domingo, 28 de junio de 2020

PRIMERA LECTURA
Es un hombre santo de Dios; se retirará aquí
Lectura del segundo libro de los Reyes 4, 8-11. 14-16a
Pasó Eliseo un día por Sunén. Vivía allí una mujer principal que le insistió en que se quedase a comer; y, desde entonces, se detenía allí a comer cada vez que pasaba.
Ella dijo a su marido:
«Estoy segura de que es un hombre santo de Dios el que viene siempre a vernos. Construyamos en la terraza una pequeña habitación y pongámosle arriba una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que cuando venga pueda retirarse».
Llegó el día en que Eliseo se acercó por allí, y se retiró a la habitación de arriba, donde se acostó.
Entonces se preguntó Eliseo:
«¿Qué podemos hacer por ella?».
Respondió Guejazi, su criado:
«Por desgracia no tiene hijos, y su marido es ya anciano».
Eliseo ordenó que la llamase. La llamó y ella se detuvo a la entrada.
Eliseo le dijo:
«El año próximo, por esta época, tú estarás abrazando un hijo».
Palabra de Dios.
Sal 88, 2-3. 16-17. 18-19
R. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: “Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.” R.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
camina, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo. R.
Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey. R.
SEGUNDA LECTURA
Sepultados con él por el bautismo, andemos en una vida nueva
Lectura de la carta a los Romanos 6, 3-4. 8-11
Hermanos:
Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte.
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios.
Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
Aleluya 1 Pe 2, 9
Aleluya, aleluya, aleluya.
Vosotros sois un linaje elegido, un sacerdocio real,
una nación santa;
anunciad las proezas del que os llamó de las tinieblas
a su luz maravillosa. R.
EVANGELIO
El que no carga con la cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 10, 37-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral

CRISTO Y LA LEY NUEVA
La hospitalidad para el oriental es la expresión de un diálogo, de una apertura, de una atención hacia quién está solo, vagabundo o abandonado. Nuestra sociedad occidental, en cambio, valora como más positivo el encierro en la propia casa, refugio que nos libera de las inseguridades de recibir a un desconocido. Sin embargo, basándonos en las lecturas de este domingo decimotercero del tiempo ordinario, hay que coincidir en que “acoger” es abrirse desinteresadamente a los demás, superando conceptos egoístas y prácticas insolidarias. El calor humano de la acogida es siempre la base para alcanzar el amor fraterno.

La finura de la escena descrita en el libro de los Reyes (1ª lectura) resalta la delicadeza que la mujer de Sunem dispensa al profeta Eliseo, que en medio de su nomadismo encuentra una casa, en la que han preparado una habitación pequeña con cama, mesa, silla y candil. De este modo el profeta puede retirarse y encontrar el ambiente silencioso para su reflexión y el descanso físico y síquico para reemprender su camino misionero. ¡Qué importante es saber acoger sencilla y espontáneamente a los hermanos que están solos, porque trabajan en bien de todos!

Es mejor dar que recibir. La fuente de la alegría está cuando se pasa de una acogida, fruto de la caridad y de la filantropía, a la convicción de que detrás del rostro de toda criatura se esconde el rostro de Cristo. Por eso lo sencillo puede ser importante, y un vaso de agua fresca, por encima de ser una urgente y sencilla necesidad corporal, se puede convertir en una cooperación evangelizadora, digna de la recompensa divina.

Acoger, en terminología cristiana, es ser digno de Cristo. La acogida de la cruz no es un puro ejercicio ascético ni una abnegación masoquista de fanáticos; es un perder para encontrar, es un sepultarse con Cristo en la muerte para ser despertado de entre los muertos. Para encontrar la verdadera vida hay que superar muchas indignidades, hay que renunciar a muchas comodidades, hay que vencer muchos egoísmos. Siendo generoso, solidario, y desprendido se es ciudadano del nuevo mundo que quiere Jesús de Nazaret.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Reyes 4, 8-11. 14-16aSal 88, 2-3. 16-17. 18-19
Romanos 6,3-4.8-11san Mateo 10, 37-42

de la Palabra a la Vida
En Eliseo la gente veía un santo de Dios, alguien en cuya vida encontraban, dentro de sus humanas limitaciones, las huellas del Dios de Israel: Eliseo hablaba palabras de Dios, curaba como curaba Dios, se preocupaba por los pobres y los débiles como el Dios de Israel había hecho con ellos en su esclavitud. El discípulo del gran profeta Elías recorría las aldeas llamando a la fidelidad con Dios. De eso hablaba, y por eso hablar de Eliseo era como hablar de su misión y del fin de la misma, obedecer a Dios para agradarle.

