domingo, 27 de mayo de 2018

PRIMERA LECTURA
El Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro
Lectura del libro del Deuteronomio 4, 32-34. 39-40
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: pregunta desde un extremo al otro del cielo ¿sucedió jamás algo tan grande como esto o se oyó cosa semejante? ¿Escuchó algún pueblo, como tú has escuchado, la voz del Dios, hablando desde el fuego, y ha sobrevivido?; ¿Intentó jamás algún dios venir a escogerse una nación entre las otras por mediante pruebas, signos, prodigios y guerra y con mano fuerte y brazo poderoso, con terribles portentos, como todo lo que hizo el Señor, vuestro Dios, con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?
Así pues, reconoce hoy, y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Observa los mandatos y preceptos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos, después de ti, y se prolonguen tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre».
Palabra de Dios
Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22
R. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R.
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos.
Porque él lo dijo, y existió;
él lo mandó y todo fue creado. R.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R.
SEGUNDA LECTURA
Habéis recibido un espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos «¡Abba, (Padre)!»
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 14-17
Hermanos:
Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios.
Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos «¡Abba!» (Padre).
Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él.
Palabra de Dios
Aleluya
Aleluya, aleluya, aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo;
al Dios que es, al que era y al que ha de venir. R.
EVANGELIO
Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
EL ICONO DE LA TRINIDAD DE “RUBLËV”
La Trinidad es una verdad que la fe impone, pero que no llega a transformar del todo nuestras vidas. Y sin embargo al revelarnos el misterio de la Trinidad, Dios nos ha revelado que él vive la vida más cercana y parecida a la nuestra, la vida de familia, en la que hay entrega total, comunicación entera y absoluta complacencia. Dios ha revelado que su vida es toda ella don, amor, alegría de amar y de ser amado. Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo.

La Trinidad no es una teología complicada y matemática que oscurece la imagen de Dios, sino que es la manifestación explícita y asequible de la verdad de Dios. ¿Cómo es nuestro Dios?

Representar a Dios siempre ha sido un reto y esfuerzo del arte cristiano. Para muchas obras artísticas son un compendio teológico de los dos misterios fundamentales: la Unidad-Trinidad de Dios y la encarnación redentora de Cristo. Pero ninguna pintura ha alcanzado la intensidad, la sublimidad y la profundidad de intuición mística como la “Trinidad de Andrej Rublëv” (siglo XV). El pintor ruso ha concentrado toda la atención en tres ángeles, sentados en torno a una mesa, signo de la Eucaristía. El de la derecha representa al Espíritu Santo, el del medio al Hijo y ambos se inclinan ante el ángel de la izquierda, que permanece erguido y es figura del Padre, que con simplicidad y autoridad los preside en el amor. Todo el icono tiene una animación en movimiento circular y transmite armonía y concordia. La pintura de Rublëv sugiere visualmente
que las relaciones en Dios son trinitarias y a la vez permite intuir el abismo de su amor infinito. A través de esta inspiración artística se puede entrever algo de lo inefable del misterio supremo de Dios.

Dios es Padre, es decir, fuente inagotable, inmortal e infinita de todo cuanto existe; principio de unidad y generosidad; signo del amor que no pasa nunca y garantía providente del gobierno de la vida.

Dios es Hijo: El que manifiesta al Padre, el que publica su gloria, el que es imagen purísima: Dios de Dios, Luz de Luz, como confesamos en el Credo.

Dios es Espíritu. La entrega del Padre al Hijo y del Hijo al Padre es una realidad tal que se convierte en una Persona, en un Espíritu de amor y entrega. Es transparencia del espíritu de unión y de vida de la Trinidad Santa.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Deuteronomio 4, 32-34. 39-40Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22
san Pablo a los Romanos 8, 14-17san Mateo 28, 16-20
de la Palabra a la Vida
La revelación que Dios ha hecho de sí mismo a lo largo de la historia nos ha permitido a la humanidad conocer el misterio profundo de este Dios que, siendo uno en la esencia, es trino en las personas. Su cercanía con nosotros, una cercanía que ya maravillaba al pueblo de Israel en la primera lectura, cuando Dios daba a su pueblo su nombre, una ley, una forma de relacionarse -de relacionarse Dios con los hombres-, nos ha permitido saber cómo dirigirnos a Dios oportunamente. Él es “nuestro único Señor”.

