domingo, 25 de noviembre de 2018

PRIMERA LECTURA
Su poder es un poder eterno
Lectura de la profecía de Daniel 7, 13-14
Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzo hacia el anciano y llegó hasta su presencia.
A él se le dio poder, honor y reino.
Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.
Su poder es un poder eterno y no cesará. ,
Su reino no acabará.
Palabra de Dios
Sal 92, lab. lc-2. 5
R. El Señor reina, vestido de majestad.
El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder. R.
Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno. R.
Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término. R.
SEGUNDA LECTURA
El príncipe de los reyes de la tierra nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios
Lectura del libro del Apocalipsis 1,5-8
Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra.
Al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre.
A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo traspasaron. Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra.
Sí. Amén.
Dice el Señor Dios:
«Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso».
Palabra de Dios
Aleluya Mc 11, 9. 10
R. Aleluya, aleluya, aleluya
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! R.
EVANGELIO
Tú lo dices: soy rey
Lectura del santo Evangelio según san Juan 18, 33b-37
En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús:
«¿Eres tú el rey de los judíos?».
Jesús le contestó:

«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».
Pilato replicó:
«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
Jesús le contestó:
«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
Pilato le dijo:
«Entonces, ¿tú eres rey?».
Jesús le contestó:
«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».


Palabra del Señor

domingo, 18 de noviembre de 2018

Comentario Pastoral
LAS REALIDADES ÚLTIMAS
En el mes de noviembre, en pleno clima otoñal, termina el año litúrgico. Hoy es el domingo penúltimo del tiempo ordinario y los cristianos somos convocados a una meditación sobre el fin del mundo y el cumplimiento de la historia de la salvación. Es bueno pensar serenamente en el final para poder entender mejor los principios, y sobre todo para saber vivir en el presente. Meditar en las realidades últimas es signo de valentía espiritual.

El evangelio de este domingo es uno de los textos más difíciles: el retorno de Cristo al fin del mundo para el juicio universal. Por encima de previsiones catastrofistas o apocalípticas, la enseñanza de Jesús está centrada en la “parusía” o segunda venida del Hijo del hombre. Es un acontecimiento positivo, el último de la historia de la salvación.

El Hijo de Dios, con la gloria del Resucitado hará un juicio y reunirá a todos los elegidos. Las imágenes cósmicas del sol, de la luna y de las estrellas subrayan la grandiosidad de esta venida gloriosa. Son, pues, un lenguaje simbólico que manifiesta la transcendencia del hecho y anuncia el punto culminante de la historia universal. La historia final del mundo no es una catástrofe sino una salvación para los elegidos. No podía ser de otra manera, pues ya en el comienzo de la historia humana, la creación fue el gran gesto de amor de Dios.

¿Cuándo será el retorno glorioso de Cristo? ¿Pronto o tarde? El cristiano no debe angustiarse por conocer anticipadamente el futuro ni vivir preocupado bajo concepciones milenaristas. El futuro está en las manos de Dios. Por eso el cristiano no está pendiente de curiosidades imaginarias para adivinar su futuro o el del mundo, sino vive el presente con actitud vigilante, positiva, esperanzada.

El hombre creyente se diferencia de quienes no lo son no por sus cualidades morales o éticas, ni por sus obras más perfectas, sino por su actitud vigilante ante el retorno del Señor, que se acerca. Por eso la fe hace que el hombre viva en esperanza y amor.

