domingo, 30 de septiembre de 2018

PRIMERA LECTURA
¿Estás tú celoso por mí? ¡Ojalá todo el pueblo fuera profetizará!
Lectura del libro de los Números 11, 25-29
En aquellos días, el Señor bajó en la Nube, habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos. En cuanto se posó sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar. Pero no volvieron a hacerlo.
Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque eran de los designados, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento.
Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:
«Eldad y Medad están profetizando en el campamento».
Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:
«Señor mío, Moisés, prohíbeselo».
Moisés le respondió:
«¿Es que estás tú celoso por mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizará!».
Palabra de Dios
Sal 18, 8. 10. 12-13. 14 
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
La ley del Señor es perfecta 
y es descanso del alma; 
el precepto del Señor es fiel 
e instruye al ignorante. R.
El temor del Señor es puro
y eternamente estable; 
los mandamientos del Señor son verdaderos 
y enteramente justos. R.
Aunque tu siervo es instruido por ellos
y guardarlos comporta una gran recompensa.
¿Quien conoce sus faltas?
Absuélveme de lo que se me oculta. R.
Preserva a tu siervo de la arrogancia, 
para que no me domine: 
así quedaré libre e inocente 
del gran pecado. R.
SEGUNDA LECTURA
Vuestra riqueza está podrida
Lectura de la carta del apóstol Santiago 5, 1-6
Atención, ahora, los ricos: llorad a gritos por las desgracias que se os vienen encima.
Vuestra riqueza está podrida y vuestros trajes se han apolillado. Vuestro oro y vuestra plata están oxidados y su herrumbre se convertirá en testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego.
¡Habéis acumulado riquezas… en los últimos días!
Mirad el jornal de los obreros que segaron vuestros campos, el que vosotros habéis retenido, está gritando, y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor del universo.
Habéis vivido con lujo sobre la tierra y os habéis dado a la gran vida, habéis cebado vuestros corazones para el día de la matanza. Habéis condenado, habéis asesinado al inocente, el cual no os ofrece resistencia.
Palabra de Dios
Aleluya CF. Jn 17, 17b.a
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Tu palabra, Señor, es verdad; 
santifícanos en la verdad. R.
EVANGELIO
El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si tu mano te induce a pecar, córtatela
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús:
«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros».
Jesús respondió:
«No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
Y el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la “gehenna”, al fuego que no se apaga.
Y, si tu pie te hace pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la “gehenna.”
Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la “gehenna”, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
¿SE ESCANDALIZA HOY?
Desde cierto punto de vista, parece que la sociedad actual está de vuelta de todo, y no se asombra ni escandaliza por nada. Por el contrario, se supervaloran publicitariamente ciertos escándalos; un lío de faldas, un hijo oculto que reclama una herencia millonaria, una fuga con gran desfalco económico o un crimen pasional pueden ocupar las primeras páginas de los periódicos o ser noticia de apertura en un telediario.

A algunos no les gusta la palabra “escándalo” porque les parece oscurantista, retrógada y beatona. Les suena a falta de libertad, a censura religiosa superada y a morbosa referencia sexual. Sin embargo es preciso reconocer que todos estamos en medio de una situación de escándalo activo, continuo y organizado. Es muy serio que la sociedad actual, por alardear de vanguardista, ridiculice las voces limpias que propugnan una concepción más seria y digna de la existencia.

Siempre se está a tiempo de cambiar, dando un giro de ciento ochenta grados, para recobrar los altos principios que hacen más habitable nuestro mundo y más fraternas nuestras relaciones; así los más “pequeños” y los jóvenes podrán confrontar la diferencia que existe entre la alegría que viene del respeto de la vida y la que es fruto de la explotación y violencia sobre los más débiles.

En el evangelio de este vigesimosexto domingo ordinario, Jesús nos pide que no escandalicemos a ninguno de los pequeños que creen en él. ¿Qué es el escándalo? Es un lazo o trabajo, una insidia, un obstáculo que impide avanzar, una ocasión de pecado. No hay que escandalizar a los creyentes más débiles, desviándolos del camino de la fe y conduciéndolos a una desorientación espiritual.

