domingo, 24 de noviembre de 2019

PRIMERA LECTURA
Ellos ungieron a David como rey de Israel.
Lectura del segundo libro de Samuel 5, 1-3
En aquellos días, todas las tribus de Israel se presentaron ante David en Hebrón y le dijeron:
«Hueso tuyo y carne tuya somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que dirigía las salidas y entradas de Israel. Por su parte, el Señor te ha dicho: “Tú pastorearás mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”».
Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.
Palabra de Dios
Sal 121, 1bc-2. 4-5
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R,
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R.
SEGUNDA LECTURA
Nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 12-20
Hermanos:
Damos gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Palabra de Dios
Aleluya Mc 11, 9. 10
R. Aleluya, aleluya, aleluya
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! R.
EVANGELIO
Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 23, 35-43
En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús, diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a si mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Éste es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
EL REY DEL UNIVERSO
Con este domingo y la semana que de él depende se concluye el largo Tiempo Ordinario y se clausura el Año Litúrgico. Hoy se nos presenta la grandiosa visión de Jesucristo Rey del Universo; su triunfo es el triunfo final de la Creación. Cristo es a un mismo tiempo la clave de bóveda y la piedra angular del mundo creado.

La inscripción colocada sobre el madero de la Cruz decía: “Jesús de Nazaret es el Rey de los judíos”. Esta inscripción es completada por San Pablo cuando afirma que Jesús es “imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia, reconciliador de todos los seres”.

Parece paradójico que los cristianos nos gloriemos en proclamar Rey a quien muere en la debilidad aparente de la Cruz, que desde este momento se transforma en fuerza y poder salvador. Lo que era patíbulo e instrumento de muerte se convierte en triunfo y causa de vida.

No deja de ser sorprendente volver a leer en este domingo, para celebrar el reinado universal de Cristo, el diálogo entre Jesús y el malhechor que cumpliendo su condena estaba crucificado junto a él. Ante el Rey que agoniza entre la indiferencia de las autoridades y el desprecio del pueblo que asiste al espectáculo del Calvario, suena estremecida la súplica del “buen ladrón”, que confiesa su fe y pide: “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.

En el trance definitivo y sin trampa de la muerte cobra relieve singular la sinceridad, que reconoce el fracaso y pecado de la vida propia. Antes de mirar al Crucificado, es oportuno volver los ojos a este hombre, dominado por el mal en su vida y modelo de conversión en el instante de su muerte, para aprender la lección necesaria de la conversión sincera y entender lo que significa el Reino de Jesús. Y a la vez es oportuno tener presente que no hay que esperar al atardecer de la vida para cambiar.

El Reino nuevo de Cristo, que es necesario instaurar todos los días, revela la grandeza y el destino del hombre, que tiene final feliz en el paraíso. Es un Reino de misericordia para un mundo cada vez más inmisericorde, y de amor hacia todos los hombres por encima de ópticas particularistas. Es el Reino que merece la pena desear. Clavados en la cruz de la fidelidad al Evangelio se puede entender la libertad que brota del amor y se hace realidad “hoy mismo”.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Samuel 5, 1-3Sal 121, 1-2. 4-5
san Pablo a los Colosenses 1, 12-20san Lucas 23, 35-43


de la Palabra a la Vida
No da Jesucristo la imagen de rey a la que estamos acostumbrados. Si preguntáramos a un niño, no podría imaginar esa comparación con éxito: este tiene una corona de espinas, una cruz por trono, no viste de forma elegante, sino lleno de heridas, y no aparenta prosperidad y éxito sino sufrimiento y fracaso. Y sin embargo, la liturgia de este domingo, último del año, deja bien claro cómo es este rey nuestro. Hasta tal punto le reconoce como rey, que le escucha decir en una afirmación soberana: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Es Rey del Paraíso, pero, ¿conviene el Paraíso con tal rey?

