo porque está más en la superficie de la tierra. Es el hombre bueno que sabe poco de querellas y rencillas, porque vive en soledad estimulante. El pastor tiene capacidad de contemplación y éxtasis, porque vibra con los amaneceres y ocasos del sol. Es el hombre fuerte que desafía los rigores del invierno, los calores del verano y el ataque de la fiera enemiga. Y a la vez es el hombre tierno que cuida, defiende y lleva con mimo sobre los hombros al cordero pequeño.

No deja de ser sorprendente que en las leyendas devocionales de espiritualidad mariana, sobre todo medieval, los pastores hayan sido objeto de múltiples apariciones. Quizás estos relatos son prototipo de la elección de un hombre íntegro y sencillo para dialogar y ver lo trascendente, fuera del bullicio de la ciudad.

Ante la mentalidad moderna, que en muchos casos es urbana y está marcada por la contestación, no es fácil presentar a Cristo como buen pastor. Hoy se grita por doquier que no hay que ser ovejas ni rebaño de ningún pastor, pues meterse en la masa es ser número yuxtapuesto fácilmente manipulable.

Cristo es un pastor único, que a la vez es cordero inmolado en el altar de la cruz. Es el pastor que entregó su vida por las ovejas, con pleno conocimiento del rebaño, sin abandonos ni huídas culpables.

El gran reto del cristiano es aceptar el misterio de muerte y vida, pasar de la tiniebla a la luz, saber ser al tiempo cordero fácil y pastor comprometido.

La relación con los demás nos exige ser pastores buenos, que se destacan virtuosamente de las masas indiferenciadas de baja calidad humana. Al mismo tiempo el cristiano tiene que estar dispuesto a dar la vida por los demás como prueba definitiva de la fraternidad y del amor nuevo que nos ha infundido Cristo. En toda circunstancia debe escuchar la voz del Buen Pastor y en el redil de la Iglesia comer el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 4, 8-12Sal 117, 1 y 8-9. 21-23. 26 y 28-29
san Juan 3, 1-2san Juan 10, 11-18

de la Palabra a la Vida
La muerte y la resurrección de Cristo han hecho que todos los nombres que Él mismo se atribuye en el evangelio adquieran su pleno sentido. Él, que dijo de sí mismo ser la luz del mundo, el agua, la vida… ha mostrado que todo lo creado tiene perfecto cumplimiento en la pascua del Hijo. También el ser pastor.

Cristo verdaderamente ha dado su vida por las ovejas, señal que manifiesta a un auténtico pastor. Su sacrificio ha sido único, y también lo ha sido su eficacia: por eso, en verdad Cristo es el buen pastor. Al relacionarse con sus ovejas, la salvación que Él ha obtenido por su muerte ha producido en ellas un beneficio de vida, de vida eterna. Hablar del buen pastor, por tanto, es hablar del misterio pascual. San Juan nos invita a reflexionar en el camino de abajamiento y de servicio que el Hijo ha realizado por nosotros y que ha culminado a la derecha del Padre. El sacrificio de su propia vida se ha convertido en fuente de una vida nueva: Ahora ya sabemos que no vivimos para nosotros mismos, que Cristo nos ha enseñado que vivimos para Dios y que la dirección de nuestras vidas es hacer para Dios, seguir a Cristo hacia Dios.

Este camino hacia Dios se expresa en el evangelio de hoy con una afirmación de Jesús: “conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre”. Un conocimiento tan íntimo como el del Padre y el Hijo sólo es posible si entre nosotros y el buen pastor se ha producido una intimidad tal. Esa es la consecuencia de su encarnación: por ella, esa intimidad puede darse. Y para que continúe, Cristo da su Espíritu a la Iglesia, a los hombres. De esta forma, Juan retoma un tema muy propio del Antiguo Testamento: el Dios que busca a los hombres, que quiere hacerse cercano a ellos, darse a conocer. Un Dios que elige profetas, pastores, de entre los hombres, para que con palabras humanas expresen el deseo divino.