Pero su acercamiento ha llegado a tal punto, a “plenitud”, cuando el mismo Hijo de Dios, que habitaba en Dios y era Dios, se ha hecho uno como nosotros, revelándonos su ser Dios y el del Espíritu. Esto no lo podemos llegar a conocer “por la carne y por la sangre”, y sin embargo, la fe nos lo ha hecho accesible; no es una deducción lógica, razonable, de quien lee el evangelio y adquiere, por su propia inteligencia, esta conclusión. Dios se ha acercado tanto a nosotros al hacerse uno como nosotros que ha aprovechado esa ausencia de distancia para inscribir, en lo profundo de nuestros corazones, la verdad sobre su ser, y al escucharla en la Iglesia, al leerla en la palabra, asentimos y adoramos.

Aquello que la Iglesia ha reconocido, ha creído sobre Dios, lo ha llevado a la celebración: porque lo que se cree, se celebra. Así, con esa fórmula trinitaria recibida bautiza, y con esa fórmula trinitaria comienza y ora en la celebración sacramental. En esta fórmula trinitaria, por tanto, encontramos no solamente la actitud dinámica de Dios hacia su pueblo, su constante salir de sí para ser conocido, sino también la actitud propia de la comunidad y del creyente, si quiere escuchar y seguir a su Dios. Un Dios que se está siempre ofreciendo, que siempre está buscando darse a los hombres para que estos tengan vida eterna.

La Iglesia, así, al celebrar esta fiesta de la Santísima Trinidad, se fija hoy en lo que tiene que ser cada día: un Dios siempre en marcha hacia su pueblo, que anima a que su pueblo esté también siempre en marcha hacia Dios. “Id”, dice Jesús a los suyos en el evangelio de hoy. Id dentro, para poder ir fuera. Id a descubrir quién es el Dios verdadero, el Dios trino revelado en Jesucristo, que ha convivido con vosotros en la historia. Y después id a bautizar en el nombre de ese Dios trino al que habéis conocido.

Un signo de la intimidad del conocimiento que Dios nos ha dado sobre sí es el nombre. El nombre que Dios da a Moisés en la zarza, Yahvéh, alcanza una plena revelación cuando sabemos que ese Dios es padre: abba. Jesucristo nos ha introducido en la intimidad de esa revelación, y guiados por Él, podemos llamar a Dios “padre”. Su nombre va unido a su relación con nosotros.

La Iglesia camina, entonces, por la historia, llamándonos a profundizar en ese nombre y en esa relación, y lo hace desde la misma celebración: ¿Qué vínculo, qué experiencia se va creando entre las personas de la Trinidad y yo, gracias a la celebración? ¿Avanzo, profundizo en esa misma fe, crezco en la intimidad con Dios? ¿Vivo la celebración de la Iglesia como lugar de la revelación del Dios trino en mi propia vida, lugar donde Él se da a mí y donde yo soy invitado a entrar? Los hijos de Dios sólo pueden conocer en el conocimiento de su Padre viviendo constantemente en esa fe: es nuestra identidad.

