domingo, 26 de enero de 2020

PRIMERA LECTURA
En la Galilea de los gentiles el pueblo vio una luz grande.
Lectura del libro de Isaías 8, 23b-9, 3
En otro tiempo, humilló el Señor la tierra de Zabulón y la tierra de Neftali, pero luego ha llenado de gloria el camino del mar, el otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y de sombras de muerte, y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.
Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Palabra de Dios.
Sal 26, 1. 4. 13-14
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R.
Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Decid todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 10-13. 17
Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir.
Pues, hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias entre vosotros. Y yo os digo esto porque cada cual anda diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo».
¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿Fuisteis bautizados en nombre de Pablo?
Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.
Palabra de Dios.
Aleluya Cf. Mt 4, 23
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
Jesús proclamaba el evangelio del reino,
y curaba toda dolencia del pueblo. R.
EVANGELIO
Se estableció en Cafarnaún. Así se cumplió lo que había dicho Isaías.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 4, 12-23
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftali, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Pasando junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Palabra del Señor.


Comentario Pastoral
LAS LLAMADAS DE DIOS
La Biblia es la historia de las llamadas de Dios a los hombres. Basándonos en el texto principal de la vocación de los primeros apóstoles, que se lee en el evangelio de este tercer domingo ordinario, podemos volver a escuchar la invitación al seguimiento de Jesús de Nazaret; invitación que se actualiza hoy a la orilla del lago de nuestra propia existencia. ¿A qué somos convocados? ¿Cuáles son los matices y exigencias de esta llamada personal y comunitaria?

Somos llamados a dejar las redes, mejor dicho, a desenredarnos de tantas cosas adjetivas, de tantos afanes inútiles, para vivir centrados en lo sustantivo e importante. Dejar las redes significa también capacidad de desprendimiento, espontaneidad en la aceptación de una vocación superior, que es experiencia nueva y aventura religiosa.

Somos llamados a abandonar, si es necesario, la barca de nuestra seguridad y de nuestra obsesiva subsistencia. Esto exige disponibilidad para emprender nuevas singladuras que van más allá del agua cercana de nuestro entorno familiar. Abandonar la barca es compromiso para dejar lo movedizo, caminando por la tierra firme de la fe.

Somos llamados a ser pescadores de hombres, es decir, a entender la primacía de las personas, a buscar relaciones profundas, a tener experiencias fraternas, a dejar de pescar lo ordinario.

Somos llamados a “ver una luz grande” como dice Isaías en la primera lectura. La luz siempre, es símbolo de Dios. El brillo inconfundible de lo divino es una oferta continua de salvación y liberación de nuestras tinieblas esclavizantes. La luz de Dios es una llamada a la coherencia de la fe, por eso se cuela por todos los rincones, descubre nuestras limitaciones y mezquindades, exige cambios en nuestra existencia cristiana.

Somos llamados a “acrecentar la alegría”, porque son muchas y fastidiosas las tristezas miopes de la existencia humana cuando no se tiene fe. La alegría cristiana es un contrapunto a los ridículos goces terrenos.

Somos llamados a la unidad, según nos recuerda San Pablo. Para ponerse de acuerdo y no estar divididos, hay que tener un mismo pensar y sentir. No basta haber abandonado la violencia y las discordias. No es suficiente superar enfrentamientos. Es poco tener respeto. Hay que llegar al amor sin límites.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
El evangelio aparece en la historia para ser una luz, “una luz grande”. Así escuchamos el evangelio de san Mateo para este año. Al escuchar el evangelio encontramos nombres, lugares, que los inquietos no deberían dejar pasar sin más: aquí hay historia, nuestra historia. Los territorios de Zabulón y Neftalí, que habían sufrido algunos de los más violentos y tristes episodios de las guerras con los asirios, se convierten en testigos de la aparición del Mesías en medio de ellos. Zabulón y Neftalí, la misma Cafarnaúm, reunían a judíos y paganos por igual debido al comercio de la zona: a todos los pueblos les aparece el Señor. Se habían alejado del Señor, este “les había humillado”, dice Isaías, pero Zabulón y Neftalí, en tinieblas, reciben la presencia de la luz, “una luz grande”.

