domingo, 25 de agosto de 2019

PRIMERA LECTURA
De todos las naciones traerán a todos vuestros hermanos
Lectura del libro de Isaías 66, 18-21
Esto dice el Señor:
«Yo, conociendo sus obras y sus pensamientos, vendré para reunir las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria.
Les daré una señal, y de entre ellos enviaré supervivientes a las naciones: a Tarsis, Libia y Lidia ( tiradores de arco), Túbal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria.
Ellos anunciarán mi gloria a las naciones.
Y de todos las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos, a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi santa montaña de Jerusalén – dice el Señor -, asó como los hijos de Israel traen ofrendas, en vasos purificados, al templo del Señor.
También de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas – dice el Señor -».
Palabra de Dios
Sal 116, 1. 2
R. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Alabad al Señor todas las naciones, 
aclamadlo todos los pueblos. R.
Firme es su misericordia con nosotros, 
su fidelidad dura por siempre. R.
SEGUNDA LECTURA
El Señor reprende a los que ama
Lectura de la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13
Hermanos:
Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron:
«Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».
Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce frutos apacible de justicia a los ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 14, 6bc
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Yo soy el camino y la verdad y la vida – dice el señor -; 
nadie va al Padre sino por mí. R.
EVANGELIO
Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 22-30
En aquel tiempo, Jesús, pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salven?».
Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo:
“Señor, ábrenos”; pero él os dirá:
“No sé quiénes sois”.
Entonces comenzaréis a decir.
“Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá:
“No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad.”
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a lsaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».
Palabra del Señor


Comentario Pastoral
ESFORZARSE POR LA SALVACIÓN
La salvación siempre supone esfuerzo, decisión, conversión continua. El Reino que se nos promete es para los valientes, animosos y alentados. Para salvarse no basta con estar inscrito en el registro parroquial, ni haber entrado una vez a la Iglesia por medio del bautismo, sin querer entrar todos los días por la puerta estrecha de la fidelidad al mensaje evangélico y del compromiso personal.

Las puertas de la gracia se abren de par en par, pero son estrechas, pues la oferta de perdón y salvación supone y exige adelgazar en nuestra cobardía y egoísmo. Nuestro verdadero salvoconducto o pasaporte no es aquel que dice: “católico de toda la vida” ó “bautizado de niño”, sino la hoja de servicios de cada día que con borrones testimonia nuestra actitud personal de conversión y esfuerzo por superar el pecado.

No nos vale decir al Señor que “hemos comido y bebido contigo…”, pues este argumento solamente puede significar que hemos conocido a Jesús, pero no hemos transformado nuestra vida bajo las exigencias de su llamada. 

Lo más consolador del evangelio de este domingo es que “los últimos serán los primeros”. Estamos a tiempo. No hay lugar para el desánimo. Tenemos puesto reservado para sentarnos a la mesa en el Reino de Dios, si practicamos la justicia. Lo que importa es avanzar por el camino estrecho que nos lleva a la salvación.

Toda la liturgia de este domingo es un canto a la salvación universal, al amor infinito de Dios que no conoce barreras raciales, políticas ni sociales; a la misteriosa riqueza escondida en el corazón de cada hombre justo, invitando al diálogo, al respeto mutuo, a la comunión.

Todos debemos temer la frase terrible de Cristo: “No sé quiénes sois”, aunque hayamos enseñado en su nombre y celebrado los ritos en su memoria. No hay que olvidar las palabras de extrema dureza que abundan en el Evangelio.

En la otra vida quedará confirmado el alejamiento de Dios que uno ha buscado voluntariamente en ésta. Y los que parecían últimos precederán a los que se creían primero.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
La paradoja es un recurso típico en la teología para expresar la presencia del misterio de Dios, de lo que se hace cercano a la vez que es inefable. Sólo hace una semana escuchábamos que el Señor no había venido a traer paz sino división. Esa división, de hecho, era el camino para la paz. Hoy la paz es sustituida por otra expresión que habla de la unión con Cristo: reunificación. “Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua”, profetiza Isaías. “Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”, anuncia Cristo a sus discípulos. Él mismo es el punto de reunión, la causa y el destino de la reunificación es la victoria de Cristo, y a participar en esa victoria vendrán de cerca y de lejos.

