domingo, 25 de febrero de 2018

PRIMERA LECTURA
El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe
Lectura del libro del Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18
En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán.
Le dijo:
«¡Abrahán!»
Él respondió:
«Aquí estoy».
Dios le dijo:
«Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré»
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña.
Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo.
Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:
«¡Abrahán, Abrahán!»
Él contestó:
«Aquí estoy».
El ángel le ordenó:
«No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo».
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo: -«Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberle reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz».
Palabra de Dios.
Sal 115, 10 y 15. 16-17. 18-19
R. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos
Tenía fe, aun cuando dije: 
«¡Qué desgraciado soy!» 
Mucho le cuesta al Señor 
la muerte de sus fieles. R.
Señor, yo soy tu siervo, 
siervo tuyo, hijo de tu esclava: 
rompiste mis cadenas. 
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, 
invocando el nombre del Señor. R.
Cumpliré al Señor mis votos 
en presencia de todo el pueblo, 
en el atrio de la casa del Señor, 
en medio de ti, Jerusalén. R.
SEGUNDA LECTURA
Dios no se reservó a su propio Hijo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 31b-34
Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios, el que justifica ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios, y que además intercede por nosotros?
Palabra de Dios.
Versículo Lc 9,35
En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre:
«Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».
EVANGELIO
Éste es mi Hijo, el amado
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 9, 2-10
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:
«Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, les ordenó que contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado, y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA SUBIDA CUARESMAL HASTA LA PASCUA
Vivir es ascender, subir, dejar niveles bajos, superar situaciones inferiores, acumular experiencias, descubrir nuevos horizontes desde la altura. Por eso la vida es una ascensión continua con sus riesgos, cansancios y compensaciones, que da transcendencia al plano real. La vida es una suma de etapas (años) y una conquista de metas diarias, que posibilita el señalar nuevos objetivos. El fracaso de muchas vidas humanas está en contentarse en vivir abajo sin esfuerzo y tener miedo a la altura.

Dos lecturas de la misa de este segundo domingo de Cuaresma hablan de subir al monte, de ascender a la cima para vivir una experiencia religiosa o ver la gloria de Dios. Abrahán fue a un monte del país de Moria para sacrificar a su hijo Isaac. Cristo subió a una montaña alta con sus discípulos para transfigurarse ante ellos. ¿Qué tiene de sagrado la altura? ¿Por qué hay que subir?

En la historia de las religiones los lugares altos se consideraban más próximos a la divinidad y eran espacios propicios para el sacrificio ritual y el encuentro con Dios. Los principales templos estaban en las cimas de las rocas o de las montañas. Y este sentido sagrado de la altura perdura y se percibe incluso en muchas iglesias, santuarios y ermitas cristianas, edificadas en los altozanos y colinas de nuestra geografía.

Abrahán sube al monte por imperativo del amor de Dios, que le promete una descendencia numerosa a la vez que le pide el sacrificio de su hijo. Abrahán es tentado en la altura y desde la fe vive una experiencia desconcertante, que acaba en bendición generosa por su fidelidad sincera. Del mismo modo que Abrahán, el cristiano en muchos niveles altos de la vida tiene que estar dispuesto a sacrificar el “Isaac” que lleva dentro, es decir, lo más vinculado a su experiencia personal, lo que más se quiere. El riesgo de la ascensión de la fe es el fiarse totalmente de las exigencias de la Palabra de Dios, frente a la evidencia de lo inmediato.

Cristo asciende al monte Tabor para transfigurarse delante de sus discípulos, revestirse de luz y revelarse como Hijo amado de Dios. Toda la vida de Jesús fue una subida hasta Jerusalén, que culminó en la ascensión dolorosa al calvario para morir crucificado. Al resucitar de entre los muertos posibilitó nuestra resurrección al final de la etapa terrena, después de tantas bajadas y subidas, caídas y puestas en pie, en la llanura de muchos quebrantos y desconciertos o en la altura que permite ver cercana la gloria de Dios.
Andrés Pardo



Palabra de Dios:

Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18Sal 115, 10 y 15. 16-17. 18-19
san Pablo a los Romanos 8, 31b-34san Marcos 9, 2-10
de la Palabra a la Vida
Si el domingo pasado era Noé el personaje del Génesis que experimentaba la benevolencia de Dios y recibía su alianza, en este segundo domingo es Abraham. Cuando el Padre nos hace escuchar su voz en el evangelio: “Tú eres mi Hijo amado”, resuena de fondo como un eco de la historia de Abraham con su hijo amado, Isaac, dispuesto a ser entregado. Si a Abraham su obediencia le vale un pacto, a Cristo su obediencia le vale ser hoy transfigurado.