El tiempo ordinario hace que aquellos que se habían alejado de Dios, que estaban viviendo en la oscuridad, puedan reconocer la luz del Mesías y seguirlo. Para el profeta Isaías que anuncia esa luz grande para estos territorios, la luz es la llegada de un nuevo y gran rey para Israel y para todos los pueblos.

Los principios de la misión evangelizadora de Cristo son las primeras luces del día, las luces del alba, que producen la esperanza de un día soleado y tranquilo, lleno de paz: el que viene a anunciar el Reino de Dios trae la paz. Ahora podemos escucharle y acoger su Palabra en paz. Tanto es así que, en esos albores de la misión de Cristo, unos pescadores son llamados a colaborar con Él. Su misión no será fácil, podrán esforzarse en medio de las tinieblas, como el pescador lucha contra el mar en la noche, pero los frutos dependerán del Maestro.

La Iglesia, que escucha la llamada a los pescadores, se siente rápidamente llamada con ellos: el anuncio del Reino, el tiempo ordinario, comienzan con la luz de Cristo llamando a seguirle. En medio de nuestra vida, este Rey que aparece como luz pide la fe no sólo para creer en Él, sino para seguirle. Sin duda, una respuesta afirmativa, como la de Pedro y Andrés, Santiago y Juan, nos hará decir cada día de nuestra vida que “el Señor es mi luz y mi salvación”, que si le seguimos, “¿quién me hará temblar?”. A la luz de Cristo las tinieblas, del pasado y del presente se aclaran, y nos lanzan a un futuro esperanzador, un futuro de brega, de combate constante para que se cumpla la voluntad de Dios en nuestra vida y en la de todos los hombres, pero un futuro que se puede afrontar confiadamente por la presencia del Señor, luz de todos los pueblos, de los judíos y de los gentiles.

De alguna forma, también en nuestra vida nosotros hemos experimentado que el Señor ha ido apareciendo, como una luz que suavemente amanece creando en el corazón una sensación de paz y de seguridad, de firmeza, pero a la vez que nos advierte de que hay que empezar a hacer, que hay que moverse … La belleza de esas luces a la orilla del lago de Galilea son difíciles de olvidar para quien ha peregrinado a la Tierra del Señor, pero más difícil de olvidar es cómo esa luz ha quedado impresa en nuestra vida por la presencia del Señor, que nos mira y nos llama: “Venid conmigo”. Es una invitación que nos llama a la fe.

Sí, ahora la luz de Cristo ilumina nuestra orilla, nuestra esperanza, nuestra vida: ¿qué haremos? ¿Dónde somos capaces de reconocer la llamada del Señor en nuestra vida? Cuando venimos a la celebración de la Iglesia, casi que nosotros nos situamos a su lado, en su orilla: ¿Experimento su llamada, por la Palabra y la Eucaristía, sobre mi vida? ¿Experimento cómo ilumina, suavemente, mis dificultades, para acoger su voluntad? ¿Sigo el camino de los pescadores? Porque, sí, su respuesta es la que tiene que ser también la mía, la nuestra.
Diego Figueroa

domingo, 19 de enero de 2020

PRIMERA LECTURA
Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación.
Lectura del libro de Isaías 49, 3. 5-6
Me dijo el Señor:
«Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y ahora habla el Señor, el que me formo desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios.
Y mi fuerza era mi fuerza:
«Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel.
Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».
Palabra de Dios.
Sal 39, 2 y 4ab. 7-8a. Sb-9. 10
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito.
Me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios. R.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios;
entonces yo digo: «Aquí estoy». R.
«- Como está escrito en mi libro –
para hacer tu voluntad.
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas». R.
He proclamado tu justicia
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes. R.
SEGUNDA LECTURA
A vosotros gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
Comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 1-3
Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados por Jesucristo, llamados santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: a vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.
Aleluya Jn 1, 14a. 12aComentario Pastoral
EL CORDERO DE DIOS
Este domingo da comienzo al tiempo ordinario, es decir, a las treinta y cuatro semanas en las que no se celebra ningún misterio particular, sino el conjunto de la historia de la salvación. Estos domingos “verdes” (calificados así por el color litúrgico que se utiliza) son una celebración repetida del misterio de la Pascua.

