domingo, 29 de julio de 2018

PRIMERA LECTURA
Comerán y sobrará
Lectura del segundo libro de los Reyes 4, 42-44
En aquellos días, aCAECIÓ QUE UN HOMBRE de Baal Salisá vino trayendo al hombre de Dios primicias de pan, veinte de cebada y grano fresco de espiga. Dijo Eliseo:
«Dáselo a la gente y que coman».
Su servidor respondió:
«¿Cómo voy a poner esto delante de cien hombres?».
Y él mandó:
«Dáselo a la gente, que coman, porque así dice el Señor: “Comerán y sobrará”».
Y lo puso ante ellos, comieron y aún sobró, conforme a la palabra del Señor.
Palabra de Dios.
Sal 144, 10-11. 15-16. 17-18
R. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, 
que te bendigan tus fieles; 
que proclamen la gloria de tu reinado, 
que hablen de tus hazañas. R.
Los ojos de todos te están aguardando, 
tú les das la comida a su tiempo; 
abres tú la mano, 
y sacias de favores a todo viviente. R.
El Señor es justo en todos sus caminos, 
es bondadoso en todas sus acciones. 
Cerca está el Señor de los que lo invocan, 
de los que lo invocan sinceramente. R.
SEGUNDA LECTURA
Un solo cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 1-6
Hermanos:
Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados.
Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobre llevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos.
Palabra de Dios
Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Un gran Profeta ha surgido entre nosotros.
Dios ha visitado a su pueblo. R.
EVANGELIO
Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron
Lectura del santo Evangelio según san Juan 6,1-15
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea o de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe:
«¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?»
Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe le contestó:
«Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:
«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?».
Jesús dijo:
«Decid a la gente que se siente en el suelo».
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
«Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda».
Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
«Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo».
Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
DIVERSOS NIVELES DE HAMBRE
En este decimoséptimo domingo ordinario se interrumpe la lectura del evangelista San Marcos, que es el que corresponde al año en curso, y se comienza a leer el célebre capítulo sexto del evangelio de San Juan, texto largo y fundamental que será dividido en perícopas para la celebración litúrgica durante varios domingos sucesivos. Todo el capítulo es una gran catequesis eucarística y cristológica, que se abre con el milagro de la multiplicación de los panes.

A Jesús le seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Y esta multitud curiosa, que busca milagros y situaciones extraordinarias, hoy va a ser testigo y destinataria de un gran “signo”. El pueblo siempre está hambriento y es importante descubrir sus diversos niveles de hambre.

Existe hambre física. Los gritos de los pobres, de los que no tienen nada siguen sonando hoy con la misma fuerza y dramatismo que en tiempos de Cristo. Es escandaloso que en la mesa del mundo los alimentos mejores y la abundancia pertenecen a los pueblos llamados cristianos, mientras que la gran mayoría, como nuevos Lázaros, están sentados a la puerta sin tener que comer. Son muchos miles los que diariamente mueren de hambre.

Existe hambre espiritual. Hambre de paz, de unidad, de salvación. Es el hambre último de la fe, que es precedido del hambre penúltimo de la justicia y del progreso. Pero ese compromiso social y compromiso espiritual no son dos cosas distintas, ya que no puede existir unidad en la fe, sin unidad en el amor.

Para multiplicar el pan hay que poner una base, debe existir la colaboración humana. Sin cinco panes de cebada no hubiesen podido comer cinco mil hombres. Siempre es sorprendente constatar que Dios multiplica con más generosidad y por encima de sus cálculos humanos. Lo importante es que el cristiano colabore en la acción de Cristo, aunque su contribución no baste para solucionar todos los problemas.

El milagro de dar de comer a tanta gente con tan pocos recursos es una invitación al descubrimiento de Cristo, de su misterio, de su fuerza salvífica, de su presencia sobrenatural y escatológica. Ojalá encontremos a Cristo en la eucaristía, verdadera multiplicación de gracia.
Andrés Pardo



Palabra de Dios:

Reyes 4, 42-44Sal 144, 10-11. 15-16. 17-18
san Pablo a los Efesios 4, 1-6san Juan 6,1-15


de la Palabra a la Vida
Introducido por el pastor que se entrega como pasto, en el evangelio del domingo anterior, la Iglesia nos ofrece en los próximos domingos un paréntesis en el evangelio de Marcos -el más breve- para disfrutar con un relato infinito de detalles y de riqueza teológica, el del capítulo 6 del evangelio de Juan. En este capítulo, el evangelio de Juan relata la multiplicación de los panes y los peces y todo un discurso posterior de Jesús, el llamado “del pan de vida”. Es por eso que hoy escuchamos un signo que será la luz que ilumine el discurso que escucharemos en los próximos domingos.