La parábola de la higuera es una invitación a la vigilancia y a la interpretación de los signos de los tiempos. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, se sabe que la primavera está cerca, pero que aún no ha comenzado. La palabra “cerca” es clave; los signos de los tiempos no anuncian el fin del mundo, sino la cercanía del fin para cualquier generación de ayer, de hoy y de mañana.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Daniel 12, 1-3Sal 15, 5 y 8. 9-10. 11
Hebreos 10, 11-14. 18san Marcos 13,24-32

de la Palabra a la Vida
De la misma manera que el año litúrgico se acaba, así todo tiene un fin. Si el recorrido anual que hacemos con Cristo tiene un punto omega, un final, no debemos pensar que todo lo que existe no lo tendrá. Por eso, también la Iglesia se sirve de las advertencias del Señor para mostrarnos cómo tenemos que hacer ante esa situación calamitosa, destructiva. Ante la angustia que sobrevenga a la humanidad, angustia porque no sabemos cómo afrontar tantas situaciones apocalípticas… que ya nos toca vivir, conviene que recordemos que el Señor viene para reunir con Él.

Conviene que no se nos olvide que la profecía de la Escritura dice que entonces se salvará tu pueblo. Por eso, ante el final de algo, ante la crisis de lo que se viene abajo, la actitud ha de ser creyente. No se trata de salir corriendo, se trata de correr a creer. Sólo es necesario ver cómo cae cada día, cómo caen tantas realidades en las que confiamos, cómo cae en tantos momentos lo que planificamos para que nos demos cuenta de que, en todas esas circunstancias la actitud que se le pide al hombre es que pase de ser observador a creyente.

“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa”, que el Salmo nos hace repetir hoy, es la constante confesión de fe que el hombre ha de hacer ante lo que cae en la vida, ante lo que se debilita, ante aquello en lo que esperaba, ante las personas que dudan o caen o me decepcionan:

“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa”. En estas palabras hay una promesa naciente de lo que el Señor dice en el evangelio, una promesa de confianza, de seguridad, de mucha serenidad. Quien se pasa la vida acumulando seguridades, temblando por cada circunstancia adversa o suceso, no ha hecho suya la confesión del salmista.

La Iglesia nos repite esta advertencia con su celebración dominical: Cada sábado cae la tarde, una semana llega a su fin, una semana de duros trabajos, de sufrimientos, de dificultades, de construir con perseverancia… y se acaba, pero entonces viene el Señor, viene el domingo, para recordarnos lo que no se acaba, lo que no pasa, por qué motivo conviene que el Señor siga siendo nuestra heredad, lo que recibimos a la muerte de la semana.

Y la Iglesia nos hace reunirnos, porque al fin de todo habrá una gran reunión, que de hecho ya ha comenzado. Conviene que no olvidemos por qué nos reunimos cada domingo, que lo recordemos a niños, a jóvenes, que nos lo recordemos cuando algo nos falte: el domingo nos advierte de que se puede caer todo, pero el Señor permanece. En Él nuestra confianza.

La asamblea de la Iglesia es esto, reunión confiada cuando tantas cosas caen. La Iglesia reunida son las ramas y yemas verdes, tiernas, que anuncian que perseverar en el Señor da fruto y hace dar fruto. Y no pasará la generación de la Iglesia, este pueblo creyente, sin que veamos cómo, a la caída de todo, el Señor se alza. Lo vemos ya en la liturgia, lo veremos en plenitud cuando el final sea absoluto. De ahí que, bien vivida, la celebración dominical sea una llamada a confiar, una invitación a mantenerse unidos al cáliz del Señor. ¿Qué actitud brota de mí ante lo que falla, ante lo que se viene abajo o manifiesta debilidad? ¿Aparece el miedo, el deseo de abandonar al Señor, de buscar seguridades inseguras? La serenidad.