En el evangelio que hoy se proclama aparece Juan Bautista dando testimonio de Jesús. La imagen de Juan con el brazo extendido y el dedo apuntando a Cristo (“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”) es teológicamente más expresiva que aquella en que aparece con la concha en la mano, bautizando en las riberas del Jordán. Aquí encontramos ya un primer tema sugerente: a ejemplo de Juan, el creyente ha de ser para todos una mano amiga y un dedo indicador de lo transcendente en un mundo de tantos desorientados, donde la increencia va ganando adeptos. Juan identificó a Cristo; los bautizados tendremos que ser en medio de la masa identificadores y testimonio de fe cristiana. Juan, porque conoció antes a Cristo, lo anunció; los cristianos hemos de tener experiencia profunda de quién es Jesús, para testimoniarlo. Para poder reconocer a Cristo, antes hay que haberlo visto desde la fe.

Jesús es el Cordero, el Siervo de Dios, que quita y borra el pecado del mundo. Es todo un símbolo de paz, de silencio, de docilidad, de obediencia. Isaías define al Mesías como cordero que no abre la boca cuando lo llevan al matadero y que herido soporta el castigo que nos trae la paz. Con la muerte del Cordero inocente, que puso su vida a disposición de Dios para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado, se inaugura la única y definitiva ofrenda grata al Padre del cielo. A imitación de Jesús, el cristiano debe ser portador de salvación y liberador de esclavitudes que matan. En la pizarra de la sociedad actual, en la que se escriben y dibujan a diario con trazos desiguales tantas situaciones injustas y violentas, la fe y el amor del creyente han de ser borrador de los pecados de los hombres. Esta capacidad de limpieza religiosa purifica los borrones de la increencia estéril, que achata la óptica existencial.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Es evidente que las lecturas de este domingo ofrecen una continuidad con las del domingo pasado. Vuelve a aparecer el Siervo de Yahveh en la primera lectura -el domingo pasado escuchamos el primer canto del Siervo y este domingo el segundo- y vuelve a aparecer el bautismo del Señor en el evangelio -el domingo pasado como relato y este domingo como reflexión-.

Las palabras de Juan en este evangelio son explicadas por las de la profecía de Isaías. La unción espiritual que ha recibido Jesús en el bautismo ha hecho que Juan recordara la profecía de Isaías: “Mirad a mi siervo, sobre Él he puesto mi Espíritu”, siervo que restablecerá la paz siendo “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. El hebreo tiene una palabra que encontramos aquí, talya, que significa tanto siervo como cordero.

Nuestros horizontes se abren para saber quién es Jesús: El siervo de Dios es el cordero de Dios: El cordero de Dios ha recibido el Espíritu de Dios, profetizaba Isaías, y el siervo de Dios es entonces el que quita el pecado del mundo. Ahora se entiende mejor hasta dónde llega el abajamiento de Cristo, que lo va a poner al servicio de los hombres, un servicio hasta el extremo, hasta morir por ellos, para ser así “luz de las naciones”. Cristo va a comenzar su misión del Reino, y lo va a hacer siendo ya reconocido como el Ungido por Dios, el enviado del Padre para que todos sean hijos.

Y la Iglesia, que ha comenzado su tiempo ordinario, tiempo de seguimiento de Cristo, debe guardar en el corazón a quién sigue: El Ungido es el que se abaja para vivir como siervo de Dios y morir como cordero de Dios. Ese movimiento de Cristo tiene una motivación clara: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Con la fuerza del Espíritu y la comunión con la voluntad del Padre, el Hijo lleva a cabo su misión entre los hombres. Aquellos que reconozcan a Jesús, siguiendo el ejemplo de san Juan en el evangelio, habrán de hacerlo guardando en lo profundo del corazón estos mismos elementos: que no se anuncia el evangelio por las propias fuerzas, sino por la acción del Espíritu Santo; que no se realiza esta tarea en función de nuestra visión o piedad, sino en la comunión y voluntad del Padre, siendo así discípulo del Señor.

Queda claro, entonces, lo que el Espíritu Santo hace en nosotros: nos eleva hasta Dios abajándonos entre los hombres. Solamente viviendo como siervos de Dios, anunciando su Palabra y haciendo su voluntad, poniendo ésta por encima de la nuestra, solamente aceptando una entrega de la vida como ha hecho el cordero inmaculado, el Espíritu Santo ofrecerá todo su potencial y toda su alegría en nosotros y en nuestro corazón, y nos ayudará a llevar a cabo esa misión como Cristo y con Cristo. ¿Qué esperamos nosotros del Espíritu de Dios que no sea ponernos en comunión, hacernos, a Cristo muerto y resucitado?