Este deseo tiene una concreta realización: “Un sólo rebaño, un sólo pastor”. Esto es así porque, como decía Pedro en la primera lectura, “ningún otro puede salvar”, “no se nos ha dado otro nombre por el cual podamos ser salvos”. Ahora vivimos en medio de gran división, una división que dificulta creer en la Palabra del Señor, y sin embargo sólo se puede aceptar este misterio reconociendo que el buen pastor aún no ha completado su tarea. En la realización del misterio pascual no ha concluido su obra unificadora. Aún no están todas las ovejas en el mismo rebaño.

Por eso el misterio pascual sigue siendo necesario hoy, sigue siendo celebrado en la vida de la Iglesia. La muerte y resurrección de Cristo, hechos que sucedieron en la historia “una vez para siempre”, siguen celebrándose para conducir al mundo a la unidad. El Espíritu es el don del buen pastor para que así sea. De esta forma, el buen pastor nos muestra hoy la unidad como fruto de la Pascua. Quien verdaderamente ha experimentado ser recogido, salvado, por la Pascua de Cristo, sólo puede desear que eso mismo suceda en todos.

La celebración de la Iglesia es una invitación a dejarnos reunir por Cristo, a experimentar cómo se ha producido y dónde nuestra propia salvación. Así, nadie va a misa sólo, nadie va a lo suyo, no si no quiere caer en la contradicción de reconocer al buen pastor y a la vez renegar de su obra. Cristo ha creado con la Pascua un solo pueblo nuevo, por el poder de su entrega. Ahora yo, que celebro como parte de un “nosotros”, tendré que mirar qué lugar ocupa en mi vida ese deseo del único y buen pastor. ¿Mis actitudes en misa son individualistas o buscan crear comunión? ¿Y mis palabras, mis gestos? Y después, al salir de misa, ¿miro para mí o miro por la comunión, como hace el buen pastor? Todo esto no es tema secundario, sin importancia: manifiesta los límites – o no – del sacrificio pascual de Cristo.
Diego Figueroa

domingo, 15 de abril de 2018

PRIMERA LECTURA
Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 3, 13-15.17-19
En aquellos días, Pedro dijo a la gente:
«El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.
Vosotros renegasteis del Santo y del justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.
Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer.
Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados»Palabra de Dios
Sal 4, 2. 7.9
R. Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro.
Escúchame cuando te invoco, Dios de mi justicia; 
tú que en el aprieto me diste anchura, 
ten piedad de mí y escucha mi oración. R.
Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor, 
y el Señor me escuchará cuando lo invoque.
Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha, 
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» R.
En paz me acuesto y en seguida me duermo, 
porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo. R.
SEGUNDA LECTURA
Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y también por los del mundo entero
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 2, 1-5
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis.
Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo.
Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos.
Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él.
Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.
Palabra de Dios
Aleluya Lc 24,32
Aleluya, aleluya, aleluya.
Señor Jesús, explícanos las Escrituras;
haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas. R.
EVANGELIO
Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24, 35-48
En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:
«Paz a vosotros».
Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo:
«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
«¿Tenéis ahí algo de comer?»
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo:
«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo:
«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

Comentario Pastoral
PRUEBA DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
El evangelio de este tercer domingo de Pascua recoge una serie de pruebas concretas y sensibles con las que Jesucristo abre gradualmente la mente de los apóstoles a la inteligencia de las Escrituras de todo el misterio del Crucificado-resucitado. Instruídos en esta verdad y convencidos de la realidad objetiva de la resurrección, los discípulos de Jesús se convertirán en garantes y anunciadores de cuanto han visto y comprendido.

El evangelista San Juan nos ha transmitido una página ejemplar de las pruebas y signos concretos de la resurrección. Tal página compendia el significado y el alcance que Jesús ha querido dar a sus repetidas apariciones durante el espacio de tiempo que va desde la Pascua a la Ascensión. Estos cuarenta días son la presencia nueva del Eterno en nuestro tiempo caduco, días de plenitud en los que Jesús demuestra que el verdadero tiempo es el tiempo de la resurrección y de la vida, tiempo que da sentido completo a la historia personal y universal.