La mano, el pie y el ojo, de los que habla Cristo, son expresiones concretas que manifiestan el talante interior y la conducta moral del hombre. Con un lenguaje plástico radical Jesús manda “cortar” y “sacar” sin pretender la amputación física del cuerpo, sino invitando al recto obrar moral y a situarse con decisión en el camino del bien.

Es cristiano quien quita los obstáculos para caminar hacia Dios. El gran escándalo de los cristianos debe ser: creer cuando el mundo ironiza la fe; esperar cuando muchos se refugian en el absurdo; amar y perdonar cuando se predica la venganza. Cristo es el gran “escándalo” de ternura infinita que se nos ofrece a todos en el camino de la vida y el que por su cruz salva al mundo de sus escándalos.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Números 11, 25-29Sal 18, 8. 10. 12-13. 14
Santiago 5, 1-6san Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
de la Palabra a la Vida
Hasta los espíritus más organizados, más controladores, más responsables y ordenados, tienen la horma de su zapato en aquel que lo ha creado todo y lo ha dispuesto maravillosamente para nosotros, de tal manera que donde nosotros podríamos descubrir una nota discordante Dios ha dispuesto una puerta abierta a crecer en la comprensión de su forma de dirigir el mundo.

¿Cómo sabemos quién es de los nuestros? ¿cómo tenemos ordenados, situados a todos los que están de nuestro lado y, como en este caso, hablan bien de Dios? Los nuestros, los que vamos detrás del Señor, los que le seguimos por el camino de la vida, son aquellos que hablan bien de Dios… y hacen lo que Él hace. Porque si son capaces de hablar bien de Dios y de hacer lo que Dios hace, significa que, misteriosamente, han recibido la fuerza del Espíritu de Dios.

El Espíritu de Dios que, desde el principio, en el Génesis, es libre, sobrevuela por donde quiere, tiene a todos los que “son de Dios” constantemente despiertos, para poder reconocer su acción, como a Pedro y a Pablo les sucede tantas veces en Hechos de los Apóstoles. Ser de Dios supone una comunión con Él, comunión que viene por el Espíritu que une con Él, el Espíritu Santo.

Jesús enseña a los discípulos en el evangelio de hoy, entonces, a mantenerse alertas porque el Espíritu de Dios actúa generando nuevos creyentes donde quiere, y si a menudo los hay que se atribuyen el ser de Jesús pero luego no hacen lo que Él dice, con lo que difícilmente pueden ser realmente de los suyos, también es cierto que en muchas ocasiones encontramos gente que, sin haber sido instruidos, reconocen y quiere ser como Jesús. El buen discípulo, ante estos personajes, se regocija y agradece el poder de Dios, por eso los discípulos del Señor en el evangelio de hoy tienen que aprender a dar ese paso de confianza: si hablan bien de Cristo y hacen lo que Cristo hizo, no dudemos, ahí está actuando el Espíritu de Cristo. Un corazón dispuesto a ello vence toda tentación de exclusivismo o elitismo: vivimos en la santa Iglesia porque Dios es Santo, no por méritos propios de ningún tipo. Nuestra exigencia para hacer cristianos ha de ser como la de Jesús en el evangelio de hoy.

La celebración de la Iglesia, entonces, es el lugar en el que nos tenemos que reunir aquellos que hablamos bien de Cristo. Es el lugar en el que nos tenemos que reunir los que hacemos como hace Cristo. En muchas ocasiones en nuestra vida, ese testimonio puede ser implícito, lo hacemos bien porque nos sale, porque está en nosotros sembrado. En otras, ha de ser explícito, es decir, hay que explicar que es que nosotros seguimos a Cristo, somos discípulos suyos, y nos esforzamos por dar rienda suelta en nosotros a la acción del Espíritu Santo.

