COMIENZA LA SEMANA SANTA

Hoy comienzan de nuevo los días de la Pasión con los mismos papeles y actores que en el año 33: los espectadores indiferentes, los que se lavan las manos siempre, los cobardes que afirman no conocer a Cristo, los verdugos con sus látigos y reglamentos, y la misma víctima dolorida, infinitamente paciente y llena de amor, que dirige a todos su mirada de interrogación, de ternura, de espera. Y si siguen distribuyendo los papeles para que empiece el drama. ¿Quién interpreta a Simón de Cirene? ¿Quién quiere ser Judas? ¿Quién va a hacer de Verónica?
La Pasión no basta con leerla en el texto evangélico; hay que meditarla, asimilarla, encarnarla en la propia vida pudiendo ser el actor que queramos. El relato de la pasión nos hará ver al vivo los signos del sufrimiento de Cristo, que es traicionado, encarnecido, cubierto de esputos, flagelado y crucificado. Su ejemplo altísimo de docilidad a Dios y de cumplimiento de la voluntad divina es la más esclarecedora expresión y el gesto más profundo y auténtico de amor, que llega hasta derramar la última gota de sangre para salvar a todos.
El Domingo de Ramos es pórtico monumental de los misterios de la Pascua, día de luz y de sombras, en que los gritos del “hosanna” se mezclan con los clamores de la Pasión. Es acto solemne de unión con el Mesías-Salvador para acompañarlo en la vía dolorosa que terminará con el triunfo de la Pascua y el anuncio de la victoria de la luz sobre las tinieblas. Por eso el centro de la celebración lo ocupa la Pasión del Señor, leída cada año según un evangelista sinóptico, con sus peculiaridades catequéticas y acentos propios, para preparar la proclamación de la pasión según San Juan, el relato de más fuerte colorido pascual, que la liturgia reserva para el Viernes Santo. La pasión del Señor es el gran tema que la Iglesia medita a lo largo de todo el domingo.
Andrés Pardo
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