El milagro de la multiplicación de los panes y los peces es el único que aparece en los cuatro evangelios canónicos, y por lo tanto es un pasaje de gran importancia para nosotros: en él, podremos adentrarnos en el misterio eucarístico, pues, desde muy antiguo, este pasaje fue relacionado con los relatos sinópticos de institución de la eucaristía en la última cena. De hecho, los versículos 11 y siguientes ofrecen un parentesco evidente en cuanto a las acciones del Señor que el evangelista comunica: Jesús toma pan, pronuncia la acción de gracias, lo da… son muchos parecidos con lo que Jesús realiza en la noche en que iba a ser entregado.

Este colorido eucarístico ayuda a comprender cómo Juan ve lo que sucede en el monte. Pero este milagro -“signos” los llama Juan- viene precedido de dos intervenciones que nos pueden ayudar a entender: La primera es la exclamación del Señor ante Felipe: “¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?”, que recuerda a aquella otra con la que Dios se admiraba en el Antiguo Testamento ante la petición de su pueblo en el desierto: “¿De dónde sacaré carne para repartirla a todo el pueblo?” (cfr. Nm 1). Dios alimentará a su pueblo para mostrarle su fidelidad, para que crean que verdaderamente, “Él es”, que será lo que Jesús diga al final del capítulo: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. La comparación entre el alimento de su pueblo en el desierto, el alimento que Dios le ofrece como muestra de fidelidad a la alianza, y el alimento de la carne y de la sangre, manifiestan que ha llegado un tiempo nuevo, en el que lo sucedido se confirma como la plenitud de la Alianza: ahora hablamos de vida eterna, de don para siempre.

La segunda intervención es la continuación de ese diálogo con Felipe, al que esa pregunta “para tantearlo”, al que era de Betsaida, y podría saber dónde conseguir pan, le hace exclamar: “doscientos denarios de pan no bastan”, es decir, el sueldo de doscientos días de trabajo. El pan de cebada, el más barato, el de los pobres, del que tres pedazos son la ración diaria, conduce a la necesidad de la ayuda de Dios: lo que no basta para el hombre es suficiente para que Dios haga lo imposible.

A partir de aquí, el colorido eucarístico es muy claro, y nos puede servir para la reflexión acerca de ese gesto de la creación al que alude el salmo: “Abres tú la mano y sacias de favores a todo viviente”. El Dios que creó el alimento para la fortaleza y la vida del hombre, se ha encarnado y, a un gesto de su cuerpo, de sus manos, sacia a la multitud con un alimento nuevo. La Iglesia recibe hoy la eucaristía por ese poder que el Señor emplea, no solamente para la multiplicación, sino también, como veremos, para la identificación del mismo Cristo y de su cuerpo con ese alimento. ¿Vivimos la celebración de la Iglesia como signo de la fidelidad y el poder de Dios? ¿Vemos en ella la imagen de su acción poderosa con nuestra pobre cooperación? ¿Aceptamos con fe el poder de Dios, o más bien desconfiamos, como sucede en el diálogo con Felipe? La experiencia propia, al oír este evangelio, al celebrar la eucaristía, es la continuidad: Todo ha comenzado a prepararse desde antiguo (Rm, 2Re…), se ha realizado en Cristo, pan vivo bajado del cielo, y ahora se nos da en gloria en la celebración de la Iglesia.
Diego Figueroa

