domingo, 29 de septiembre de 2019

PRIMERA LECTURA
Ahora se acabará la orgía de los disolutos
Lectura de la profecía de Amós 6, la. 4-7
Esto dice el Señor omnipotente:
«¡Ay de los que se sienten seguros en Sión, y confiados en la montaña de Samaría!
Se acuestan en lechos de marfil; se arrellanan en sus divanes, comen corderos de rebaño y terneras del establo; tartamudean como insensatos e inventan como David instrumentos musicales; beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José.
Por eso irán al desierto a la cabeza de los deportados y se acabará la orgía de los disolutos».
Palabra de Dios
Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10
R. Alaba, alma mía, al Señor.
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. R.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R.
SEGUNDA LECTURA
Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor
Lectura de la primera carta apóstol san Pablo a Timoteo 6, 11-16
Hombre de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y quetú profesaste notablemente delante de muchos testigos.
Delante de Dios, que da la vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver.
A él honor e imperio eterno. Amén.
Palabra de Dios
Aleluya 2 Cor 8, 9
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre
para enriqueceros con su pobreza. R.
EVANGELIO
Recibiste bienes y Lázaro males: ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
– «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijó:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
El dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos:que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también vengan ellos a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero él de dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”
Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
 RICOS Y POBRES
De nuevo en este domingo (XXVI del tiempo ordinario) se nos presenta con la viveza de las palabras proféticas y con la sencillez de una parábola el tema de la división de los hombres en ricos y en pobres. Son mucho más numerosos los pobres que los ricos. Un problema grave en nuestra sociedad es la insensibilidad ante las estadísticas; apenas nos impresiona conocer que hay millones de pobres en España. Todos corremos el peligro de olvidarnos de los pobres, pasar de ellos en cualquier semáforo o acostumbrarnos a su presencia.

Hablar de los ricos no es difícil. Son los que centran como única preocupación de su vida la comida y la bebida, los que reducen toda su filosofía existencial a un concepto de hedonismo materialista, los que se acuestan en “lechos de marfil” en un lujo despreocupado e insultante con los parados y chabolistas, los que creen que la vida es una orgía de olores, de sonidos y sensualidades, los injustos que explotan a los más débiles.

Es más fácil elogiar la pobreza que soportarla, pues siempre humilla al hombre y a algunos los hace humildes, pero a los más los hace malévolos. De ahí que cuando se experimenta la pobreza, se aprende a compadecer la de tantos desgraciados que giran en cualquier necesidad humana o espiritual. La pobreza de bienes es remediable, mas la del alma es casi irreparable.

¿Cuál es la enseñanza de la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro? No es que los ricos se condenarán y los pobres se salvarán. No es invitar a un conformismo pasivo a los que carecen de casi todo en este mundo, porque se verán recompensados en la otra vida. El mensaje es que no se puede poner la confianza y la seguridad de la salvación en las riquezas, que no se puede despreciar y marginar a los pobres, que el Reino de Dios no se alcanza por la simple pobreza sociológica sino por cumplir las exigencias de la palabra revelada.

San Pablo, en la segunda lectura, recuerda con claridad cuál debe ser el comportamiento del cristiano en esta vida: practicar las virtudes que posibilitan la relación con Dios (la religión, la fe, el amor) y las virtudes que mejoran la convivencia con los hombres (la justicia, la paciencia, la delicadeza). Así se conquista la vida eterna, a la que todos hemos sido llamados.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Las confianzas puestas en lo pasajero tienen fecha de caducidad. Esta es la advertencia que el profeta Amós realiza a su pueblo en la primera lectura. Alrededor del año 750 a. C., el profeta se esforzaba en anunciar el fin del reino del Norte, que sucedería unos treinta años después. Mientras que el pueblo ponía su confianza y su alegría en la prosperidad económica -el marfil, los cantos, las camas, comilonas…-, olvidaba “los desastres de José”, los pobres de sus pueblos y ciudades, aquellos que tenían que ser atendidos en primer lugar. Sí, Asiria conquistaría todo aquello y los que no murieron, fueron deportados: el olvido de Dios y de su voluntad supuso una ruina para aquellos israelitas mayor que la que veían cada día pidiendo en sus calles. La historia dio la razón al profeta Amós, y aquellos que se habían fiado de su poder, de sus riquezas, vieron cómo todo aquello pasaba a no valer nada con la guerra y la invasión extranjera. Porque hay riquezas que son vanas, que se ve que no van a poder ser fiables, y llegado el momento de su caducidad, la muerte produjo una inversión de valores… lo que no valía nada entonces comenzó a ser valioso, es decir, la fe y la fidelidad con Dios, mientras que todas las riquezas que habían hecho aparentemente próspero al reino del Norte, le eran arrebatadas de las manos para conducirlos a la desesperación y la pobreza.

