domingo, 30 de junio de 2019

Lectura del primer libro de los Reyes 19, 16b. 19-21
En aquellos días, el Señor dijo a Elías en el monte Horeb:
«Unge profeta sucesor tuyo a Elíseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá».
Partió Elías de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, quien se hallaba arando. Frente a él tenía doce yuntas; él estaba con la duodécima. Pasó Elías a su lado y le echó su manto encima.
Entonces Eliseo abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías, diciendo:
«Déjame ir a despedir a mi padre y a mi madre y te seguiré».
Elías le respondió:
«Anda y vuélvete, pues; ¿qué te he hecho?».
Eliseo dio la vuelta, tomó la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio. Con el yugo de los bueyes asó la carne y la entregó al pueblo para que comiera. Luego se levantó, siguió a Elías y se puso a su servicio.
Palabra de Dios.
Sal 15, 1-2a y 5. 7-8. 9-10. 11
R. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios». 
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; 
mi suerte está en tu mano. R.
Bendeciré al Señor que me aconseja, 
hasta de noche me instruye internamente. 
Tengo siempre presente al Señor, 
con él a mi derecha no vacilaré. R.
Por eso se me alegra el corazón, 
se gozan mis entrañas, 
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos 
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R.
Me enseñarás el sendero de la vida, 
me saciarás de gozo en tu presencia, 
de alegría perpetua a tu derecha. R.
SEGUNDA LECTURA
Habéis sido llamados a la libertad.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 5, 1. 13-18
Hermanos:
Para la libertad nos ha liberado Cristo.
Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de la esclavitud.
Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; ahora bien, no utilicéis la libertad como estimulo para la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.
Porque toda la Ley se cumple en una sala frase, que es : «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Pero, cuidado, pues mordiéndoos y devorándoos unos a otros acabaréis por destruiros mutuamente.
Frente a ello, yo os digo: caminad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; efectivamente, hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais.
Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
Palabra de Dios
1 Sam 3,9c; Jn 6, 68c
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Habla, Señor, que tu siervo escucha; 
tú tienes palabras de vida eterna. R.
EVANGELIO
Tomó la decisión de ir a Jerusalén. Te seguiré adondequiera que vayas.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 51-62
Cuando se completaron los días en que iba de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él.
Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron:
– «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».
Él se volvió y les regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno:
– «Te seguiré adondequiera que vayas».
Jesús le respondió:
– «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».
A otro le dijo:
– «Sígueme».
Él respondió:
– «Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre».
Le contestó:
– «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios».
Otro le dijo:
– «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa».
Jesús le contestó:
– «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios».
Palabra del Señor


Comentario Pastoral
DOS VOCACIONES
Es clásica la relación entre “las vocaciones” o llamadas de la primera lectura y del Evangelio de este domingo. Se describe, en primer lugar, la llamada de Eliseo. El manto es el símbolo del carisma profético que se transmite como una investidura. El arado, símbolo del trabajo de Eliseo, se convierte en el signo del nuevo trabajo del apóstol, ya que “ninguno que ha puesto su mano en el arado y después se vuelve atrás es digno del reino de Dios”. Ésta es la principal diferencia entre la perícopa de Eliseo y la perícopa evangélica.

La vocación al Reino, que pide Jesús, es exigente y radical. Es necesario no apoyarse en medios humanos y naturales. Es necesario que haya prontitud de respuesta y abandono del pasado. Es necesario mirar al futuro, hacia la Jerusalén de la entrega total. “Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.

San Pablo dice que nuestra vocación es la libertad, por eso la libertad es el gran don de la redención, ya que hemos sido librados de la esclavitud del pecado. Es la libertad que supera el egoísmo y nos centra en el amor.

La vocación cristiana es cortar con un pasado cómodo o con costumbres aceptadas. La vocación cristiana es renuncia y distanciamiento de los bienes materiales, de los efectos poco convenientes y de las decisiones superficiales. La vocación cristiana es contraria a la nostalgia.

La vocación cristiana nos lleva siempre al terreno del amor auténtico y de la fe comprometida. Nos abre a los demás liberándonos de estar encerrados en nosotros mismos. La vocación cristiana nos mueve a caminar por la senda del Espíritu liberándonos de los deseos de la carne.