Son innumerables las referencias en toda la Sagrada Escritura que hablan de un rey, desde el Antiguo Testamento, la historia de Israel, y hasta la primera lectura de hoy: El rey en Israel es un pastor elegido por Dios. Así, va a guiar al pueblo que le es confiado. Para poder realizar su función recibe la unción con óleo sagrado. Así, el ungido del Señor hace visible la soberanía de Dios en medio de su pueblo, su interés y preocupación por los suyos, capacitando a uno de su pueblo para que los guíe a todos hacia la verdad y la vida. Por tanto, la función real es una función sagrada, y por su relación peculiar con Dios, en ese rey está la esperanza de un pueblo, que sabe que por él es conducido a la felicidad. Sí, además de todo esto, el rey, tal y como lo presenta Isaías, está llamado a padecer la humillación para constituir definitivamente su reino.

Todo eso encuentra su cumplimiento en Jesucristo. Nuestra mirada, según buscamos en la Escritura y enumeramos características de este rey, se va volviendo irresistiblemente hacia el Señor Jesús. Él ha cumplido todo eso en la cruz. Igual que el salmista avanza en su camino, eleva su mirada hacia Jerusalén, así la Iglesia va volviendo su corazón hacia Cristo, rey verdadero que viene a hacer justicia a todos los hombres. San Pablo, en la segunda lectura, ya ha desvelado a ese personaje oculto durante siglos, aunque estaba desde el principio junto a Dios.

En el himno de la carta a los colosenses ya podemos ver que el Mesías esperado no era David, sino un descendiente suyo, que tras muerte en cruz conduce todo a la presencia del Padre, recapitula la existencia para que sea puesta ante Dios y le glorifique eternamente. Cristo ha instaurado definitivamente este reino suyo y ahora espera nuestra respuesta mientras guía los corazones de todos para que, misteriosamente, conozcan y alaben a Dios.

Se nos invita, pues, en este domingo, a hacer la experiencia de una vida vivida bajo un Rey, en un pueblo regio, pero bajo un Rey cuyo reino no es de este mundo. Sutilmente, igual que las lecturas nos presentan la preparación, acción y desarrollo de ese Rey y su reino, se va haciendo en la historia según la voluntad de Dios. Solamente los corazones que confían en ese Rey son capaces de ir descubriendo su misterioso movimiento y, con él, la transformación de este mundo en el nuevo, feliz, sin llanto, ni luto, ni dolor.

Por eso, al acabar el año con esta fiesta, la Iglesia nos pregunta por medio de la Palabra de Dios: ¿Dónde ha asumido Cristo su reinado en mi vida? ¿Cuándo cargar con su cruz me ha hecho ver su poder real? ¿Quién amenaza, en mi existencia, el reinado que Cristo quiere sobre mí para llevarme al Padre? ¿Ejerzo mi participación en ese reinado como ha hecho Cristo, como un servicio al mundo? Al que le reconoce y le alaba, mediante las palabras y el servicio, le dice hoy: “Estarás conmigo en el Paraíso”, Paraíso donde la obediencia y la humildad abren las puertas a la alegría perenne.
Diego Figueroa

domingo, 17 de noviembre de 2019


17/11/2019 – Domingo de la 33ª semana de Tiempo Ordinario.


PRIMERA LECTURA
A vosotros os iluminará un sol de justicia.
Lectura de la profecía de Malaquias 3, 19-20a
He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz.
Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a sus sombra.
Palabra de Dios
Sal 97, 5-6. 7-9a. 9bc
R. El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.
Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.
Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos,
aclamen los montes. R.
Al Señor, que llega
para regir la tierra. R.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud. R.
SEGUNDA LECTURA
Si alguno no quiere trabajar, que no coma.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3, 7-12
Hermanos:
Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros.
No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en nosotros un modelo que imitar.
Además, cuando estábamos entre vosotros, os mandábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma.
Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo.
A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan.
Palabra de Dios
Aleluya Lc 21, 28bc
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Levantaos, alzad la cabeza:
se acerca vuestra liberación. R.
EVANGELIO
Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 21. 5-19
En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo.
«Esto que contempláis, llegarán un días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el final no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes.
Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárceles, y haciéndonos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre.
Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
EL DÍA DE LA SALVACIÓN
Cuando el año litúrgico toca a su fin, somos convocados desde los textos bíblicos de este domingo, a una reflexión escatológica: “llega el día”. Este día no es un día de calendario, sino la hora de Dios, la hora del culto verdadero en espíritu y verdad.