La celebración de la Iglesia nos tiene que ayudar a que desaparezca de nosotros cualquier forma de envidia o de recelo hacia lo que se demuestra de Dios, pero también nos tiene que ayudar a que se desarrolle en nosotros ese “sentido de Iglesia” que recibimos por la fe en nuestro bautismo, que nos ayuda a reconocer y diferenciar lo que es de Dios y lo que no, lo que nos acerca o acerca a otros a Dios, y lo que no. Porque Cristo es libre, actúa libremente, y con su Espíritu abre la Iglesia a confines mucho más lejanos que nuestras fuerzas.
Diego Figueroa

domingo, 23 de septiembre de 2018

PRIMERA LECTURA
Lo condenaremos a muerte ignominiosa
Lectura del libro de la Sabiduría 2, 12. 17-20
Se dijeron los impíos:
«Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida.
Veamos si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte
Si es el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos.
Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia.
Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según, dice Dios lo salvará».
Palabra de Dios
Sal 53, 3-4. 5. 6 y 8
R. El Señor sostiene mi vida.
Oh Dios, sálvame por tu nombre, 
sal por mí con tu poder. 
Oh Dios, escucha mi súplica, 
atiende a mis palabras. R.
Porque unos insolentes se alzan contra mí, 
y hombres violentos me persiguen a muerte, 
sin tener presente a Dios. R.
Dios es mi auxilio, 
el Señor sostiene mi vida. 
Te ofreceré un sacrificio voluntario, 
dando gracias a tu nombre, que es bueno. R.
SEGUNDA LECTURA
El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz
Lectura de la carta del apóstol Santiago 3, 16-4, 3
Queridos hermanos:
Donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencias y todo tipo de malas acciones.
En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera.
El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz.
¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros? Ambicionáis y no tenéis; asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada, lucháis y os hacéis la guerra, y no obtenéis porque no pedís.
Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. 2 Tes 2, 14
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Dios nos llamó por medio del Evangelio
para que sea nuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo. R.
EVANGELIO
El Hijo del hombre va a ser entregado. Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 9, 30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará».
Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó
«¿De qué discutíais por el camino?».
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
ACOGER A LOS NIÑOS
Una sociedad que se cuestiona la acogida de los niños más niños, a la hora del aborto, y que empieza a plantearse la exclusión de los más ancianos con la eutanasia, debe interrogarse seriamente sobre el sentido y la dignidad de su supervivencia.

El Evangelio de este domingo vigésimoquinto ordinario pone de relieve la figura del niño. Jesús, colocándolo en medio de los apóstoles, les hace y nos hace una fuerte interpelación, sin grandes discursos, quizás porque el niño es la palabra más concreta y más contestataria en la vida de los mayores. Cualquier niño es un mensaje precioso, porque representa la disponibilidad, el abandono sin cálculos, la entrega sin intereses, y es signo del antiorgullo.

Los discípulos de Jesús discutían sobre la jerarquía entre ellos, sobre sus valores y méritos. Todos se sentían importantes para ascender en el escalafón y llegar a ser el primero. Y de repente conocen su verdadera dimensión y nivel. ¿Quién es el más grande a los ojos de Cristo? Es precisamente el último, el más pequeño, el más humilde. ¿Quién es el primero? El servidor de todos.

Todo el discurso de Jesús choca contra los criterios competitivos de la sociedad actual pues el triunfador no es el más agresivo y autoritario, sino el más débil y sincero. El contrapunto a las grandes personas orgullosas son los débiles de este mundo, que aparentemente no tienen cosas que ofrecer, pero que son capaces de darse totalmente a sí mismos. Los auténticamente humildes, que son conscientes de sus límites y pobreza, son los que verdaderamente saben situarse en su puesto con capacidad de acogida, fruto de un corazón misericordioso. La gran riqueza de la Iglesia son multitud de personas sencillas, profundamente buenas, nada importantes, para los políticos, sociólogos y banqueros: mujeres que rezan el rosario, hombres que creen profundamente, jóvenes que tienen el coraje de manifestarse creyentes, religiosas que trabajan sin horario, enfermos que nunca desesperan y sonríen, etc. Todos ellos están a la sombra de la luz del mundo pero tienen un verdadero sol en su corazón.