Esa inversión de los valores que sucede en el momento oportuno, la encontramos igualmente en la parábola que relata el Señor en el evangelio de este domingo. Aquel rico, tan rico que ni siquiera conocemos su nombre, se sitúa en el lugar del tormento, sin fuerzas casi ni para pedir, mientras que el pobre Lázaro se presenta ante Dios, en el seno de Abraham, recibiendo los mayores y más felices consuelos. Así, mientras que la parábola explica en su primera parte esta inversión de los valores, en su segunda nos invita, como consecuencia, a una conversión profunda. El diálogo de Abraham con el rico es una incitación a la verdadera conversión.

Esta conversión no depende de eventuales milagros, no está en función de una acción maravillosa con la que Dios convenza a los hombres sin remedio: está en función de la escucha de la Ley y los profetas. Sí, el hombre no necesita esperar la acción milagrosa de Cristo para convertirse, no puede negociar de esa manera con Dios, haciendo de la fe una condición menor. La fe viene de la escucha de la Palabra de Dios: Así lo explica Abraham en la parábola: “Tienen a Moisés y a los profetas”. Sin creer en ellos, no podrán creer que un muerto haya resucitado, como ha sucedido en Cristo, y por lo tanto no tendrán la fuerza necesaria para convertir su vida, para invertir los valores de la misma. La palabra de fe tiene el poder de iluminar la vida, lo cotidiano, lo de cada día, y a veces advierte así: esto es vano, no te agarres a esto, no te empeñes…

Cuando los cristianos participamos el domingo en la celebración de la misa, y volvemos a participar el domingo siguiente, y el siguiente… y en uno y otro y otro escuchamos la Palabra de Dios, la Ley y los profetas, entendemos que el Señor “mantiene su fidelidad perpetuamente”, porque con esa Palabra nos atrae. Con ella nos incita a volver a las cosas importantes de nuestra vida, pues las otras tienen fecha de caducidad. Con su Palabra, el Señor nos invita a pasar de la inversión a la conversión.

Participar en los sacramentos, ser refrescados en ellos como pedía el rico del evangelio, sólo es posible para quien a la escucha de su Palabra no se conforma, no hace oídos sordos como aquellos que escucharon a Amós y a los otros profetas… Nosotros tenemos que preguntarnos acerca de la inversión de valores que los profetas nos anuncian, acerca de nuestra respuesta, esa conversión que nos hace aquí pobres como Lázaro, pero ricos herederos de la alegría y el consuelo celeste
Diego Figueroa

domingo, 22 de septiembre de 2019

PRIMERA LECTURA
Contra los que «compran por dinero al pobre»
Lectura de la profecía de Amos 8, 4-7
Escuchad esto, los que pisoteáis al pobre y elimináis a los humildes del país, diciendo:
«¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el grano, y el sábado, para abrir los sacos de cereal – reduciendo el peso y aumentando el precio, y modificando las balanzas con engaño – ,para comprar al indigente por plata, y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?».
Señor lo ha jurado por la gloria de Jacob: «No olvidará jamás ninguna de sus acciones».
Palabra de Dios
Sal 112, 1-2. 4-6. 7-8
R. Alabad al Señor, que alza al pobre.
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. R.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que habita en las alturas
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra? R.
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo. R.
SEGUNDA LECTURA
Que se hagan oraciones por toda la humanidad a Dios, que quiere que todos los hombres se salven
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2, 1-8
Querido hermano:
Ruego, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto.
Esto es bueno y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Pues Dios es uno, y único también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos: este es un testimonio dado a su debido tiempo y para que fui constituido heraldo y apóstol – digo la verdad, no miento -, maestro de las naciones en la fe y en la verdad.
Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando las manos limpias, sin ira ni divisiones.
Palabra de Dios
Aleluya 2 Cor 5, 19ac
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo,
y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. R.
EVANGELIO
No podéis servir a Dios y al dinero
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 1-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”.
El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pus mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.”
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”
Éste respondió:
“Cien barriles de aceite.”
Él le dijo:
“Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.”
Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”
Él contestó:
“Cien fanegas de trigo”.
Le dijo:
“Aquí está tu recibo, escribe ochenta”.
Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es de fiar en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta,, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
Palabra del Señor