No son los cataclismos y desastres cósmicos del final los que deben hacer cambiar nuestra conducta para superar la tibieza espiritual. Siempre es momento oportuno para el cambio, pues siempre es el día propicio, el tiempo apto para honrar el nombre del Señor de los ejércitos y quemar la paja de nuestras infidelidades.

El Señor viene continuamente y es necesario descubrirle presente con actuación salvadora en la historia, por encima de las guerras que continuamente se desatan, los terremotos y hambre que acompañan la vida del hombre, las persecuciones que soporta el creyente. De ahí que no sea fácil vivir con esperanza y perseverar en la fe. Volviendo los ojos a Cristo, que venció al mal en la cruz, el cristiano supera el pánico de la soledad y de la incomprensión y descubre la Buena Noticia del Reino de Dios que se instaura en el mundo. Todos los días son pues, oferta gratuita de salvación.

El anuncio de cruz, malestar y persecuciones es constante en el Evangelio. Durarán hasta el último día. El cristiano renuncia por Cristo a todo y a todos. Su testimonio, en consecuencia, podrá ser perseguido y odiado por un mundo al que pertenece y al que quiere salvar, como lo salvó Cristo. Su vigilancia y continua tensión deberán traducirse en el trabajo diario, que pueda servir de ejemplo y dar al mismo tiempo autenticidad a su testimonio.

La tensión escatológica debe sacudir la indiferencia y somnolencia de una vida demasiado gris. Hay que vivir exigentemente y a Dios no se le contenta sólo con unas plegarias. Dios es el árbitro supremo de la historia. Por eso es estúpido recurrir a la astrología, a la parasicología y a las seudociencias para adivinar el futuro del hombre. Nuestro destino está en manos de Dios y en nuestra libertad. Los signos que Dios pone en la historia son sólo una provocación para nuestra conversión. Nuestro destino último y el del mundo es una empresa de felicidad o de tragedia eterna. Por eso es necesaria la perseverancia. “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Malaquias 3, 19-20aSal 97, 5-6. 7-9a. 9bc
san Pablo a los Tesalonicenses 3, 7-12san Lucas 21. 5-19

de la Palabra a la Vida
Jesús se sirve de cualquier cosa para su catequesis, para instruir a los suyos acerca de lo que tenía que suceder. En el evangelio de hoy, los sitúa ante el templo, al pie de sus murallas poderosas, heridas por la historia y los ataques, y les hace contemplar para valorar lo que permanece y lo que pasa, el peligro de las apariencias. Aquel Templo que Herodes reconstruyó era sin duda magnífico. Tanto que al salir del mismo con las gentes, algunos se admiraban de tanta belleza, de su enorme solidez. Una solidez capaz de desafiar a los siglos… aparentemente. Jesús advierte a los suyos de que ahí donde lo ven, “no quedará piedra sobre piedra”. Será la ruina del Templo de Jerusalén. Pero esta será solamente el principio: signo primero de la catástrofe final y de la venida gloriosa del Señor.

Con todo, parece que en el evangelio de Lucas quiere el Señor poner las cosas ante los ojos de sus discípulos en su justa medida: no puede uno fiarse del primero que aparezca usando el nombre de Cristo, ni tampoco las guerras y desastres serán definitivos. La redención estará marcada por las persecuciones de los cristianos.

San Lucas, que quiere instruir a su comunidad cristiana, anima a los suyos de esta forma a insistir en el anuncio del evangelio, que es la tarea que el Señor encomendó a los discípulos. Y lo hace advirtiéndoles de que ese anuncio supondrá persecución. No hay nada que temer, pues el Señor dispondrá de lo necesario para esa tarea, pero las traiciones serán habituales. Es por esto que el valor de la perseverancia es enorme: porque mientras haya cristianos, estos padecerán la persecución, pero en su constancia se podrá descubrir un signo de la presencia constante de Cristo con los suyos.

Escuchar este evangelio es, por lo tanto, una invitación a la fe firme, y esta necesita de la escucha de la Palabra de Dios, pues la fe crece en la escucha de la Palabra santa. Si esa Palabra no es acogida en el corazón y comunicada a los hermanos, la desilusión y las deserciones harán mella en los cristianos. Es justamente en esa advertencia donde se sitúa la profecía de Malaquías en la primera lectura: escribe el profeta a una comunidad que ha padecido el exilio pero que ha podido volver a su tierra, y, sin embargo, la desilusión caracteriza la vida de esas gentes. Necesitan la Palabra divina. La necesitan. Sin ella, se pueden hacer muchas cosas, pero no animarse.