Escuchemos siempre agradecidos y humildes el nombre del Dios que se nos ha revelado como nuestro creador, salvador y santificador.
Diego Figueroa

domingo, 20 de mayo de 2018

PRIMERA LECTURA
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar 
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas y habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tantos judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».
Palabra de Dios
Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30.31 y 34
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres! 
Cuántas son tus obras, Señor; 
la tierra está llena de tus criaturas. R.
Les retiras el aliento, y expiran 
y vuelven a ser polvo; 
envías tu espíritu, y los creas, 
y repueblas la faz de la tierra. R.
Gloria a Dios para siempre, 
goce el Señor con sus obras; 
que le sea agradable mi poema, 
y yo me alegraré con el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13
Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
SECUENCIA
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
Palabra de Dios
Aleluya
Aleluya, aleluya, aleluya.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles 
y enciende en ellos la llama de tu amor. R.
EVANGELIO
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; recibid el Espíritu Santo 
Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
EL ESPÍRITU DE PENTECOSTÉS
Hoy el cristiano es enviado fuera de su propio cenáculo, como los apóstoles, y lanzado a la calle para revolucionar a todas las gentes con una gran e increíble noticia: no estamos huérfanos, Dios está con nosotros, tenemos un Espíritu de fuerza y de sabiduría, de gozo y de fe. Nadie puede arrebatarnos la alegría de que el Espíritu de adopción grite en nosotros: Padre, te amo, creo en tí, mi esperanza es tuya.

¿Cuál es el Espíritu de Pentecostés? Es el Espíritu creador y renovador de la faz de la tierra. El que hizo surgir mil imágenes y semejanzas de Dios, el que lo manifestó gozosamente visible en la creación, creando un mundo espléndido de formas y figuras de seres llenos de sentido, de animales y plantas. El que moldeó al hombre para que poblase la tierra.

Es el Espíritu que habló por los profetas, hombres sacados de entre los hombres, de labios balbucientes y corazones tímidos y asustadizos, pero que fueran tocados por la inspiración de lo alto para hacer sonar la palabra de Dios que era anuncio, examen, liberación, gozo, cercanía, paz, perdón, exigencia y alianza. La violencia de lo divino les impulsó a ser punto de referencia del auténtico diálogo humano.

Es el Espíritu de la Encarnación en la plenitud de los tiempos. El rayo de la gracia divina que tocó a una virgen nazarena y provocó la respuesta más hermosa y más limpia en la historia de los hombres. El “sí” de la Anunciación la hizo portadora de la Palabra de Dios. Desde el silencio fecundo de la Virgen nos fue revelado el gran mensaje y entregada la salvación, hecha carne de niño. Por eso la Madre de Jesús es la esposa del Espíritu Santo.

Es el Espíritu que provocó la inspiración de Isabel, al sentir brincar en su seno al hijo aún no nacido. El Espíritu que movió a profetizar al mudo Zacarías y empujó al anciano Simeón hacia el templo, para que viese una luz gloriosa y tuviese en brazos “la vida”.

Es el Espíritu que resplandece en todas las acciones y palabras de Jesús, el Hijo de Dios, que anuncia la buena noticia de la salvación, escruta los corazones, revela la verdad, repara el mal, consuela a los afligidos y fortalece a los débiles. Es el Espíritu que le hizo obediente hasta la muerte y le resucitó para la vida eterna.

Es el Espíritu que da comienzo a la Iglesia y la extiende con la vivacidad del relámpago. El Espíritu que posibilita creer en el Evangelio, despierta todos los corazones, hace fecundas nuestras obras, inspira nuestras plegarias y nos convierte en testigos del verdadero amor.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 2, 1-11Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30.31 y 34
san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13san Juan 20, 19-23
de la Palabra a la Vida
La sorpresa que trae el día de Pascua no es sólo el hecho de que Jesús aparezca resucitado en medio de los discípulos, sino también que traiga un don para ellos, el don del Espíritu. Igual, en un principio, nos parece que no hay comparación, que nada puede igualarse a la Pascua del Hijo. Sin embargo, el don del Espíritu es necesario para que el creyente tenga en su vida una dirección nueva, la que Cristo ya experimenta como consecuencia de su resurrección.