Comentario Pastoral
DIOS Y EL DINERO
En los textos bíblicos de este domingo encontramos una clara enseñanza de Jesús sobre el dinero y otra del profeta Amós sobre el comercio injusto. Hoy, por lo tanto, los temas son de palpitante actualidad, pues lo económico afecta a todos; no en vano dice Cervantes: “Cuidados acarrea el oro y cuidados la falta de él”. Hoy muchos predicadores sentirán la dificultad de mantener cierto equilibrio para no caer en demagógicas condenas radicales, llamando a una profunda y serena reflexión: ¿a quién servimos, a Dios o al dinero? ¿Al dinero o al hombre?

Vivimos en una sociedad de la abundancia, del consumo, del desperdicio. Cada año aumenta la producción de automóviles, de televisores y frigoríficos y suben los índices del desarrollo económico de un país. Sin embargo, también aumentan las estadísticas del paro y decrece el poder adquisitivo de muchos. El progreso y los rascacielos están cercados por el hambre y las chabolas.

Amós, profeta incisivo, condena a los ricos comerciantes de su tiempo que pensaban solamente en enriquecerse a causa de los pobres, explotándolos. Qué importante y funesta ha sido siempre la falta de ética en el comercio, la violación de la justicia social, el fraude en vender como bueno lo malo, el aceite de colza como aceite de oliva, alcohol químico adulterado como vino de buena cosecha… La sed insaciable de dinero a costa de lo que sea, el engaño y la explotación de los más pobres no se pueden tapar nunca con una falsa religiosidad y unas limosnas en el templo.

La parábola del administrador injusto no es la canonización de un sinvergüenza. En ella lo que se alaba es la habilidad gerencial de quien ha caído en desgracia y quiere asegurar su futuro; se alaba el empeño por saber afrontar una situación nueva. El cristiano debe tener esta inteligencia y habilidad para acoger la novedad del Evangelio, como gran bien por encima de los restantes bienes de su vida. Para evitar equívocos, el resumen de la enseñanza de Jesús es que el problema económico no es el primer problema del hombre, pues el servicio de Dios está por encima de los otros servicios. El dinero puede ser un buen servidor, pero es un mal patrón. “No se puede servir a Dios y al dinero”. De ahí la alta sabiduría de saber ganar, gastar, compartir, y despreciar el
dinero.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
No hay ninguna duda acerca de lo que quiere enseñarnos Jesús en el evangelio de hoy: de negocios. ¿Cómo hacer negocios y seguir a Jesús? De eso tratan las lecturas de este domingo en la misa. Hay negocios en la primera lectura y en el evangelio. La cuestión es saber encontrar, entre los negocios, el verdadero negocio…

¿En qué consiste una buena gestión? Si cualquiera se puede hacer esa pregunta con respecto a una empresa, grande o pequeña, una vez escuchado el evangelio, con mayor razón: no deja de ser sorprendente la alabanza del Señor al administrador que es despedido porque ha obrado con astucia. ¿Cómo comprar o vender para no escuchar una amenaza, como en la primera lectura, sino un reconocimiento, como en el evangelio? ¿Alaba el Señor las trampas en los negocios? Sin dudarlo, no. Pero ese administrador ha sabido descubrir, entre los negocios, el valor del verdadero negocio. Y eso espera también de nosotros el Señor, que seamos capaces de descubrir, entre los negocios de la vida, pues todos tenemos negocios entre manos, que el verdadero negocio consiste en ganar amigos que nos reciban en las moradas eternas. Produce un cierto vértigo el salto que Jesús nos propone en la conclusión del relato evangélico: resulta que mientras negociamos aquí, nos estamos jugando ser recibidos allí, en lo alto. Nuestra mirada a lo material no puede ser materialista: Dios mismo ha asumido un cuerpo para enseñarnos que lo que aquí se nos da, mucho o poco, tiene que servirnos para hacer amigos que nos reciban en el cielo. Solamente una mirada horizontal no es suficiente para nuestra vida. De lo que hacemos y vivimos aquí, se nos abren las puertas a un negocio mayor.

