domingo, 27 de enero de 2019

PRIMERA LECTURA
Leyeron el libro de la ley, explicando su sentido
Lectura del libro de Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10
En aquellos días, el día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad: hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón. Leyó el libro en la plaza que está delante de la Puerta del Agua, desde la mañana hasta el mediodía, ante los hombres, las mujeres y los que tenían uso de razón. Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura del libro de la ley.
El escriba Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión.
Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas.
«Amén, amén».
Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.
Los levitas leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura.
Entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea:
«Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis» (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley)
Nehemías les dijo:
«Id, comed buenos manjares y bebed buen vino, e invitad a los que no tienen nada preparado, pues este día está consagrado al Señor. ¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza».
Palabra de Dios
Sal 18, 8. 9. 10. 15
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante. R.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R.
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R.
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, Roca mía, Redentor mío. R.
SEGUNDA LECTURA
Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 12-30
Hermanos:
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos.
Si dijera el pie : «Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? si fuera todo oído, ¿dónde estaría el olfato? Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso.
Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito.» Sino todo lo contrario, los miembros que parecen más débiles son necesarios. Y los miembros del cuerpo que nos parecen despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan.
Pues bien, Dios organizó el cuerpo dando mayor honor a lo que carece de él, para que así no hay división en el cuerpo, sino que más bien todos los miembros se preocupan por igual unos de otros. Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él.
Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
Pues en la iglesia Dios puso en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar a los profetas, en el tercero, a los maestros, después, los milagros; después el carisma de curaciones, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
Palabra de Dios
Aleluya Lc 4, 18
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad. R.
EVANGELIO
Hoy se ha cumplido esta Escritura
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Ilustre Teófilo:
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que le ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
CELEBRAR Y VIVIR LA PALABRA
La palabra es el gran signo que posibilita y crea el encuentro y el diálogo de los seres inteligentes. La palabra expresa al hombre y por medio de ella toma con ciencia de la realidad que lo circunda. Por la palabra el hombre actúa y se hace presente, manifiesta su mundo interior, hace inteligible lo que piensa, lo que siente, lo que es.

Es importante valorar con justeza y dar la principalidad debida a las palabras con que nos expresamos en la celebración litúrgica y nos comunicamos personal y comunitariamente con Dios. La Palabra de Dios, pronunciada o escuchada, exige sinceridad.

Para el creyente la Palabra de Dios no es mera letra impresa en la Biblia, sino que es historia, vida y verdad. La Biblia es Palabra de Dios no porque la sugiere o evoca, sino porque la expresa, la significa eficazmente, la hace patente. Por medio de la Biblia la Iglesia se manifiesta como comunidad de la Palabra y, a la vez, patentiza que la Palabra que proclama no es algo propio, sino algo que le ha comunicado gratuitamente Dios. Celebrar la Palabra en el culto litúrgico es revelar los planes ocultos de Dios, para suscitar una fe más profunda.

La Palabra de Dios es valorada en la liturgia como un acontecimiento. No se celebran ideas, sino hechos. Se celebra precisamente la presencia de Dios en la asamblea por la comunicación de su Palabra. Se festeja el hecho de que Dios hable a su pueblo.

La celebración de la Palabra supone una sintonía previa: los que participan en la fiesta litúrgica saben qué es lo que va a pasar y precisamente por esto y para esto se reúnen. Más aún, organizan la liturgia para que el hecho se produzca. La Palabra no es anuncio de algo desconocido, sino repetición deliberada de un hecho esperado. La Palabra de Dios cuanto más conocida más se gusta de ella, más dice, mejor se celebra; porque “celebrarla” supone poseerla y ser poseído por ella. La lectura bíblica llega a ser Palabra de Dios cuando se acoge, convierte, recrea y comunica vida.