Sí, escucha, cristiano, porque si cumples la voluntad del Padre, si ante el desierto y la prueba perseveras en la voluntad del Padre, serás transfigurado. La Pascua de Cristo te transfigurará a imagen de Cristo.

El mensaje que subyace es claro. Merece la pena volver a mirar a Abraham hoy, dispuesto a sacrificar al heredero de la promesa por hacer la voluntad de Dios. El Padre acepta el sacrificio que no es necesario que llegue a consumar, lo sabemos bien por el canon romano, que nos dice que el Padre aceptó “el sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe”. Nuestra alianza con Dios se establece en un camino de obediencia. La Cuaresma quiere hacernos volver a la obediencia, una obediencia que se manifiesta en el primer mandamiento: el amor a Dios es definitivo para ser ante todos como el Hijo amado.

Dios no está contra nosotros cuando nos pide obediencia, no estaba contra el Hijo, Dios, al contrario, manifiesta su voluntad de salvación cuando respondemos con obediencia. El salmo responsorial se convierte en una promesa y una intención encomiable: “Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida”. El motivo del camino vuelve a aparecer, como en el desierto el domingo anterior, pero aquí somos nosotros los que estamos dispuestos a caminar con el Señor.

El camino cuaresmal tiene que conducirnos a la Pascua, a la transfiguración. La obediencia del Hijo nos desata de nuestras cadenas, como dice el Salmo, para que podamos ofrecer un sacrificio de alabanza. El sacrificio de alabanza no se realiza por nuestra muerte, como tampoco por la de Isaac, sino por nuestra obediencia, como en el caso de Cristo. El bautismo nos convierte en ministros que pueden presentar ante Dios un sacrificio de alabanza, que pueden entregarle nuestra pequeña obediencia como algo que le agrada. La obediencia se aprende en la austeridad.

Por eso la Cuaresma nos habla de obediencia en este camino: solamente el que es fiel en lo poco está preparado para gestionar lo mucho. La Cuaresma es tiempo para lo que es poco, en ello es más fácil ser obediente, son menos las distracciones, Dios se hace más cercano, su presencia más viva. En la humildad de la muerte Cristo ha mantenido su obediencia, se ha preparado para gozar de las riquezas de la Pascua, advertidas ya en su transfiguración. El hombre tiene que hacer ese mismo camino. Debe gustar cómo, en el austero sacrificio, experimenta el abrazo consolador del Padre. ¿Cómo aceptamos la austeridad y la pobreza? ¿Buscamos en ellas el abrazo protector del Padre, que guarda siempre su alianza?

La vida de la Pascua espera, pero la Iglesia quiere prepararnos bien para ella. Sigamos avanzando aprendiendo que un sacrificio que agrada al Padre, que nos hace ser hijos amados por Él no pasa por los excesos o defectos, sino por la obediencia. Esta llevará a Cristo a la cruz y a nosotros a su Pascua.
Diego Figueroa

domingo, 18 de febrero de 2018

18/02/2018 – Domingo de la 1ª semana de Cuaresma

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA
PRIMERA LECTURA
Pacto de Dios con Noé liberado del diluvio de las aguas
Lectura del libro del Génesis 9, 8-15
Dios dijo a Noé y a sus hijos:
«Yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañan, aves, ganado y fieras con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Establezco, pues, mi alianza con vosotros: el diluvio no volverá a destruir criatura alguna ni habrá otro diluvio que devaste la tierra».
Y Dios añadió:
«Esta es la señal de la alianza que establezco con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las generaciones: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco, y recordaré mi alianza con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir a los vivientes».
Palabra de Dios.
Sal 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9
R. Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza.
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R.
SEGUNDA LECTURA
El bautismo que actualmente os está salvando
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 3, 18-22
Queridos hermanos:
Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios.
Muerto en la carne pero verificado en el Espíritu; en el espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a que se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua.
Aquello era también un símbolo del bautismo que actualmente os está salvando, que no es purificación de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección de Jesucristo, el cual fue al cielo, está sentado a la derecha de Dios y tiene a su disposición ángeles, potestades y poderes.
Palabra de Dios.
Versículo Mt 4, 4b
No solo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
EVANGELIO
Era tentado por Satanás, y los ángeles le servían
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 12-15
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.
Después de que Juan, fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:
«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
DILUVIO Y CONVERSIÓN CUARESMAL
Con el miércoles de ceniza comenzó la Cuaresma, corazón del año litúrgico que late por la fuerza y el sentido de la Pascua, cúlmen del credo cristiano. La Cuaresma es camino de preparación y pórtico de ingreso al misterio pascual. Este camino está estructurado bajo la tipología bíblica de los cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los cuarenta años de Israel en el desierto, los cuarenta días de ayuno de Jesús antes de comenzar su vida pública. Desde la antigüedad el camino está dominado por la cruz de Cristo, que exige conversión y bautismo.