Y sí, el administrador ha entendido que solamente se consigue algo así si uno es capaz de dejar lo propio, de dejar todo lo que tiene para ganar la vida, antes que guardarlo, conservarlo todo, pero perder esos amigos que abren las puertas del cielo. El administrador no entrega, en esa rebaja final, urgente, algo que no era suyo, las deudas a su señor, sino que reniega de la parte de los beneficios que a él le correspondían, que iban incluidos en el precio a pagar. Quiere que cada deudor pague a su señor lo que, en justicia le debía, pero quiere que cada deudor no le pague a él el beneficio que, en justicia, iba a cobrar. Renunciando a sus beneficios, a su propia justicia, al ser despedido, él mismo va a encontrar nuevos amigos que lo emplearán y le ofrecerán mayores negocios. Ese será su nuevo y único beneficio.

Por eso, el administrador infiel ha aprendido a ser pobre para poder ser rico, porque sabe que “el Señor alza de la basura al pobre, para sentarlo como los príncipes de su pueblo”, que dice el salmo. El uso de lo que somos y tenemos en el negocio de esta vida nos tiene que servir para hacer amigos en las moradas eternas: un enorme éxito en esta vida pero al precio de enemistarnos con los hermanos, de enfrentarnos con los trabajadores o los jefes, de crearnos envidias con los amigos, de abusar de otros o de aprovecharnos de sus debilidades, no nos abrirá paso a un negocio mayor. Así, no es sólo al dinero, pero a este también, al que tenemos que aprender a no servir. Porque no nos permitiría mirar hacia arriba, a un negocio mayor. ¿Qué negocios me tienen con la cabeza gacha, no me permiten mirar hacia Dios, buscar amistad con Él? Negocios en mi casa, con mi teléfono o mi ordenador, en las relaciones personales, en los estudios o en el trabajo, con el dinero o con las posesiones que tengo.

El domingo es el día perfecto para recordar que el negocio del Señor, de nuestra vida eterna, debe ser atendido en todo momento. Que también nosotros tenemos que aprender a renunciar a lo de aquí por un bien mayor. Ese bien mayor, las moradas eternas, se nos abrirán si administramos lo recibido mirando hacia arriba, entregando aquello que no nos permite levantar el corazón.
Diego Figueroa

domingo, 15 de septiembre de 2019

PRIMERA LECTURA
Se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado
Lectura del libro del Éxodo 32, 7-11. 13-14
En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:
«Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman:
“Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”».
Y el Señor añadió a Moisés:
«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».
Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:
«¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo:
“Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”».
Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
Palabra de Dios
Sal 50, 3-4. 12-13. 17 y 19
R. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú , oh Dios, tú no lo desprecias. R.
SEGUNDA LECTURA
Cristo vino para salvar a los pecadores
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 12-17
Querido hermano:
Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fió de mi y me confió este ministerio, a mí, que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente.
Pero Dios tuvo compasión de mi porque no sabía lo que hacía, pues estaba lejos de la fe; sin embargo, la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí junto con la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús.
Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero; pero por esto precisamente se compadeció de mi: para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia y para que me convirtiera en un de los que han de creer en él y tener vida eterna.
Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios
Aleluya 2 Cor 5, 19ac
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo,
y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. R.
EVANGELIO
Habrá alegría en el ciclo por un solo pecador que se convierta
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quien de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas , no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos, conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿ qué mujer tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrato con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levanto y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.”
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida el mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebramos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”.
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tu bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
EL EVANGELIO DE LA MISERICORDIA
El Capítulo 15 del Evangelio de San Lucas, que se lee en este domingo, es verdaderamente el Evangelio de la misericordia. Las parábolas de la oveja perdida y de la moneda encontrada alcanzan su plena expresión en la parábola del hijo pródigo o, como observan muchos exégetas, en la parábola del padre pródigo en misericordia. No es la parábola de una crisis, sino la historia de un retorno, del retorno del hijo pequeño.

La conversión es una inversión de ruta después de un error de camino, una rectificación en el mapa de navegación por la vida. Es sabia decisión del hombre corregir la senda, abandonar el camino equivocado para retornar a Dios, que siempre espera.

Un hombre que mira el camino vacío es un padre que espera contra toda esperanza, que busca al hijo vagabundo y desaparecido. Es el personaje central de la parábola, que pone de manifiesto un amor pródigo en misericordia. Apenas se recorta en el horizonte la figura del hijo triste y solitario, el padre corre a su encuentro para abrazarlo. Y lo reconcilia en el banquete preparado con amor.