Es más, muchos que puede parecer que están lejos, en realidad, paradójicamente, están cerca (“últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”) y entrarán al sitio preparado para ellos. La referencia a la puerta estrecha es una forma más de anunciar que Cristo va a reunir a los suyos en su casa. Incluso cuando el Señor envía a sus discípulos salir a anunciar el evangelio por el mundo, tal y como canta el Salmo responsorial, la intención del Señor es clara: reunir a gentes de todos los pueblos. No se entiende salir de casa si no es para hacer regresar a otros, si no es para ofrecer el calor de la casa del Padre a todos los que están a la intemperie, en cualquier punto del espacio y del tiempo. Para salir, paradójicamente, es necesario entrar, ser llamado para ser enviado.

Es por esto que el anuncio de Jesús y de los suyos es “católico”: se dirige a todos los hombres de todos los pueblos, a todos a los que el Señor ha hecho sus hermanos. Por eso, el anuncio del Señor en el evangelio de hoy trasluce una experiencia eclesial muy fuerte: ser cristiano supone una experiencia en la que uno se reconoce llamado, atraído por Cristo a sentarse a su mesa, venga yo desde donde venga. Alguien ha venido desde la casa de Dios a llevarme a sentar a su mesa. 

Alguien que además me ha mostrado el camino, Cristo, y la puerta, estrecha. Cristo revela a un Dios que viene a buscarnos, que no conoce límite en su ilusión y en sus esfuerzos por llevarnos consigo. Pero que espera un corazón agradecido ante su deseo. Espera una respuesta que valore el abajamiento del Hijo de Dios para llamarnos hermanos. Paradójicamente, el Dios que nos acoge y espera con los brazos abiertos, nos prepara una puerta estrecha… misterios de Dios que aceptamos o no comprenderemos.

No hay lugar donde se manifieste esta conciencia como la celebración litúrgica de la Iglesia. Llamados de todas las naciones, de cerca y de lejos. Si vivimos agradecidos, si experimentamos que hemos sido llamados por pura gracia, si participamos convencidos de que Dios nos ha llamado a integrarnos así en su familia, entonces veremos en esa liturgia el germen de lo que Cristo profetiza en el evangelio. Quien cree viendo lo poco, podrá disfrutar viviendo en lo mucho. La celebración de los hermanos con el Padre que los convoca es siempre un momento festivo, feliz, en el que todos pueden sentirse identificados, en el que el cristiano puede empezar a gozar de la catolicidad evangélica. El pueblo sacerdotal que anuncia Isaías alabará a Dios tal y como haya hecho en la liturgia, si la fe le permite ver lo que verá. ¿Me alegro de que otros sean atraídos conmigo hacia Dios? ¿Deseo la reunión de toda la humanidad en presencia del Padre? ¿Vivo la celebración litúrgica como promesa de esa reunión final?

La prenda de lo que Cristo anuncia en el evangelio de hoy es la Iglesia, pero también en ella solamente viviendo como hermanos nosotros seremos signo de lo que estamos llamados a ser, de la reunión final que Cristo promueve con su Espíritu cada día, y no es la comodidad, sino el movimiento, lo que expresa bien la llamada recibida.
Diego Figueroa

domingo, 18 de agosto de 2019

PRIMERA LECTURA
Me has engendrado para pleitear por todo el país
Lectura del libro de Jeremías 38, 4-6. 8-10
En aquellos días, los dignatarios dijeron al rey:
«Hay que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia».
Respondió el rey Sedecías:
«Ahí lo tenéis, en vuestras manos. Nada puedo hacer yo contra vosotros».
Ellos se apoderaron de Jeremías y lo metieron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. Jeremías se hundió en el lodo del fondo, pues el aljibe no tenía agua.
Ebedmelek abandonó el palacio, fue al rey y le dijo:
«Mi rey y señor, esos hombres han tratado injustamente al profeta Jeremías al arrojarlo al aljibe, donde sin duda morirá de hambre, pues no queda pan en la ciudad».
Entonces el rey ordenó a Ebedmélec, el cusita:
«Toma tres hombres a tu mando y sacad al profeta Jeremías del aljibe antes de que muera».
Palabra de Dios
Sal 39, 2. 3: 4. 18
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Yo esperaba con ansia al Señor; 
él se inclinó y escuchó mi grito. R.
Me levantó de la fosa fatal, 
de la charca fangosa; 
afianzó mis pies sobre roca, 
y aseguró mis pasos. R.
Me puso en la boca un cántico nuevo, 
un himno a nuestro Dios. 
Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos 
y confiaron en el Señor. R.
Yo soy pobre y desgraciado, 
pero el Señor se cuida de mí; 
tú eres mi auxilio y mi liberación: 
Dios mío, no tardes. R.
SEGUNDA LECTURA
Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca
Lectura de la carta a los Hebreos 12, 1-4
Hermanos:
Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 10, 27
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Mis ovejas escuchan mi voz – dice el Señor -, 
y yo las conozco, y ellas me siguen. R.
EVANGELIO
No he venido a traer paz, sino división
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12, 49-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división.
Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
EL RIESGO DEL TESTIMONIO
Aceptar con todas las consecuencias la misión de ser profeta y portavoz de Dios es una dura carga, llena de incomprensiones y de riesgos; porque mantener la fidelidad a Dios es más difícil que ser fiel a los hombres. El profeta de todos los tiempos ha sufrido persecuciones y desconocimiento de los más cercanos. Le pasó a Jeremías, porque hablaba claro; por eso quisieron hundirlo en el lodo del aljibe, para ahogar su palabra. Y le pasó a Jesús, que soportó la cruz y la oposición de los pecadores, renunciando al gozo inmediato. Es un aviso para los cristianos en los momentos de lucha o desánimo.