El domingo nos enseña la serenidad. Tenemos al Señor, y “con él a mi derecha no vacilaré”. En medio de un mundo caprichoso y herido ante cada pérdida, la liturgia de la Iglesia nos enseña a seguir junto al Señor, creciendo, avanzando, confiando.
Diego Figueroa

domingo, 11 de noviembre de 2018

PRIMERA LECTURA
La viuda preparó con su harina una pequeña torta y se la llevó a Elías
Lectura del primer libro de los Reyes 17, 10-16
En aquellos días, se alzó el profeta Elías y fue a Sarepta. Traspasaba la puerta de la ciudad en el momento en el que una mujer viuda recogía por allí leña.
Elías la llamó y le dijo:
«Tráeme un poco de agua en un jarro, por favor, y beberé».
Cuando ella fue a traérsela, él volvió a gritarle:
«Tráeme, por favor, en tu mano un trozo de pan».
Respondió ella:
«Vive el Señor, tu Dios, que no me queda pan cocido; solo un puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza. Estoy recogiendo un par de palos, entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos».
Pero Elías le dijo:
«No temas. Entra y haz como has dicho, pero antes prepárame con la harina una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo lo harás después.
Porque así dice el Señor, Dios de Israel:
“La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”».
Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo.
Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.
Palabra de Dios
Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10
R. Alaba, alma mía, al Señor.
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos, 
da pan a los hambrientos. 
El Señor liberta a los cautivos. R.
El Señor abre los ojos al ciego, 
el Señor endereza a los que ya se doblan, 
el Señor ama a los justos. 
El Señor guarda a los peregrinos. R.
Sustenta al huérfano y a la viuda 
y trastorna el camino de los malvados. 
El Señor reina eternamente, 
tu Dios, Sión, de edad en edad. R.
SEGUNDA LECTURA
Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos
Lectura de la carta a los Hebreos 9, 24-28
Cristo entró no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.
Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena. Si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde la fundación del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de los tiempos, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.
Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio.
De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos.
La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que lo esperan.
Palabra de Dios
Aleluya Mt 5,3
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos. R.
EVANGELIO
Esta viuda pobre ha echado más que nadie
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 12, 38-44
En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA DONACIÓN DE DOS VIUDAS POBRES
En el domingo trigésimo segundo ordinario, los protagonistas de la liturgia de la Palabra de la Misa son dos pobres viudas, que en su indigencia material y por su fe en Dios encarnan la primera y fundamental bienaventuranza evangélica. La viuda que ofrece hospitalidad al profeta Elías, es premiada con un milagro que remedia su necesidad; la viuda del evangelio recibe el mejor elogio de Jesús por haber dado los “dos reales” que tenía. Las dos viudas, pobres e indefensas, pero generosas y llenas de fe, son como un símbolo de la donación total de Dios y del deber que nosotros tenemos de hacer partícipes de los propios bienes a los otros.

Para entender los dos relatos de hoy es preciso tener en cuenta que las viudas eran las personas más pobres entre los pobres. En la antigüedad era impensable una mujer sola y autónoma, pues o dependía del padre o del marido. La viuda no heredaba los bienes del marido, sino que era ella parte de la herencia del hijo primogénito. Por eso, una viuda sin padre o sin hijos mayores estaba expuesta a toda clase de angustias y riesgos.

La viuda de Sarepta solamente tenía un puñado de harina y un poco de aceite en la alcuza. Elías le pide un extraordinario acto de caridad: darle a él lo que le quedaba como último alimento para subsistir. Y ella cree en la palabra del profeta, que es portador de la promesa del Señor; por eso es premiada con la abundancia del don prometido y ya no le faltará nunca harina ni aceite.

El evangelio nos narra el gesto furtivo de otra viuda que echa en el cepillo del templo dos reales, todo lo que tenía para vivir. Jesús observa la escena y pone de relieve la vanagloria de los ricos y sus ofrendas sonoras frente al amor que expresa el óbolo insignificante de dos pequeñísimas monedas. Lo que Cristo resalta es el valor enorme de esta ofrenda y la intención que la acompaña. Los demás han dado lo superfluo, lo que les sobraba; la viuda, en su pobreza, dio todo lo que tenía para vivir, dio lo necesario. 