Estas reflexiones vienen a propósito del Evangelio de este tercer domingo ordinario, en el que se presenta a Cristo en la Sinagoga de Nazaret, leyendo un trozo del Profeta Isaías y haciendo la homilía perfecta: “hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10Sal 18, 8. 9. 10. 15
san Pablo a los Corintios 12, 12-30san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
de la Palabra a la Vida
Es impresionante la fuerza que tienen los textos que nos ofrece hoy la Liturgia de la Palabra. Es impresionante la reacción, tanto en la primera lectura como en el evangelio, a la Palabra de Dios proclamada. No puede por menos que provocar una reflexión en nosotros: se proclama la Palabra y el pueblo reacciona como sólo lo haría… ante Dios mismo.

En este domingo comenzamos a escuchar al evangelista Lucas. Su evangelio nos acompañará durante todo el año litúrgico. Por eso empezamos por el principio, el prólogo, y la escena de Jesús en la sinagoga de Nazaret. San Lucas se va a esforzar en su evangelio por mostrar algo que ya se pone de manifiesto desde hoy: la continuidad y la discontinuidad que supone la llegada de Jesucristo en medio de los hombres. Él va a proclamar la palabra del Antiguo Testamento pero va a anunciar su cumplimiento. Lo que aquellos dibujaban es ahora visible. Ha concluido el tiempo de la espera, ha comenzado el de la realización. Las sombras dan paso a la imagen.

El evangelio de hoy presenta a Cristo señalado por el profeta Isaías. En la liturgia sinagogal judía era primordial la proclamación de la Ley y los Profetas. Esta daba paso a un comentario. Cristo proclama la Palabra y la explica: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Comienza su misión declarando que Él es el Mesías esperado, consagrado con la unción y enviado para dar la Buena Noticia a los pobres. San Lucas no busca solamente presentar con fidelidad lo que ha recopilado: desea también que quien lea su relato le preste a Cristo la adhesión de la fe. Por eso, la fuerza de las palabras que se proclaman no está solamente en lo que en ellas, se dice, está en que son una auténtica provocación a adherirse a Dios, a apostar por Él, a confiarle los mejores criterios y decisiones de la propia vida. Pero tienen tanta fuerza, que al menos tendremos que preguntarnos si han perdido esa fuerza…

Porque no son para nosotros, extraños, ni el deseo de Lucas ni la confesión de Cristo. Cada vez que los cristianos nos reunimos en la celebración de la Iglesia y proclamamos la Palabra de Dios, se cumple esta Escritura. Y cada uno de nosotros escuchamos, de forma actualizada, la voz de Cristo llamándonos a adherirnos a la fe y participar en su misión. Solamente como creyentes y enviados nos acercamos a la Eucaristía.

Nehemías, en la primera lectura, ya advertía sobre esto. La proclamación de la Palabra de Dios es fuente de fe y alegría para el pueblo. ¿Qué valor tiene para mí la Palabra proclamada en la Iglesia? ¿Aumenta mi fe? ¿Me hace querer seguir alegre a Cristo? El cristiano tiene que acercarse a la Palabra de Dios con el convencimiento del Salmo: “Tus palabras son espíritu y vida”. Solo así escucharé la Palabra de Dios en la Iglesia como cumplimiento de lo que Cristo quiere para mi vida hoy.

Porque, he ahí la respuesta: la fuerza de esas palabras no se ha perdido, al contrario, el hecho de que sigan siendo proclamadas en la liturgia de la Iglesia hace que las palabras tengan una fuerza cada vez mayor, que nos provoca a una respuesta cada vez mayor o nos evidencia una fe más débil cuando no es así. La manera de que esas palabras encuentren eco en nuestra vida es muy clara, pasa por su escucha atenta y confiada en la celebración de la Iglesia. Atenta y confiada, porque es la Palabra de Dios, en la que hay “espíritu y vida”.
Diego Figueroa

domingo, 20 de enero de 2019

PRIMERA LECTURA
Se regocija el marido con su esposa
Lectura del libro de Isaías 62, 1-5
Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores.
Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.
Palabra de Dios