El texto evangélico de este domingo tiene dos partes bien diferenciadas: la primera está centrada en la incredulidad de los apóstoles ante el hecho de la resurrección; la segunda parte pone el énfasis en el valor salvífico de la Pascua de Jesús, ilustrada a la luz de la Sagrada Escritura.

Podemos situarnos, con los apóstoles, dentro del Cenáculo de Jerusalén, es de noche y finaliza una jornada tumultuosa y agitada por las noticias que se han producido respecto a un muerto que se aparece vivo. Los apóstoles, cansados y probados, tienen el ánimo muy susceptible. Mientras hablan de lo acontecido, Jesús se presenta en medio y les dice: “Paz a vosotros”. El efecto de esta imprevista aparición produce en los apóstoles, miedo, sorpresa, turbación, incredulidad. Creen ver un fantasma o el espíritu de un muerto.

Al revelar esta reacción humana de los apóstoles, casi incapacitados para aceptar el hecho de la resurrección, San Lucas subraya la delicadeza del Resucitado frente a la incredulidad de sus discípulos. Jesús ofrece las pruebas más tangibles de la resurrección, para disipar cualquier duda o falsa ilusión. “Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. 

Cristo resucitado no es puro espíritu ni mera apariencia evanescente. Tiene cuerpo físico vivo y palpable; es un ser real no imaginario, que ha pasado de la muerte a la vida por obra de Dios. Y al final da la prueba extrema de su corporeidad real: come un trozo de pez asado. Desde este momento los apóstoles se convierten en creyentes de la resurrección, en testimonios vivos del misterio pascual, en intérpretes cristológicos de toda la Biblia.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 3, 13-15.17-19Sal 4, 2. 7.9
san Juan 2, 1-5san Lucas 24, 35-48
de la Palabra a la Vida
Como si de un tríptico se tratase, el evangelio de hoy vuelve a situarnos en la tarde de Pascua, en el momento en el que los dos de Emaús relatan su encuentro con el resucitado. En este tríptico encontramos en primer lugar un encuentro milagroso, el del Señor resucitado que aparece y come ante los discípulos. A continuación el Maestro explica las Escrituras para fortalecer en ellos la fe. En tercer lugar envía los discípulos: “vosotros sois testigos de esto”.

El evangelio del tercer domingo de Pascua es siempre un relato de aparición del Señor. De hecho, a este domingo se le llama así, “domingo de las apariciones”. En este ciclo B, es el encuentro de los discípulos con toda la comunidad, un encuentro en el que el Señor les enseña sus llagas y, a continuación, come del pescado asado que le dan. No hay duda, es Él mismo, pero ahora su cuerpo ha sido transfigurado totalmente. Para los discípulos, esto es fundamental, ellos no pueden albergar la más mínima duda de que han estado con el Señor vivo, con el Señor comiendo. La misión que van a empezar requiere una fe firme, una fe determinada. Una fe que no se quede tranquila con el hecho de haber visto, sino que busque crecer en el seno de la comunidad y con la palabra de su testimonio.

Después de lo que ven, los discípulos tienen que escuchar. Toda la revelación se ha producido así, con obras y con palabras. Por eso después el Señor “les abrió el entendimiento”, para que pudieran comprender que se habían cumplido las Escrituras, que lo que estaba profetizado se había realizado, que nada había salido mal, y que verdaderamente Él era el Mesías esperado, que tenía que padecer para entrar en la gloria del Padre y para llevar a los suyos con Él. Es el mismo camino que han tenido que recorrer los de Emaús, con el encuentro y con la catequesis sobre las Escrituras. Para san Lucas no hace falta esperar a Pentecostés para que los discípulos comprendan: ante Cristo vivo ya han sido iluminados. La Pascua ya ha comenzado a abrir sus corazones a acoger la novedad de Cristo, a pesar del progreso que supondrá el don del Paráclito. Lo que los discípulos han visto y oído hace de ellos testigos. Así los reconoce el Señor, así tendrán que vivir ellos.