Seguir al Señor es un camino duro, de idas y venidas, constantes disgustos, amenazas, persecuciones y sufrimientos: “Cosa vana es servir al Señor”. ¿Lo es? Esta es la gran pregunta que se hace el creyente ante la hora de la persecución: ¿Merece la pena? Sufrimos mucho, padecemos injusticias, ni nos animan ni nos defienden… ¿esto merece la pena? Es Malaquías el profeta que anima a los suyos a perseverar, recordándoles que el Señor vendrá para hacer justicia. La tendencia ante las dificultades, ante la persecución, es bajar el nivel, dejarse llevar para que la fe sea más llevadera.

En realidad, nada importante puede desarrollarse sin sufrimiento. Aquella gente experimentaba que su fe y su fidelidad al Señor no daban a su pueblo una alegría terrena. La fe vivida propiamente tiene siempre delante “aquel día”, el momento del juicio, pero nosotros esperamos a menudo un consuelo para el momento. Lo hacemos así en la oración también.

Así pues, las últimas advertencias que el Señor nos da para la vida en este año litúrgico son acerca de la importancia de seguir ahí, de no dejarnos llevar por lo que sucede alrededor y perder la mirada del final de todo. Sin duda, y eso podemos guardar en el corazón hoy, merece la pena seguir al Señor, buscarle cada día, y emplear los sufrimientos y persecuciones que nos toquen, para recordar hasta qué punto no vamos solos, sino que el Señor lo ha vivido antes por nosotros y ahora quiere acompañarnos.
Diego Figueroa

domingo, 10 de noviembre de 2019

PRIMERA LECTURA
El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
Lectura del segundo libro de los Macabeos 7, 1-2. 9-14
En aquellos días, sucedió que arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley.
Uno de ellos habló en nombre de los demás:
«¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres».
El segundo, estando a punto de morir, dijo:
– «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna».
Después se burlaron del tercero. Cuando le pidieron que sacara la lengua, lo hizo enseguida y presentó las manos con gran valor. Y habló dignamente:
«Del cielo las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios».
El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos.
Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto.
Y, cuando estaba a punto de morir, dijo:
«Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».
Palabra de Dios
Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15
R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. R.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras. R.
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante. R.
SEGUNDA LECTURA
Que el Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 16-3, 5
Hermanos:
Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha regalado un consuelo eterno y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas.
Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra de Dios siga avanzando y sea glorificada, como lo fue entre vosotros, y para que nos veamos libres de la gente perversa y malvada, porque la fe no es de todos.
El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno.
En cuanto a vosotros, estamos seguros en el Señor de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos mandado.
Que el Señor dirija vuestro corazones hacia el amor de Dios y la paciencia en Cristo.
Palabra de Dios
Aleluya Ap 1, 5a. 6b
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Jesucristo es el primogénito de entre los muertos;
a él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. R.
EVANGELIO
No es Dios de muertos, sino de vivos.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 20, 27-38
En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron cono mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA ESPERANZA ÚLTIMA
Para comprender cuál es la esperanza última que tiene el creyente, hay que partir de textos veterotestamentarios y recorrer el lento y largo camino que, desde la oscuridad, lleva a la luminosa profesión de fe que leemos en el segundo libro de los Macabeos (primera lectura): “Tú, rey malvado, nos arrancas de la vida presente, pero cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para la vida eterna… Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará”.

El Evangelio nos presenta una de las controversias de Jesús con las distintas clases teológicas. Los saduceos, partido aristocrático-conservador, enfrentados sobre todo con los fariseos en lo que respecta a la Resurrección, quieren poner a prueba a Jesús. Pero Jesús, contra el pavor de la muerte, contra la curiosidad morbosa sobre el futuro del hombre, manifiesta la esperanza pascual unida al Dios de la vida. Dios es vida y el que cree en él vive con él y para él. Siempre que celebramos la eucaristía debemos experimentar que Dios vence nuestra mortalidad y siembra en nosotros un germen de inmortalidad. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.