Cuando encontramos a alguien cuya vida nos habla de Dios, lo menos que queremos hacerle es una habitación en nuestro corazón, porque sabemos que esa persona va a poner nuestra vida, nuestras preocupaciones e intenciones, en relación con Dios, que nos va a ayudar a interpretar lo que a nosotros nos cuesta. Por eso, el vínculo del discípulo con Cristo es también de una transparencia sorprendente: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado”.

Pero esa tarea requiere primero preferir a Cristo sobre todo. El seguimiento de Cristo en el Tiempo Ordinario busca mover nuestro corazón día a día, domingo a domingo, de tal forma que también nosotros pongamos al Señor lo primero, que seamos capaces de cumplir con el primer mandamiento. No basta con quererlo: para quererlo hay que “no querer” que otras muchas cosas, situaciones, personas… ocupen ese lugar. El sí al Señor del discípulo va realizando un camino de configuración con Jesús que se trabaja en las pequeñas elecciones, todas ellas con la cruz a cuestas.

Sin embargo, las lecturas de hoy nos muestran también la belleza de ser acogidos: el que busca transparentar a Cristo encontrará también un lugar donde alojarse, donde descansar, aunque el Señor mismo no tuviera “donde reposar la cabeza”. Cristo nos acompaña con la caridad de los hermanos para la difícil misión de ser profetas, de transparentar a Dios.

La celebración de la liturgia es el lugar precioso en el que la Iglesia nos enseña a recibir a Cristo. Cada vez que escuchamos “el Señor esté con vosotros” se nos está advirtiendo: el Señor pasa. Si aquellos habitantes de Sunem reconocían algo en Eliseo, la Iglesia reconoce cada día al mismo Señor. Es necesario que nuestro corazón tenga la mirada de fe que permite identificarlo y la caridad que permite abrirle las puertas de casa.

No siempre es fácil recibir a Cristo, a menudo sus palabras son desconcertantes, e incluso a aquellos que le acompañan cada día, les descoloca con sus propuestas exigentes o, como en el caso del profeta Elíseo, responde con promesas inesperadas a los que le quieren acoger. ¿Busco seguir al Señor cuando viene a mí? ¿Cómo reacciono ante la presencia del Señor que quiere un seguimiento difícil? La humildad del discípulo le permite dejarse llevar por el Señor. La falta de fe es un obstáculo que impide coger la cruz bajo apariencia de acierto, de lo razonable, como le sucede a la mujer de la primera lectura de hoy.

Aceptar el seguimiento del Señor es una invitación constante a reconocer las maravillas del Señor. Solamente quien busca cada día ese reconocimiento puede abrir el corazón a la fe, a esperar de Dios algo sorprendente, pues sorprendente es todo lo que rodea al discipulado de Cristo. La Iglesia nos enseña a alabar al Señor cada día por sus grandes obras con el Magnificat, el canto de María: sólo un corazón abierto a la fe como el de ella puede cargar con la cruz del Señor y dar precioso testimonio del amor y la santidad de Dios.
Diego Figueroa