domingo, 22 de julio de 2018

PRIMERA LECTURA
Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores
Lectura del libro de Jeremías 23, 1-6
¡Ay de los pastores que dispersan y dejan que se pierdan las ovejas de mi rebaño! – oráculo del Señor -.
Por tanto, esto dice el Señor, Dios de Israel a los pastores que pastorean a mi pueblo:
«Vosotros dispersasteis mis ovejas y las dejasteis ir sin preocuparos de ellas. Así que voy a pediros cuentas por la maldad de vuestras acciones – oráculo del Señor -.
Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las apacienten, y ya no temerán ni se espantarán. Ninguna se perderá – oráculo del Señor -».
Mirad que llegan días – oráculo del Señor – en que daré a David un vástago legítimo: reinará como monarca prudente, con justicia y derecho en la tierra.
En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro.
Y le pondrán este nombre: El-Señor-nuestra-justicia».
Palabra de Dios.
Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6
R. El Señor es mi pastor, nada me falta.
El Señor es mi pastor, nada me falta: 
en verdes praderas me hace recostar; 
me conduce hacia fuentes tranquilas 
y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el sendero justo, 
por el honor de su nombre. 
Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo: 
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.
Preparas una mesa ante mi, 
enfrente de mis enemigos; 
me unges la cabeza con perfume, 
y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan 
todos los días de mi vida, 
y habitaré en la casa del Señor 
por años sin término. R.
SEGUNDA LECTURA
Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos una sola cosa
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2, 13-18
Hermanos:
Ahora, gracias a Cristo Jesús, los que un tiempo estabais lejos estáis cerca por la sangre de Cristo.
Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad.
Él ha abolido la ley con sus mandamientos y decretos, para crear, de los dos, en sí mismo, un único hombre nuevo, haciendo las paces. Reconcilió con Dios a los dos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al hostilidad.
Vino a anunciar la paz: paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 10, 27
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Mis ovejas escuchan mi voz – dice el Señor -,
y yo las conozco, y ellas me siguen. R.
EVANGELIO
Andaban como ovejas que no tienen pastor
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 6, 30-34
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:
«Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco».
Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a solas a un lugar desierto.
Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
DESCANSO Y TERNURA
En el evangelio de este decimosexto domingo ordinario destacan dos aspectos: el amor solícito de Jesús para con sus apóstoles, que vuelven de la misión, y la ternura del pastor bueno hacia la multitud errante, que está “como ovejas sin pastor”. Son rasgos conmovedores de la humanidad de Jesús, que busca la tranquilidad para sus discípulos cansados y siente compasión por la multitud que le sigue.

Los apóstoles se habían dispersado por todos los confines de Galilea, habían expulsado demonios y curado enfermos ungiéndoles con aceite, habían predicado la conversión. Ahora vuelven satisfechos de esta primera experiencia misionera, contando al Maestro lo que habían hecho y enseñado. Por eso Jesús se preocupa del descanso de los apóstoles: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer”. Es conmovedora la delicadeza y exquisitez de Jesús, que los libra del tumulto, del griterío y de la confusión. Es bueno el sosiego después de la actividad agotadora. 

La actividad misionera causa fatiga, necesita reposo para refrescar el cuerpo y el espíritu. De lo contrario, viene el agotamiento, el hastío, el abandono. Son muchos y diversos los cansancios del apostolado y del testimonio de la fe. La tranquilidad permite el análisis de los hechos con serenidad interior, a la vez que reconforta con nuevas esperanzas para el compromiso de la acción. Superar el vértigo de la prisa y del activismo no es fácil, pero es necesario, para no caer en la supervaloración de la eficacia ejecutiva que busca los éxitos a cualquier precio, aunque sea a costa de pasar por encima de las personas. Es gran sabiduría saberse retirar de vez en cuando, para dedicarse a la meditación y la plegaria, que hacen verdaderamente fecunda la acción cristiana. Hay que estar con Cristo en el trabajo y en el descanso.