La Cuaresma es un tiempo propicio y favorable, una oferta de gracia, un período privilegiado para crear la primavera del espíritu pascual. La cuaresma debe ser una suma de experiencias interiores, una etapa esperanzada para mejor conocer a Cristo, un avanzar lento y sereno hacia Dios.

El leccionario bíblico de este primer domingo subraya dos aspectos de la misma realidad, el bautismo y la conversión, es decir, la acción salvífica y gratuita de Dios y la respuesta humana. Por eso el diluvio ha sido interpretado litúrgicamente como el gran bautismo de la humanidad, que fue recreada para establecer con Dios una nueva alianza.

En el evangelio se nos recuerda que Jesús vivió cuarenta días en el desierto, donde experimentó la soledad, el hambre y la tentación. Por su unión con el Padre salió victorioso de la prueba. En el cumplimiento de la voluntad de Dios reside la fuerza para vencer el mal y superar la tentación.

La Cuaresma es diluvio y es desierto. Diluvio que ahoga el pecado y mueve a construir el arca de salvación que permite ver el arco iris de la esperanza y es signo de que Dios está en paz con nosotros. Es desierto por la espiritualidad de despojo que se nos transmite, pues vivimos de paso hacia la tierra prometida, que es el cielo.

La conversión es el gran mensaje cuaresmal. Convertirse es mucho más que hacer penitencia o lograr privaciones momentáneas. La conversión verdadera es síntesis de toda la experiencia cristiana, explosión gozosa del deseo de Dios y cambio radical de los deseos egoístas del corazón.
Andrés Pardo


Palabra de Dios:

Génesis 9, 8-15Sal 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9
san Pedro 3, 18-22san Marcos 1, 12-15
de la Palabra a la Vida
La austeridad del tiempo cuaresmal es una imagen de lo que el pecado ha conseguido para el hombre: el fin de la exhuberacia del paraíso, de los ríos, de los frutos, de la vida, en definitiva, para ponernos en un terreno de mucha sequedad, de vacío, sin horizontes. Necesitamos el paraíso, necesitamos las aguas vivas, necesitamos la Pascua. Esta aparece en el horizonte de las lecturas cuaresmales de tal modo que no deberíamos desperdiciar ninguno de los guiños que constantemente nos ofrece la Iglesia por la Palabra de Dios.

Nunca la Iglesia propone la reflexión sobre el pecado si no ofrece de inmediato también una invitación a la conversión, al rescate divino. Así entendemos bien las lecturas de hoy. Las aguas que desbordan todo dominio humano, en la primera lectura, contrastan con el inmenso desierto, seco, caluroso, en el que Cristo afronta la pobreza y angustia del hombre por el pecado. La tentación, la martilleante y provocadora tentación, busca debilitarlo como a sus hermanos. Cristo se presenta en lo seco para ser puesto a prueba. Sabemos bien que el tiempo cuaresmal empieza por aquí: Cristo fue tentado y venció. Tú también lo serás y vencerás.

La tentación invita a Cristo a pensar que no puede afrontar el desierto, que es Dios, demasiado como para rebajarse por esas tierras áridas, de las regiones más deprimidas y hundidas de la tierra. Tú no puedes transformar esto: la desertización avanza, la muerte avanza. Tú no podrás dar vida: aléjate de este mundo de muerte, ponte a salvo, como hizo Noé en el diluvio. Por su pacto, Cristo va a permanecer ahí para ofrecer victoria, su victoria. Así, las aguas que en la primera lectura son signo de muerte, al término de la Cuaresma se convertirán en signo de vida eterna, pues las aguas bautismales esperan al final, en la Pascua. La segunda lectura nos lo advertía, como quien nos chiva algo al oído para que estemos tranquilos: Sí, Señor, Tú has pasado por esto, por eso sabemos el camino por el que nos llevas.