El seguimiento de Cristo se hace dejando que el Espíritu del Señor nos transforme, pero nos transforma según la forma de Cristo. Él quita el pecado del mundo, lo arranca de nuestra vida, para que nuestro corazón le siga libremente. Nosotros también podemos experimentar en nuestra vida lo que Juan reconoció junto al río: Él quita el pecado del mundo. La fuerza de ese encuentro nos anima a seguirle por el camino de la vida, por el tiempo ordinario. ¿Es esa la conciencia, que tenemos de la acción del Espíritu, del compromiso que recibe el que abre su corazón al don de Dios? ¿Participo en la celebración eucarística aceptando, como Cristo en el Jordán, ser siervo de Dios? ¿Acepto, entonces, que cuando la muerte y resurrección se hacen presentes en mi vida son un guiño al seguimiento de Cristo? El tiempo ordinario nos marcará el camino del que seguimos y según el modelo de su entrega humilde.
Diego Figueroa
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros;
a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios. R.
EVANGELIO
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 29-34
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: ”Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo:
«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
“Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el bautiza con Espíritu Santo”.
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».
Palabra del Señor.



domingo, 12 de enero de 2020

PRIMERA LECTURA
Mirad a mi siervo, en quien me complazco.
Lectura del libro de Isaías 42, 1-4. 6-7
Esto dice el Señor:
«Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco.
He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones.
No gritará, no clamará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no lo apagará.
Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas.
Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan las tinieblas».
Palabra de Dios.
Sal 28, 1a y 2.3ac-4.3b y 9b-10
R. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado. R.
La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica. R.
El Dios de la gloria ha tronado.
En su templo un grito unánime: «¡Gloria!»
El Señor se sienta por encima del diluvio,
el Señor se sienta como rey eterno. R.
SEGUNDA LECTURA
Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10,34-38
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Ahora comprendo con toda la verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
Palabra de Dios.
Aleluya Cf. Mc 9,7
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
Se abrieron los cielos y se oyó la voz del Padre:
«Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». R.
EVANGELIO
Se bautizó Jesús y vio que el Espíritu de Dios se posaba sobre él.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 3, 13-17
En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presento a Juan para que lo bautizara.
Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».
Jesús le contestó:
«Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia».
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una luz de los cielos que decía:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».
Palabra del Señor.


Comentario Pastoral
¿BAUTIZAR A LOS NIÑOS?
La fiesta del Bautismo del Señor que concluye el tiempo de Navidad, es Epifanía del comienzo de la vida pública de Jesús y de su ministerio mesiánico. Jesús de Nazaret bajó al Jordán como si fuese un pecador (“compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado”), para santificar el agua y salir de ella revelando su divinidad y el misterio del nuevo bautismo. El espíritu de Dios descendió sobre él y la voz del Padre se hizo oír desde el cielo para presentarle como su Hijo amado.

El Bautismo es puerta de la vida y del reino, Sacramento de la fe, signo de incorporación a la Iglesia, vínculo sacramental indeleble, baño de regeneración que nos hace hijos de Dios. El Bautismo es el gran compromiso que puede adquirir el hombre. Y los compromisos verdaderos surgen en la libertad y en la decisión responsable de los adultos. Por eso, al recordar el Bautismo de Jesús en edad adulta, más de uno se puede plantear el sentido del Bautismo de los niños. ¿Se puede bautizar a un niño que aún está privado de responsabilidad personal? ¿Se le puede introducir en la iglesia sin su consentimiento? Estos interrogantes igualmente provocan una cascada de preguntas: “¿Quién nos pidió permiso para traernos a la existencia? ¿Por qué tuve que nacer en un ambiente y en unas condiciones determinadas de cultura y de clima? ¿Por qué he nacido en esta familia concreta que me dejará una huella propia?” etc… Es el juego de la vida y el misterio de la existencia. Al hombre siempre le queda la aceptación, la respuesta y la aportación posterior.

