domingo, 16 de septiembre de 2018


PRIMERA LECTURA
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban
Lectura del libro de Isaías 50, 5-9a
El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí?
Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará?
Que se me acerque.
Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?Palabra de Dios
Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9
R. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Amo al Señor, porque escucha 
mi voz suplicante, 
porque inclina su oído hacia mí 
el día que lo invoco. R.
Me envolvían redes de muerte, 
me alcanzaron los lazos del abismo, 
caí en tristeza y angustia. 
Invoqué el nombre del Señor: 
«Señor, salva mi vida» R.
El Señor es benigno y justo, 
nuestro Dios es compasivo; 
el Señor guarda a los sencillos: 
estando yo sin fuerzas, me salvó R.
Arrancó mi alma de la muerte, 
mis ojos de las lágrimas, 
mis pies de la caída. 
Caminaré en presencia del Señor 
en el país de los vivos. R.
SEGUNDA LECTURA
La fe, si no tiene obras, está muerta
Lectura de la carta del apóstol Santiago 2, 14-18
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?
Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y que uno de vosotros les dice: «Id en paz; abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?
Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.
Pero alguno dirá:
«Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».
Palabra de Dios
Aleluya Gál 6, 14
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz del Señor, 
por lo cual el mundo está crucificado para mí, 
y yo para el mundo. R.
EVANGELIO
Tú eres el Mesías. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 8, 27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron:
«Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó:
«Tú eres el Mesías.»
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Y llamando a la gente y a sus discípulos, y les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque,quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma».
Palabra del Señor




omentario Pastoral
¿QUIÉN ES JESUCRISTO?
Es ésta la pregunta fundamental, de la que dependen la fe cristiana, la existencia de la Iglesia y la esperanza de la salvación. Es vital saber responder con exactitud. No valen definiciones aproximadas ni conceptos genéricos, como les pasaba a los contemporáneos de Jesús cuyas opiniones no eran coincidentes; le consideran como un Elías redivivo, como a Juan Bautista resucitado, como uno de tantos profetas que surgían en el pueblo para mantener la esperanza de la salvación definitiva prometida por Dios.

Después de veinte siglos Jesucristo es un gran desconocido para muchos hombres o un conocido imperfecto. ¿No será porque su figura histórica ha sido deformada de múltiples maneras, incluso en el seno mismo de la comunidad cristiana? 

¿Quién es Jesucristo? ¿El rey de los judíos? ¿El hijo del carpintero? ¿El Mesías? ¿El purificador del templo? ¿Un revolucionario auténtico? ¿El varón de dolores? Jesucristo más que una pregunta difícil es la respuesta clara de Dios.

El misterio de Jesús se hace accesible en la confesión de fe de Pedro, tal como nos lo narra el evangelio de este domingo vigésimocuarto ordinario: “Tú eres el Cristo”. Pedro manifiesta públicamente la novedad absoluta de Jesús, reconociéndolo como el Mesías prometido y presente. No era el Mesías revolucionario político, que iba a librar al pueblo elegido de la sumisión a la autoridad imperial de Roma, como lo esperaban los hebreos y lo presuponían incluso los mismos apóstoles. Jesús es el Mesías sufriente según la voluntad del Padre, el Mesías de la cruz.

Creer en Jesús supone una purificación contínua de la fe, superando reduccionismos sociológicos, empobrecimientos tradicionales y nostalgias míticas. La fe es vida, es pascua, es elección gozosa, es apertura a Dios infinito. La fe no nace de las obras, sino que florece en ellas. Por eso, creer en Jesucristo significa buscar el centro de todo no en uno mismo, sino fuera: en los otros y en Dios. Solo la fe que se expresa en el amor práctico y real podrá convencernos y convencer a los demás.
Creer en Jesucristo es encontrar la alegría de vivir, la verdad total, la esperanza del mundo, la paz en cualquier circunstancia, el freno a la locura colectiva. Jesús es la imagen de Dios invisible, el centro de la historia, la garantía de la eternidad.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Isaías 50, 5-9aSal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9
Santiago 2, 14-18san Marcos 8, 27-35

de la Palabra a la Vida
Les sucede a los discípulos con relativa frecuencia en el evangelio que olvidan para lo que ha venido el Señor. Hasta en tres ocasiones aparece el hecho de que Jesús les tenga que anunciar -o que recordar- que su destino conlleva la pasión, que la victoria no se va a realizar sin un auténtico abajamiento, que el Reino de Dios no se instaura sin que la semilla caiga en tierra y muera para que dé fruto.

Les sucede a los discípulos, pero nos sucede también a nosotros, por eso es que la Iglesia nos ofrece estos textos el día de hoy. Dios tiene una forma peculiar de ayudar a los hombres: ciertamente, y lo encontramos en el libro de Isaías, en la primera lectura de hoy, “el Señor me ayuda”. Pero lo hace de tal manera que no le evita al hombre el sufrimiento. Su ayuda, su auxilio, no evita el padecimiento, ni la persecución, ni la humillación, ni el dolor, ni siquiera la muerte al propio Hijo.

La forma de ayudar ante esas circunstancias a los hombres consiste en abrirles el horizonte, en ofrecer un sentido con el que poder afrontar todas esas dificultades. Mientras que nosotros, los hombres, pensamos en ayuda habitualmente como omisión de todo esfuerzo, como negación de la realidad, como quitar de en medio todo obstáculo, lo que Dios ofrece es una mirada larga ante lo que sucede.

Por eso el Hijo se empeña en que tiene que padecer: Él no quiere un camino fácil, un camino que no se corresponda con lo que es la vida de todos los hombres, al contrario, quiere hacer ese camino entero, pero sabiendo de la presencia y de la fortaleza de la Trinidad en su acción salvadora.

Así, el siervo de Yahvéh, en la primera lectura, el Hijo, en el evangelio, ofrecen no solamente una visión plena del misterio de nuestra salvación, misterio obrado por el Hijo de Dios para nuestra salvación, sino que también nos recuerdan a nosotros, porque como a los discípulos, nos sucede que se nos olvida con frecuencia, que no todas las dificultades, no todos los sufrimientos, no todas las pruebas, se nos ahorran. Casi podríamos decir que la mayoría de ellas no se nos ahorran, no se nos eliminan de en medio del camino como si fueran algo que se aparta con la mano sin más.

Por eso, pensar como los hombres, no como Dios, es pretender vivir apartando las dificultades como si fuéramos intocables… ¡el Hijo ha querido padecer por nuestra salvación! Quizás nos toque ver, en nuestras dificultades, una forma de unión con la salvación del Hijo, “contemplarla”, que diría san Pablo, en nuestras cosas, en nuestro tiempo. Por otro lado, pensar con Dios, no como los hombres, se hace yendo tras Jesús, no adelantándonos a Él. Ir en pos de Él conlleva ir como creyentes. Realmente, todos sabemos, en cualquier problema, cual es la solución más fácil y rápida, una acción milagrosa, poderosa de Dios que nos ahorre cualquier esfuerzo. Pero no se nos puede olvidar que ese no es el camino de Jesús, ni el de los discípulos, ni el nuestro.

Es un buen lugar la celebración de la Iglesia para poner esto a prueba. En la liturgia no me ahorro nada, ni un esfuerzo, ni una oración, ni un canto, ni la homilía… y así aprendo las formas de hacer de Dios. No sé yo más, no soy más listo, no hago como intenta hacer Pedro con Jesús, guiándole por otro camino: sé confiar, sé avanzar por el camino por el que avanza la Iglesia. Así lo aprendo, así ya no se me olvida luego, en nada.
Diego Figueroa

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