La vocación cristiana nos hace encontrar al Señor como lote y heredad perfecta, como bien supremo, que nos sacia de gozo en su presencia y de alegría perpetua.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Vivimos en el seno de una sociedad fatalista, en la que el mal es inevitable, al final nos alcanza y nos voltea y juega con nosotros. Seguro que lo hemos visto o escuchado mil veces, y si no es así, ya la televisión, los medios, nos lo recuerdan: sucesos, desgracias, tragedias… tarde o temprano te toca. Sin embargo, Jesús está decidido a correr a la misma velocidad para ofrecer el evangelio como lo inevitable: no hay impedimento que le detenga, obstáculo ante el que dudar. ¡Vamos! ¡Adelante! Es así como, después de llevar a cabo su ministerio mayoritariamente en la región de Galilea, Jesús toma la decisión de bajar a la región de Judea, de capital Jerusalén, donde consumará su sacrificio, donde el profeta concluirá su misión de anunciar el evangelio del Reino de Dios entregando su vida. Ni siquiera la oposición que encuentra en el territorio de Samaria será un obstáculo para que pueda llevar a cabo su misión. Hay una determinación imparable en quien sabe que es su momento, que es la hora del Padre, que un proyecto cumple la voluntad de Dios y ha de ser llevado a cabo superando cualquier adversidad.

Así, lo primero de lo que nos hablan las lecturas de hoy es de una gran determinación. El evangelio no puede seguirse, ni creerse, ni vivirse, de forma tibia. Si no hay convencimiento, no se podrá realizar y la vida no reflejará el poder de Dios.

De ahí la exigencia de Cristo: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de los cielos”. Y es al escuchar esta sentencia cuando viene a nuestra mente el episodio de Elías con Eliseo: “Ve y vuelve, ¿quién te lo impide? “. Con Eliseo, en los tiempos del Antiguo Testamento, la salvación se va haciendo “a fuego lento”. Hay tiempo hasta para ir y despedirse. Pero la urgencia ha llegado con Cristo. Antes no se había manifestado plenamente el poder de Dios, pero ahora ya sí, ahora ya no hay lugar para retrasos. El seguimiento de Cristo es una tarea que requiere decisión.

En la vida cristiana, multitud de elementos pueden diferir un anuncio que es urgente, y eso no puede ser. La conversión no es aplazable. ¿Qué obstáculos, qué “peros”, qué esperas le proponemos nosotros a Dios en nuestra vida cristiana? En aquel que sigue al Señor, sólo cabe repetir, una y otra vez, lo que decía el salmo: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa. Mi suerte está en tu mano”. Confiar en el Señor, en aquel al que se sigue, dejar que sea el Señor el que vaya marcando sacrificios y tiempos, significa favorecer el plan salvador.

Así, las palabras de Pablo, “andad según el Espíritu”, revelan esa cooperación con el deseo de Cristo. En ese dejarse llevar por la guía del Espíritu Santo, el hombre participa acertadamente de la misión que Cristo ha decidido llevar a cabo en Jerusalén, para la cual uno tiene, como advertía el domingo pasado, que negarse a sí mismo, a la voluntad que nace del cuerpo, y dejar que el Espíritu Santo ilumine a la persona entera. Este Espíritu se entiende y se enmarca en la vida de la Iglesia: sin ella, es difícil entender al Espíritu, contra ella, es imposible que sea el Espíritu.

¿De qué manera aprende el cristiano a seguir al Señor guiado por el Espíritu Santo? En la oración, claro, y especialmente en la oración litúrgica. En ella, el Espíritu modela a nuestro espíritu, le dice qué responder, qué decir, cómo moverse, qué rezar, qué escuchar… y esto, lejos de violentarnos o de sernos ajeno, nos educa a lo que tiene que ser toda nuestra vida, liturgia de alabanza según la voluntad de Dios, que es la que sigue Cristo en su decisión de ir a Jerusalén. Hoy es día para aprender, por tanto, la fortaleza de una decisión, el convencimiento de que, ni el obstáculo del rechazo a Cristo o el pecado, podrán parar el deseo de Dios.
Diego Figueroa