Acoger a un niño es acoger a Cristo y al Padre que lo ha enviado. El reto que podemos olvidar fácilmente los creyentes es la conversión a los últimos puestos, en donde está la verdadera grandeza. Seguir a Cristo es transformar, como él, el mundo no desde los puestos de mando, sino desde abajo.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Sabiduría 2, 12. 17-20Sal 53, 3-4. 5. 6 y 8
Santiago 3, 16-4, 3san Marcos 9, 30-37

de la Palabra a la Vida
Prosiguen, en el evangelio de hoy, los recordatorios que Jesús hace, mientras instruye a sus discípulos del camino que les espera en Jerusalén. Es importante porque, siguiendo a Jesús, nos damos cuenta de que los buenos momentos suceden y se suceden, encontramos consuelo, encontramos buenas palabras, a veces el éxito o el agradecimiento de parte de los demás nos rodea, y podemos pensar que hay que mantener todo eso, que seguir a Jesús consiste en hablar, y hablar, y hablar, y que todos nos escuchen, y nos obedezcan, y pasen cosas milagrosas a nuestro lado…

Lógicamente, para alguien que hace muchas cosas bien, incluso seguir a Jesús es una cosa indudablemente buena, también toca preocuparse de que yo reciba el lugar que merezco. En mi familia, en mi parroquia, entre los sacerdotes… todos sabemos que está muy mal, que es feo eso de pretender subir a costa de Jesús, en su nombre, pero luego la realidad de la vida es que se nos olvida, y centramos en ello ilusiones, esperanzas… creemos que la sociedad o el mundo o quien sea, tienen que ir reconociendo nuestro buen hacer en la fe, y cedernos el sitio, los lugares importantes y los momentos decisivos en la vida.

Los discípulos se mueven en el evangelio de hoy en una lógica del merecimiento, de la importancia, y necesitan ser enseñados por Jesús, que les educa hoy con un ejemplo muy gráfico: un niño. Así los discípulos, cada vez que vean a un niño podrán recordar que lo que tienen que hacer es dedicarse a acoger a aquellos que no los van a poder hacer los más importantes, ni los más reconocidos, ni nada parecido. Un niño no tiene poderes, no tiene enchufes, no tiene para pagar nada material, tiene lo que es. Por eso, Jesús tiene que enseñar a los discípulos, y también así lo aprendemos nosotros, que la vida no es un camino de ambición sino de abajamiento, y que en el camino de ambición no se encuentra Jesús, porque Jesús está en el camino de abajamiento.

Por eso, quien sigue el camino de ambición sólo encuentra una mínima satisfacción que pasa por ambicionar más y más, según una lógica del derecho y del mérito, pero recorriendo un camino en el que no está Jesús, incluso cuando se hacen las cosas en su nombre: nadie más entregado que los discípulos, nadie más equivocado de camino. Porque en el camino de ambición uno se busca a sí mismo, se escucha a sí mismo, se autoconvence del bien que hace, mientras que en el camino de abajamiento uno mira a Dios, escucha a Dios, y se deja llevar, no por donde quiere y al precio que sea, sino al encuentro con Dios, que transita por ese otro camino, mucho menos poblado. Por eso, mientras que los discípulos tratan, en el evangelio de hoy, de hacer su propia vida, de construir su futuro, de buscarse seguridades, Jesús va por otro lado, porque sabe, con el salmista, que “Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida”.