Es también notable la ternura y compasión de Jesús, que destaca el evangelista San Marcos. Cristo se siente conmovedoramente cercano, como pastor bueno, misericordioso y solícito. Él recoge a las ovejas dispersas, se preocupa de su alimento y guía el rebaño con amor. No actúa como las falsas autoridades que dispersan y empobrecen a la multitud, que solamente se sirven a sí mismos, que obran con distanciamiento, que no se conmueven por nada ni nadie. A ejemplo de Jesús, el cristiano debe tener ternura en el corazón, comunicar la paz y derribar los muros de la división, del odio y de los prejuicios.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Jeremías 23, 1-6Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6
san Pablo a los Efesios 2, 13-18san Marcos 6, 30-34
de la Palabra a la Vida
Pastorear al pueblo de Dios no es una tarea que se lleve a cabo a tiempo parcial, con una parte del corazón, sino que conlleva la vida entera. Conlleva todos los ámbitos de la vida, pues ninguno de ellos debe ser dejado sin guía, y todas las horas que uno pueda imaginar: Jesús y sus discípulos así lo comprenden en el evangelio de este domingo. Un pastor como Jesús no deja la tarea “para otro día”, no sólo porque igual otro día ya es tarde, sino sobre todo porque su amor le apremia. El amor no se retrasa, el amor afina siempre.

Jesús, en el evangelio de hoy, es pastor de los suyos, a los que quiere ofrecer descanso después de la dura tarea, pero también es pastor de los que no lo son, pero a los que quiere hacer ver también el cuidado providente de Dios hacia todos. Por eso, la liturgia de la palabra de hoy nos presenta a los buenos pastores de Dios, que tienen al buen pastor como cabeza. Nos presenta lo que harán los buenos pastores de Dios, en la primera lectura, y lo que hace siempre el buen pastor, en el evangelio. Mientras que los malos pastores, llevados por la inercia, por lo de cada día por una visión de la rutina, dejan perecer a sus ovejas, los buenos pastores dan la vida, llevados por el amor de Cristo, que hace que en cada día se pueda manifestar el amor de Dios.

En el buen pastor encontramos una capacidad inmensa para negarse a sí mismo, y hacer durante la vida con unos pocos, lo que hará por su muerte para bien de todos. Esto hace del “venid vosotros solos” una lección necesaria para el que quiera ser buen pastor, porque esa experiencia de intimidad con Dios es necesaria para ofrecer el amor de Dios. Pastorear no es sólo ir a la cabeza de algo, no es sólo entregar la vida el primero por algo: así surgen también las sectas. Pastorear conlleva conducir a la intimidad con Dios, intimidad que sucede siendo parte del rebaño, en este caso, de la Iglesia. Hay en el seno de la Iglesia una fuente de agua viva que todo miembro del rebaño debe experimentar, y esa fuente es Cristo, no somos nosotros. La vivencia con el pastor conduce al alimento del pastor… al cual vamos a dedicar todo el próximo mes en la vida de la Iglesia, con el discurso del pan de vida.

Para avanzar en la meditación desde el pastor al alimento, Luis de Góngora nos acompaña en el paso por estos domingos: “Oveja perdida ven, sobre mis hombros que hoy. No sólo tu pastor soy, sino tu pasto también”… El buen pastor no sólo guía a su Iglesia hacia el Padre, en la comunión de la misma Iglesia, sino que es además su alimento para el camino.

¿Cómo no entender así lo que es un buen pastor? Un buen pastor no es el que dedica muchas horas, sino el que las dedica a conducir hacia Dios. No es el que da muchas cosas, sino el que se da a sí mismo. No es el que se sacrifica, sino el que lo hace en la cruz de Cristo. No es el que entretiene al grupo, sino el que introduce en la intimidad de Dios, en lo profundo de su misterio, en todas las circunstancias y tiempos de la vida.

A todos nos viene bien experimentar que somos llamados a experimentar esa intimidad con Dios antes de hablar, antes de decir, antes de decidir, porque el Señor nos enseña con calma. Dios se da en la calma, no sólo en la prisa. Busquemos esa calma en la que Dios nos cuida, en la que Dios se hace presente.
Diego Figueroa