domingo, 23 de junio de 2019

PRIMERA LECTURA
Ofreció pan y vino.
Lectura del libro del Génesis 14, 18-20
En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino y le bendijo diciendo:
«Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos».
Y Abran le dio el diezmo de todo.
Palabra de Dios.
Sal 109, 1. 2. 3. 4 
R. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Oráculo del Señor a mi Señor: 
«Siéntate a mi derecha, 
y haré de tus enemigos 
estrado de tus pies.» R.
Desde Sión extenderá el Señor 
el poder de tu cetro: 
somete en la batalla a tus enemigos. R.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, 
entre esplendores sagrados; 
yo mismo te engendré, desde el seno, 
antes de la aurora». R.
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: 
«Tú eres sacerdote eterno, 
según el rito de Melquisedec». R.
SEGUNDA LECTURA
Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
– «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
– «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 6, 51
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo – dice el Señor -; 
el que coma de este pan vivirá para siempre. R.
EVANGELIO
Comieron todos y se saciaron.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 11b-17
En aquel tiempo, Jesús se puso hablaba a la gente del reino de Dios y sanaba a los que tenían necesidad de curación.
El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron:
«Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado».
Él les contestó:
«Dadles vosotros de comer».
Ellos replicaron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo esta gente».
Porque eran unos cinco mil hombres.
Entonces dijo a sus discípulos:
«Haced que se echen sienten en grupos de unos cincuenta cada uno».
Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos.
Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
DOS CLASES DE PROCESIONES
Cada día, de Oriente a Occidente, desde donde sale el sol hasta el ocaso, la Iglesia celebra el banquete sacrificial del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, cuya institución conmemoramos en la tarde del Jueves Santo. Todos los días son por lo tanto celebración del “Corpus”. Sin embargo, concluidas las fiesta pascuales, somos invitados nuevamente a una celebración solemne y particular de este Santísimo Sacramento, que sintetiza la vida toda del Señor y nos comunica los frutos de la redención.

El misterio de la eucaristía tiene muchas evocaciones: es memorial de la Pasión, es banquete de unidad, es anticipo de la vida divina que compartiremos con Cristo en el Cielo. Por eso es necesario no quedarse en la periferia del misterio, sino descubrir una vez más lo que creemos y celebramos: el Cuerpo que se entrega, la Sangre que se derrama. La entrega es esencia profunda y última del Corpus, que debemos renovar constantemente. El cristiano debe ser pan que se multiplica, pan que se hace accesible a cualquier fortuna, pan de vida, pan de unión, pan que sacia el hambre. A ejemplo de Cristo, que ha derramado su sangre, el cristiano debe convertirse también en vino bueno, de la mejor cosecha, que va pasando de mano en mano y de copa en copa, para que todos beban salvación y no muerte.

Hay dos clases de procesiones. Una muy sencilla, pero difícil, en la que día a día y momento a momento, al salir de la eucaristía, debemos mostrar la verdad de fe y las exigencias de amor de lo que hemos recibido y hemos comulgado. Así cumpliremos el mandato del Señor de “haced esto en conmemoración mía”. Después de cada celebración eucarística, en la calle y en casa, en el trabajo y en el descanso, el cristiano es custodia y ostensorio de la fe nueva que necesita nuestro mundo.

Y está la procesión solemne, grandiosa emotiva y testimonial del Corpus. No se saca al Santísimo por nuestras calles como afirmación de fe ante la herejía; nunca el sentido polémico motiva nuestra procesión. Con temblor interior y emoción profunda llevamos la eucaristía como síntesis total de la vida de Cristo, de su salvación universal, y a la vez como testimonio de la verdad y del amor que creemos e intentamos llevar a la práctica.