Dios no es un Dios de cantidades, sino de calidades. No calibra el exterior. Quiere corazones y voluntades. El amor no se mide desde la cantidad económica sino desde la calidad interior. Lo importante es la donación de sí mismo. Por eso cuando damos lo que “necesitamos para vivir” estamos entregando no sólo lo nuestro, sino a nosotros mismos. Repetimos y prolongamos entonces la acción de Cristo que salva con el sacrificio y ofrenda de sí mismo.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Reyes 17, 10-16Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10
Hebreos 9, 24-28san Marcos 12, 38-44

de la Palabra a la Vida
No es suficiente reconocer que en la vida se suceden multitud de contrastes para que podamos quedarnos tranquilos con lo que vemos. Decir que hay gran variedad de colores, gustos, posibilidades, etc… en cualquier ámbito de la vida, no soluciona la problemática de la vida misma. Los contrastes deben ser interpretados para comprender lo que nos quieren decir.

Entre aquellos escribas de los que habla Jesús en el evangelio de hoy y la viuda pobre hay contrastes. Y no basta con reconocerlos, hay que saber cómo los interpreta Jesús, para no hacer nosotros una interpretación interesada, sesgada, de lo que sucede.

Cuando la Iglesia se acerca al final del año litúrgico, cuando hemos recorrido casi entero este ciclo de Marcos, la analogía nos lleva siempre al final de la vida: ¿Cómo tenemos que llegar al final de la vida? Habiéndolo dado todo. Conviene llegar con poco para dar, porque la vida nos ha servido para darla, para darlo todo, para no reservarnos, para no buscarnos a nosotros mismos. Porque quien se ha buscado a sí mismo aparenta mucho, llama la atención, atrae, pero, ¡cuidado! La viuda, por el contrario, pide contemplación, mirarla bien. Ella lo ha dado todo y aún así mantiene la fidelidad. Y, aunque da poco en cantidad, da mucho en fidelidad, y esa fidelidad se convierte en reflejo de la fidelidad de Dios.

Por eso, el contraste, la variedad, de por sí no dicen mucho, más allá de una belleza o no primera, dicen si se ordenan, si se entienden, si se interpretan bien y Jesús aclara lo que quiere decirnos. Por eso, la fidelidad de la viuda manifiesta a un Dios que se ha dado a lo pobre, a lo pequeño, a lo despreciable, y que busca permanecer unido a ello para hacerlo más bello.

He ahí entonces, la santidad. Se puede perder mucho, muchísimo en la vida, pero no se puede perder la unión con el Señor. Se puede perder el dinero, las posesiones, la fama, la salud, o las pequeñas libertades, pero en todo caso ha de mantenerse la unión con el Señor, que es a la vez una unión con su pueblo, manifestado aquí en el Templo, el lugar santo. Cuando al cristiano le toca experimentar la pobreza, la indefensión, la soledad, porque siempre en la vida toca pasar por estas experiencias, uno siempre puede hacer un óbolo aparentemente pequeño en contraste con otros mucho más llamativos, pero grande, inmenso a los ojos de Dios, que consiste en seguir confiando en Él. Eso es lo que vemos en la mujer viuda de la primera lectura. Confiar en Él no consiste en que, en el último momento arregle mi situación y me haga pasar a lo que veo en contraste, significa saber que esa unidad no la voy a perder porque Dios la va a mantener. Confiar en Él no es un arreglo para este mundo, sino en una comunión eterna, en toda circunstancia, en el
tiempo y sin el tiempo.

Llegando al final del año, al final del tiempo, al final de lo que tengo y de lo que he considerado mis riquezas, las que fueran, en esta vida, con mis dos monedas muestro que sigo confiando en el Señor, en que Él no se va a separar de mí.