domingo, 21 de junio de 2020

PRIMERA LECTURA
Libera la vida del pobre de las manos de gente perversa
Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13
Dijo Jeremías:
«Oía la acusación de la gente: “Pavor-en-torno, delatadlo, vamos a delatarlo”.
Mis amigos acechaban mí traspié: “A ver si, engañado, lo sometemos y podemos vengarnos de él”.
Pero el Señor es mi fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes.
Acabarán avergonzados de su fracaso, con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor del universo, que examinas al honrado y sondeas las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos, pues te he encomendado mi causa!
Cantad al Señor, alabad al Señor, que libera la vida del pobre de las manos de gente perversa».
Palabra de Dios.
Sal 68, 8-10. 14 y 17. 33-35
R. Señor, que me escuche tu gran bondad.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre.
Porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí R.
Pero mi oración se dirige a ti,
Señor, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mi. R.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas. R.
SEGUNDA LECTURA
No hay proporción entre el delito y el don
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 12-15
Hermanos:
Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron…
Pues, hasta que llegó aunque la Ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputaba porque no había ley. Pese a todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que tenía que venir,
Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos.
Palabra de Dios.
Aleluya Jn 15, 26b. 27a
Aleluya, aleluya, aleluya.
El Espíritu de la verdad dará testimonio de mí – dice el Señor -;
y vosotros daréis testimonio. R.
EVANGELIO
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 10, 26-33
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse.
Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la “gehenna”. ¿No se venden un par de gorriones por uno céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; valéis más vosotros que muchos gorriones.
A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral

LOS MIEDOS DE HOY
Están cambiando tanto las cosas y surgen tan vertiginosamente las inseguridades en el mundo de hoy, que por doquier crece el miedo. Para muchos esta época está siendo un terremoto. La tierra firme se ha convertido en un mar alborotado y lo inexpugnable se ha caído.

El miedo es legítimo. Nace del instinto de conservación, de defensa del medio vital y del deseo de permanecer en una seguridad, que anteriormente se ha disfrutado. El sentimiento del miedo surge desde la amenaza y desde la pérdida. Hay cosas que es necesario conservar y que en el diluvio del cambio han quedado soterradas. Resistirse a que desaparezcan, padecer temor por perderlas, es bueno. Lo malo es cuando el miedo nos paraliza y nos avasalla, impidiendo emprender el camino de la reconstrucción y de la apertura al futuro.

Ni en la Biblia ni en la liturgia encontramos un texto en el que al expresar el fiel su temor ante los peligros de este mundo, no exprese también al propio tiempo su confianza en Dios.

Existe un miedo ilegítimo, que nace del deseo desenfrenado de seguridad. Algunas estructuras sociales y religiosas se consideran un refugio. Se buscan brazos poderosos para que protejan. Por eso la seguridad muchas veces es evasión, huida, miedo a tomar decisiones y responsabilizarse con ellas.

La vida es inseguridad, búsqueda, riesgo, camino sobre el mar, sospecha, intuición, palpar entre sombras. La verdadera actitud vital no es la seguridad, sino la fe, la confianza, la lucha contra la duda, la superación de la indecisión. Huir de la realidad y cerrar los ojos es no tener fe. El evangelio (el texto que se lee en este domingo es una maravilloso ejemplo) está lleno de invitaciones a no temer.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Jeremías 20, 10-13Sal 68, 8-10. 14 y 17. 33-35
san Pablo a los Romanos 5, 12-15san Mateo 10, 26-33

de la Palabra a la Vida
Es casi inevitable para nosotros, cristianos, al escuchar la profecía de Jeremías de la primera lectura de hoy, no ser llevados con las alas de la fe hasta el mismo Cristo, modelo del justo perseguido. Jesús nos ha advertido en el evangelio de algo que ya hemos visto en sus “primeros discípulos”, los profetas: igual que Él ha sido perseguido, también lo serán los suyos.

Después del tiempo de Cuaresma, de la Pascua y de las fiestas dominicales del Señor, el primer mensaje que recibimos en el domingo es este. Es claro su sentido: os quedan veinte semanas por delante, un largo trecho hasta que vuelva el Adviento, así que sabed lo que os espera en el seguimiento del Maestro y sed fuertes. Este camino del Tiempo Ordinario no es un camino de flores y alabanzas, sino que es exigente en todos los momentos. Porque alguien que no trata de vivir las cosas con una recta moralidad, alguien que no busca seguir a Dios, es difícil que tenga un criterio desde el que pueda dejarse corregir, pero a quien trata de seguir al Señor, pronto habrá quien le busque el error, la equivocación o el pecado para echarle en cara su buen deseo y evitar que pueda reprochar al que yerra. “Mis amigos acechaban mi traspié” significa eso mismo, que estaban esperando mi error para denunciar mi incoherencia.