Y en los ambientes, sobre todo urbanos, en que el sentido de la procesión sufre algún interrogante, es necesario realizarla como auténtica expresión visible de fe y homenaje fiel de la comunidad a Cristo Señor, suprimiendo todo lo que suene a compromiso o espectáculo semejante a los desfiles profanos.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
La eucaristía no es el as que Jesús se saca de la manga en la última cena para quedarse con sus discípulos, para ofrecerles un consuelo sin más. La revelación trinitaria del domingo pasado tiene un punto referencial en la revelación eucarística, que va siendo también desvelada en la historia bíblica, desde pasajes tan conocidos como el del maná en el desierto que alimentó a Israel, hasta personajes tan extraños como este Melquisedec, que ejerce de telonero, de profeta que anuncia algo más grande y perfecto. En la sagrada Escritura, Melquisedec es el primero que ofrece a Dios pan y vino. Pronto la primera Iglesia, la de los apóstoles, ya ve en él un personaje que anunciaba a un verdadero “rey de paz”, a un verdadero “sacerdote del Dios Altísimo”, a uno que ofrecerá a Dios una ofrenda verdadera (en el sentido de duradera, eterna). También descubrirán en su bendición a Abraham un anuncio, un dibujo que bosquejaba la verdadera bendición, que otro sacerdote iba a obtener para toda la descendencia, para todo creyente. Así, en los escritos de los padres, en la Tradición de la Iglesia, en las representaciones artísticas e incluso en la decoración de los mismos templos, Melquisedec y la ofrenda se convierten en temática tan habitual, que hasta el Canon romano vuelve sus ojos hacia la ofrenda de este rey de paz, como advirtiendo al Padre de que hemos captado su enseñanza, su profecía.

En Melquisedec la Iglesia ya ve a Cristo, al que reconoce en el salmo “sacerdote eterno”. Ese misterioso sacerdocio de Melquisedec, que no lo ha recibido de los hombres, por descendencia,
sino por designio divino, manifiesta esa característica también del sacerdocio de Cristo: Tú, Señor, no eres sacerdote por Ley, por herencia, sino porque Dios así lo ha designado. Tu sacerdocio es para siempre, Señor, porque Tú eres santo y porque ofreces cosas eternas a Dios Padre (a Ti mismo en tu eterno sacrificio) y a los hombres (a Ti mismo en tu Cuerpo y Sangre).

El evangelio de la multiplicación de los panes y los peces tiene un sabor eucarístico indudable, y por eso la Iglesia nos lo ofrece en este día: Dios ha querido alimentar a los hombres, y además ha querido, con esa escena milagrosa, preparar a sus amigos, a sus discípulos, para una última cena, para la entrega de su vida.

Lo que después, entonces, entendieron sus apóstoles, lo relata San Pablo en la segunda lectura , de forma que en la liturgia de la Palabra de hoy encontramos tanto la imagen del Antiguo Testamento, como la recepción apostólica, enmarcadas en la recepción de la Iglesia de hoy, el marco litúrgico: Así, “cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. La eucaristía no es misterio de una hora. Es misterio de eternidad, pues ya Melquisedec lo anuncia, y la Iglesia lo celebra hasta la venida gloriosa, desde el cielo, del Señor. Dios ha previsto para la Iglesia darle un alimento que dure hasta la vida eterna. Ese aspecto de la eucaristía del que advierte san Pablo no podemos olvidarlo “cada vez” que participamos en la misa. El Cuerpo y la Sangre de Cristo son alimento para la Iglesia también “para que Él vuelva”. La escatología viene en la eucaristía. La tensión entre el hoy y el último día, entre el tiempo y la eternidad, entre lo vivo en este momento y lo que seré para siempre, se contraen a la mínima expresión.

Por eso, celebrar la Eucaristía es reconocer que Dios ha dado a su pueblo, y lo ha empezado a revelar en Melquisedec para mostrarlo totalmente en Cristo, una dirección en la que avanzar y una fuerza por la que ir por ella. Es alimento para saciarnos, no como aquella multitud del evangelio, sino de Vida eterna. Hacia ella caminamos con verdadero y creyente deseo, mientras nos es revelada la historia de nuestra vida como una historia eucarística, en la que nos damos como aquello que se nos da.
Diego Figueroa