Sal 95, 1-2a. 2b-3. 7-8a. 9-10a y c
R. Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R.
Proclamad día tras día su victoria,
contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R.
Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor. R.
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente.» R.
SEGUNDA LECTURA
El mismo y único Espíritu reparte a cada uno en particular como él quiere
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 4-11
Hermanos:
Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
Pero a cada cual se le otorga la manifestación el Espíritu para el bien común.
Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A este se le ha concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas.
El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él quiere.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. 2 Tes 2, 14
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Dios nos llamó por medio del Evangelio
para que sea nuestra la gloria e nuestro Señor Jesucristo. R.
EVANGELIO
EEste fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea
Lectura del santo Evangelio según san Juan 2, 1-11
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo:
«No tienen vino».
Jesús le dice:
«Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes:
«Haced lo que él diga».
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo:
«Llenad las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice:
«Sacad ahora y llevádselo al mayordomo».
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al esposo y le dice:
«Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
UN SIGNO DEL VINO NUEVO
En el ámbito de un banquete nupcial, en el que los nuevos esposos comunican a sus amigos y parientes la felicidad del amor, Jesús quiso comunicar y revelar su gloria. Fue en Caná de Galilea, cuando se acabó el vino, donde se empezó a revelar el amor de quien ha venido a traer la alegría mesiánica.

El tema del vino tiene una profunda significación bíblica, pues la bendición de Dios se expresa en una tierra con abundancia de trigo y vides. El vino es uno de los elementos imprescindibles del festín mesiánico. Desde un punto de vista profano simboliza el vino todo lo que puede tener de agradable la vida: la amistad, el amor humano y el gozo que se disfruta en la tierra. Desde la perspectiva religiosa el simbolismo del vino se sitúa en un contexto escatológico: expresa banquete, felicidad, alegría, plenitud, elevación y éxtasis.

En el Evangelio de este segundo domingo ordinario se pone de relieve que Cristo ha venido a traer el vino nuevo de su caridad, gozo y presencia, ese buen vino de la mejor solera y reserva guardado hasta ahora. El término “vino nuevo” evoca el festín escatológico reservado por Jesús a sus fieles en el reino del Padre. Y hace referencia a la perfección de la conversión: en Caná el agua fue convertida en vino; en la eucaristía el vino es la sangre redentora derramada por el Señor.

Jesús siempre está cercano a los apuros de los hombres, como lo estuvo en las circunstancias concretas del banquete de bodas de Caná. Nunca Jesús es el lejano, el distanciado, el insensible. Se sienta a nuestra mesa y comparte nuestras alegrías lo mismo que sabe llorar con nuestro llanto.

Muchas veces nos quedamos como los novios de Caná, sin el vino de la alegría, del amor, de la paz, de la tranquilidad, de la ilusión, del trabajo. Hemos perdido la esperanza y creemos que nuestra situación ya no tiene remedio. Pensamos que nuestro mundo, nuestra patria, nuestra vida es imposible de soportar. Estamos en apuros y con nuestra bodega de reserva vacía.

Y siempre se puede producir el milagro. Se repite constantemente la petición nada exigente de la Madre Virgen: “no tienen vino”. Y tenemos que obedecer al mandato de Jesús y llenar nuestra tinaja de agua, de lo que aparentemente no tiene valor. Lo que esto significa es nuestra cooperación. Hay que llenar nuestra tinaja para que se realice el milagro. Si estamos vacíos seguiremos vacíos, si estamos llenos de agua nos llenaremos de la plenitud de Dios. El agua de la trivialidad será el vino nuevo de la gracia.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 62, 1-5Sal 95, 1-2a. 2b-3. 7-8a. 9-10a y c
san Pablo a los Corintios 12, 4-11san Juan 2, 1-11

de la Palabra a la Vida
La antigua tradición que une la aparición a los Magos con el Bautismo del Señor y con las bodas de Caná (en la España mozárabe también con la multiplicación de los panes) es la causa del evangelio que se nos propone hoy. La Iglesia, al mantenerlos cerca cronológicamente, intenta que no se pierda ese antiguo vínculo, precisamente por lo gráfico que es a la hora de explicar un concepto central de nuestra fe: es una fe revelada, es Dios el que nos la ha manifestado, y más aún, lo que ha dado a conocer no han sido cosas, no han sido trucos, no han sido palabras, sin más: se ha dado a conocer a sí mismo, pues al manifestar su gloria manifiesta su ser Dios.