Pero hay un tercer personaje en la parábola que merece una aclaración especial: es el hijo mayor, el que cree que no necesita convertirse porque piensa con ojos altaneros, que no necesita convertirse porque tiene fama de honestidad. Su reacción es similar a la de los fariseos de todos los tiempos, que se creen justos y desprecian a los demás, que dan gracias a Dios porque no son ladrones, injustos, adúlteros. El hijo mayor se cree acreedor de su relación con el padre y no deudor. Se olvida de lo que nos recuerda San Pablo: “Todos somos pecadores”. Se niega a alegrarse por el retorno del hermano.

La alegría es una consecuencia lógica de la conversión. La alegría de Dios se transmite en el perdón: “Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no lo necesitan”. Debemos suplicar la alegría del perdón. Es necesario recuperar el valor de la reconciliación, celebrándola como sacramento de amor y de alegría. Por eso, la alegría de la salvación debe estar siempre presente en el camino de nuestra experiencia cristiana.

El cristiano debe recrear y manifestar siempre la imagen en Dios Padre perdonador, rico en misericordia, para saber perdonar a los demás y para superar la imagen irritada e integrista del hermano mayor del hijo pródigo.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
La Sagrada Escritura está llena de reencuentros. Algunos de ellos, el de Dios con su pueblo, el del pastor con la oveja perdida o la mujer con la moneda, el sublime encuentro del padre con el hijo, aparecen en la Liturgia de la Palabra de hoy.

Sin embargo, podríamos recorrer toda la historia del amor de Dios reconociendo de cuántas formas distintas, por medio de cuántas personas llenas de emoción, Dios mismo manifiesta su amor a los hombres. Estos reencuentros no son casuales. Son fruto del amor de un Dios que apuesta por la humanidad, por cada uno de nosotros. La lectura del libro del Éxodo nos muestra a un Dios que cambia de parecer por el bien de su pueblo, para recuperarlo, para no perderlo para siempre. No se ve que el pueblo cambie su parecer, porque es Dios el que “nos amó primero”. Es Dios el que busca al hombre, el que acomoda su ser, su corazón, al hombre, para que este pueda recibir la salvación, la tierra que Dios le ha prometido.

Así, lo que hace bello el camino del hijo al padre en la parábola evangélica es el hecho de que el padre corre al encuentro del hijo, con el corazón antes que con las piernas. Así, el padre manifiesta el camino que ha preparado para reencontrarse con el hijo. Igualmente, es el pastor el que busca la oveja, es la mujer la que busca su moneda.

El salmo responsorial expresa perfectamente lo que el hombre reconoce que Dios hace: Dios es el que borra y lava, es el que crea y renueva, es el que abre los labios al hombre para que este proclame la alabanza de Dios. Solamente si el hombre es capaz de reconocer de qué forma providente, misteriosa, sutil, Dios se hace el encontradizo, encontrará el ánimo y el valor necesarios para ponerse en marcha.

Nosotros no podemos dejarnos engañar por el ruido y el aplauso de lo que hacemos: Dios ya lo ha preparado en el silencio, en lo escondido. Esta enseñanza del encuentro que Dios busca con nosotros la experimentamos, o así deberíamos hacer, en la celebración sacramental. La liturgia no es una acción de los hombres, sino primeramente de Dios, que la prepara y celebra, llamándonos a participar en su alegría. Pero hace que su participación sea escondida, y que todo lo visible quede en manos de nuestra humanidad. Por eso no nos reunimos, Él nos reúne; no nos alimentamos, Él nos alimenta; no nos fortalecemos, Él nos fortalece. Y deja en nosotros la alegría de haber encontrado su gracia, es decir, de un encuentro con Dios que no es fruto de nuestros méritos, sino que Él ha propiciado contando con nuestras debilidades. La alianza con Dios manifestada en la liturgia, entonces, es una invitación a mirar la vida, a afrontarla, como un don suyo. Dios viene y nos provoca para que vengamos. ¿Me reconozco llamado por Dios cuando voy a misa? ¿Busco el abrazo del Padre cuando me acerco a confesar mis pecados en el confesionario? ¿Celebro los sacramentos no como algo debido, sino humildemente, fruto del Dios que quiere reencontrarme?