Por desgracia para el cristiano, el anuncio y la fe en Jesucristo tienen que ir seguidos de una santidad de vida que produce no pocos disgustos por la propia debilidad: ¿Quién no ha tenido que escuchar aquello de: “tú mucho ir a misa pero luego…”? Esa búsqueda de hacernos daño en la propia debilidad no debe producimos miedo. Ni nuestro acierto provoca alegría al mundo, ni le interesa, sino que aumenta el deseo de apagar esa luz que supone siempre la búsqueda del bien.

Dos razones nos muestra el Señor en el evangelio de hoy para no tener miedo: la primera, que “hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados”, es decir, que Dios sabe bien de nuestra capacidad y aguante, que nunca serán superados por mucho mal que nos ataque. La segunda, que siempre que nos declaremos discípulos de Cristo, sabemos que podremos contar con su ayuda y defensa. “Que me escuche tu gran bondad” es una invitación a perseverar en nuestro testimonio, que, por lo tanto, no debe verse intimidado por las amenazas ni escondido por nuestras debilidades: “nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, y nos hacemos siervos vuestros por amor a Jesús” (2Co 5).

Sí, hablamos del Señor. Él es bueno, él nos cuida. ¿Dónde puede la Iglesia aprender a ofrecer semejante testimonio, decidido, sereno, ardiente? Sin duda, lo aprende en la celebración de la eucaristía, en la liturgia de la Iglesia. En ella empleamos palabras que no son nuestras. Recibimos fuerzas que no son nuestras. No somos enviados por decisión nuestra. Es Cristo el que hace, nosotros los que aprendemos lo que Él quiere que hagamos. ¿Acepto aprender a dar testimonio en cómo la Iglesia lo hace conmigo? ¿Recuerdo siempre, en el éxito y en el fracaso, que hablo de Cristo, que mis palabras son de Cristo?

En el camino de la vida, como en el del Tiempo Ordinario, no tenemos que dudar: Cristo nos hace capaces de anunciarlo, ya cuenta con nuestra debilidad, que si los adversarios la esperan para atacarnos, Cristo la acoge con cariño para hacerse presente por medio de ella.
Diego Figueroa

domingo, 14 de junio de 2020

PRIMERA LECTURA
Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres
Lectura del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para probarte y conocer lo que hay en tu corazón: si guardas sus preceptos o no.
Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para hacerte reconocer que no solo de pan vive el hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios.
No olvides al Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con serpientes abrasadoras y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres».
Palabra de Dios.
Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20
R. Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R.
SEGUNDA LECTURA
El pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10, 16-17
Hermanos:
El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo?
Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan.
SECUENCIA
He aquí el pan de los ángeles,
hecho viático nuestro;
verdadero pan de los hijos,
no lo echemos a los perros.
Figuras lo representaron:
Isaac fue sacrificado;
el cordero pascual, inmolado;
el maná nutrió a nuestros padres.
Buen Pastor, Pan verdadero,
¡oh, Jesús!, ten piedad.
Apaciéntanos y protégenos;
haz que veamos los bienes
en la tierra de los vivientes.
Tú, que todo lo sabes y puedes,
que nos apacientas aquí siendo aún mortales,
haznos allí tus comensales,
coherederos y compañeros
de los santos ciudadanos.
Palabra de Dios.
Aleluya Jn 6, 51
Aleluya, aleluya, aleluya.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo – dice el Señor -;
el que coma de este pan vivirá para siempre. R.
EVANGELIO
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida
Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mi.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral

EL BANQUETE DE LA EUCARISTÍA
La primacía del banquete y del sacrificio eucarístico y la preeminencia del altar brilla significativamente en el rito sacramental que actualiza el misterio de Cristo. Los cristianos, obedientes al mandato del Señor, se reúnen para la acción de gracias, la oblación y la cena santa.