La Iglesia, que ya desde los primeros siglos bautizó también a los niños, siempre entendió que los niños son bautizados en la fe de la misma Iglesia, proclamada por los padres y la comunidad local presente. Lo que la Iglesia pide a los padres y padrinos no es que comprometan al niño, sino que se comprometan ellos a educarlos en la fe que supone el Bautismo. En el Bautismo la Iglesia da un voto de confianza, hace nacer a la vida de Hijo de Dios, siembra una semilla, hace un injerto, pone un corazón nuevo, que tendrá que crecer, desarrollarse y latir por propia cuenta y bajo personal responsabilidad algún día. Con el Bautismo, la Iglesia nos sumerge en la corriente de salvación, como se puede recoger un recién nacido abandonado en la calle fría, para llevarlo a un hogar caliente, sin esperar a preguntar al niño, cuando sea mayor, si quería que se le hubiese salvado y ayudado, porque entonces sería demasiado tarde.

¿Por qué no dar a un niño, nacido en un hogar cristiano, la simiente de la vida cristiana? El cultivo de esa simiente de fe será necesario sobre todo, hasta que esa nueva vida llegue a la autocomprensión y autoresponsabilidad. La Iglesia, pues, bautiza a los niños con esperanza
de futuro, contando con una comunidad cultivadora y garante de la fe cristiana.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
La gracia es el principio de la gloria. La gracia, que nosotros recibimos por medio de los sacramentos. “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”, dice san Pablo a Tito. El Padre revela en el Jordán a propios y a extraños quién es Jesús, el que ha aparecido: “Tú eres mi Hijo, el amado, mi predilecto”.

Una aparición es siempre una luz, “luz de las naciones”, dice Isaías. El Señor viene a iluminar a todos los hombres, pero su luz es divina: transforma. El tiempo de Navidad nos ha mostrado que el que nace viene para reinar, pero que ese reinado se realiza a través del misterio de la Pasión, que la Navidad mira a la Pascua.

La voz del Padre, que reconoce al “hijo amado”, nos lleva al libro del Génesis: allí, en la escena del sacrificio de Isaac (Gn 22), Dios habla a Abraham por tres veces refiriéndose a su hijo como “hijo amado”. Así, la escena del Jordán nos habla de un verdadero sacrificio: aquí Dios no sólo muestra a su Hijo, sino que nos anuncia que Él sí será sacrificado, como cordero sin mancha, como siervo inocente. Jesús será, como anunciaba Isaías, “mi siervo, mi elegido, a quien prefiero”.

Sobre ese siervo Dios pone su espíritu. La unción del Hijo en el bautismo se convierte así en su investidura mesiánica, en la que el siervo se muestra como el que, ungido por el don del Espíritu, cumple plenamente la voluntad del Padre. Entrar en las aguas del Jordán anticipa así entrar en el misterio de la muerte y sepultura, culmen de la obra del Siervo de Dios. Las aguas son imagen de la muerte, Jesús entra en la muerte para, ungido, dar vida. Así lo testifica, porque lo ha visto, san Pedro: “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo”.

Esta revelación nos muestra, además, el fin de la misión del Hijo. En el salmo, la voz de Dios sobre las aguas hará resonar una palabra: “¡Gloria!” Los hombres van a recibir la gloria de Dios por la obediencia del Hijo. Poco parece tener que ver, en el tiempo en que vivimos, una actitud obediente con la gloria. Mientras que la obediencia es despreciada, la gloria es deseada. Sin embargo, si volvemos la espalda a la obediencia, la única gloria que nos mira de frente es la vanidad, algo pasajero, inmediato y mentiroso. A nosotros nos toca, un día como hoy, aprender con los discípulos, con Pedro, el valor de la obediencia del ungido: Pedro ha aprendido con Jesús a no ir por libre, ha aprendido que en la obediencia al Padre se encuentra un camino de unción y de gloria. Cuando uno va al margen de la voluntad del Padre escucha “Apártate de mí, Satanás”, pero cuando se sumerge en la obediencia al Padre, escucha “Este es mi hijo amado”.