El encuentro con Dios en la liturgia no se realiza en que esta sea según a mi me parece, según sienta más o menos, sino en la obediencia a lo que manda la Iglesia. Así el Padre sale a nuestro encuentro y nos reviste con el don del Espíritu Santo, don para sus hijos. Sin esa obediencia, a la que el mismo hijo menor de la parábola acepta someterse, el encuentro no se realiza, pues no es un encuentro humano sin más, sino humano y divino, por el Hijo, Dios y hombre. Nuestro encuentro refleja el que en Él ha sucedido por nosotros, una reconciliación perfecta.

Recorriendo la Escritura en busca de estos encuentros es como mejor puedo preparar el que se da conmigo cuando participo en la liturgia, y sobre todo, empiezo a construir el que el Padre, eterna y misteriosamente, en lo escondido, prepara para mí en las Bodas del Cordero.
Diego Figueroa

domingo, 8 de septiembre de 2019

PRIMERA LECTURA
¿Quién se imaginará lo que el Señor quiere?
Lectura del libro de la Sabiduría 9, 13-18
¿Qué hombre conocerá el designio de Dios?, o ¿quién se imaginará lo que el Señor quiere?
Los pensamientos de los mortales son frágiles, e inseguros nuestros razonamientos, porque el cuerpo mortal oprime el alma y esta tienda terrena abruma la mente pensativa.
Si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra y con fatiga descubrimos lo que está a nuestro alcance, ¿quién rastreará lo que está en el cielo?, ¿quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría y le envías tu santo espíritu desde lo alto?
Así se enderezaron las sendas de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron por la sabiduría.
Palabra de Dios
Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17
R. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó;
una vela nocturna. R.
Si tú los retiras,
son como un sueño.
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca. R.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R.
Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos. R.
SEGUNDA LECTURA
Recóbralo, no como esclavo, sino como un hermano querido
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Filemón 9b-10. 12-17
Querido hermano:
Yo, Pablo, anciano y ahora prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien engendré en la prisión. Te lo envío como a hijo.
Me hubiera gustado retenerlo junto a mi, para que me sirviera en nombre tuyo en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo; así me harás este favor, no a la fuerza, sino con toda libertad.
Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como hermano querido, que si lo es mucho para mí, cuánto más para ti, humanamente y en el Señor.
Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo.
Palabra de Dios
Aleluya Sal 118, 135
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
enséñame tus decretos. R.
EVANGELIO
El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 14, 25-33
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, sí echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
PENSAMIENTOS Y EXIGENCIAS DEL CRISTIANO
Pensar es vivir, por eso supone -como la vida- esfuerzo y riesgo. Quien no piensa se autodestruye. Es importante pensar con sabiduría, es decir, pensar bien para vencer el mal y alcanzar la verdadera grandeza. Sin embargo, continuamente constatamos lo difícil que es pensar sabiamente, lo trabajoso que es superar nuestros radicales desconocimientos. El pasaje del libro de la Sabiduría que hoy se lee nos recuerda que apenas conocemos las cosas terrenas, que estamos llenos de pensamientos mezquinos y razonamientos falibles.

En el hombre mismo y en sus limitaciones surge la dificultad de entender las cosas celestes y descubrir los designios divinos. Lo trascendente nunca se puede abaratar, ni el misterio se aclara con respuestas superficiales; por eso, cuando se saben plantear las grandes “preguntas” vitales con honradez, se rastrean las cosas celestes sin prejuicios y se escudriñan las intenciones de Dios con alma limpia, se alcanza la verdadera sabiduría que es la fe. Bien sabemos que la voluntad de Dios no se conoce por simples esfuerzos intelectuales. El cristiano, aunque está enraizado en la tierra, penetra en el mundo de lo divino por la sabiduría del Espíritu, que viene de arriba. De ahí que sus pensamientos sean más altos y mejores, porque están cargados de fe, esperanza y amor.

Todo cristiano debe pensar con frecuencia en las exigencias que comporta ser discípulo de Jesús y seguir sus huellas. La rutina de la vida nos hace olvidadizos y desmemoriados para las condiciones del seguimiento evangélico, que han de ser entendidas siempre en un plano positivo, no como pérdida, sino como ganancia.

Las exigencias que nos recuerda el texto evangélico de este domingo, texto verdaderamente interpelante, se concretan en dos verbos: posponer y renunciar. La fidelidad a Cristo exige primacía, es decir, si es necesario hay que posponer incluso a la propia familia, cuando la atadura de los afectos impide la vivencia cristiana.