domingo, 16 de junio de 2019

PRIMERA LECTURA
Antes de que la tierra existiera, la Sabiduría fue engendrada.
Lectura del libro de los Proverbios 8, 22-31
Esto dice la Sabiduría de Dios:
«El Señor me creó al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo remoto fui formada, antes de que la tierra existiera.
Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas.
Aún no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada.
No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe.
Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales; cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como arquitecto, y día tras día lo alegraba, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, y mis delicias están con los hijos de los hombres».
Palabra de Dios.
Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9. 
R. Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, 
la luna y las estrellas que has creado.
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, 
el ser humano, para mirar por él? R.
Lo hiciste poco inferior a los ángeles, 
lo coronaste de gloria y dignidad, 
le diste el mando sobre las obras de tus manos. 
Todo lo sometiste bajo sus pies. R.
Rebaños de ovejas y toros, 
y hasta las bestias del campo, 
las aves del cielo, los peces del mar, 
que trazan sendas por el mar. R.
SEGUNDA LECTURA
A Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado por el Espíritu.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 1-5
Hermanos:
Habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por el cual hemos obtenido además por la fe el acceso a esta gracia, en la cual nos encontramos; y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Ap 1, 8
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo;
al Dios que es, al que era y al que ha de venir. R.
EVANGELIO
Lo que tiene el Padre es mío. El Espíritu recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 16, 12-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia,sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
DIOS ES AMOR
Los cristianos creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso; y en un solo Señor, Jesucristo, y en el Espíritu Santo, dador de vida. Éste es el dogma fundamental del que todo fluye. Por eso la Iglesia hoy nos invita a la celebración del gran misterio que nos hace conocer y adorar en Dios la unidad de naturaleza en la trinidad de personas.

Creer en la Trinidad normalmente nos cuesta mucho, quizá porque es una verdad abstracta, que parece que afecta solo a los teólogos. Ante el misterio no se pueden emplear palabras banales ni es actitud coherente el simple soportarlo. El misterio se cree y se adora. No basta quedarse en la representación del triángulo, del trébol o de los tres círculos enlazados. Tenemos un concepto de fe demasiado nocional, pues nos parece que creer es saber y entender; sin embargo, creer es vivir. Por eso, creer en Dios es intentar vivir el misterio múltiple y único de Dios, que se manifiesta en nuestra vida.

La oración cristiana comienza “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y siempre se concluye con una doxología en honor de las tres divinas personas. 

Desde siempre se expresaba Dios en su Palabra y desde la creación su Espíritu se movía entre las aguas, daba vida con su aliento a todo lo creado y se derramaba después en reyes, jueces, profetas y pueblo. Su Palabra no solo es creadora, sino que también se hace activa realidad y expresión de lo divino en los profetas y hombres inspirados. En la plenitud de los tiempos se encarna en Cristo, Palabra del Padre, y se nos comunica su Espíritu, que es el mismo Espíritu del Padre. En la fe percibimos esa Palabra y ese Espíritu no como nuevos medios de actuación de Dios, sino como seres subsistentes.

La Trinidad es la expresión de la profunda vitalidad divina y la raíz del amor que está en nosotros. Dios es amor, vive en comunidad.

La gloria, la alabanza, la bendición y la acción de gracias son las únicas palabras dignas y humildes que podemos pronunciar ante Dios.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Hay cosas en la vida, multitud de ellas, con las que aún “no podemos cargar”. Están fuera de nuestra capacidad. No es una cuestión de cantidad de conocimiento, sino de calidad del conocimiento. Necesitamos toda una vida, no solamente para ir aceptando que así es, sino también para que el Espíritu Santo nos lo vaya revelando, lo vaya poniendo en nuestro ser de manera suave, de manera cierta. Así sucede en nuestra propia vida, camino de crecimiento en la fe, pero también en la historia, que poco a poco, en la medida que Él quiere, va conociendo a Dios, se va habituando a Él.