La unción de Jesús en las aguas del Jordán es una invitación para nosotros a entrar con Él en el misterio de la obediencia, como hijos de Dios, al Padre. La celebración de la Iglesia, lugar de la unción de los hijos de Dios, es lugar en el que nuestro corazón acoge y desea, como Cristo, participar en la Pascua. La gloria de Dios no viene por gestos o ritos vacíos de significado, sino llenos de gracia: los cristianos, fiados en la voz del Padre, nos sumergimos así, con Él, en su misterio pascual. Por eso, la revelación de la Trinidad en el Jordán prepara la revelación Trinitaria en la acción litúrgica, que se da por la obediencia y que introduce en la gloria. Si en la celebración no somos obedientes, seamos sacerdotes o laicos, la revelación se oscurece, y la gloria de Dios queda oculta por una baratija, la vanagloria humana.
Diego Figueroa

lunes, 6 de enero de 2020

PRIMERA LECTURA
La gloria del Señor amanece sobre ti.
Lectura del libro de Isaías 60, 1-6
¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, y su gloria se verá sobre ti.
Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos.
Entonces lo verás y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y ta ti llegan las riquezas de los pueblos.
Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá.
Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor.
Palabra de Dios.
Sal 71, 1-2. 7-8. 10-11. 12-13
R. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R.
En sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R.
Los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.
Los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
póstrense ante él todos los reyes,
y sírvanles todos los pueblos. R.
Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres. R.
SEGUNDA LECTURA
Ahora ha sido revelado que los gentiles son coherederos de la promesa.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 3, 2-3a. 5-6
Hermanos:
Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de vosotros, los gentiles .
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio.
Palabra de Dios.
Aleluya Cf. Mt 2,2
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
Hemos visto salir su estrella
y venimos a adorar al Señor. R.
EVANGELIO
Venimos a adorar al Rey.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 2, 1-12
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y, venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
“Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”».º
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
«ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
Palabra del Señor.

domingo, 5 de enero de 2020

PRIMERA LECTURA
La sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido.
Lectura del libro del Eclesiástico 24, 1-2. 8-12
La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloria en medio de su pueblo.
En la asamblea del Altísimo abre su boca y se gloria ante el Poderoso.
«El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: “pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel”.
Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca jamás dejaré de existir.
Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él y así me establecí en Sión.
En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder.
Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad».
Palabra de Dios.
Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20
R. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R.
SEGUNDA LECTURA
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 3-6. 15-18
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió de Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
Palabra de Dios.
Aleluya Cf. 1 Tim 3, 16
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
Gloria a ti, Cristo, proclamado en las naciones;
gloria a ti, Cristo, creído en el mundo. R.
EVANGELIO
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18
En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado ha conocer.
Palabra del Señor.



Comentario Pastoral
LA VERDADERA SABIDURÍA
En este domingo, el misterio completo de la Navidad nos es presentado bajo el grandioso tema de la sabiduría divina, que es contemplada y celebrada como una admirable encarnación de los misteriosos designios del Padre, que se hacen historia real en Cristo. Conviene meditar la Navidad como un misterio de la sabiduría del Altísimo, que se abaja y mete en la historia concreta del pueblo elegido. La sabiduría está en la verdad y el hombre debe tener actitud de aprendiz y discípulo, para poder ser canal que comunique el agua preciosa del espíritu. El temor del Señor es el fundamento y el principio de la sabiduría.

Ser sabio significa no seguir simplemente los mandamientos de las leyes, sino los de la virtud; tener memoria de los hechos pasados, saber gozar del momento presente y prever el futuro. El cristiano, por eso, es un eslabón más en la cadena de la historia, que se vincula al pasado del que se siente solidario para poder ser engarce con el futuro y así construir el mundo futuro de la fraternidad universal.

Decían los griegos que la sabiduría sirve de freno a la juventud, de consuelo a los viejos, de riqueza a los pobres y de ornato a los ricos. Porque no basta tener sabiduría, sino que es preciso usarla en toda circunstancia, sobre todo en las más difíciles. Y para ello es conveniente que las intenciones sean justas, que los actos sean útiles a la sociedad, que las palabras nunca sean mendaces, que el ánimo esté siempre preparado para aceptar todo lo que sucede. En esta clave hay que entender el consejo de Cervantes: “Primeramente has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio en nada podrás errar”.

Todo tiempo en la vida del hombre es apto para aprender la verdadera sabiduría de las cosas altas y poder practicarla desde una coherencia de la fe. Todos los sabios de la tierra han necesitado llenar las bibliotecas del orbe con los productos de su ingenio para que la humanidad dé unos pocos pasos en la senda de la civilización. Jesucristo, para llevar a cabo la revolución más colosal
que recuerda la historia, necesitó pocas palabras: “No quieras para otro lo que no deseas para ti”.