domingo, 15 de julio de 2018

PRIMERA LECTURA
Ve y profetiza a mi pueblo
Lectura de la profecía de Amós 7, 12-15
En aquellos días, Amasías, sacerdote de Betel, dijo a Amós:
«Vidente, vete, huye al territorio de Judá. Allí podrás ganarte el pan y allí profetizar. Pero en Betel no vuelvas a profetizar, porque es el santuario del rey y la casa del reino».
Pero Amós respondió a Amasías:
«Yo no soy profeta ni hijo de profeta. Yo era un pastor y cultivador de sicomoros.
Pero el Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo: ‘Ve y profetiza a mi pueblo Israel”».
Palabra de Dios.
Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: 
«Dios anuncia la paz 
a su pueblo y a sus amigos.»
La salvación está cerca de los que lo temen, 
y la gloria habitará en nuestra tierra. R.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, 
la justicia y la paz se besan; 
la fidelidad brota de la tierra, 
y la justicia mira desde el cielo. R.
El Señor nos dará lluvia, 
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él, 
y sus pasos señalarán el camino. R.
SEGUNDA LECTURA
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1,3-14
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
En él, por su sangre, tenemos la redención, el perdón de los pecados, conforme a la riqueza de la gracia que en su sabiduría y prudencia ha derrochado para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad: el plan que había proyectado realizar por Cristo, en la plenitud de los tiempos: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.
En él hemos heredado también los que estábamos destinados por decisión del que lo hace todo según su voluntad, para que seamos alabanza de su gloria quienes antes esperábamos en el Mesías.
En él también vosotros, después de haber escuchado la palabra de verdad – el evangelio de vuestra salvación -, creyendo en él habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido.
Él es la prenda de nuestra herencia, mientras llega la redención del pueblo de su propiedad, para alabanza de su gloria.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Ef 1, 17-18
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El Padre de nuestro Señor Jesucristo
ilumine los ojos de nuestro corazón, 
para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama. R.
EVANGELIO
Los fue enviando
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 6, 7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
EXIGENCIAS DE LA PREDICACIÓN DEL EVANGELIO
No es fácil predicar. No se debe hablar a la asamblea litúrgica dominical, reunidos para celebrar la Cena del Señor, ni desde arriba con un absolutismo autoritario, ni desde fuera de ella, como si el predicador no fuese un miembro más del pueblo de Dios. El creyente predicador ha de anunciar el Evangelio como el servidor de la comunidad, que presta su voz para que Dios siga hablando a su pueblo y comunicándole la salvación. Ha de predicar desde dentro de la asamblea, en fraternidad con los fieles congregados, en sintonía con la misión apostólica, y en fidelidad al mensaje evangélico.

La liturgia de este domingo decimoquinto del tiempo ordinario nos presenta un análisis preciso de las exigencias y características esenciales que hay que tener para anunciar la Palabra de Dios: fidelidad, entrega y libertad.

Cristo llama a hombres concretos para que cooperen en su misma misión de anunciar la salvación. Nos lo recuerda hoy el evangelista San Marcos al narrarnos la llamada de Jesús a los Doce, a quienes ha constituído apóstoles. El Maestro les envía a una primera experiencia, a modo de prueba, antes de la misión definitiva y universal, que tendrá lugar después de la resurrección. Y les envía “de dos en dos”, según la costumbre judía, para ayudarse mutuamente y testimoniar la verdad que deben proclamar. Jesús quiere que sus misioneros itinerantes no lleven “ni pan, ni alforja, ni dinero, ni túnica de repuesto”, es decir que estén libres de apoyo humano para que encuentren seguridad en la fe en Dios. De este modo los apóstoles tendrán libertad interior y total disponibilidad para evangelizar.

Todo discípulo de Jesús es profeta y misionero, con libertad espiritual, sin condicionamientos de esquemas y de intereses políticos y sociales. Su entrega debe ser total para no convertirse en mero funcionario de lo sagrado. Su misión puede conocer incluso el rechazo no solo de los que viven al margen de la fe, sino de los que se confiesan religiosos. Su anuncio es la conversión, la recapitulación de todas las cosas en Cristo, la justicia de Dios y la universalidad de la salvación.