Puestos en esa dirección para su vida, para su futuro, para sus decisiones, los discípulos van a poder ofrecer el testimonio que Jesús ha ido preparando en ellos durante su tiempo juntos. Ese testimonio se verá corroborado por las obras. Así, palabra y vida, anuncio y vida, no aparecen, gracias a la Pascua, como elementos diversos, sino con una profunda unidad entre sí, una unidad que experimentarán, no sólo de forma individual, sino también en la unidad de la Iglesia: cada uno podrá venir de donde quiera que venga, cada uno podrá ser como sea en este mundo, pero todos serán uno en el Espíritu Santo debido a que van a compartir la fe de la Iglesia, que consiste en reconocer que Jesús es Señor.

Así, la gran fiesta de la Pascua tiene en Pentecostés su perfecto contrapunto, pues lo sucedido no tiene consecuencias solamente en la persona de Jesucristo resucitado, sino que afecta también a todos los que acepten recibir el don del paráclito, un defensor que los protegerá de la muerte eterna, que les ofrecerá un valor para la tarea evangelizadora que comienza. Desde el principio, el anuncio del evangelio de Jesús se convierte en una característica propia de este valiente grupo.

Por ese anuncio, muchos y de muchos lugares, se van a ver llamados a la fe, a la unidad de la Iglesia en Cristo Jesús. Y así, la comunión se convierte en un signo identificativo. Esa unión es fuerte, porque viene precedida por el perdón de los pecados: “A quienes perdonéis, les quedan perdonados”.

Visto así, Pentecostés se convierte en un momento crucial para la Iglesia de hace dos mil años y de nuestros días: la comunión y el perdón de los pecados son signo de la catolicidad. El don del Espíritu es infundido hoy sobre nosotros para movernos a la unión, para movernos a hacer visible con mayor claridad el don de la vida eterna, de ser verdaderamente llamados a la resurrección. ¿Puedo experimentar que la Iglesia, que mi comunidad parroquial, es un lugar donde le perdona? ¿Soy yo mismo un ejemplo en mi capacidad de perdonar los defectos, los excesos, las equivocaciones del prójimo? ¿Pido el don del Espíritu para que ablande mi corazón y aprenda a perdonar?

Con respecto a la necesidad de mostrar esta unidad de la Iglesia el Espíritu es imprescindible totalmente: ¿Valoro el bien de la unidad? ¿Busco unir a mí, a mis ideas, a mi visión, o a la de Jesucristo, el evangelio y el magisterio de la Iglesia? ¿Lo intento desde la caridad?

Pentecostés, la Pascua del Espíritu, nos da una vida nueva, una vida en la que, por el amor y el perdón, ya no se nos ve a nosotros: aparece, se hace visible el Señor.
Diego Figueroa

al ritmo de las celebraciones 

Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica
En el caso de la costumbre occidental de celebrar un “mes de María” en Mayo (en algunos países del hemisferio sur en Noviembre), será oportuno tener en cuenta las exigencias de la Liturgia, las expectativas de los fieles, su maduración en la fe, y estudiar el problema que suponen los “meses de María” en el ámbito de la pastoral de conjunto de la Iglesia local, evitando situaciones de conflicto pastoral que desorienten a los fieles, como sucedería, por ejemplo, si se tendiera a eliminar el “mes de Mayo”.

Con frecuencia, la solución más oportuna será armonizar los contenidos del “mes de María” con el tiempo del Año litúrgico. Así, por ejemplo, durante el mes de Mayo, que en gran parte coincide con los cincuenta días de la Pascua, los ejercicios de piedad deberán subrayar la participación de la Virgen en el misterio pascual (cfr. Jn 19,25-27) y en el acontecimiento de Pentecostés (cfr. Hch 1,14), que inaugura el camino de la Iglesia: un camino que ella, como partícipe de la novedad del Resucitado, recorre bajo la guía del Espíritu. Y puesto que los “cincuenta días” son el tiempo propicio para la celebración y la mistagogia de los sacramentos de la iniciación cristiana, los ejercicios de piedad del mes de Mayo podrán poner de relieve la función que la Virgen, glorificada en el cielo, desempeña en la tierra, “aquí y ahora”, en la celebración de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía.