Aceptar a Jesús nos lleva a ser presencia contestataria en medio de la sociedad y dentro de la propia familia. El seguimiento de Cristo puede suponer en el cristiano continuidad de sufrimientos, de conflictos, separaciones y enemistades. 

Cuando se medita la frase de Jesús en el Evangelio de este domingo: “Yo he venido a prender fuego en el mundo”, se comprende que hay que anunciar el Evangelio con calor y pasión, sin tibiezas. Con palabras tibias contribuimos a mantener medianías y situaciones difusas.

Siempre el cristiano ha de testimoniar el valor profundo de la paz, que no es comodidad, aceptación de la injusticia o simple convivencia perezosa. Porque Cristo luchó por la verdadera paz, que es la defensa del hombre, murió víctima de la violencia. Quien sufre por amor al Crucificado debe ver en ello una ratificación de la rectitud de su fe y del camino de su vida.

La palabra de Dios es fuego que quema nuestra frialdad, fuerza que nos lanza al futuro, energía que nos mueve a correr, levadura que hace explotar la masa de nuestra hipocresía.

La fidelidad a la Palabra de Dios comporta una lucha contra sí mismo y contra las estructuras injustas y pecadoras que nos asedian. Por eso es necesaria, la perseverancia, para no caer en la enfermedad típica de nuestro tiempo, que se llama superficialidad. El creyente debe ser fiel, vigilante y decidido.

La Palabra de Dios es fuente de comprensión del sentido de la vida y de la historia, con el riesgo de soportar la cruz sin miedo a la ignominia.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
La paz no es el fruto de un proceso de serenidad que uno afronta metodológicamente y desarrolla dentro de sí. No es el final de un camino de desintereses o insensibilidades, no es la meta de un camino relativista. “La paz os dejo, mi paz os doy”, dice Jesús en su despedida de los discípulos en el evangelio según san Juan. La paz es un fruto de la Pascua, don que Cristo concede, el Espíritu Santo, pero es también una tarea que debe ser realizada en colaboración con el que acepta el don. Instaurar esa paz requiere ser signo de contradicción; requiere, aun con las mejores intenciones y con las mejores maneras, una división, un discernimiento, una decisión. Sí, realmente, si quieres la paz, has de prepararte para la guerra, para que, desde dentro, desde la propia conciencia, la lucha de cada decisión por Cristo y como Cristo, cree una situación de comunión y orden interior, personal y misteriosa. Como cada persona va acogiendo o rechazando la fe de manera individual, según su propio corazón, así se va estableciendo esa división.

Por eso Jeremías aparece en la primera lectura como signo de contradicción: hay que darle muerte por lo que dice y hace, y sin embargo, hay que salvarle de la muerte por la verdad de lo que ha dicho y hecho. Así se entiende también la advertencia del Señor en el evangelio: “No he venido a traer paz, sino división”. Sí, porque no todo el mundo va a tomar la misma decisión ante Cristo, y una decisión tomada en lo profundo del corazón, sea la que sea, se distanciará en la vida de la de otros. Nuestras acciones revelarán que aceptamos o que rechazamos a Cristo. Ciertamente, el Señor ha venido a ser luz en la tiniebla, y eso supone un discernimiento serio que ha de darse en el interior del discípulo, en lo profundo de la conciencia, pero también en la misma sociedad, como sucede con Jeremías en la primera lectura, y en la célula más importante de la misma sociedad como es la familia, en el ejemplo que pone el Señor en el evangelio: en una misma familia, cada miembro decidirá sobre su fe en Cristo según su corazón, y eso creará divisiones con total seguridad.