Dios no cesa de enviar profetas a su pueblo. Frente a las malas noticias que todos los días nos transmiten los periódicos y telediarios, se abre paso la “Buena Noticia” de Jesús. En la eucaristía dominical Cristo renueva la misión y fortalece el corazón de todos los que anuncian o acogen el Evangelio.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Amós 7, 12-15Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14
san Pablo a los Efesios 1,3-14san Marcos 6, 7-13

de la Palabra a la vida
En este domingo y en el próximo, la Iglesia nos ofrece la oportunidad de reflexionar acerca de la tarea de los pastores en la historia de la salvación; en este, particularmente, sobre su don de profecía, por el cual Dios ha querido revelar su voluntad a los hombres a lo largo de la historia. El anuncio que estos profetas van a ofrecer al mundo nos lo recuerda el salmo responsorial: “Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos, y a los que se convierten de corazón”. La paz es la comunión entre Dios y el hombre, la perseverancia en la comunión a pesar de las infidelidades y debilidades por nuestra parte. Nuestra paz es saber que permanecemos Juntos. De ahí la urgencia divina: este mensaje es tan importante que no se puede perder el tiempo en nada, sino solamente “salir, caminar y sembrar siempre de nuevo”.

Profetizar es decir a los hombres que Dios permanece a su lado, que les ofrece compañía, curación, una palabra de ánimo. Pero es necesario destacar el origen de estos profetas: no han sido elegidos por su pericia, por su don de palabra, por sus estudios o por pertenecer a una determinada familia. Nada más lejos: Amós es pastor y cultivador de higos, Pedro y sus amigos son pescadores… ¿Qué podemos esperar? ¿Acaso un anuncio que venga de gente sin la adecuada especialización puede resultar eficaz? Dios no va a suplir las debilidades de cada uno, no va a convertirlos en super hombres, capaces de afrontar esta tarea sin fisuras, sin preocupaciones, anulando sus pobrezas… como si dejaran de ser ellos mismos.

Al contrario, Dios va a poner junto a sus debilidades lo necesario para el buen término de su labor, los va a proveer para que aprendan a no tener miedo, a no fiarse de falsas seguridades, que retrasan y desvían del objetivo, y lo va a hacer -dice el evangelio- dándoles autoridad. Esa autoridad consiste en una predicación acompañada con signos, de tal forma que quien les observe pueda reconocer en ellos la acción de Dios, pueda contemplar la maravilla del poder divino, que se comunica no solamente con palabras más o menos elocuentes, sino con signos en los que la pobreza y la debilidad se asocian con la belleza y la grandeza, anunciando así que Dios está entre los hombres, que cuenta con ellos, que se comunica por medio de ellos.

Los profetas, por su parte, tendrán que ser obedientes a los consejos que reciban, a la forma de la predicación, y permanecer siempre en el mensaje divino, el fondo de la misma. Por eso, es llamativa la insistencia, en la primera lectura y en el evangelio, en que los profetas coman, se alimenten, y se queden en la casa que les acoja: estos profetas se tienen que servir de su humanidad para comunicar la divinidad, por eso la humanidad, en sus aspectos más prácticos, debe ser cuidada. Dios se ha comunicado por una humanidad perfecta, con todo lo propio: no hay mejor manera de anunciar al Dios hecho hombre que con una normalidad, una humanidad reconocible, cierta. En ella y por medio de ella, Dios nos dirige la palabra que salva.

Una última advertencia necesaria: el profeta puede no ser escuchado. El profeta no es un triunfador, al contrario, experimentará el mismo rechazo que experimentó el mismo Hijo de Dios, pero cuando la palabra predicada sea acogida, entonces todo esfuerzo habrá merecido la pena, entonces la alegría en el cielo es más grande que cualquier sufrimiento en la tierra. La semilla se siembra, pero no siempre da el fruto deseado: por eso, no hay que desanimarse, que desesperar. ¿Somos anunciadores, en nuestra debilidad, de la palabra? ¿Camuflamos nuestra debilidad o la empleamos como medio? ¿Qué actitud surge en nosotros cuando nuestra oferta no es aceptada, cuando es despreciada o diferida? Gracias, dar gracias, es la actitud propia: por la autoridad recibida, por la palabra empleada, por la vida ofrecida.
Diego Figueroa

Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica
En la historia de la piedad mariana aparece la “devoción” a diversos escapularios, entre los que destaca el de la Virgen del Carmen. Su difusión es verdaderamente universal y sin duda se le aplican las palabras conciliares sobre las prácticas y ejercicios de piedad “recomendados a lo largo de los siglos por el Magisterio”.

El escapulario del Carmen es una forma reducida del hábito religioso de la Orden de Hermanos de la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo: se ha convertido en una devoción muy extendida e incluso más allá de la vinculación a la vida y espiritualidad de la familia carmelitana, el escapulario conserva una especie de sintonía con la misma.