La vida es un camino, lleno de etapas intermedias, hasta llegar a la definitiva. El presente florecerá en un futuro de gloria. Éste es el gran consuelo y esperanza que Dios nos da.

Si Cristo no resucitó, es vana nuestra fe. En su Resurrección se basa la esperanza de nuestra propia resurrección. Esta esperanza relativiza a todos los cristianos los absolutos de su existencia. Le corrige sus ideas e ideales más inconmovibles. Le pone en cuestión la misma vida. La muerte y el martirio serán el paso a una vida nueva.

El cristiano, que en el bautismo muere con Cristo para resucitar con él, deberá pedir continuamente la esperanza y las fuerzas que necesita para vivir en consecuencia y hasta el fin ese bautismo.

La esperanza relativiza el presente. El cristiano no puede establecer alianzas definitivas que lo distraigan de su camino. Su meta está siempre más lejos.

Pero la esperanza sostiene el presente, lo hace fecundo e importante. La esperanza del futuro estimula y alimenta el empeño en el presente por encima de sus límites, heridas y tensiones. Los cristianos en el mundo son profetas de la vida y de la alegría.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Hemos entrado en la recta final del año litúrgico; se está terminando el ciclo de Lucas. Así nos lo indican los relatos evangélicos de estos domingos, todos llenos de referencias escatológicas, sobre el fin de los tiempos. Es la pedagogía de la Iglesia, madre y maestra, que aprovecha cada final de ciclo para recordarnos que esta vida es también un ciclo que tiene que pasar. Hasta una trampa, como la que emplean en el evangelio de hoy para cazar a Jesús, sirve para tomar conciencia de que nuestra vida se encamina a la Pascua eterna, la desea, no la olvida, sino que la tiene presente ante lo que no tiene fundamento, ante la trampa que no tiene poder ni fuerza.

Por eso, la Iglesia no pierde la ocasión de educarnos también acerca de qué sucederá en nosotros cuando ese momento llegue. “Serán como ángeles”, dice el Señor. El misterio sobre la vida de los resucitados es inmenso, y debe ser acogido con humildad, que es como puede entrarse en el misterio de Dios. Los cuerpos serán transformados, sí, pero no tenemos mucho más. De hecho, Jesús quiere insistir en el evangelio de hoy en el hecho de la resurrección.

La Alianza con Dios, tal y como hicieron Abraham, Isaac y Jacob, es para la resurrección: los patriarcas vivieron para Dios, y por eso ahora en ellos la resurrección manifiesta su poder. El “Dios de vivos” nos resucitará en el último día.

Quizás podamos aprender del Señor, que a la hora de responder a los que le interrogan tiene claro dónde fundamentar su respuesta: en la Sagrada Escritura. El Señor, maestro e intérprete de la Escritura, nos enseña que las respuestas que pueden darse a los misterios de Dios encuentran su base en la Palabra de Dios. Así, y esto tiene que ser lo más importante, Jesús quiere fortalecer en nosotros la fe en la resurrección.

Él habría podido utilizar el episodio de los macabeos que escuchamos en la primera lectura de hoy, impresionante testimonio de fe: “El rey del universo nos resucitará para una vida eterna”. Tanto impacta a la Iglesia la fe de aquella familia judía, que nos hace responder a esa lectura con la confesión de fe del salmo: “Al despertar me saciaré de tu semblante”. Cuando nuestro cuerpo duerma el sueño de la muerte, este sueño no será para él destructor, sino reparador: permitirá que, transformados, glorificados, despertemos para la vida eterna, para contemplar eternamente cara a cara al Señor. Sí, Cristo no ha venido para darnos una vida que pasa, sino una vida eterna.