La revelación del Ungido por Dios para ser luz de los pueblos (fiesta del Bautismo) hoy alcanza un grado aún mayor: “Cómo un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó”, dice Isaías. Isaías y san Juan nos hablan hoy de bodas. Una luz parece algo inabarcable, algo que no se puede retener, que ofrece su efecto y luego se pierde… pero una boda es otra cosa. Una boda es justo una unión fuerte, un vínculo extraordinario. No es solamente que Dios pase por aquí, es que se queda para siempre con nosotros. No es que nos ilumine, es que nos convierte en su propia luz. Hace de su gloria nuestra gloria.

Por eso, Isaías anuncia la renovación de Jerusalén en un pasaje lleno de términos de “gloria”. El Señor que edificó Jerusalén se desposará con ella. Es el tiempo de la favorita, la desposada, la preferida. La Iglesia, nueva Jerusalén, se siente privilegiada por su Señor, especialmente unida a Él.

Así podemos entender el sentido del evangelio hoy: El Señor va a las bodas de Caná a revelar la alegría desbordante que va a ser para la Iglesia su desposorio con el Señor. Un desposorio que se realizará cuando corra su sangre, como el vino bueno, en la cruz. Por eso, el tema de este domingo es el anuncio del banquete mesiánico, que supone un mundo nuevo, un vino nuevo, un amor nuevo, una alegría nueva. Que la gloria está unida al misterio de la cruz no es algo casual, un recurso de los discípulos ante el fracaso de la crucifixión: es la esencia del mensaje.

Cristo, concluye el evangelio, “manifestó su gloria”. Recordemos el evangelio del día de Navidad, el prólogo de san Juan: “la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria”. La gloria que manifestó el Señor ya la hemos empezado a contemplar. La ha manifestado en la cruz, donde ha sido exaltado como Rey y Señor, y la hace presente en la celebración de la Eucaristía: así nos hace partícipes del festín nupcial que ya se desarrolla en el cielo.

Por eso estas lecturas de hoy no son para nada alejadas de nuestro tiempo, de nuestros problemas: Al final, como hoy, esperamos una renovación de todo. Y tenemos razones para esperarlo. Por eso tenemos que trabajar cada día nuestra propia renovación interior. Nosotros éramos agua, pero al ser desposados por Cristo nos hemos convertido en vino. Trabajemos entonces, hoy, para manifestar el amor de la alianza final. Este trabajo conlleva un misterio de cruz por el cual se adquiere la gloria, porque en ese misterio de cruz el vínculo que se establece con Jesús no se debilita, al contrario, se convierte en un vínculo de bodas, una alianza. ¿Prefiero la alianza por la cruz, las bodas por el abajamiento, o rechazo la gloria de Cristo a cambio de algo menos costoso, más barato, más fácil?

Diego Figueroa

domingo, 13 de enero de 2019

Comentario Pastoral
MEDITACIÓN SOBRE EL BAUTISMO
En el sacramento del Bautismo confluye todo el misterio de la vida: el pasado del pecado, el presente del hombre nuevo y la esperanza del mundo definitivo. El Bautismo es regeneración, vida nueva, nacimiento de lo alto, participación de la Resurrección, revestimiento de Cristo, signo de la filiación divina y unción del Espíritu.

Contemplado y definido así, desde la teología se comprende su importancia y valor. Sin embargo, desde la realidad pastoral concreta, el Bautismo tiene aún ciertos matices de celebración sociológica. Se pide el Bautismo desde diversas instancias: la costumbre, la religiosidad o la tradición familiar, aunque es verdad que actualmente el nacimiento de un niño y su Bautismo ya no están indisoluble y automáticamente unidos, como ocurría antes. Es creciente la toma de conciencia, por parte de todos, de la seriedad y exigencias que comporta este sacramento fontal, para que no sea un gesto estéril.