El escapulario es un signo exterior de la relación especial, filial y confiada, que se establece entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y los devotos que se confían a ella con total entrega y recurren con toda confianza a su intercesión maternal; recuerda la primacía de la vida espiritual y la necesidad de la oración.

El escapulario se impone como un rito particular de la Iglesia, en el que se declara que “recuerda el propósito bautismal de revestirse de Cristo, con la ayuda de la Virgen Madre, solícita de nuestra conformación con el Verbo hecho hombre, para alabanza de la Trinidad, para que llevando el vestido nupcial, lleguemos a la patria del cielo”.

La imposición del escapulario del Carmen, como la de otros escapularios, “se debe reconducir a la seriedad de sus orígenes; no debe ser un acto más o menos improvisado, sino el momento final de una cuidadosa preparación, en la que el fiel se hace consciente de la naturaleza y de los objetivos de la asociación a la que se adhiere y de los compromisos de vida que asume”.
(Directorio para la piedad popular y la liturgia, 205)

domingo, 8 de julio de 2018

PRIMERA LECTURA
Son un pueblo rebelde y reconocerán que hubo un profeta en medio de ellos
Lectura de la profecía de Ezequiel 2, 2-5
En aquellos días, el espíritu entró en mí, me puso en pie, y oí que me decía:
«Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí. Ellos y sus padres me han ofendido hasta el día de hoy. También los hijos tienen dura la cerviz y el corazón obstinado; a ellos te envío para que les digas: “Esto dice el Señor.” Te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, reconocerán que hubo un profeta en medio de ellos».
Palabra de Dios.
Sal 122, 1-2a. 2bcd. 3-4
R. Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia.
A ti levanto mis ojos, 
a ti que habitas en el cielo. 
Como están los ojos de los esclavos 
fijos en las manos de sus señores. R.
Como están los ojos de la esclava 
fijos en las manos de su señora, 
así están nuestros ojos 
en el Señor, Dios nuestro, 
esperando su misericordia. R.
Misericordia, Señor, misericordia, 
que estamos saciados de desprecios; 
nuestra alma está saciada 
del sarcasmo de los satisfechos, 
del desprecio de los orgullosos. R.
SEGUNDA LECTURA
Me glorio de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 7b-10
Hermanos:
Para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido:
«Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad».
Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo.
Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Lc 4, 18ac
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El Espíritu del Señor está sobre mí; 
me ha enviado a evangelizar a los pobres. R.
EVANGELIO
No desprecian a un profeta más que en su tierra
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 6, 1-6
En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?».
Y se escandalizaban a cuenta de él.
Les decía:
«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
EL ESCÁNDALO DEL PROFETA
Éste puede ser el título emblemático (tiene un significado que va más allá del episodio), que resume el contenido de los textos bíblicos que se leen en la eucaristía de este domingo decimocuarto ordinario. El mensaje profético siempre es embarazante, excéntrico respecto de la normalidad bienpensante, y piedra de escándalo para muchos.

La primera experiencia escandalizante es la de Ezequiel (primera lectura). Se narra la vocación de este profeta en clave de meditación sobre la dramaticidad de la misión profética en un mundo incomprensivo y hostil. El profeta es un mártir en el doble sentido de “testimonio” y de “hombre inmolado”. Israel es un pueblo testarudo y obstinado, pero que no podrá hacer callar ni ignorar la voz del profeta, que habla con firmeza de parte de Dios.

En la segunda lectura escuchamos un trozo de la carta a los Corintios, que es una autobiografía de San Pablo, apóstol contestado, incomprendido y rechazado. Su ministerio pasa por muchas pruebas y se desarrolla en medio de debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades. De igual suerte, el cristiano, que en todo momento debe ser profeta de la fe y del amor en un mundo en el que la incredulidad y el egoísmo avanzan con fuerza esterilizante, ha de estar dispuesto a superar la debilidad congénita del pecado y la humillación del rechazo.