Esto que nos enseña el fin del año litúrgico, nos lo enseña cada día la celebración de la eucaristía. Cristo viene a ella no para darnos algo pasajero, sino aquello que nos transformará cuando se acabe el tiempo. Sólo aquello que haya sido lleno de amor quedará, pues el amor es el principio transformador de Dios, por eso estos domingos nos ofrecen una oportunidad de renovar nuestra fe en la vida eterna, la que Cristo tiene y nos da, pero también lo es para preguntarnos sobre la coherencia de nuestra fe en la resurrección final: ¿soy consciente de lo que va a pasar y lo que no va a pasar cuando llegue al fin? No podemos dejarnos llevar por películas ni por imaginaciones: la Sagrada Escritura es la medida correcta. ¿Vivo mi vida con la mirada puesta también en el fin? Nosotros no podemos dar eternidad, pero podemos recibirla por el amor. ¿Dónde está puesto nuestro amor?

Por último, la inminencia de la muerte acerca a los macabeos a su más preciosa confesión de fe, pero esta no es improvisada, se trabaja y se fortalece en la vida: ¿es mi vida una profesión de fe en la eternidad? Ante experiencias de muerte conocidas, cercanas, ¿renuevo mi fe pascual? La serenidad no se improvisa. Es tiempo de aprender a creer en la vida eterna.
Diego Figueroa

domingo, 3 de noviembre de 2019

PRIMERA LECTURA
Te compadeces de todos, porque amas a todos los seres.
Lectura del libro de la Sabiduría 11, 22-12, 2
Señor, el mundo entero es ante ti como un grano en la balanza, como gota de rocío mañanero sobre la tierra.
Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan.
Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado.
¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?, o ¿cómo se conservaría, si tú no las hubieras llamado?
Pero tú eres indulgente con todas las cosas porque son tuyas, Señor, amigo de la vida.
Pues tu soplo incorruptible. está en todas ellas.
Por eso, corriges poco a poco a los que caen, los reprendes y les recuerdas su pecado, para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor.
Palabra de Dios
Sal 144, 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14
R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mí rey.
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás. R.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R.
El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan. R.
SEGUNDA LECTURA
El nombre de Cristo será glorificado en vosotros y vosotros en él.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1, 11 – 2 , 2
Hermanos:
Oramos continuamente por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien y la tarea de la fe. De este modo, el nombre de nuestro Señor será glorificado en vosotros y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.
A propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por alguna revelación, rumor o supuesta carta nuestra, como si el día del Señor estuviera encima.
Palabra del Señor
Aleluya Cf. Jn 3, 16
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Tanto amó Dios al mundo,
que entregó a su Unigénito;
todo el que cree en él tiene vida eterna. R.
EVANGELIO
El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 19, 1 – 10
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
«Zaqueo, data prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prosa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa; pues también este es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
CONVERSIÓN Y PERDÓN
Dios crea, ama y perdona. Bajo esta óptica hay que meditar el Evangelio de la conversión de Zaqueo, el odiado recaudador de impuestos romanos.

La salvación de Zaqueo por Jesús comienza con el deseo, casi infantil, desafiando respetos humanos, de subirse a un árbol para ver mejor al Señor que pasa. Esta salvación continúa con la sorpresa de la invitación de Jesús, que quiere alojarse en su casa; y culmina con la respuesta de conversión generosa y decidida del rico jefe de publicanos: “La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le retribuiré cuatro veces más”.

La conversión radical de Zaqueo se manifiesta sobre todo en la solidaridad efectiva con los pobres y con las víctimas de la injusticia. Por eso la conversión es al mismo tiempo una reorientación hacia Dios y un acto social y comunitario. Cuando se experimenta el perdón de Dios no hay más remedio que encaminarse por una ruta de alegría y de donación.

Como dice el libro de la Sabiduría, Dios se compadece de todos, cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan, ama a todos los seres y a todos perdona porque son suyos, corrige poco a poco a los que caen y a los que pecan les recuerda su pecado para que se conviertan y crean.

Es importante subrayar que el perdón y la salvación de Dios ya estaba presente y actuante en aquel primer movimiento de búsqueda del Señor por parte de Zaqueo. “No me buscaríais a mí si no me hubieseis ya encontrado”, dice Dios. El Dios amigo de la vida y del perdón infunde a todo lo creado un soplo incorruptible de vida. Se trata de seguir ese soplo del Espíritu cuando y dondequiera que nos invada. No hay situación humana en que no pueda sorprendernos la invitación de Dios.