A quienes abogan radicalmente por el retraso del Bautismo hasta la edad adulta, para que haya un compromiso personal, conviene recordarles algunas de las razones presentadas en el nuevo ritual promulgado como fruto de la reforma litúrgica del Vaticano II: los niños son bautizados no por su fe personal, sino en la fe de la Iglesia, proclamada por los padres, padrinos y la comunidad; la respuesta y conversión personal de los niños es exigencia posterior al Bautismo, que necesita una educación progresiva en la fe eclesial.

En este domingo celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. Es oportuno recordar las exigencias de nuestro propio bautismo, a la luz del Bautismo de Cristo, que fue manifestación de su filiación divina, comienzo de su misión pública, proclamación de una nueva fidelidad, un nuevo amor y una nueva ley. Los bautizados debemos manifestar en toda circunstancia que somos hijos de Dios, ungidos con un espíritu nuevo, que vence toda cobardía y egoísmo.

Porque estamos bautizados, tenemos que vencer el miedo a profesar una auténtica conciencia bautismal en todas las circunstancias básicas y a recobrar actitudes fundamentales que han podido abandonarse a lo largo del camino de la vida. Tareas específicas del bautizado son: vivir las obras de la luz en medio de las tinieblas, luchar contra las estructuras de la injusticia, enfrentarse al pecado del mundo, buscar afanosamente la fraternidad universal y construir el futuro de una historia nueva.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”, dice san Pablo a Tito. La aparición de Jesús en el Jordán no es una de esas apariciones fugaces que vemos en el firmamento, sino que es una luz que viene para quedarse, una obra perenne. Por medio de la misma, el Padre revela en el Jordán a propios y a extraños quién es Jesús: “Tú eres mi Hijo, el amado, mi predilecto”.

Una aparición es siempre una luz, “luz de las naciones”, dice Isaías. El Señor viene a iluminar a todos los hombres, pero su luz es divina: transforma. El tiempo de Navidad nos ha mostrado que el que nace viene para reinar, pero que ese reinado se realiza a través del misterio de la Pasión, que la Navidad mira a la Pascua.

La voz del Padre, que reconoce al “hijo amado”, nos lleva al libro del Génesis: allí, en la escena del sacrificio de Isaac (Gn 22), Dios habla a Abraham por tres veces refiriéndose a su hijo como “hijo amado”. Así, la escena del Jordán nos habla de un verdadero sacrificio: aquí Dios no sólo muestra a su Hijo, sino que nos anuncia que Él sí será sacrificado, como cordero sin mancha, como siervo inocente. Jesús será, como anunciaba Isaías, “mi siervo, mi elegido, a quien prefiero”.

Sobre ese siervo Dios pone su espíritu. La unción del Hijo en el bautismo se convierte así en su investidura mesiánica, en la que el siervo se muestra como el que, ungido por el don del Espíritu, cumple plenamente la voluntad del Padre. Entrar en las aguas del Jordán anticipa así entrar en el misterio de la muerte y sepultura, culmen de la obra del Siervo de Dios. Así lo testifica, porque lo ha visto, san Pedro: “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo”.

Esta revelación nos muestra, además, el fin de la misión del Hijo. En el salmo, la voz de Dios sobre las aguas hará resonar una palabra: “¡Gloria!”. Los hombres van a recibir la gloria de Dios por la obediencia del Hijo.

La unción de Jesús en las aguas del Jordán es una invitación para nosotros a entrar con Él en el misterio de la obediencia, como hijos de Dios, al Padre. La celebración de la Iglesia, lugar de la unción de los hijos de Dios, es lugar en el que nuestro corazón acoge y desea, como Cristo, participar en la Pascua. La Gloria de Dios no viene por gestos o ritos vacíos de significado, sino llenos de gracia: los cristianos, fiados en la voz del Padre, nos sumergimos así, con Él, en su misterio pascual, y al sumergirnos en él, la gracia, agua de vida, nos transforma.