En esta solemnidad del Corpus volvemos a recordar que los actos redentores de Cristo culminan y están compendiados en su muerte y resurrección, que se actualizan en la eucaristía, celebrada por el pueblo de Dios y presidida por el ministro ordenado. Por eso, redescubrir la eucaristía en la plenitud de sus dimensiones es redescubrir a Cristo.

La Iglesia da gracias por la donación de Cristo, que nos convida a su mesa y se queda presente entre los hombres en el Santísimo Sacramento. La comunidad cristiana se reúne para que el Señor se manifieste y entregue su Cuerpo y su Sangre. No se trata, pues, de asistir a misa, sino de revivir los gestos del Señor. No se trata de embriagarse de emociones, sino de celebrar consciente, plena y activamente.

La comunidad cristiana se construye a partir del altar, que es el hogar de la vida comunitaria. Nuestros altares son ara, mesa y centro, triple funcionalismo que concreta y expresa la triple acción de sacrificar, alimentar y dar gracias.

La Eucaristía es síntesis espiritual de la Iglesia, banquete de plenitud de comunión del hombre con Dios, fuente de los valores eternos y experiencia profunda de lo divino. Participar en la eucaristía dominical es signo inequívoco de identidad cristiana y de pertenencia a la Iglesia. Por eso la Misa es momento privilegiado que posibilita el encuentro con Dios a niveles de profundidad de fe y de compromiso humano.

El Cuerpo de Cristo, pan bajado del cielo, es el definitivo maná, que repara las fuerzas del pueblo creyente en su caminar por el desierto de este mundo hacia la casa del Padre. Es pan de vida verdadera, es decir, de vida eterna. Participando del cuerpo del Señor, y compartiendo su cáliz, los cristianos se hacen “un solo cuerpo”.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
Una vez insertos en las ferias del Tiempo Ordinario, aún en el ritmo dominical la Iglesia nos ofrece hoy la oportunidad de reflexionar sobre el alimento que nos permite seguir siendo Iglesia, que nos permite seguir al Señor por la vida. ¿Es este alimento un pan, así como el maná que comió el pueblo de Israel en el desierto? No, no es ese, aunque el maná fuera un don de Dios a su pueblo, ese don sirvió para mantener vivo al pueblo, para manifestar la alianza que Dios había hecho con Israel por medio de su siervo Moisés.

Por eso, la liturgia de la Iglesia nos recuerda hoy aquel pan sin cuerpo: Dios se ha preocupado desde antiguo de alimentar a los suyos, como ha considerado oportuno por su misericordia. A partir de la venida de Cristo, “el pan vivo que ha bajado del cielo”, el maná ha pasado a ser un anuncio del alimento verdadero. Verdadero significa que es el pan para siempre. El maná pasó, después de haber cumplido con su misión, pero el pan de la eucaristía no pasará. Esa cualidad, la eternidad de ese pan, hace que el que lo coma se vuelva también eterno.

Por lo tanto, para seguir al Señor por el Tiempo Ordinario, por el camino de la vida, necesitarnos un alimento perenne, “el pan de los fuertes”. La presencia de Cristo en la eucaristía es presencia permanente que no busca sólo alimentar, sino más bien unirnos a Él, como la vid y los sarmientos. Esa unión nos va haciendo ser Él, y entonces capaces de vivir como Él.

Sin embargo, el misterio eucarístico no es sólo misterio de comunión con Jesús, sino también entre todos los que lo reciben. La eucaristía, alimento “hecho” por el cuerpo, se convierte en hacedora de la Iglesia, en elemento de unidad entre todos los que reciben el mismo alimento. Inseparablemente, no sólo nos une con el Señor, sino también con toda la Iglesia. San Pablo lo expresa de esta forma en la segunda lectura: “así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”. La eucaristía no sólo hace de nosotros fuertes para avanzar en el seguimiento de Jesucristo, sino que nos fortalece formando parte de un cuerpo.