Desde antes de los abismos, manantiales, de la tierra misma… Dios tenía un plan para darse a conocer y ofrecer su amor y divinidad. Su Sabiduría se ha ido manifestando y a la vez proponiendo a la creación, al hombre, culmen de la creación. Desde lo más pequeño, el hombre puede contemplar y descubrir la marca del Creador en las criaturas, la inteligencia y belleza de su plan, y entonces exclamar: “¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”. Por eso, en esta fiesta la Iglesia no celebra un misterio concreto de la vida de Cristo, sino el misterio de la vida. Inabarcable para la mente humana, las lecturas de hoy sólo pueden ser acogidas con la Vida, como un don que se desvela en la medida que se acepta. El evangelio según san Juan nos ofrece un breve pasaje de los discursos de despedida, en el que en una afirmación de Cristo encontramos a las tres personas divinas. He ahí la intención de la Iglesia, que advirtamos la comunión que se nos revela, en acción. El Padre es el que todo lo tiene, el que entrega todo por Cristo; en el evangelio de hoy el don que entregan es el Espíritu Santo, que realizará, en el corazón del hombre, el anuncio del misterio de Dios; será el revelador espirado por Dios para que la humanidad pueda avanzar por la vida en la comunión con la Santa Trinidad.

Es la afirmación de San Pablo “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” la que contiene ese desenvolverse de la historia. Dios se da a los hombres, desde lo profundo de su ser a lo más profundo del nuestro, para que nuestro ser sea transformado e introducido en el de Dios. Porque ese es nuestro destino, ser en Dios. Por eso la esperanza no defrauda, porque la esperanza cristiana no es que pasen cosas que más o menos queremos o nos gustaría que fueran. El contenido de la esperanza cristiana es estar en Dios, una comunión perfecta. Nuestra esperanza es entrar en el fuego de la Trinidad, pero para eso el Espíritu se encarga de transformarnos también en fuego, para vivir allí, para arder de amor sin consumirnos.

La Iglesia nos enseña en el Catecismo que la liturgia es una obra de la Santísima Trinidad: en ella, el Padre es fuente y destino de toda bendición, bendición que es el Hijo, mediador y sacerdote que celebra la liturgia obteniendo para la Iglesia, que se asocia a la celebración, la gracia, el don del Espíritu Santo. Descubrir en la liturgia que celebra la humanidad la huella del auténtico celebrante es aprender a hacer de la vida una liturgia en la que Dios deja su bella firma para ser descubierto. Celebramos un misterio porque no podemos aún cargar con todo, porque la vida es un misterio, y el misterio es el ámbito propio en el que se vive y desemboca nuestra esperanza. Ni todo lo tenemos medido, ni todo controlado: todo está en manos del amor de Dios, también nosotros lo estamos. 

Sirvámonos de la celebración de la Iglesia para entrar en el misterio de la Trinidad, para que el deseo de la comunión que en ella se nos ofrece sea cada día más vivo, más ardiente en nosotros, creados para contemplar lo creado y elevarnos a la Sabiduría del Creador.
Diego Figueroa

domingo, 9 de junio de 2019

PRIMERA LECTURA
Se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra.
Lectura del libro del Génesis 11, 1-9
Toda la tierra hablaba una misma lengua con las mismas palabras.
Al emigrar los hombres desde oriente, encontraron una llanura en la tierra de Senaar y se establecieron allí.
Se dijeron unos a otros:
«Vamos a preparar ladrillos y a cocerlos al fuego».
Y emplearon ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en vez de argamasa.
Después dijeron:
«Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance al cielo, para hacernos un nombre, no sea que nos dispersemos por la superficie de la tierra».
El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres.
Y el Señor dijo:
«Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Bajemos, pues y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo».
El Señor los dispersó de allí por la superficie de la tierra y cesaron de construir la ciudad.
Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó por la superficie de la tierra.
Palabra de Dios.
Sal 32, 10-11. 12-13. 14-5
R. Dichoso el pueblo que Dios se escogió como heredad.
El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos; 
pero el plan del Señor subsiste por siempre: 
los proyectos de su corazón, de edad en edad. R.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, 
el pueblo que el se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo, 
se fija en todos los hombres. R.
Desde su morada observa
a todos los habitantes e la tierra 
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones. R.
SEGUNDA LECTURA
El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 22-27
Hermanos:
Sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo y sufre dolores de parto.
Y no sólo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo.
Pues hemos sido salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza; efectivamente, ¿cómo va a esperar uno algo que ve?
Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia.
Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.
Palabra de Dios
Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles 
y enciende en ellos la llama de tu amor. R.
EVANGELIO
Manarán torrentes de agua viva.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 7, 37-39
El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie, gritó:
«El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva».
Dejó esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él.
Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.
Palabra del Señor