Por eso, ¿qué nos queda de eso al salir de la celebración? ¿cómo dar continuidad a la acción de la gracia fuera de la celebración? A los que vivimos como pececitos, siguiendo a Cristo, nuestro pez, nos es posible mantenernos siempre en el agua si nuestra vida se convierte en un sacrificio espiritual, es decir, si somos capaces de sacrificar nuestra propia voluntad, como Cristo hace en el Jordán, para que se haga la voluntad del Padre.

Así, la acción de la gracia no aparece en la iglesia y desaparece fugazmente al salir de ella, sino que, a la manera de Cristo, también es perenne en nosotros.
Diego Figueroa

domingo, 6 de enero de 2019

PRIMERA LECTURA
La gloria del Señor amanece sobre ti
Lectura del libro de Isaías 60, 1-6
¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, y su gloria se verá sobre ti.
Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos.
Entonces lo verás y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y ta ti llegan las riquezas de los pueblos.
Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá.
Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor.
Palabra de Dios

Sal 71, 1-2. 7-8. 10-11. 12-13
R. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R.
En sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R.
Los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.
Los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
póstrense ante él todos los reyes,
y sírvanles todos los pueblos. R.
Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres. R.
SEGUNDA LECTURA
Ahora ha sido revelado que los gentiles son coherederos de la promesa
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 3, 2-3a. 5-6
Hermanos:
Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de vosotros, los gentiles.
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio.
Palabra de Dios
Aleluya CF. Mt 2, 2
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Hemos visto salir su estrella
y venimos a adorar al Señor. R.
EVANGELIO
Venimos a adorar al Rey
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 2, 1-12
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
“Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”».
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
«ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.»
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
REVELACIÓN, BÚSQUEDA Y OSCURIDAD
El Evangelio de los Magos se nos presenta como una página de fuerte concentración teológica. Es una narración que presenta una antología de textos bíblicos y un texto importante de la catequesis primitiva, que potencia la llamada de los gentiles a la fe.

Los Magos vienen de Oriente. Como hizo en otro tiempo la reina de Saba, se dirigen hacia Jerusalén, ciudad santa, buscando un rey salvador. Los Magos personifican la eterna ansia del hombre que sólo en Dios puede encontrar la paz.

En la escena cobra relieve la estrella, guía luminosa de tantas especulaciones exegéticas y astronómicas. En la Biblia tiene una clara referencia mesiánica, porque la luz está siempre en el fondo de toda aparición mesiánica, como canta Isaías en su espléndido himno al Emmanuel: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”. No en vano el Apocalipsis llama a Cristo “estrella de la mañana”.

El evangelista San Mateo subraya la grandísima alegría con que los Magos acogen la revelación mesiánica destinada a ellos. Después de haber entrado en la oscuridad del palacio del rey Herodes, los Magos se dirigen a la luminosa casa y humilde palacio del verdadero Rey, que es Cristo; y encuentran a la Madre del Mesías y a su hijo Jesús, ante el que se postran como gesto litúrgico de adoración cristiana y no como mero gesto de veneración oriental. Los Magos son desde entonces nuevos y verdaderos creyentes, y le presentan sus dones: el oro como rey, la mirra como a uno que había de morir, el incienso como a Dios.

La Epifanía es la historia de una revelación a través de dos canales de comunicación: uno cósmico, como es la estrella, y otro sobrenatural y gratuito, la Palabra de Dios. Cristo es la verdadera luz, quien lo encuentra no vive en tinieblas.

La Epifanía es la historia de una búsqueda, que supone etapas oscuras y peregrinaciones, pero que al final encuentra la verdad. El cristiano vive siempre peregrinando hacia la verdad y el absoluto hasta que vea a Dios cara a cara. En la Epifanía la fe se hace camino hasta la realidad viviente de Dios.