El seguimiento de Jesús ha de valorarse como supremo bien; por eso, no es de extrañar que haya que renunciar a otros bienes, que en óptica cristiana han de ser entendidos como inferiores, aunque los criterios valorativos terrenos los exaltan como absolutos y definitivos. Para poderse llenar de Dios, hay que vaciarse de las cosas mundanas.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
La adquisición de un corazón sensato, con la sabiduría que proviene del Espíritu Santo… es el gran misterio que Jesús maestro quiere enseñar a los suyos. Y sí, es un misterio, no se aprende en los libros, no se memoriza sin más: “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío”. La sabiduría del que sigue a Cristo es la sabiduría de la cruz. Aquel que quiera salir de casa para agradar al Señor, para vivir en la Iglesia, pero no coja lo imprescindible, no podrá hacer ese camino. Hará otro. Pero se quedará lejos de seguir al Señor.

Por eso, antes de decidir seguirle cada día, uno tiene que tener la seguridad de haber cogido bien fuerte la cruz, el elemento imprescindible para aprender la sabiduría divina. La sabiduría de la cruz hace que todo lo demás vaya detrás de Dios. Hasta los seres más queridos, los bienes más aceptados, todo debe ser relacionado con nosotros en función de lo que Dios diga, no de lo que el discípulo razone o calcule.

La Iglesia, que ha aprendido a seguir así al Maestro, quiere ayudarnos con el rezo del Salmo 68: Cuando uno levanta la mirada y contempla lo inalcanzable de la creación, el poder del creador, y se da cuenta de que, en medio de tanta inmensidad, está protegido por Dios; cuando uno advierte de la seguridad que Dios concede al hombre a pesar de su pequeñez en el cosmos… entonces toma conciencia de que sólo Dios hace que esto sea refugio para nosotros, que sólo Dios es verdadero refugio. Y ese cobijo lo ha recibido el hombre bajo el árbol de la cruz. En él hay sombra para el descanso, una referencia para la vida.

Por eso, tan prudente y sabio como calcular soldados para la batalla, tan inteligente como hacer cálculos para construir una torre, es seguir al Señor abrazado al misterio de la cruz. Avanzar con la cruz es hacer de la vida un camino de servicio, de entrega propia, lejos del calor del mundo, del aplauso. Esto no parece inteligente hoy, donde todo el mundo busca sus atajos, sus seguridades, su bienestar sin contar con el de los demás. Pero avanzar con la cruz supone tener la llave que abre el misterio de nuestra existencia. ¿Quién conoce el designio de Dios? Ya advertía la primera lectura: “Apenas conocemos las cosas terrenas, ¿quién rastreará las del cielo?”. Nosotros no podemos por nosotros mismos decir: Dios quiere esto, quiere lo otro. Solamente Él puede revelarlo, y solamente lo hace a quien, como Él, vive abrazado a la cruz. No está en nuestras manos conocer el profundo designio de Dios si no está en nuestras manos la cruz de Cristo. El discernimiento nunca será sin la cruz, o acomodando esta a un rincón de nuestra vida, sino siendo la clave de interpretación de lo que nos pasa y elegimos. Sin esa llave, las cosas nos pueden recordar a Cristo, pero no nos comunican su ser.

La celebración de la Iglesia es siempre comunión con el misterio pascual, con Cristo muerto y resucitado. En ella el cristiano ha de crecer en el valor de confiar en el Señor, confiar en su camino. “La estancia donde reposa la Iglesia es el Cuerpo de Cristo”, decía san Ambrosio. Es en el altar donde encontramos refugio. Refugio, que no escondite: la comunión con la cruz de Cristo, que se hace en la eucaristía, abre los ojos a reconocer el misterioso hacerse cada día del plan de Dios. ¿Descubro en la Iglesia el plan de Dios sobre mi vida? ¿Calculo, con la Iglesia y los sacramentos, acerca de mi batalla de cada día? ¿Sé poner la cruz de Cristo lo primero, por delante de otros amores, de otros deseos, de otros proyectos? ¿Qué lugar ocupa la sabiduría de la cruz en mis decisiones sobre mí o sobre mi familia o amigos? Nos queda camino, en muchas ocasiones no vemos bien el horizonte… entonces la cruz es el faro que nos ratifica en la correcta decisión, luz que el mundo no puede ver.
Diego Figueroa