Todo este increíble progreso espiritual les servirá para acoger las palabras de envío del Maestro: el tríptico se completa con una misión, que los apóstoles reciben. Tal es la acogida que el encargo de Cristo produce en los suyos que la primera lectura nos los presenta dando testimonio del evangelio en Jerusalén. Cumplen el encargo de predicar la conversión. Esa conversión es posible, porque Él ha sido testigo de la muerte y resurrección del Señor. Cristo ha hecho brillar -son las palabras del salmo las que nos ayudan- sobre el rostro de los discípulos su propio rostro de resucitado, y ahora ellos, iluminados, han de ofrecer ese mismo testimonio para bien de todos. Nuevamente la confirmación de que se han cumplido las Escrituras y, por lo tanto, no hay que dudar, sólo creer y convertirse.

¿Brilla en nosotros el rostro del resucitado? Este puede haber sido gastado, difuminado por nuestros pecados, pero la gracia de la Pascua lo renueva. De hecho, nos reunimos cada domingo como aquel domingo, y el rostro del resucitado brilla para nosotros, brilla sobre nosotros. ¿Somos conscientes de esa luz? ¿Quién la recibe de nosotros, a quién transforma? No son nuestras fuerzas, ni nuestro ingenio, ni nuestro estilo: es el Señor el que se manifiesta hoy, un Señor que viene a fortalecer nuestra fe y a animarnos al testimonio. Vivamos estos días con la Iglesia, al ritmo de la palabra de la Escritura: es Cristo vivo quien nos ha llamado y renovado para ser testigos de su amor.
Diego Figueroa

domingo, 8 de abril de 2018


Comentario Pastoral
VESTIDURAS BLANCAS
Este domingo blanco, llamado tradicionalmente “in albis”, cierra el gozo y la alegría de la octava de Pascua. Pero el misterio insondable de vida y de resurrección se prolonga y actualiza durante toda la cincuentena pascual. Durante este ciclo litúrgico luminoso todos los bautizados profundizan en la teología de la resurrección, viviendo una experiencia íntima que posibilita reconocer a Cristo resucitado presente entre los hombres y manifestado de manera patente en el amor y la fidelidad. Será el testimonio de los creyentes el mejor anuncio y la prueba más clara de la resurrección.

En medio de tantas cerrazones y miedos Jesús se aparece y anuncia la paz que no tiene fronteras. El mundo de hoy necesita demostraciones incuestionables de la presencia del resucitado. Y la verdadera aparición de Cristo entre los hombres se realiza en la vida auténtica de los cristianos.

Los relatos de las apariciones no son cuentos fantasmales, sino testimonios de fe. Cristo entra estando las puertas cerradas, se pasea por las aguas, come con los discípulos, es decir, se aparece en lo común y en lo extraordinario, en la vida de cada día y en circunstancias especiales. ¿Dónde se debe aparecer Cristo resucitado hoy? En la calle, en el trabajo de la mañana, al final de una jornada de cansancios, en la normalidad de la vida doméstica, en el aguante de la enfermedad, en el desconcierto de las malas noticias, en la decepción del paro injusto, en la estrechez o en la abundancia económica, en todo momento.

Testificar en cristiano no es dar noticia, sino hacer presente un acontecimiento. Por eso el testimonio que hace presente la resurrección como promete siempre, supone novedad de vida y exige universalidad. Si la vivencia de la resurrección se queda dentro de casa, sin salir de la propia y concreta Jerusalén, pierde densidad, porque le falta el dinamismo misionero. La vida cristiana es siempre una superación de seguridades egoístas y defensivas. La fe pascual es siempre universal y dinámica.

Tomás, el apóstol fogoso e intrépido, que quiere comprobar táctilmente el misterio de la resurrección, abandona la negrura de sus dudas y de sus interrogantes cuando en un arranque de fe emocionada y sincera dice: “Señor mío, y Dios mío”. Entonces se viste de blanco pascual, porque comprende que la verdad de fe no es experiencia física. A Tomás le costó creer en la resurrección porque le importaba mucho creer en ella.