La Epifanía es también la historia de una oscuridad. Es la oscuridad del pecado de Herodes, es la oscuridad de la indiferencia de Jerusalén, es la oscuridad de los sumos pontífices y letrados del país que no ven, creyendo que ven.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
La solemnidad de la Epifanía es la segunda gran fiesta del tiempo de Navidad, la otra cara del misterio del nacimiento del Señor. Epifanía, aparición, significa para los cristianos que la luz de Cristo ha brillado no sólo para los judíos, significados por los pastores, que sería la primera cara, la fiesta de la Natividad, sino también para los paganos, significados en los magos: “también los gentiles son coherederos”, decía la segunda lectura. Nosotros somos parte de este segundo grupo para el que también ha brillado la luz de las gentes.

Pero nuestra sociedad se ha centrado en la cuestión de los regalos. Y ha convertido algo que tenía un sentido trascendente, en algo puramente humano. Los magos entienden que el que hace un regalo en Navidad, con su nacimiento, es Jesucristo. El Hijo de Dios hace a los hombres el regalo de la naturaleza divina. Al asumir nuestra humanidad, nos hace el regalo de la divinidad, de la eternidad, de la presencia santa en nosotros. Los Magos reconocen en el Niño al Rey anunciado por la estrella. Sus regalos confiesan su fe. Dejar nuestra fiesta en un intercambio de regalos que olvida el que hemos recibido de Dios y el que Él espera de nosotros, es dinamitar la fe desde dentro. Intercambiar regalos está bien, es una cosa buena, que a todos nos hace sentirnos queridos. Sin embargo, su origen es el regalo recibido de Dios y el que espera de nosotros: ¿Qué le vamos a ofrecer al Señor, que tiene todo lo creado a su disposición?

Cristo se manifiesta hoy como luz de todos los pueblos. De todas las naciones vienen a Cristo. “Todos los pueblos caminan a la luz del Señor”. En una sociedad relativista, la Iglesia afirma hoy su fe en que el Hijo de Dios hecho hombre en Belén, es el Salvador de todos los hombres, y que, lo que los Magos realizan es una profecía: Al fin de los tiempos, cuando el Señor vuelva, todos los hombres, de todos los pueblos, irán hacia Él. Todos lo reconocerán como Señor, y se postrarán ante Él, para ofrecerle su alabanza, su reconocimiento.

Llama la atención de los Magos su búsqueda. Los Magos buscan al Rey confiados en una estrella. No saben cómo es ese rey, pero siguen su estrella. Es una búsqueda sin miedo, porque son capaces de plantarse ante el rey Herodes a preguntarle que dónde ha nacido el Rey de los Judíos. En una búsqueda casi temeraria, signo de su determinación: no hay miedo cuando realmente se aprecia lo que se busca. ¿Qué nos merece la pena buscar en la vida? ¿Qué merece la pena tantos esfuerzos? ¿Qué puede haber que compense vencer comodidades, mejorar lo que es bueno? ¿Cómo confiar la vida a una estrella, a un signo? Nuestra vida se juega en elegir bien el signo del que nos fiamos. Porque ese signo no tiene por qué ser el más llamativo, el más importante, pues “lo necio del mundo lo ha elegido Dios para confundir a los sabios”, dice san Pablo. ¿Cuál es el signo del que nos fiamos nosotros?

Los magos no se marchan ante la pobreza del portal, del signo que les guía, no dejan de confiar en la estrella a pesar de la pobreza que muestra. El signo para nosotros es hoy la Iglesia, que nos ofrece la pobre presencia del Señor en la eucaristía. La cuestión es: ¿será capaz tan pequeño signo de bastarnos? ¿tendremos el valor de fiarnos? Aquí se pone a prueba cómo de valiente es nuestra búsqueda, cómo de valioso es el regalo que estamos dispuestos a hacer al Niño Dios.

Porque la búsqueda es la que nos hace dignos de lo que se nos va a dar. Las cosas que queremos tenemos que buscarlas con cuerpo y alma, con la vida. Si los Magos quieren al Rey, han de ir a por Él. Nosotros igual. Así experimentaremos la alegría de confesar que, la búsqueda de nuestra vida ha encontrado el regalo de Dios.
Diego Figueroa