Así, nosotros, débiles por nosotros mismos, por la eucaristía somos doblemente fortalecidos: con el don divino y con la Iglesia. El cristiano que verdaderamente aprecia y valora el alimento eucarístico es aquel que aprecia y valora también el cuerpo de Cristo, porque la eucaristía no nos separa de los hermanos, nunca busca hacernos al margen de los otros, sino que nos anima a seguir a Cristo como parte de un pueblo. El maná era el alimento del pueblo, no para quien se alejaba del mismo.

Por eso, la Iglesia nos ofrece la oportunidad con estas lecturas de volver la mirada sobre la eucaristía como alimento para la vida eclesial y para la vida eterna. ¿Vivo en la Iglesia el don de la eucaristía como signo y llamada de Cristo a seguir a su lado? ¿Y a seguir junto a los hermanos? ¿Me acerco a comulgar consciente de que lo hago en una fila, como miembro de un pueblo, a imagen de aquellos israelitas por el desierto? Comulgar la eucaristía supone querer vivir en la Iglesia, querer relacionarme y fortalecerme en ella, pero también vivir el amor a la Iglesia y a los hermanos al salir de la celebración, pues la eucaristía nos compromete al amor fraterno, es “sacramento de caridad”. El mandato de Cristo “tomad, comed” de la última cena es la invitación a la vida, ya que “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”: hasta entonces, en la fraternidad de los cristianos se reconoce lo que comemos, ¿soy capaz de reconocer en los que comulgamos esa inclinación a vivir en comunión, a hacer crecer la Iglesia en el mundo?
Diego Figueroa

domingo, 7 de junio de 2020

PRIMERA LECTURA
Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso
Lectura del libro del Éxodo 34, 4b-6. 8-9
En aquellos días, Moisés madrugó y subió a la montaña del Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra.
El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor.
El Señor pasó ante él proclamando:
«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad».
Moisés, al momento, se inclinó y se postró en tierra.
Y le dijo:
«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya».
Palabra de Dios.
Dn 3, 52 – 56
R. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos!
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
bendito tu nombre, santo y glorioso. R.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
Bendito eres sobre el trono de tu reino. R.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos. R.
Bendito eres en la bóveda del cielo. R.
SEGUNDA LECTURA
La gracia de Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 13, 11-13
Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
Saludaos mutuamente con el beso ritual.
Os saludan todos los santos.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros.
Palabra de Dios.
Aleluya
Aleluya, aleluya, aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo;
al Dios que es, al que era y al que ha de venir. R.
EVANGELIO
Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él
Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 16-18
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Palabra del Señor.

Comentario Pastoral

EL AMOR, LA ENTREGA Y LA SANTIDAD
Después de que Cristo ha ascendido al cielo, cuando ya hemos recibido el Espíritu Santo, nos disponemos a celebrar la segunda parte del “tiempo ordinario” comenzando con una fiesta en honor de la Santísima Trinidad. Es el amor del Padre el que envía al mundo a su Hijo, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo en el seno de María, la Virgen. Ante la contemplación de este misterio de amor brota la acción de gracias por las maravillas realizadas en favor nuestro.

El cristiano troquelado ya desde su bautismo con el sello de la Trinidad, vive con respeto, amor y alegría bajo la mirada del Dios único, compasivo y misericordioso. Y es ante el mundo testigo de la caridad del Padre, de la entrega del Hijo y de la santidad del Espíritu.

Muchos se empeñan en querer establecer una igualdad y una fraternidad sin Padre, al margen del amor de Dios. Y los cristianos, muy frecuentemente, queremos implantar y robustecer la imagen de Dios Padre, sin sentirnos hermanos. Esta es una tragedia de la sociedad actual, que se convierte en un reto para los creyentes en la Trinidad.

Toda la predicación de Jesús no tiene otro objetivo que revelar el amor del Padre y manifestar la cercanía de Dios, que ya no es inaccesible para el hombre. ¡Qué paz interior produce saber y experimentar, como dice la primera lectura de hoy, que nuestro Dios es “lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”! Las mitologías de dioses vengativos, cargados de cólera y espíritu violento, son lo contrapuesto al Evangelio.