domingo, 13 de mayo de 2018

PRIMERA LECTURA
A la vista de todos, fue elevado al cielo
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 1, 1-11
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseño desde el cominezo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. y ascendió al cielo. Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días, les hablándoles del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días».
Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo:
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»
Les dijo:
«No os toca a vosotros conocer los tiempos y o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y “hasta los confines del mundo”».
Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».
Palabra de Dios
Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9
R. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Pueblos todos batid palmas, 
aclamad a Dios con gritos de júbilo; 
porque el Señor es sublime y terrible, 
emperador de toda la tierra. R.
Dios asciende entre aclamaciones; 
el Señor, al son de trompetas; 
tocad para Dios, tocad; 
tocad para nuestro Rey, tocad. R.
Porque Dios es el rey del mundo; 
tocad con maestría. 
Dios reina sobre las naciones, 
Dios se sienta en su trono sagrado. R.
SEGUNDA LECTURA
Lo sentó a su derecha en el cielo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 17-23
Hermanos:
El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.
Palabra de Dios
Aleluya Mt 28, 19a. 20b
Aleluya, aleluya, aleluya.
Id y haced discípulos a todos los pueblos – dice el Señor -; 
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos. R.
EVANGELIO
Fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios
Conclusión del santo evangelio según san Marcos 16,15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once y les dijo:
«ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a predicar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
¿QUÉ ES LA ASCENSIÓN?
Ascender es una esperanza tan vieja como el mundo y uno de los deseos más constantes de la vida del hombre. Toda ascensión tiene atractivo por la situación nueva que se vislumbra. Incluso los riesgos que comporta son compensados por la conquista de niveles más altos y desconocidos. Ya la mitología griega plasmó en un bello pasaje el vano intento de Icaro, hijo de Dédalo, que al huir del laberinto de Creta con unas alas de cera desobedeció los consejos de su padre y ascendió demasiado alto acercándose al sol en su vuelo; sus alas se derritieron y cayó al mar donde pereció ahogado. Hoy seguimos constatando la irrefrenable voluntad del hombre para conquistar el espacio y reducir distancias entre los planetas.

En el plano religioso también se manifiesta un constante deseo de ascensión. Con lenguaje sencillo y normal se dice que quien ha muerto en la fe ha subido al cielo; que la oración confiada es escuchada en lo alto: que un día seremos elevados para vivir eternamente en el reino celeste. La solemnidad de la Ascensión del Señor, que se celebra en este domingo, nos revela el sentido exacto de la ascensión del cristiano. 

La Ascensión es el lazo de unión entre Pascua y Pentecostés. El misterio pascual, que se funda en la muerte del Señor, no se detiene en su resurrección; se desarrolla en la Ascensión, que es la aceptación por parte de Dios de la obra de Cristo y su consagración como Señor de cielos y tierra; y se consuma en Pentecostés con el envío del Espíritu.