Y, ¿cuál es el criterio más profundo e importante para decidir sobre Jesús? En realidad, ese criterio lo dibuja Jeremías en la primera lectura: es su muerte. Ante su muerte, incluso muchos que desearon que esta sucediera, se retraen, cambian de opinión, piden su vida reconociendo la verdad que anunciaba. La muerte, no del profeta, que no sucede, sino la de Cristo, que sí se da, será el elemento decisivo: el misterio pascual ha de iluminar la decisión de cada hombre. Jesús no es un líder intocable, no es un personaje ante el que no haya libertad de decisión. Jesús ha pasado por la muerte a la vida eterna, y esto debe ser aceptado cuando, en nuestro corazón, la vida nos pide también a nosotros que se realice el misterio pascual, esto es, negarnos a nosotros mismos, dar muerte a nuestros caprichos, planes o deseos, y dejar que se haga la voluntad del Padre misteriosamente. En mis decisiones, ¿cuáles son producto de mi fe en el misterio pascual de Cristo? ¿cuales evitan que se renueve en mí la Pascua de Cristo? Esa división trae Cristo, esa división bien elegida conduce a la paz, sabiendo del paso por la muerte, que no siempre hay un Ebedmelek que nos ahorre el trance.

En su liturgia, la Iglesia busca animarnos a elegir seguir a Cristo. Quiere provocar esa división, ese discernimiento que nos lleve a desear sólo lo que Dios desea, por la fe en el nombre de Cristo. Por eso, la oración del Salmo responsorial: “Señor, date prisa en socorrerme” busca precisamente esto, que el creyente tome conciencia de que tomando la difícil decisión del seguimiento de Cristo no va a encontrarse solo en la división, no va a encontrarse abandonado ante la muerte a sí mismo, sino sostenido por la paz y el consuelo de Jesucristo, el Espíritu Santo.
Diego Figueroa

sábado, 10 de agosto de 2019

PRIMERA LECTURA
Con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti
Lectura del libro de la Sabiduría 18, 6-9
La noche de la liberación les fue preanunciada a nuestros antepasado, para que, sabiendo con certeza en que promesas creían, tuvieran buen ánimo.
Tu pueblo esperaba la salvación de los justos y la perdición de los enemigos, pues con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
Los piadosos hijos de los justos ofrecían sacrificios en secreto y establecieron unánimes esta ley divina: que los fieles compartirían los mismos bienes y peligros, después de haber cantado las alabanzas de los antepasados.
Palabra de Dios
Sal 32, 1 y 12. 18-19. 20 y 22
R. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Aclamad, justos, al Señor, 
que merece la alabanza de los buenos. 
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, 
el pueblo que él se escogió como heredad. R
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme, 
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor: 
él es nuestro auxilio y escudo. 
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, 
como lo esperamos de ti. R.
SEGUNDA LECTURA
Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios
Lectura de la carta a los Hebreos 11, 1-2. 8-19
Hermanos:
La fe es fundamento de lo que se espera, y garanatía de lo que no se ve.
Por ella son recordados los antiguos.
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo.
Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.
Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia».
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.
Palabra de Dios
Aleluya Mt 24, 42a. 44
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Estad en vela y preparados, 
porque a la hora que menos penséis
viene el Hijo del hombre. R.
EVANGELIO
Estad preparados
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12, 32-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo.
Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?».
El Señor le respondió:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que les reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijese para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.
El criado que conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».
Palabra del Señor
Comentario Pastoral
VIGILANTES DESDE LA FE
Hoy se nos vuelve a presentar el tema de la vigilancia. Estar en vela significa renunciar al sueño de la noche. Se suele renunciar al sueño para prolongar el trabajo, para cuidar a un enfermo, para evitar ser sorprendido por el enemigo. Por eso estar en vela es lo mismo que ser vigilante, luchar contra el torpor y la negligencia a fin de conseguir lo que nos proponemos.