¡Si aprendiéramos, cada día, cada domingo, en la celebración de la Iglesia, que es Cristo el que hace, el que nos sostiene, el que nos da ni más ni menos que lo que necesitamos, como a los niños! Cuanto más nos abajamos, cuanto menos reclamamos, más se ve y más vemos a Cristo. Desnaturalizamos la celebración si en ella pretendemos algún tipo de aparición estelar o de mérito, porque así quisieron hacer los discípulos con el Señor, y lo que lo hace aún peor: nos acostumbramos a desear que toda nuestra vida sea así.

Sólo cojamos el camino de abajamiento, que Dios nos sostiene, cuida de nosotros. A veces no es fácil de ver, no es agradable, ni siquiera justo a los ojos del mundo… pero así nos hizo justicia Dios.
Diego Figueroa

domingo, 16 de septiembre de 2018


PRIMERA LECTURA
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban
Lectura del libro de Isaías 50, 5-9a
El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí?
Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará?
Que se me acerque.
Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?Palabra de Dios
Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9
R. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Amo al Señor, porque escucha 
mi voz suplicante, 
porque inclina su oído hacia mí 
el día que lo invoco. R.
Me envolvían redes de muerte, 
me alcanzaron los lazos del abismo, 
caí en tristeza y angustia. 
Invoqué el nombre del Señor: 
«Señor, salva mi vida» R.
El Señor es benigno y justo, 
nuestro Dios es compasivo; 
el Señor guarda a los sencillos: 
estando yo sin fuerzas, me salvó R.
Arrancó mi alma de la muerte, 
mis ojos de las lágrimas, 
mis pies de la caída. 
Caminaré en presencia del Señor 
en el país de los vivos. R.
SEGUNDA LECTURA
La fe, si no tiene obras, está muerta
Lectura de la carta del apóstol Santiago 2, 14-18
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?
Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y que uno de vosotros les dice: «Id en paz; abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?
Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.
Pero alguno dirá:
«Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».
Palabra de Dios
Aleluya Gál 6, 14
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz del Señor, 
por lo cual el mundo está crucificado para mí, 
y yo para el mundo. R.
EVANGELIO
Tú eres el Mesías. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 8, 27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron:
«Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó:
«Tú eres el Mesías.»
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Y llamando a la gente y a sus discípulos, y les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque,quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma».
Palabra del Señor




omentario Pastoral
¿QUIÉN ES JESUCRISTO?
Es ésta la pregunta fundamental, de la que dependen la fe cristiana, la existencia de la Iglesia y la esperanza de la salvación. Es vital saber responder con exactitud. No valen definiciones aproximadas ni conceptos genéricos, como les pasaba a los contemporáneos de Jesús cuyas opiniones no eran coincidentes; le consideran como un Elías redivivo, como a Juan Bautista resucitado, como uno de tantos profetas que surgían en el pueblo para mantener la esperanza de la salvación definitiva prometida por Dios.

Después de veinte siglos Jesucristo es un gran desconocido para muchos hombres o un conocido imperfecto. ¿No será porque su figura histórica ha sido deformada de múltiples maneras, incluso en el seno mismo de la comunidad cristiana? 

¿Quién es Jesucristo? ¿El rey de los judíos? ¿El hijo del carpintero? ¿El Mesías? ¿El purificador del templo? ¿Un revolucionario auténtico? ¿El varón de dolores? Jesucristo más que una pregunta difícil es la respuesta clara de Dios.

El misterio de Jesús se hace accesible en la confesión de fe de Pedro, tal como nos lo narra el evangelio de este domingo vigésimocuarto ordinario: “Tú eres el Cristo”. Pedro manifiesta públicamente la novedad absoluta de Jesús, reconociéndolo como el Mesías prometido y presente. No era el Mesías revolucionario político, que iba a librar al pueblo elegido de la sumisión a la autoridad imperial de Roma, como lo esperaban los hebreos y lo presuponían incluso los mismos apóstoles. Jesús es el Mesías sufriente según la voluntad del Padre, el Mesías de la cruz.