La fe es abandonar los límites oscuros de nuestros propios pensamientos para emprender la aventura de una peregrinación mistérica, que nos hace pasar por los agujeros luminosos y pascuales de Cristo resucitado. Entonces sentiremos su gracia transformante y salvadora, que da pleno sentido a nuestra vida en el mundo y gozo a nuestra existencia.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los Apóstoles 4, 32-35Sal 117, 2-4. 16ab-18. 22-24
san Juan 5, 1-6san Juan 20, 19-31

de la Palabra a la Vida
El domingo siguiente, pero el mismo domingo. Así nos sitúa en el tiempo este relato evangélico de la aparición de Jesús resucitado a los discípulos reunidos en el cenáculo. El mismo domingo que María fue por la mañana y encontró la piedra del sepulcro corrida, y llamó a los discípulos para que entraran. El mismo domingo que los de Emaús se encontraron con un extraño en el que reconocieron al Maestro cuando partió el pan. Es en ese mismo domingo cuando, al caer la tarde, también ellos reconocen al Señor “estando cerradas las puertas”. Sin duda, es el mismo, lleva las señales de su pasión, y su cuerpo, porque es el suyo, ha sido en cambio transformado. Y a los ocho días, el siguiente domingo, “otra vez”, aparece Jesús. La evidencia es tal que Tomás reconocerá: “Señor mío y Dios mío”. Sus palabras, sus milagros, sus enseñanzas, su pasión incluso, alcanzan un punto culminante cuando Cristo aparece resucitado ante los suyos para ayudarles a creer. La fe en Cristo, para ser verdadera fe, ha de serlo también en el resucitado. De hecho, Juan eligió la fe como tema central de su evangelio. Todo el camino progresivo que se ha ido desarrollando ha llegado a un punto culminante: “Señor mío y Dios mío”. Dios, por la revelación de Jesucristo, ha hecho al hombre capaz de reconocerlo, de confesarlo, de unirse a Él. No lo ha hecho sólo para los Doce, sino a partir de ellos para todos.

Así lo advierte Jesús en el versículo 29 del evangelio de hoy: Tomás ha creído en lo que veía, pero mayor dicha que la suya, mayor sorpresa y felicidad será la fe de los que no han visto. Juan dirige esta afirmación del Señor claramente hacia toda la Iglesia. La Iglesia, que ha permanecido en Juan al pie de la cruz, ahora recibe esta advertencia, “dichosos los que crean sin haber visto”. Dichosos los que no siendo testigos, como son los Doce, confiesen a Jesucristo muerto y resucitado. Los que lo confiesen, aun siendo de procedencias y costumbres distintas, estarán unidos fuertemente, no sólo a Él, sino necesariamente también entre ellos.

Es así, en torno a la fe en Jesús vivo, como se forman las primeras comunidades, como escuchamos en la primera lectura. La fe en Jesús une y mantiene unidos a los creyentes por los sacramentos. Para entrar en la vida sacramental es necesaria una fe primera que luego vaya fortaleciéndose y creciendo. Los cristianos que, habiendo sido bautizados en la noche de Pascua, volvían a la iglesia en el domingo siguiente, gustaban del encuentro eucarístico, sacramental, y podían aceptar en su corazón las palabras del Señor: Sí, somos dichosos. Creímos sin haber visto. Pero ahora que vemos la vida sacramental de la Iglesia, que la gustamos, nuestra felicidad es cada vez mayor.

El vínculo de la fe en Jesús y de la unidad con los hermanos capacita al creyente para dar un testimonio “con mucho valor”, que decía Hechos de los primeros discípulos. El testimonio será principalmente por medio de la predicación, pero en ocasiones también acompañada esta por los milagros. En las palabras y en las obras de los discípulos, como sucedió con las del Señor, aquellos que escuchen podrán creer y unirse a la comunidad. La vida nueva de los cristianos se manifiesta así, en palabras y en obras.

Nuestra vida nueva. La de la Iglesia. ¿Qué palabras salen de nuestros labios en estos días de Pascua? ¿Hemos resucitado con Cristo? ¿Qué acciones salen de nuestro corazón, que ha conocido la noticia pascual? La aparición a Tomás no es algo raro a nosotros, al contrario, aquí se hace tan cercano… se nos hace tan cercana su poca fe, necesitada de ayuda… Vivamos la experiencia de la Iglesia, de ser y celebrar en la Iglesia, que es como un sacramento, para crecer en nuestra fe débil.
Diego Figueroa