La Ascensión no es el final de la historia de Jesús de Nazaret sino el punto de partida de la misión de la Iglesia, que es la proclamación de la buena noticia de la salvación. El tiempo para esta misión va desde la Ascensión hasta la Parusía: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. Cristo, en su ascensión a los cielos, alcanza la plena soberanía sentándose a la derecha de Dios Padre (sentarse en el trono es el signo de realeza). Esta glorificación no es signo de la ausencia de Jesús en la tierra ni de distanciamiento de la historia del mundo y de la vida de la Iglesia. Es el inicio de la nueva presencia del Resucitado en medio de sus discípulos. La ascensión de Jesús es el punto de unión de lo eterno con nuestro tiempo fugaz y caduco, es garantía de la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la esperanza sobre la angustia y desesperación de la condición humana.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 1, 1-11Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9
san Pablo a los Efesios 1, 17-23san Marcos 16,15-20
de la Palabra a la Vida
Nadie pudo ver la resurrección del Señor.Nadie contempló su salir del sepulcro y empezar la vida gloriosa. Sólo la noche, decimos, para mostrar poéticamente que su resurrección permanece en el misterio, en la oscuridad, inalcanzable para la vista de los hombres. Pero hay secretos que resulta difícil mantener guardados durante cuarenta días… por eso, la resurrección del Señor da pie a la celebración de la fiesta de su ascensión, un misterio en el que, según nos relata el Nuevo Testamento, tenemos más cosas a la vista. Marcos, en el relato del evangelio, y Lucas, en el de los Hechos de los Apóstoles, dibujan con sus relatos el mismo misterio de la Pascua, de la resurrección, pero a la vista de todos, es decir, a la vista de todos aquellos que, en una o en otra de sus apariciones, lo han reconocido como el Señor Jesús. Este reconocimiento es algo paradójico, y así debe ser siempre que hablemos de un misterio, pues el evangelista afirma que “el Señor Jesús subió al cielo”, para añadir a continuación que “cooperaba con ellos”. ¿Cómo es posible? Tan lejos, pero a la vez tan cerca… No deja de ser desconcertante la actitud de los discípulos, tanto que Marcos dice que no dudaron, en cuanto recibieron los últimos mandatos del Señor, en salir a anunciar el evangelio para llamar a la fe. Al mandato del Señor sigue la obediencia de los discípulos. Pero ni los evangelistas ni la misma Iglesia tienen una mirada íntima hacia este evento: no lo consideran algo visible para algunos pero escondido para casi todos… y por eso introducen con sus relatos, de alguna forma, la ascensión del Señor, su manifestación como el “Dios que asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas”, “el Rey del mundo”, dentro del misterio de la parusía. Las aclamaciones, la marcha triunfal, los reconocimientos y fiestas son más propios de la entrada definitiva de la humanidad en el cielo, cuando esta suceda, o del Señor en su vuelta en gloria y majestad. Así, se presenta un reconocimiento, ya universal, a su misterio pascual: sucedió en el silencio y ahora es reconocido por todos. Casi se nos adelanta a este domingo el Apocalipsis, y de esta forma a los discípulos les será más fácil mantener el ánimo, confiar en las palabras recibidas, salir a anunciar el evangelio. Con su ascensión, ahora ya no está en el cielo solamente “lo celeste”, pues Cristo, nacido de la
Virgen María, es también “lo terrestre”. Ya no hay solamente lo eterno, sino también lo pasajero. Y eso hace que los discípulos se llenen de ánimo, su esperanza se haga mucho más firme… porque la Iglesia se ve también ascendiendo con Él. Lo terrestre que forma la Iglesia sabe que no va a quedar lejos de su Señor, sabe con seguridad que no está siendo abandonada, sino fortalecida. ¡Ojalá tuviéramos nosotros en tantos momentos esa misma experiencia, de no estar siendo abandonados por Dios, sino fortalecidos! Ahora, la Iglesia entiende aquella misteriosa afirmación del Señor: “Os conviene que yo me vaya”. Primero, porque Cristo, Dios y hombre, se ha situado a la derecha de Dios, en la gloria de la Trinidad. Segundo, porque el don del Espíritu Santo llevará a los hombres con Dios, a ese mismo “lugar”, a ese mismo estado. La Iglesia hoy entiende que en la ascensión del Señor ha comenzado un movimiento que sólo terminará cuando el Cuerpo esté donde ya está la Cabeza. Un movimiento que se realiza por la acción de la liturgia, por Cristo desde el cielo. Siempre en la Ascensión debemos hacer memoria de nuestra celebración litúrgica… no son ritos sin más, es presencia de Cristo que nos “eleva” con Dios. Es un gran don y una inmensa responsabilidad. ¿Cuáles son mis motivaciones más profundas en ella? ¿Aprovecho para experimentar el don de la eternidad, para reconocer en el misterio de la pobreza lo que se me promete? ¿Me lanzo con confianza a la celebración? Es en ella donde se nos da lo que Cristo hoy realiza, es en ella donde no hay engaño, sólo una dirección definitiva para nosotros.
Diego Figueroa