El cristiano vive en vigilia para estar pronto a recibir al Señor cuando llegue, ya sea entrada la noche o de madrugada. Todos sabemos que los trabajos de día son más activos, que en la luz estamos más despreocupados. Sin embargo, por la noche instintivamente nos situamos en actitud más expectante, agudizamos el oído ante cualquier ruido, somos más sensibles ante cualquier destello de luz. De ahí que ser vigilante es siempre un trabajo comprometido y responsable, sobre todo cuando hay que vivir en la noche sin ser de la noche.

Mal se puede vigilar si la lámpara de la fe está apagada o escasea el aceite de la esperanza. La alerta supone atención a lo primordial y despego de lo accesorio; exige también sobriedad, es decir, renuncia a los excesos nocturnos. Y no hay que ser vigilante solamente un día, sino todos, pues el cristiano es el hombre perseverante que espera siempre el retorno del Señor. Y porque la vigilancia es el modo de vivir en cristiano, debe estar acompañada de oración, para no sucumbir a la tentación que nos aparte de beber el cáliz, como Cristo en la noche de Getsemaní, o que nos insensibilice en el sopor y sueño de una lánguida existencia.

La llamada a estar atentos, a no perder la gran noche de la liberación, a no ilusionarse porque “el patrón tarda en venir” nos introduce en uno de los temas fundamentales de la experiencia cristiana, que es tensión, movimiento, espera, vigilancia. 

Frente a un cristianismo somnoliento y despreocupado, el Señor nos convoca a vivir con fe despierta, cordial, sensible, palpitante. Vigilar es esperar. El amor nos mantiene despiertos en nuestro camino terreno y nos orienta hacia la esperanza.

Creer es esperar y amar. La salvación no se nos da en tranquila posesión, sino en promesa.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Olvidar lo que somos nos pone en una situación delicada ante las decisiones del día a día. En verano, en vacaciones, podemos olvidar las responsabilidades que nos agobian durante buena parte del curso, que nos preocupan. Pero olvidarnos de lo que somos, nunca, no puede ser, de ninguna manera. Por eso, la Iglesia nos recuerda en pleno verano que somos la heredad del Señor. Cuando el Señor pasó provocando “la salvación de los creyentes y la perdición de los enemigos”, Israel ya no tuvo duda de ser el pueblo elegido por Dios, “el pueblo que el Señor se escogió como heredad”, por medio del cual el Señor iba a mostrar su grandeza a todos los pueblos, con semejante victoria sobre el poderoso Egipto. Aquella noche, Israel tenía que esperar el paso del Señor vigilante, para salir a caminar al desierto nada más ser llamado.

Así, con “la cintura ceñida y la lámpara encendida” es como el administrador fiel espera encontrar a su criado. Velando. Siempre atento a su llegada, en la noche, para servirle. Los discípulos que el Señor ha elegido, aquellos que ha puesto al frente de los que le siguen, han de ser también fieles y solícitos. Fieles significa unidos a su Señor, unidos a la voluntad de su Señor, y por tanto dispuestos a que se haga no la voluntad propia, sino la de Cristo. Solícitos significa prestos, no perezosos ni vencidos ante la tentación de omitir la voluntad de Cristo, de dejarla para luego porque “el amo tarda”.

Ser la heredad del Señor, haber sido llamados de la noche a la luz, de la esclavitud a la libertad del siervo de Dios, significa reconocerse mirados por el Señor, favorecidos por el Todopoderoso, pero supone también que saben lo que el amo quiere, que ellos son los que tienen que llevar a cabo el plan de Dios. En la medida en la que sean fieles y solícitos recibirán los premios eternos. En la medida en que sean egoístas y holgazanes recibirán “muchos azotes”, el justo castigo.

Porque sí, ese final del pasaje evangélico resulta inquietante para los que, como nosotros, cristianos, llamados por el Señor en el evangelio y miembros de la Iglesia hoy, no dudamos de ser los que hemos recibido “lo mucho”. Ciertamente, el Señor busca la manera de motivar a los suyos para que sean administradores fieles y solícitos.