El salmo responsorial cantaba: “El Señor enseña el camino a los pecadores”. El Señor nos enseña el camino cuaresmal a los pecadores para que salgamos de él. Nuestros pecados nos han traído hasta aquí, pero Tú nos sacarás de aquí, Tú que has vencido en la Pascua.

Esta es la gran experiencia de la Cuaresma que cada año la Iglesia, con su amorosa pedagogía, nos hace experimentar: ojalá no rechacemos hacer este camino en estos cuarenta días. No neguemos a la madre Iglesia que nos enseñe, que nos eduque. Al contrario, dejémonos adentrar en este camino austero, sin excesos en lo que respiramos, en lo que comemos, en lo que vemos.

La austeridad, tabú para nuestro tiempo, es buena para el corazón, porque le hace darse cuenta de qué es lo esencial. Le descubre sin qué no podemos pasar. Sin el Señor que nos guíe por sus sendas no podemos pasar. En medio de un mundo que no quiere escuchar la Palabra de Dios, nosotros somos invitados por las lecturas de hoy a buscar la Palabra divina.

Para poder afrontar la Cuaresma sin aburrimientos, sin inventos originales, sin impaciencias, es necesario el alimento de la Palabra. De la Palabra de Dios brotarán las aguas de la vida la noche de Pascua, pues a la liturgia de la Palabra le sigue la bautismal: caminemos confiados del pecado a la gracia, del desierto al paraíso.
Diego Figueroa

domingo, 4 de febrero de 2018

04/02/2018 – Domingo de la 5ª semana de Tiempo Ordinario

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA
PRIMERA LECTURA
Me harto de dar vueltas hasta el alba
Lectura del libro de Job 7, 1-4. 6-7
Job habló diciendo:
«¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra, y sus días como los de un un jornalero? como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario.
Mí herencia han sido meses baldíos, me han asignado noches de fatiga.
Al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.
Corren mis días más que la lanzadera, se van consumiendo faltos de esperanza.
Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no verán más la dicha»Palabra de Dios.
Sal 146, 1-2. 3-4. 5-6
R. Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel. R.
Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre. R.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados. R.
SEGUNDA LECTURA
Ay de mí si no anuncio el Evangelio
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 9, 16-19. 22-23
Hermanos:
El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!
Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio.
Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio.
Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.
Y todo lo hago por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes.
Palabra de Dios.
Aleluya Mt 8, 17b
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Cristo tomó nuestras dolencias
y cargo con nuestras enfermedades. R.
EVANGELIO
Curó a muchos enfermos de diversos males
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
«Todo el mundo te busca».
Él les respondió:
«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Palabra del Señor
Comentario Pastoral
¿POR QUÉ EXISTE EL DOLOR EN EL MUNDO?
Ante el dolor y la enfermedad la boca se nos llena de preguntas. ¿Por qué el hombre sufre tantas tribulaciones en la vida? ¿Por qué existe tanto dolor en el mundo? ¿Por qué innumerables criaturas inocentes son víctimas de enfermedades incurables? Si Dios existe y es bueno, ¿por qué permite el mal? Toda página del libro de la historia humana está llena de estos interrogantes dramáticos sobre el dolor, el huésped más extraño del mundo. Es difícil aceptar y entender la pena, el dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. 

La liturgia de este domingo pretende dar una respuesta exhaustiva a esta vasta problemática. Siempre será necesario volver los ojos al Crucificado que sufre por amor, muere inocente y resucita vivo, para entender el sentido último del dolor en el mundo. Desde los textos bíblicos dominicales podemos meditar sobre el dolor en dos situaciones distintas: en Job, símbolo de todos los sufridores del mundo, y en los enfermos y endemoniados que cura Jesús.

Job, hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y rico, que vivía feliz, se ve privado de todos sus bienes materiales, de sus hijos que mueren todos, y cae enfermo con una enfermedad dolorosa y repugnante. En esta situación extrema su mujer le exhorta a maldecir a Dios y sus amigos tratan de convencerle de que ha debido cometer una culpa grave para haber acumulado tanto sufrimiento. Job, con su paciencia proverbial, resiste y proclama que el sufrimiento no es castigo por el pecado, que su dolor no se debe a culpas personales. Es el sufrimiento del inocente probado por Dios, que es bueno y providente pero misterioso.

En el texto breve que se lee hoy, Job manifiesta su inocencia y reflexiona sobre la condición humana. En su trágico dolor es ejemplo para todos los hombres que sufren. No hay que caer en la desesperación. Por eso, el hombre religioso, ante el enigma del dolor, debe recorrer un largo camino para entrar en el misterio de Dios y comprender que el dolor puede ser acto de amor y dádiva de redención con un sentido último purificador.