Creer en Jesús supone una purificación contínua de la fe, superando reduccionismos sociológicos, empobrecimientos tradicionales y nostalgias míticas. La fe es vida, es pascua, es elección gozosa, es apertura a Dios infinito. La fe no nace de las obras, sino que florece en ellas. Por eso, creer en Jesucristo significa buscar el centro de todo no en uno mismo, sino fuera: en los otros y en Dios. Solo la fe que se expresa en el amor práctico y real podrá convencernos y convencer a los demás.
Creer en Jesucristo es encontrar la alegría de vivir, la verdad total, la esperanza del mundo, la paz en cualquier circunstancia, el freno a la locura colectiva. Jesús es la imagen de Dios invisible, el centro de la historia, la garantía de la eternidad.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 50, 5-9aSal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9
Santiago 2, 14-18san Marcos 8, 27-35

de la Palabra a la Vida
Les sucede a los discípulos con relativa frecuencia en el evangelio que olvidan para lo que ha venido el Señor. Hasta en tres ocasiones aparece el hecho de que Jesús les tenga que anunciar -o que recordar- que su destino conlleva la pasión, que la victoria no se va a realizar sin un auténtico abajamiento, que el Reino de Dios no se instaura sin que la semilla caiga en tierra y muera para que dé fruto.

Les sucede a los discípulos, pero nos sucede también a nosotros, por eso es que la Iglesia nos ofrece estos textos el día de hoy. Dios tiene una forma peculiar de ayudar a los hombres: ciertamente, y lo encontramos en el libro de Isaías, en la primera lectura de hoy, “el Señor me ayuda”. Pero lo hace de tal manera que no le evita al hombre el sufrimiento. Su ayuda, su auxilio, no evita el padecimiento, ni la persecución, ni la humillación, ni el dolor, ni siquiera la muerte al propio Hijo.

La forma de ayudar ante esas circunstancias a los hombres consiste en abrirles el horizonte, en ofrecer un sentido con el que poder afrontar todas esas dificultades. Mientras que nosotros, los hombres, pensamos en ayuda habitualmente como omisión de todo esfuerzo, como negación de la realidad, como quitar de en medio todo obstáculo, lo que Dios ofrece es una mirada larga ante lo que sucede.

Por eso el Hijo se empeña en que tiene que padecer: Él no quiere un camino fácil, un camino que no se corresponda con lo que es la vida de todos los hombres, al contrario, quiere hacer ese camino entero, pero sabiendo de la presencia y de la fortaleza de la Trinidad en su acción salvadora.

Así, el siervo de Yahvéh, en la primera lectura, el Hijo, en el evangelio, ofrecen no solamente una visión plena del misterio de nuestra salvación, misterio obrado por el Hijo de Dios para nuestra salvación, sino que también nos recuerdan a nosotros, porque como a los discípulos, nos sucede que se nos olvida con frecuencia, que no todas las dificultades, no todos los sufrimientos, no todas las pruebas, se nos ahorran. Casi podríamos decir que la mayoría de ellas no se nos ahorran, no se nos eliminan de en medio del camino como si fueran algo que se aparta con la mano sin más.

Por eso, pensar como los hombres, no como Dios, es pretender vivir apartando las dificultades como si fuéramos intocables… ¡el Hijo ha querido padecer por nuestra salvación! Quizás nos toque ver, en nuestras dificultades, una forma de unión con la salvación del Hijo, “contemplarla”, que diría san Pablo, en nuestras cosas, en nuestro tiempo. Por otro lado, pensar con Dios, no como los hombres, se hace yendo tras Jesús, no adelantándonos a Él. Ir en pos de Él conlleva ir como creyentes. Realmente, todos sabemos, en cualquier problema, cual es la solución más fácil y rápida, una acción milagrosa, poderosa de Dios que nos ahorre cualquier esfuerzo. Pero no se nos puede olvidar que ese no es el camino de Jesús, ni el de los discípulos, ni el nuestro.