El cristiano es el que experimenta todos los días el perdón de los pecados; por eso se debe reconquistar con intensidad el valor del sacramento de la reconciliación y celebrarlo con amor y con pasión.

La conversión continua no es un acto ritual sino vital, comporta una nueva opción por Dios y por el prójimo, un nuevo nacimiento para ser nueva criatura. De esta manera florece la ética cristiana, el empeño por la justicia y por la construcción de un nuevo orden de relaciones. Así se construye la nueva comunidad humana. La conversión no sólo nos abre a los demás, sino también a Dios.

Oremos con el Salmo: “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Otro publicano. Por segundo domingo consecutivo, el evangelio nos pone ante otro publicano amable del que aprender. El domingo pasado era aquel que subía con humildad al templo a orar. Este domingo es Zaqueo. En un relato sensible y lleno de elementos adorables, san Lucas se esfuerza en presentar a un personaje odioso por su tarea, pues era jefe de publicanos, desde la perspectiva con la que Cristo lo ve, para que pase a convertirse en un discípulo generoso. A él también se puede aplicar la advertencia del domingo anterior: “El que se humilla será enaltecido”. El camino del que sube al árbol no es un camino de vanidad, sino de humilde acercarse al Señor. Y su corazón arrepentido dará lugar a su reconocimiento.

No podemos leerlo sin recordar la vocación de Mateo (Cf. Lc 5), aquel cobrador de impuestos que el Señor llama de su puesto de trabajo para que se convierta y le acompañe como discípulo, ante el asombro y el escándalo de todos. La conclusión de aquel relato, “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”, casa muy bien con la de este, “hoy ha llegado la salvación a esta casa, también este es hijo de Abrahán”.

El encuentro de Jesús con Zaqueo supone para el publicano un deseo que, desde lo profundo de su corazón, ahora puede ser expresado y cumplido. Y es esa declaración de Zaqueo en la que nos fijamos: Zaqueo no le pide a Jesús, como el publicano del domingo pasado, que tenga compasión de él, no pide perdón con el corazón contrito por sus pecados, no reclama misericordia. Tampoco Jesús advierte sobre la fe del publicano, ni sobre su arrepentimiento, ni sobre su condición de discípulo. No proclama una palabra de perdón, sino de justificación: “la salvación ha llegado a esta casa”. Jesús proclama, declara lo que ha sucedido.

Eso sí: Zaqueo no se escabulle ante Jesús, de tal manera que el pecador, sin presumir, pero sin decisión, advierte de su justicia hacia los pobres, de su reparación por el mal cometido. Jesús cumple así la profecía de Ez 38,11s., donde el profeta advertía de la tarea del Señor de buscar a las ovejas perdidas para reconducirlas. Así, la conversión de Zaqueo manifiesta el ser de Jesús.

Es por esta actitud ante Zaqueo que Jesús merece el calificativo “amigo de la vida” que escuchamos en la primera lectura. El que perdona es amigo de la vida: el que perdona permite que el otro saque lo mejor de sí, y que de su mejora se beneficien los que han padecido cualquier tipo de daño o de mal.

Por eso, a la clemencia del Señor se responde con la acción de gracias del pecador. Esta actitud, descrita en el salmo responsorial, pone al hombre rehabilitado en el camino del seguimiento de Cristo. Hace de aquel que se doble por el pecado una persona honesta, recta, deseosa, como Zaqueo, de responder al Señor con una vida generosa entre los suyos. Zaqueo entra en casa como quien entra en la Iglesia, y allí no se siente señalado por otros, no es despreciado o separado por sus faltas y pecados, sino que, por el contrario, se sabe entre testigos de la misericordia y del poder rehabilitador de Dios. ¿Sé verme yo así en la Iglesia? ¿Acepto a los hermanos como a quienes el Señor ha acogido y visitado con cariño? ¿Me alineo con los que miran con recelo o con los que se alegran del encuentro con Cristo? Así, en la Iglesia, ya no se trata de “otro publicano”, sino de “un hijo de Abraham”, un creyente que ha acogido el amor de Dios. Está claro, entonces, la postura ante los hermanos propia del cristiano: amigos de la vida. No por nosotros, por nuestros méritos: es Jesús el que nos ha hecho amigos de la vida.
Diego Figueroa