En la liturgia de la Iglesia, el cristiano experimenta que se encuentra ya en el principio de ese final, y su humanidad son esas dos monedillas con las que se reconoce y se alaba a Dios, con las que se le agradece y se le pide comunión, comunión, comunión: no separarse ante el final, manifestar ante todo su fidelidad. Así, en ese contraste, se hace visible el sentido de la vida, el sentido de lo que hemos recibido.
Diego Figueroa

domingo, 4 de noviembre de 2018

PRIMERA LECTURA
Escucha, Israel: Amarás al Señor con todo el corazón
Lectura del libro del Deuteronomio 6. 2-6
Moisés habló al pueblo diciendo:
«Teme al Señor, tu Dios, tú, tus hijos y nietos, y observando todos sus mandatos y preceptos, que yo te mando, todos los días de tu vida, a fin de que se prolonguen tus días. Escúchalo, pues, Israel, y esmérate en practicarlos, a fin de que te vaya bien y te multipliques, como te prometió el Señor, Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel.
Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo.
Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas las fuerzas.
Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón».
Palabra de Dios
Sal 17, 2-3a. 3bc 4. 47 y 51ab
R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Yo te amo, Señor; tú eres mí fortaleza; 
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R.
Dios mío, peña mía, refugio mío, 
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. 
Invoco al Señor de mi alabanza 
y quedo libre de mis enemigos. R.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca, 
sea ensalzado mi Dios y Salvador. 
Tú diste gran victoria a tu rey, 
tuviste misericordia de tu ungido. R.
SEGUNDA LECTURA
Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa
Lectura de la carta a los Hebreos 7. 23-28
Hermanos:
Ha habido multitud de sacerdotes de la anterior Alianza, porque la muerte les impedía permanecer; en cambio, Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos.
Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.
Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
En efecto, la ley hace sumos sacerdotes a hombres llenos de debilidades. En cambio, la palabra del juramento, posterior a la ley, consagra al Hijo, perfecto para siempre.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Jn 14, 23
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El que me ama guardará mi palabra – dice el Señor -, 
y mi Padre lo amará, y vendremos a él. R.
EVANGELIO
Amarás al Señor, tu Dios. Amaras a tu prójimo
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 12, 28b-34
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos».
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral

AMOR A DOS CARAS
Cuál es la verdadera religión? En el torbellino de ideologías y de religiones que se entrecruzan y atropellan en nuestro tiempo es preciso ver claro y alcanzar la virtud que nos mueve a dar a Dios el culto debido. Vivir en la religión auténtica es ver la estrella que ilumina la existencia y encontrar el camino recto y bueno.

El evangelio de este domingo resplandece como una luz en medio de la oscuridad de los interrogantes y de las perplejidades modernas. Invita a la vivencia total del amor, que se manifiesta en dos rostros inseparables.

Ante todo, Dios es el amor absoluto, infinito, total, que se merece ser amado. Él es el principio de la vida y a la vez el que da sentido a esta vida. La razón de que amemos a Dios es que él nos ha amado primero; este pensamiento debe mover toda nuestra existencia, el corazón y la mente. La aventura del amor de Dios es un viaje a la eternidad, que comienza aquí abajo y se consumará en el paraíso. Este es el regalo más sublime y más exigente, al que podemos corresponder amando, aunque sea desde nuestra desconcertante debilidad y pobreza.

Pero Dios quiere darse a conocer en lo concreto del mundo y de nuestra vida. La otra cara de la medalla tiene multitud innumerable de rostros. Son todos los hombres, imágenes vivas de Dios, a los que se debe reconocer como hermanos y querer. No les hemos escogido nosotros; ha sido Dios quien los ha colocado en nuestro camino, para que les amemos como él, gratuitamente, incansablemente.

Nunca se pueden separar las dos caras de un único amor. Dios y los hombres son lo mismo; no se puede optar o preferir uno sobre los otros. Querer amar a Dios sin amar al prójimo es un egoísmo camuflado en la vivencia de una religión hipócrita y una caricatura de la caridad evangélica.