Es un buen lugar la celebración de la Iglesia para poner esto a prueba. En la liturgia no me ahorro nada, ni un esfuerzo, ni una oración, ni un canto, ni la homilía… y así aprendo las formas de hacer de Dios. No sé yo más, no soy más listo, no hago como intenta hacer Pedro con Jesús, guiándole por otro camino: sé confiar, sé avanzar por el camino por el que avanza la Iglesia. Así lo aprendo, así ya no se me olvida luego, en nada.
Diego Figueroa

domingo, 9 de septiembre de 2018

PRIMERA LECTURA
Los oídos del sordo se abrirán, y cantará la lengua del mudo
Lectura del libro de Isaías 35, 4-7a
Decid a los inquietos:
«Sed fuertes, no temáis.
¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios.
Viene en persona y os salvará.
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo y cantará la lengua del mudo, porque han brotado aguas en el desierto y corrientes en la estepa.
El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial».
Palabra de Dios
Sal 145, 7. 8-9a. 9bc- 10
R. Alaba, alma mía, al Señor
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, 
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos. 
El Señor liberta a los cautivos. R.
El Señor abre los ojos al ciego, 
el Señor endereza a los que ya se doblan, 
el Señor ama a los justos, 
el Señor guarda a los peregrinos. R.
Sustenta al huérfano y a la viuda 
y trastorna el camino de los malvados. 
El Señor reina eternamente, 
tu Dios, Sión, de edad en edad. R.
SEGUNDA LECTURA
¿Acaso no eligió Dios a los pobres como herederos del reino?
Lectura de la carta del apóstol Santiago 2, 1-5
Hermanos míos, no mezcléis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con la aceptación de personas.
Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con un traje mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú siéntate aquí cómodamente», y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o «siéntate en el suelo, a mis pies», ¿no estás haciendo discriminaciones entre vosotros y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos?
Escuchad, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que lo aman?
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Mt 4, 23
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Jesús proclamaba el evangelio del reino, 
y curaba toda dolencia del pueblo. R.
EVANGELIO
Hace oír a los sordos y hablar a los mudos
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 7, 31-37
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá», (esto es: «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían:
«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
SORDOS Y MUDOS
“Señor, ábreme los labios y mi boca proclamará tu alabanza”. Es la primera oración cada mañana, de los que celebran el oficio divino. Podría ser también el comienzo de una súplica más amplia y constante de todos los creyentes. El cristiano, ya desde su bautismo cuando era niño, es invitado a tener bien abierto los oídos y la boca, como dice el texto del rito del “Effeta”, que cobra plena actualidad este domingo: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre”.

Es muy oportuno meditar hoy el evangelio de la curación del sordomudo, cuando han acabado las vacaciones de verano, las escuelas y colegios empiezan a abrir sus puertas, se reanuda el ritmo ordinario de trabajo en oficinas y negocios, y, sobre todo, cuando las comunidades cristianas comienzan a programar el curso pastoral. Con la serenidad que es fruto del descanso hay que prestar oído atento al susurro de lo transcendente y al eco de lo divino.

En un mundo en que hay mucha sordera para los gritos de los pobres y demasiados silencios deliberados y persistentes por intereses engañosos y egoístas, el cristiano debe escuchar y hablar. El hombre de fe se distingue por su sensibilidad para percibir, en medio de los ruidos del mundo, la voz de Dios y por su compromiso en hablar palabras de verdad, que cantan la alabanza del Señor y proclaman su nombre en medio de los hermanos.

Quien tiene oídos nuevos y los labios liberados del mal tiene también ojos abiertos para los demás, mano extendida hacia los necesitados, corazón limpio para testimoniar el amor verdadero.