La fiesta de la Trinidad no es un “día” de ideas o conceptos, difíciles de explicar, sino que es fiesta de un misterio entrañable de vida y comunión, fiesta de un misterio de fe y de adoración. El prefacio de la Misa, texto antiguo que data del siglo sexto, alaba y canta la eterna divinidad, adorando a las tres personas divinas, que son iguales en su naturaleza y dignidad. Dios no es una palabra abstracta, un motor inmóvil ni una estrella solitaria. Dios es la fuente de la vida y del amor.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
El entrañable pasaje del Antiguo Testamento que se proclama en la primera lectura nos da una buena medida del contenido de la fiesta que la Iglesia celebra hoy: Moisés ha guiado a su pueblo hasta el Sinaí, pero ya padece la incredulidad de los suyos. No solamente experimenta el rechazo hacia sí mismo, sino también hacia Dios. En su debilidad, Dios baja “y se quedó con él”. Le hizo compañía. Moisés supo que Dios le estaba apoyando. Pero después de un tiempo en silencio, de animarle con su presencia, le enseña a decir: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. Dios va a enseñar a Moisés cómo se revela y cómo tiene que responderle. El consuelo que experimenta el caudillo es tan grande que no puede por menos que pedirle a Dios que no se quede sólo con él, sino que acompañe siempre a su pueblo. Esa compañía se va a manifestar de dos formas, una de ellas por el perdón, pues Dios no puede estar con su pueblo si su pueblo no manifiesta la santidad de su Dios, y la segunda es la cualidad de ser el pueblo “adoptado”, elegido, la heredad del Señor.

La fidelidad de Dios no deja dudas a la petición de Moisés, de tal forma que lo que este pide se cumple en Cristo. El evangelio así lo constata: Dios ha enviado a su Hijo al mundo para ser su salvación. Dios no busca condenar a los suyos, no espera escondido a nuestro error para lanzarse sobre nosotros de forma traicionera. Dios entrega a su propio Hijo para que no haya ninguna duda: en ninguna circunstancia, los hombres podrán desesperar de Dios.

Así, Dios va a buscar la forma oportuna, de permanecer fiel a la humanidad, de cumplir lo prometido a Moisés. Su revelación es un procedimiento en el que Dios quiere mostrar todo su ser para que los hombres puedan acoger tanto amor, tanto bien.

En este domingo de la Santa Trinidad, la Iglesia nos dice: cuando Dios se revela, el hombre debe responder en primer lugar con la alabanza. Cuando Dios manifiesta su fidelidad, la Iglesia antes que nada alaba a su Señor. “A ti gloria y alabanza por los siglos”. El amor paciente y comprensivo de la Trinidad educa al creyente por el camino de la alabanza: Sólo Dios merece toda alabanza. Y, entonces, cuando reconocemos la mano de Dios en la obra de creación, de redención o de santificación, no podemos sino responder admirados que es Dios quien lo ha hecho.

Es un ejercicio de realismo ofrecer a Dios el reconocimiento de su obra, que nos pone en relación con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu oportunamente, pero que además nos ayuda a acoger la actitud que la Iglesia nos propone, la que el Dios de la montaña enseña a Moisés: reconoce y alaba lo que Dios hace, dale gloria por lo que tú no puedes pero Él sí. Bendecir al Señor es un antídoto contra la soberbia, contra la fuerza de la vanidad que nos tienta a apropiarnos de lo que no es nuestro, de lo que no nos corresponde. El sabio es aquel que sabe lo que es de Dios mirando inmediatamente su firma… y con humildad y alegría se lo reconoce.

¿Cuál es la obra del Padre en mi vida? ¿Y la del Hijo, y la del Espíritu Santo? ¿Soy fácil para la alabanza, para el reconocimiento, con el corazón y los labios, de la acción de Dios? Es un ejercicio este buenísimo para la salud de nuestra fe.

Ahora que hemos cerrado el tiempo de Pascua, misterio de revelación trinitaria, disponer de este domingo es una ayuda para ver que la forma de ser de Dios no es un capricho, es una revelación de Dios, de su intimidad, que quiere comunicar, no de cualquier manera, sino también y exclusivamente, en lo más profundo de nuestro corazón, lejos de toda forma de superficialidad.
Diego Figueroa