Participar en la celebración de la Iglesia es tener certeza de haber recibido esta llamada y es una constante motivación para que la gracia que Dios nos da la administremos oportunamente en beneficio de nuestros hermanos. La liturgia de la Palabra es, cada día, una constante provocación para que no nazca en nosotros el ir a lo nuestro, el dejar para más tarde las cosas de Dios, el mirar a los hermanos como personajes molestos a los que no tengo que atender. Con esas actitudes, lejos de tener la cintura ceñida, damos a entender que pensamos que “el Señor tardará”, por mucho que participando en la misa demos a entender que el Señor viene. Es en la escucha de la Palabra de Dios donde el cristiano reconoce que tiene que estar preparado, que el Señor viene, que otros reclaman mi atención y mi servicio.

La Carta a los Hebreos nos ofrece hoy ese “elogio de la fe” que desgrana paso a paso la fe de Abraham: Él escuchó la voz del Señor y se convirtió en administrador de su llamada. La fe nos mueve a responder. La fe que nace de la escucha. Con Abraham comienza esa elección divina que se sella en la Pascua. Con la Pascua de Cristo que nos es entregada comienza a hacerse nuestra elección a la hora de administrar lo que recibimos de Dios. Y este trabajo es constante, no es para invierno o verano, la mañana o la noche: la heredad del Señor lo es para siempre, en lo que tiene de don y en lo que tiene de responsabilidad. No bajemos el nivel por el calor o el cansancio, pues sabemos que el Señor viene, y quiere que se vea en nosotros la alegría y la belleza de ser elegidos suyos, su pueblo y su heredad.
Diego Figueroa

domingo, 4 de agosto de 2019

PRIMERA LECTURA
¿Qué saca el hombre de todos los trabajos?
Lectura del libro del Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23
¡Vanidad de vanidades, – dice Qohelet – . ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!
Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave dolencia.
Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?
De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.
Palabra de Dios
Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17
R. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Tú reduces el hombre a polvo, 
diciendo: «Retornad, hijos de Adán». 
Mil años en tu presencia son un ayer que pasó; 
una vela nocturna. R.
Si tú los retiras
son como un sueño,
como hierba que se renueva
que florece y se renueva por la mañana, 
y por la tarde la siegan y se seca. R.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato. 
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuando? 
Ten compasión de tus siervos. R.
Por la mañana sácianos de tu misericordia, 
y toda nuestra vida será alegría y júbilo. 
Baje a nosotros la bondad del Señor 
y haga prósperas las obras de nuestras manos. 
Sí, haga prosperas las obras de nuestras manos. R.
SEGUNDA LECTURA
Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-5. 9-11
Hermanos:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos.
Palabra de Dios
Aleluya Mt 5, 3 
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Bienaventurados los pobres en el espíritu, 
porque de ellos es el reino de los cielos. R.
EVANGELIO
¿De quién será lo que has preparado?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le dijo:
«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros? ».
Y les dijo:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola:
« Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha.
Y empezó a echar cálculos, diciéndose:
“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.”
Y se dijo:
“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mi mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Pero Dios le dijo:
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”
Así será el que atesora para sí y no es rico ante Dios».
Palabra del Señor