La palabra sabia es aquella, que dicha a un niño, se entiende siempre, aunque no se explique.
El Evangelio es tan claro que todos lo pueden comprender. La Navidad es tan sencilla que puede
ser contemplada por los más inocentes, que se sienten conmovidos ante su ternura.

La más profunda sabiduría consiste en la sumisión a los planes misteriosos de Dios, sin perder la sonrisa y la paz del corazón. En un mundo de tantas ignorancias radicales hay que tener el coraje
del bien saber, que es fruto de la fe, la esperanza y el amor.
Andrés Pardo
de la Palabra a la Vida
No ha terminado el tiempo de Navidad. Seguimos en el tiempo de la manifestación del Hijo de Dios en la carne, y aunque preparamos ya su aparición ante los Magos, la Iglesia nos ofrece hoy la oportunidad preciosa de volver a escuchar el evangelio del día de Navidad, con una clara intención: seguir contemplando el misterio del nacimiento del Hijo de Dios. El prólogo del evangelio según san Juan reclama al creyente contemplar el descenso de esa Palabra, de ese Verbo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, al mundo de los hombres como uno de nosotros (“se hizo carne y acampó entre nosotros”), y descubrir que ese descenso va a tener una consecuencia para los hombres: los va a hacer partícipes de Dios (“a cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios”).

Es por esto que la primera lectura, en su origen una alabanza de la Sabiduría de Dios, al ser presentada por la Iglesia junto a este evangelio, adquiere un color distinto: Si algo divino se ha establecido en medio de los hombres, nos está hablando de Jesucristo, verdadero Verbo de Dios y Sabiduría de Dios. El evangelio caracteriza a la primera lectura, y esta nos ayuda a entrar en el misterio de Navidad. Dota al texto del Sirácida de una caracterización personal para la Sabiduría: no es un algo, sino un alguien. Dios no es una compleja suma de energías, de movimientos, de fuerzas. No es un ser pasota, que pone todo en marcha y lo deja según sus propias leyes. Dios no es una naturaleza finita, pasajera, débil. El salmo nos lo recuerda: “Dios envía su mensaje a la tierra”. Ese mensaje es el Dios humanado, es personal. Dios es una comunión de personas.

Pero este envío no es accidental, es algo querido por Dios desde la eternidad para hacernos hijos de Dios. La Palabra, el Verbo, que estaba en el principio de todo, en el Génesis, creando todo, pues cada deseo eterno pronunciado se convertía en realidad creada, se encarna para que los hombres puedan entrar en el seno de la Trinidad, no como alguien ajeno, sino como hijos en su casa. Lo explica san Pablo en la segunda lectura: “Él nos ha elegido y destinado en la persona de Cristo”.

Si leyendo Verbo descubrimos la persona de Jesucristo … eso es lo que hace el camino de la fe. Es un hombre verdadero, pero es eterno. No puede ser comparado con ningún otro personaje de la historia, pues todos los demás son contingentes. Yo soy contingente, Dios me hace eterno, pues el eterno se ha hecho hombre.

En realidad, es lo que se actualiza en la celebración de la Iglesia: Dios desciende a los que creen en Él para habitar en ellos e introducirlos en la vida divina. Profundizar en la Navidad es profundizar en el misterio del don de Dios en la Iglesia, que se da cada día a su pueblo, y el sentido con el que lo hace. El regalo de ser hijos de Dios, que se nos concedió en Navidad, hace más de dos mil años, se fortalece hoy en la liturgia, donde se actualiza esa comunicación.

La liturgia de la Iglesia consiste en esto, en que lo que es contingente, pequeños signos, personas, es impregnado de eternidad. En medio de nuestra celebración, acampa Dios, no para estar sin más, sino para afectarlo todo. Entrar así a misa, rezar laudes con esta certeza, es asomarse a lo que ha sucedido en el misterio de la Navidad. Lo demás es perder el tiempo, es buscar un consuelo sensible y pasajero, impropio de la venida del eterno. Por eso, con la venida del Verbo, queda en nosotros elegir la palabra en la que confiamos y la forma en la que vivimos, si según lo que pasa, lo aparente, lo llamativo, o lo que es según el misterio de Belén, del Dios que se esconde en lo creado y que, escondido, quiere ser descubierto: de ahí la alegría de los Magos, ya tan cercana a nosotros.
Diego Figueroa