domingo, 17 de septiembre de 2017

17/09/2017 – Domingo de la 24ª semana de Tiempo Ordinario.

ESCRITO POR EL . POSTEADO EN LECTURAS DE MISA
PRIMERA LECTURA
Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados
Lectura del libro del Eclesiástico 27, 33-28, 9
Rencor e ira también son detestables, el pecador lo posee.
El vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de sus pecados.
Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados.
Si un ser humano alimenta la ira contra otro, ¿cómo puede esperar la curación del Señor?
Si no se compadece de su semejante, ¿cómo pide perdón por sus propios pecados?
Si él, simple mortal, guarda rencor, ¿quién perdonará sus pecados?
Piensa en tu final, y deja de odiar, acuérdate de la corrupción y de la muerte y corrupción, y sé fiel a los mandamientos.
Acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo; acuérdate de la alianza del Altísimo y pasa por alto la ofensa.
Palabra de Dios.
Sal 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12
R. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mí ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R.
No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que lo temen;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R.
SEGUNDA LECTURA
Ya vivamos, ya muramos, somos del Señor
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14, 7-9
Hermanos:
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo.
Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor.
Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.”
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:
“Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.”
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
Palabra del Señor.

Domingo de la 24ª semana de Tiempo Ordinario. – 17/09/2017

ESCRITO POR WEBMASTER EL . POSTEADO EN HOY DOMINGO
Comentario Pastoral
PERDONAR SIN LÍMITES
Al hermano se le debe corregir, pero “¿cuántas veces le tengo que perdonar?’. Pregunta importante, que siempre es actual por su difícil aplicación. Algunos textos bíblicos conceden el perdón hasta tres veces; el apóstol Pedro, a fuerza de magnánimo, se atreve a doblar la aplicación hasta siete veces; pero Jesús desconcierta con su respuesta exigiendo un perdón sin límites hasta “setenta veces siete”.

La parábola que se lee en el evangelio de la misa de este domingo es muy clara; está estructurada en tres escenas con dos protagonistas: rey y empleado; empleado y compañero; señor y siervo. Sobresalen los contrastes, la oposición de los comportamientos. Un gesto de buena voluntad alcanza el perdón inmediato de una gran deuda de quien posteriormente es incapaz e implacable para condonar el exiguo crédito de un compañero. Dios tiene infinita misericordia, mientras el hombre perdonado se muestra mezquino, tirano e intolerable para prolongar el perdón recibido.

El perdón siempre debe ser alegre, ilimitado, generoso. La parábola de referencia señala el paso de una concepción cuantitativa a una visión cualitativa del perdón. Perdonar es tener piedad y amor, superar las leyes de una justicia rígida o de un rigor inflexible. No existen límites ni casos cuando se juzga con amor.

Hoy somos invitados a romper la lógica de la venganza, la cadena del odio, la prisión del rencor y de la ira. Hoy se nos convoca al reencuentro del amor y de la magnanimidad. El corazón grande se manifiesta en el perdón, que es victoria sobre la venganza, propia de espíritus pequeños. El que perdona vence dos veces; por eso es laudable cantar la victoria del perdón sin límites frente a las derrotas de los que dicen que perdonan pero no olvidan. Quien no es capaz de perdonar totalmente a otros rompe el puente por donde puede venir el perdón que él necesita.

Es preciso coincidir en que es humano amar, pero que es más humano y cristiano perdonar. En el dilema de opciones por la virtud de la justicia o por la virtud del perdón sin límites, el discípulo de Jesús debe escoger siempre el perdón. Es cristiano aquél que no sabe odiar y manifiesta en toda ocasión el perdón, más fácil a los enemigos y siempre difícil a los amigos. Estamos todos tan necesitados de perdón que debemos reconocer como asignatura pendiente la indulgencia.
Andrés Pardo


Palabra de Dios:

Eclesiástico 27, 33-28, 9Sal 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12
san Pablo a los Romanos 14, 7-9san Mateo 18, 21-35

de la Palabra a la Vida
Durante los próximos domingos la liturgia nos ofrece en el relato evangélico algunas de las parábolas de san Mateo en las cuales se hace referencia a actitudes en el presente que tienen importancia para el futuro, para la vuelta del Señor. En este domingo el tema evidente es la capacidad de perdonar y la consecuencia inmediata; el Sirácida lo expone perfectamente: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”. Hay una relación directa entre lo que perdonamos y lo que se nos perdona, lo sabemos bien los que rezamos a diario la oración del Señor. Por eso continúa su reflexión la primera lectura: “¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?”.

Por si no se ve la continuidad, el Señor lo expone con una parábola para que se vea claramente. Un criado recibe el perdón de una deuda inmensa y de inmediato es incapaz de perdonar una mínima deuda a un compañero, siendo tratado su compañero como lo merecía por su deuda él mismo. Una actitud tan injusta produce en los compañeros que lo ven una gran sorpresa y una mayor decepción: ¿cómo es posible que tengamos una manga “tan ancha” para nuestros errores y “tan estrecha” para los que otros cometen y que nos afectan? Esa actitud es propia de un corazón duro, un corazón centrado en uno mismo y que, desde luego, no trata a los demás como iguales, sino como alguien menor, que no merece lo que yo mismo sí merezco.

Para los judíos, Dios tiene dos medidas para gobernar el mundo, misericordia y justicia, pero al final de los tiempos sólo quedará la justicia. En cambio, Jesús es novedoso al enseñar que, al final, también la misericordia tendrá su vigencia. Y, ¿cuándo una y cuándo la otra? Según el evangelio no hay duda: Dios está dispuesto al perdón con quien durante su vida se haya mostrado dispuesto al perdón. Por el contrario, cuando en la vida se ha obrado con una exigencia rígida también así hará el Señor. Es, ciertamente, lo que Jesús advierte en otro lugar del evangelio: “La medida que uséis, la usarán con vosotros”. Se pone, entonces, en nuestras manos, el perdón de nuestros pecados. No hay duda de lo que más nos conviene.

Cuando nos acercamos al sacramento de la reconciliación y contemplamos admirados cómo nuestros pecados “blanquean como lana”, la actitud misericordiosa del Padre, como la del amo de la parábola, tienen que quedar impresas en nuestro corazón y conmoverlo, para que el recuerdo de tanta misericordia no se borre y nos haga obrar igual en la relación con nuestros hermanos. Dios es ofendido y perdona, nosotros somos agraviados y… ¿perdonamos? El salmo responsorial quiere dejar esta huella de cómo es Dios en nuestro corazón, para que salga de nosotros el ser como Él es y el actuar como Él actúa: “Dios es compasivo y misericordioso”. Tiene que quedar tatuado en nuestro corazón tanto amor, tan generoso, de tal forma que podamos ponernos en la presencia de Dios con un corazón tranquilo, confiado, no en sus propias fuerzas sino en que la misericordia de Dios se ha encontrado con nuestra actitud capaz de perdonar. ¿Quién no ha recibido de mí aún el perdón que pide, o que, seguro, mi corazón pide? ¿Cómo puedo guardar algo aún en el corazón, como ofensa, maquillado como “justicia” sólo sabiendo que eso me aleja de Dios?

Setenta veces siete es una forma muy gráfica de decir “siempre”. Setenta veces siete. No perdonemos setenta veces siete porque tenemos un gran corazón, sino porque el Señor ha tenido un corazón enorme con nosotros.
Diego Figueroa

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