Cristo dijo al sordomudo tocando sus oídos y su lengua: “effetá”, esto es, ábrete. Esta apertura física, fruto de la curación milagrosa, debe llevar a la apertura interior y espiritual. El hombre está demasiado encerrado en sí mismo, en sus problemas de horizonte pequeño. Abrirse a la fe es acoger la salvación, abandonar el recurso a las propias energías, confiar fundamentalmente en Dios, ver la luz de la esperanza. Para no ser sordos a la Palabra de Dios y sobre todo para poderla testimoniar con palabras y en la vida, hay que llegar al verdadero conocimiento de las Escrituras, transmitidas e interpretadas por la Iglesia.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 35, 4-7aSal 145, 7. 8-9a. 9bc- 10
Santiago 2, 1-5san Marcos 7, 31-37

de la Palabra a la Vida
“Han brotado aguas en el desierto”, así resume el profeta Isaías en la primera lectura de hoy la maravillosa acción de Dios en favor de los hombres que ha comenzado y aún no se ha completado. De hecho, ni siquiera ha llegado a su punto culminante, pues ese punto más alto, su plenitud, será la encarnación del Hijo de Dios.

Las aguas que brotan en el desierto resultan un hecho tan asombroso que sirve bien para anunciar que, entre los hombres, nace Dios. De tal manera que, lo que Dios anunciaba por los profetas, lo realiza por medio de su Hijo. En medio de un mundo que se ha convertido en corrupción, en pecado, en alejamiento de Dios, sucede algo asombroso: Dios se acerca. Se acerca tanto que se confunde pasa como uno más salvo para los corazones despiertos, que son capaces de creer que ese Jesús cumple lo que profetizaba Isaías. Cuando alguien ve a Jesús de Nazaret hacer esos milagros, esas curaciones, cuando escucha de sus labios sus palabras de perdón o de enseñanza, puede por acción de la fe, reconocer que ese que está delante es el que “todo lo ha hecho bien”, es el enviado de Dios, el Hijo de Dios.

Han pasado siglos desde las palabras de Isaías, y sin embargo, aquellos que sean perseverantes, aquellos que confíen en la perseverancia de Dios, en su constante preocupación, en la firmeza de su Alianza, aquellos que canten con el salmo que “el Señor mantiene su fidelidad perpetuamente”, no tendrán problema en reconocer que en Jesús se cumple el tiempo, se alcanza lo que para el hombre es inalcanzable, mas no para Dios. Rápidamente alguien podrá objetar que sí, que aquello es muy bonito, y que sin embargo lleva en la Iglesia veinte, cuarenta, ochenta años, creyendo, y aún no han visto semejantes cosas, que no ven cada domingo, o uno al año, ser curado un ciego o un paralítico en misa, y empezar a ver o echar a correr.

Sin embargo, eso que sí se anuncia para todos en la misma presencia del Señor, es decir, a su vuelta, sucede ahora en la forma en la que el Señor ha querido quedarse entre nosotros, es decir, en los sacramentos. Llevamos toda la vida celebrando sacramentos, viniendo a la iglesia, y, ¿no son nuestras celebraciones aquellos desiertos en los que brotan las aguas de la salvación, el río de la gracia? ¿no sucede en ellas que llegando nosotros, débiles y pecadores, ciegos, heridos, tristes, recibimos una gracia que nos repone para hacer el bien, para seguir al Señor, para verle y escucharle en la vida? El desierto de nuestra asamblea cobra vida porque el Señor con toda su potencia se hace presente en medio de ella, tal y como ha prometido, y confiere la gracia, recrea, salva. En los tiempos sacramentales que nos ha tocado vivir, la acción de Cristo es también así, sacramental: es decir, requiere la fe, una visión mejorada de las cosas, atada no a un poco de la realidad, sino a toda ella.

Por eso, las lecturas de hoy nos invitan a valorar lo que recibimos, a desear participar en la liturgia de la Iglesia, a aprender a contemplar en ella las palabras y las acciones de Dios, y a que podamos salir de ellas en el colmo del asombro: es decir, contemplando a Dios en medio de los hombres, su poder con nuestra debilidad, su santidad con nuestra flaqueza, que nos ayuden a afirmar también nosotros que, como en el Génesis, al principio, Dios “todo lo ha hecho bien”.
Diego Figueroa