El punto culminante es la narración evangélica del rechazo de Jesús en su patria. Al retornar a Nazaret después de haber iniciado su ministerio público, lo hace no como el simple carpintero de meses anteriores, sino como maestro que habla con autoridad y llama a la fe auténtica. La escena se desarrolla en la sinagoga, centro local del culto y de la oración. Podemos imaginarnos la expectativa y curiosidad de los nazaretanos. El resultado fue una nueva sabiduría, y una imposición de manos curativa sobre los enfermos que circundaban la sinagoga. Jesús no fué escuchado en su patria entonces, ni ahora su evangelio es bien recibido e interpretado, porque el hombre prefiere seguir viviendo en la tiniebla en vez de en la luz, que presenta la novedad de Dios, el cambio de mentalidad y de vida.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Ezequiel 2, 2-5Sal 122, 1-2a. 2bcd. 3-4
san Pablo a los Corintios 12, 7b-10san Marcos 6, 1-6
de la Palabra a la Vida
La realidad es que hubo un profeta en medio de nosotros. Podemos reconocerlo o podemos rechazarlo, que de las dos posibilidades encontramos en el evangelio de hoy, pero la realidad es que hubo un profeta en medio de nosotros. Un profeta que anunció la palabra de Dios, la voluntad de Dios sobre nuestra vida. Podemos ser parte de un pueblo de dura cerviz, cabezota, empeñado en lo nuestro, o podemos ser parte de un pueblo creyente, capaz de ir más allá de lo que se ve a simple vista.

He ahí el dilema: para poder reconocer en el hijo del carpintero, en Jesús, a alguien más que a un charlatán, para poder confesar que el hijo de María y de José es realmente el Hijo de Dios, es un auténtico profeta, es necesario el don de la fe. Jesús -y como Él los suyos- ha sido enviado a un pueblo testarudo, a un pueblo rebelde, que pone sus ojos en lo que ve a simple vista; para poder reconocerlo como lo que es realmente, es necesario fijar nuestros ojos en el Señor, en su misericordia, una misericordia encarnada. Quien es capaz de ir más allá de lo superficial en la vida, aprende cómo tratar a Jesús, cómo confiar en Él.

En el domingo, la Iglesia se pone delante del Señor y escucha su palabra, y por eso le dice: “Nuestros ojos están puestos en el Señor, esperando su misericordia”. Nuestra confianza está en cómo tú miras, no en cómo yo miro; en cómo tú nos tratas, no en cómo nosotros nos tratamos. Por eso, el domingo la Iglesia hace un ejercicio que le enseña a vivir toda la semana: reconoce la presencia del Señor, escucha su palabra y sabe que es palabra de Dios, se alimenta con la eucaristía y sabe que es el mismo Señor. Aprende a trascender, a pasar de lo que se ve a simple vista a la realidad más profunda de las cosas y de las personas.

El ejercicio que se pone en práctica cada domingo, si se entiende bien, ayuda a que el resto de la semana el creyente pueda reconocer al Señor en quien le habla, en quien le ayuda, en quien le corrige, y decir: no es solamente una persona, como era el hijo de José y María, es el Señor quien lo hace por medio de los hermanos. No es posible seguir al Señor por el camino de la vida si no se le reconoce en su presencia misteriosa. No es posible creer en su acción si no se escucha y se cree en su palabra.

Por eso, es crucial que nuestros ojos se fijen en el Señor, que no se dejen llevar por la rebeldía de lo superficial, lo caprichoso, lo inmediato, sino más bien por la rebeldía de la confianza, de la profundidad, de lo que es duradero. Es duradera la palabra y acción del Señor.

Por eso, en la celebración de la Iglesia se nos quiere enseñar a escuchar, a vencer nuestras resistencias, nuestra testarudez, para no dejarnos llevar por lo que sabemos a simple vista. ¿Cómo escucho la Palabra de Dios en la Iglesia, con los ojos puestos en el Señor? ¿Reconozco en lo que escucho la palabra de Dios, o la reduzco a palabra humana, circunstancial, para no prestarle atención? La liturgia de la Palabra de hoy nos lleva a pedir al Señor que aumente nuestra fe, para poder descubrir, a través de lo que vemos, llegando con un corazón sabio y humilde, a la misericordia del Señor, que habita y habla en medio de nosotros.
Diego Figueroa