domingo, 6 de mayo de 2018

PRIMERA LECTURA
El don del Espíritu Santo se ha derramado también sobre los gentiles
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48
Cuando iba a entrar Pedro, Cornelio le salió al encuentro y, postrándose, le quiso rendir homenaje. Pero Pedro lo levantó, diciéndole:
«Levántate, que soy un hombre como tú».
Pedro tomó la palabra y dijo:
«Ahora comprendo con toda la verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea».
Todavía estaba hablando Pedro, cuando bajó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra, y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles, porque los oían hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios.
Entonces Pedro añadió:
«¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?»
Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo.
Entonces le rogaron que se quedara unos días con ellos.
Palabra de Dios
Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4
R. El Señor revela a las naciones su salvación.
Cantad al Señor un cántico nuevo, 
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria, 
su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su salvación, 
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad 
en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado 
la salvación de nuestro Dios. 
Aclama al Señor, tierra entera; 
gritad, vitoread, tocad. R.
SEGUNDA LECTURA
Dios es amor
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 4, 7-10
Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Jn 14, 23
Aleluya, aleluya, aleluya.
El que me ama guardará mi palabra – dice el Señor -,
y mi Pare lo amará, y vendremos a él. R.
EVANGELIO
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos
Lectura del santo Evangelio según san Juan 15, 9-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
NADA MÁS QUE EL AMOR
El amor, palabra fontal, singular, buena, ha llegado a ser palabra banal y vulgar. Se canta en todos los tonos, se pinta en negro y en color. Da sentido a la vida de muchos y mancha la reputación de algunos. A pesar de todas las devaluaciones y degradaciones, el amor es un vocablo que hechiza al espíritu humano y revela lo mejor y lo más profundo de nosotros. El amor hace vibrar, entusiasma, arruina, es la razón de nuestras lágrimas y de nuestras sonrisas. Estamos llenos de amor, hemos sido creados para amar y ser amados. Nadie podrá matar la fascinación misteriosa que tiene el amor para poder vivir.

El evangelio de este domingo sexto de Pascua tiene como tema el amor. No se trata de una mera reflexión conceptual o teológica, sino de una invitación a acoger el amor de Cristo, para poder cumplir su mandamiento. Se nos da una definición precisa de lo que es el amor, se nos aclara la relación que existe entre Dios y nosotros a través de un intermediario: El Hijo, “Dios es Amor” y lo ha revelado de una manera visible en Cristo, que ha entregado su vida por amor.

Cristo habla sobre el amor en la víspera de su muerte. Revela a sus discípulos el amor de Dios. Pide que permanezcamos en su amor. Aclara que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Nos manda que nos amemos unos a otros.

Es necesario reflexionar mucho sobre el amor. El evangelio de hoy nos mueve a descubrir el amor divino para poder entender el amor humano. El amor de Cristo es fruto del amor del Padre, es muestra de plenitud, es gusto de eternidad, es causa de alegría. La entrega y la donación total son la prueba definitiva del amor. Por eso los pequeños signos de nuestro amor cotidiano son una imagen concreta del amor de Dios. A la luz del amor de Jesús examinamos nuestros amores y purificamos nuestros desamores.

El amor de Dios no debe ser encerrado en el templo, ni ser mera experiencia religiosa del domingo. Debe ser vivencia y testimonio en la casa y en la calle. El amor que Dios derrama sobre nosotros es creativo, genera los otros amores.