En el evangelio de la Misa se narra la curación de la suegra de Pedro y de otros enfermos y poseídos. Es un relato lleno de frescura y simplicidad, que encierra un gran mensaje: Jesús no se desentiende de la enfermedad, no pasa de largo ante el que sufre, sino que se inclina y aproxima ante quienes padecen, para curar, levantar e infundir resurrección y vida. En toda su actividad pública Jesús se hizo “médico y medicina” como afirma San Jerónimo.
Andrés Pardo



Palabra de Dios:

Job 7, 1-4. 6-7Sal 146, 1-2. 3-4. 5-6
san Pablo a los Corintios 9, 16-19. 22-23san Marcos 1,29-39


de la Palabra a la Vida
Que el hombre está en la tierra cumpliendo un servicio podemos verlo en el relato del evangelio de hoy: El hijo del hombre, diríamos mejor. Sin embargo, entre el hombre anónimo, el hombre en general al que se refiere Job, y el Hijo del hombre de Marcos hay una diferencia que se manifiesta de forma decisiva para la vida: la esperanza. Mientras que el servicio de la primera lectura es como el castigo de aquel que abre nueces vacías una a una, el servicio de Cristo es animoso, convencido: “¡Vamos a otra aldea!” Y a otra, y a otra.

No siempre el resultado será un gran éxito, no siempre será reconocido como el Hijo del hombre, pero en su tarea Jesús experimenta la alegría humilde y confiada de quien cumple el servicio que el Padre le ha encomendado, entre seguro y valiente, de quien en el bien que hace a los hombres no encuentra motivo sino para seguir creciendo en la esperanza, mejorando el mundo, advirtiendo a todos de la presencia de Dios en medio de ellos, deseoso de dar un amor reparador, un amor que es una llamada al seguimiento,

A eso se dedicó Jesús en el día que nos relata el evangelio, a eso se dedicó cada día, a eso se dedica también hoy cada día. Jesús no deja de proceder así en nuestra vida, para ayudarnos a reconocer su presencia, para animarnos a dejarle hacer, pues lo que trae es precisamente eso, un nuevo día, “en el que no haya llanto ni dolor” que dice el Apocalipsis. Quien se apunta a participar en este servicio de Cristo descubre sorprendido que nada es baldío, que todo merece la pena, con éxito o sin él, por el hecho de que se hace unido al Señor Jesús, como Él hizo.

Es ciertamente paradójico el hacer de Jesús, cuando se pone junto al hacer de nuestro mundo: nosotros vivimos en un mundo lleno de prisas pero vacío de sentido. Que hace, y hace, y hace… pero sin pararse a ver una esperanza larga, una dirección, una presencia del Señor que la guíe o, al menos, aconseje. Esta forma de hacer sin parar, no por ello exenta de mala intención, manifiesta la necesidad de Cristo. Parece una forma de decir: ¡Todo el mundo te busca! En esta situación se vuelve crucial el testimonio cristiano: ¿Con qué motivación hacemos nosotros las cosas? ¿Tienen nuestros días una dirección clara, nuestras decisiones encadenadas un sentido real y feliz? ¿Hay en ellas una motivación evangélica, o pura mezcla de sentimientos?

En la celebración litúrgica podemos reconocer que Cristo sigue actuando. Su intención es clara, es nuestra propia salud. Vivimos en el día del hombre, día de acción divina, de colaboración con la acción de Dios, a la espera de entrar en el día sin ocaso: allí, el trabajo será una pura alabanza, evidente, gozosa, sin nada que esperar, únicamente felices. Allí nadie buscará al Señor, pues allí todos ya lo habrán encontrado. Allí el Señor no tendrá que ir a curar a nadie, pues la presencia allí será un signo de haber sido curados.

Hacia eso nos dirigimos. Por eso, experimentar ser curados en nuestra vida, ser perdonados, es un signo claro de la acción de Dios y de la dirección que quiere dar a nuestra vida y a nuestras decisiones. “El Señor sana los corazones destrozados”, nos decía el salmo. El corazón de cada uno de nosotros experimenta cada día un desgarro nuevo, producido por el mal, por el pecado, y el Señor cada día madruga para sanarlo, sale temprano a otra aldea.. No nos cansemos de ser sanados por Él, de dejarle venir, de dejar que nos cuide y vende nuestras heridas.
Diego Figueroa