Comentario Pastoral
RICOS ANTE DIOS
La primera lectura de este domingo comienza con la célebre reflexión, tantas veces repetida: “Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol?”. Se puede tener muchas cosas y estar vacío por dentro. Se puede ser humanamente rico y espiritualmente pobre. El egoísmo de acumular y llenar bien los propios graneros nos puede dejar
vacíos ante Dios.
En el Evangelio Jesús utiliza un lenguaje parecido al del antiguo sabio de Israel, al condenar la voluntad explícita de querer solamente almacenar para uno mismo, olvidándose de lo fundamental: la urgencia y necesidad de ser rico ante Dios. Es oportuno volver a recordar que el ideal, el sueño dorado del hombre no debe ser la posesión y acumulación de los bienes de la tierra. “Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.
Hay un hecho muy importante: el hombre al morir no puede llevarse ninguno de sus bienes materiales. Esto significa que no debe pasarse la vida reuniendo tesoros para sí mismo como única obsesión-preocupación-tranquilidad-felicidad, pues en el momento más inesperado (esta misma noche puede sernos arrebatado todo) la vida se escapa de nuestras manos. Pensar solamente en la riqueza material con desprecio y marginación de la riqueza espiritual es un grave error, pues los bienes terrenos han de ser entendidos y usados en la perspectiva y valoración de los bienes celestiales.
En la relativización de la objetiva pequeñez de las mayores cosas que podamos hacer encuentra San Pablo la flecha que le da sentido: “Apuntad a los bienes de arriba; encended en vuestros trabajos la chispa creadora, renovando la imagen del Creador que sois hasta llegar a conocerlo”.
Hay que saber relativizar el presente y todas las cosas, comprendiendo su finitud y sus límites. Todos somos invitados a redimensionar la idolatría materialista o capitalista de los bienes económicos considerados como valor-vértice de la vida, ante los que se sacrifica todo. Es necesario recomponer una auténtica escala de valores.
El proyecto de vida del cristiano no es el de “amasar riquezas para sí”, sino el de crear
con gozo para los demás.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Acertar con nuestras inversiones, no poner lo que tanto nos ha costado conseguir en cualquier lugar, sino donde esto sea valorado y se aproveche para que aumente en su valor, es una ciencia que requiere seria reflexión para no tomar decisiones equivocadas que hagan que hayamos trabajado en vano. El verano puede ser un momento oportuno para valorar si hemos acertado o no en nuestras inversiones.
Tanto la pregunta del autor del Eclesiastés, “¿qué saca el hombre de sus trabajos?”, como la de Jesús en el evangelio, “¿de quién será lo acumulado?”, sitúan al oyente ante una cierta crisis que debe resolver. ¿Para qué vale el esfuerzo de cada día? ¿Cuál es el fruto del trabajo? Dicho de otra forma: si cosas tan importantes como estas pasan, ¿qué es lo que permanece, lo que merece la pena? El verdadero fruto no es lo que el hombre se queda aquí, no salta a la vista: lo que permanece es lo que se da al Señor.
Por eso, la Iglesia saca la conclusión correcta que le hace pedir en el Salmo “un corazón sensato”. Un corazón capaz de calcular qué es lo que se renueva y qué es lo que se seca. El símil campestre se aplica entonces a las cosas valiosas de la vida. Lo que de verdad cuenta no puede ser como la hierba, no puede ser “vanidad de vanidades”, no puede ser conservado por la codicia humana. Todo lo que el hombre puede almacenar “humanamente” hablando es cosa pasajera, en la que no podemos poner nuestra seguridad. Es necesario almacenar “divinamente”, es decir, encontrando riquezas que se amasan para Dios.
Por eso las lecturas de hoy son enormemente provocadoras: no trabajamos para veranear, no nos esforzamos par ir de vacaciones, no es esa su principal motivación. Que podamos descansar en el verano, ir a la montaña o a la playa, no es importante si no hemos almacenado durante el año para Dios. Tan importante como trabajar durante la vida es saber para quién se vive.
La parábola del hombre rico que tiene una gran cosecha es una invitación a recordar que, lo mismo en una vida llena de éxitos que en una que acumula fracasos, esta noche nos van a exigir la vida, es decir, estamos en las manos del Señor. Por eso, no conviene llenarla de cosas vanas, sino de aquello que, llegados ante el Señor podamos dejar caer de nuestras manos en las suyas, como la esposa y el esposo se entregan arras al contraer matrimonio. ¿Qué pondremos nosotros en las manos del Señor cuando este nos reclame la vida?
Acumular bienes es vanidad, entregar amor es almacenar aquello que, en palabras de san Pablo, “no pasa nunca”. La vida es un camino de amor, durante el cual no debemos confundir los objetivos ni actuar con frivolidad. Si lo acumulado no es fruto del amor, será como hierba que se seca, “no pasará”. Cristo no ha venido a poner paz cuando los hermanos se pelean y se enfrentan, a menudo dolorosamente y para toda la vida, por herencia o dineros: el cristiano ya sabe que todo eso vale menos que el amor, por eso recuerda que lo demás es pasajero, todo vanidad.
Sólo hay una fuerza capaz de convertir lo pasajero en eterno, y es el amor, el Espíritu Santo. Por eso, en la celebración de la liturgia, la Iglesia invoca el don del Espíritu Santo para que lo que es pasajero, el pan y el vino, se convierta en eterno, Cuerpo y Sangre de Cristo, y así haga eterno también al que lo recibe. El don de Cristo, el don de su amor, hace que ya no todo sea vanidad. En la celebración, la Iglesia quiere enseñarnos a discernir cuantas cosas que consideramos importantes en realidad son hierba seca, vanidad, y cuales merecen la pena porque son transformadas por la gracia. Poniendo el corazón en lo eterno, dejaremos pasar sensatamente aquello que no tiene peso para alcanzar la vida eterna.
Diego Figueroa