Las dos caras del amor están unidas para siempre. Amar es ver la imagen de Dios en el corazón del hombre, es mirar al hermano que revela a Dios. En Cristo lo divino y lo humano se hacen unidad. Amando a Cristo, amamos a Dios y a todos los hombres, pues en su corazón todos están presentes y nadie excluido. Por eso el cristianismo es la religión del amor. Solamente podremos ser felices si amamos vertical y horizontalmente.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Deuteronomio 6. 2-6Sal 17, 2 3a. 3bc 4. 47 y 5lab
Hebreos 7. 23-28san Marcos 12, 28b-34
de la Palabra a la Vida
Un mandamiento de la Ley no es un protocolo en el trabajo: un mandamiento que Dios da a los hombres nace de lo que Dios es. Por eso, para poder cumplir con unos mandamientos recibidos de Dios, el hombre tiene que aprender lo que Dios es, tiene que experimentar con Dios, conocerse y tratarse. Si el hombre aprende a escuchar, si es capaz de relacionarse con Dios comprenderá que Dios no le ofrece algo casual, sin importancia, que pueda cambiarse por otra forma de hacer, sino que en esos mandamientos el hombre va a poder conocer mejor a Dios. Dios da mandamientos a su pueblo para que lo conozca mejor y lo ame más.

De ahí que saber conducirse por la vida parte de saber que Dios es el único Señor. La experiencia de Israel, de pueblo liberado de la esclavitud, no le tiene que abrir la puerta a creer sin más, a creer en un Dios que les ha sido benévolo en circunstancias adversas, sino en que este es el Dios que tiene poder sobre todo, no puede haber otro igual. No, ni igual ni parecido, no puede haber otro. Y todo lo que vivan, todo lo que decidan, les tendrá que servir para no olvidarse de que ellos no son dioses, de que otros no son dioses, de que no hay otros dioses: en su mente, en su corazón, en su frente y en sus muñecas, Israel deberá mantener el recuerdo de que Yahveh es el único Señor. La vida consiste en llevar esta Ley, en llevar lo que Dios es, a lo profundo del corazón, porque una vez que esta relación con el único Dios haya traspasado de lo superficial a lo profundo del corazón, entonces podrá afectar a todo lo que salga del corazón, Dios afectará a toda la inteligencia y a toda la voluntad, que en él residen.

Jesucristo va a renovar la antigua Ley de una forma misteriosa: el mandamiento es el mismo, sigue siendo válido, pero ahora todo el mundo va a poder comprobar hasta dónde puede llegar el amor que Dios tiene por los hombres, el que Él pide, pues Dios puede ahora amar con un corazón humano, con un amor humano desde el que irradiar el amor divino. Quien acoja ese amor humano del Hijo de Dios, recibirá el amor divino que en su ser Dios nos ha traído. La segunda lectura nos advierte, de hecho, de la importancia de esto: Cristo, el sacerdote, el Dios y hombre, el mediador entre Dios y los hombres, ha cumplido como hombre el mandamiento primero, y ahora llena de fortaleza a quien lo escucha y obedece.

La celebración de la Iglesia, de hecho, es una profundización en el primer mandamiento: todo en ella tiene que recordar que Dios es el único Señor, todo en ella tiene que recordar que Dios ama al hombre y le pide que le escuche y obedezca. En el momento en el que el hombre asume el papel de Dios en la celebración, entonces pierde esa relación.

En la celebración de la Iglesia somos conducidos, como pueblo, a descubrir el amor que Dios nos tiene, y así somos llevados a un amor mayor, que deseamos y que recibimos para poder dar luego, en la vida. Por eso, el mandamiento se convierte en algo inalcanzable para el que busca por libre, para el que prefiere no escuchar, para el que, creyendo saber más, ocupa el lugar del único Señor.

Es admirable, así, lo maravilloso del mandamiento: No ha quedado arrinconado en tablas de piedra, sino que ha sido llevado a lo profundo del corazón de la Iglesia, a su celebración, donde Dios busca hacerse primero por la entrega del Hijo para cada uno de nosotros.
Diego Figueroa