Está superada la ecuación veterotestamentaria: “Ama al prójimo como a tí mismo”. El amor cristiano tiene una nueva ecuación: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Es el amor de Cristo, amor infinito, sin límites ni excepciones, el modelo al que debe aspirar siempre nuestro amor humano.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4
san Juan 4, 7-10san Juan 15, 9-17
de la Palabra a la Vida
Confesamos en el Credo que el Señor realiza su misterio de abajamiento “por nosotros y por nuestra salvación”. Todo el misterio pascual es fruto del amor de Dios por nosotros. Eso significa que, si por el misterio de la Pascua Cristo se ha unido íntimamente con nosotros, que si, como decía el evangelio del domingo pasado, por el misterio pascual su Espíritu habita con nosotros como la savia en la vid, entonces el amor de Dios ha de brotar de nosotros como lo hace del Señor, precisamente para hacer así visible en nosotros el misterio pascual del Señor. Siendo esto así, la decisión de amar no es, en realidad, tan decisiva como la anterior: aceptar unirse al Señor, aceptar creer en el resucitado. Una vez aceptado esto, al amor de Dios hay que dejarlo ser en nosotros sin miedo: así produce en nuestro organismo grandes cantidades de vida eterna. El mandamiento del amor es un mandamiento natural para quien acepta afrontar su vida creyendo en la vida eterna obtenida por Cristo.

Por eso, Jesús enuncia el mandamiento así: “Permaneced en mi amor”. Por amor, Cristo se “entregó como víctima de propiciación por nuestros pecados”. El amor de Cristo tiene una forma característica, que lo hace particular: no se trata de un amor abstracto, imposible de definir, algo “en el aire”… es concreto y realista, pues supone que uno se niega a sí mismo por el bien de aquel que ha cometido pecado. El amor de Cristo es un amor salvador, que no se aleja del otro por sus debilidades o pecados, sino que asume la proximidad y la equivocación del otro por amor, y al asumirlo lo cura.

El don del Espíritu, que nos afecta misteriosamente por la Pascua, es el que realiza ese movimiento en nosotros. Ese amor es definido también por Jesús como dar la vida por los amigos. Jesús identifica amigos con discípulos. Jesús, como un buen amigo, no guarda nada, no oculta lo mejor que tiene, sino que lo entrega a los amigos, lo comunica con alegría. Y así, al comunicarlo, nos transforma. El bien de Jesús, su amor, actúa sobre nosotros cuando lo acogemos.

Durante seis semanas, la Iglesia ha realizado un camino de reflexión, de profundización en lo ocurrido en la noche de Pascua, y así hoy podemos ver que la victoria de Cristo sobre la muerte actúa en nosotros bajo la forma de amor. La Pascua es algo concreto, es un amor más fuerte que la muerte, capaz de cambiar todo lo que en nosotros hay de oscuridad, de alejamiento de Dios, por confianza en Él, por intimidad con Él. Y al realizar ese cambio en nuestro propio ser, permanece en nosotros, comunicándonos esa misma capacidad de que su amor comunique santidad en los hermanos, a los que la Pascua nos ha unido como los sarmientos se unen por medio de la vid. Sí, hablar de Pascua del Señor es algo concreto, es entrar en el misterio de nuestra salvación, en la conversión de nuestra propia vida para que responda a Dios.

Esto no es algo nuevo para nosotros, pues es lo que vivimos en cada celebración de la Iglesia, cuando nos reunimos para celebrar la liturgia de la Iglesia: en ella, Cristo nos habla al corazón, nos dirige su Palabra y con la Eucaristía y el don del Espíritu realiza la Pascua en nosotros, en los sarmientos unidos a la vid, comunicándonos su vida nueva y poniendo de manifiesto la amistad que nos anuncia. ¿Qué hace el amor de Dios en mí? ¿Dónde reconozco que me pide una vida nueva, un trato de caridad, de amor por los hermanos? ¿Qué intimidad experimento con Jesús, y cómo la fortalezco? Es el amor, el amor que perdona para unir, el que obra en nosotros, el amor que hizo brotar vida del sepulcro y que hace brotar vida de nuestras manos, de nuestras decisiones, de nuestra acción.
Diego Figueroa