domingo, 10 de noviembre de 2019

PRIMERA LECTURA
El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
Lectura del segundo libro de los Macabeos 7, 1-2. 9-14
En aquellos días, sucedió que arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley.
Uno de ellos habló en nombre de los demás:
«¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres».
El segundo, estando a punto de morir, dijo:
– «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna».
Después se burlaron del tercero. Cuando le pidieron que sacara la lengua, lo hizo enseguida y presentó las manos con gran valor. Y habló dignamente:
«Del cielo las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios».
El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos.
Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto.
Y, cuando estaba a punto de morir, dijo:
«Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».
Palabra de Dios
Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15
R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. R.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras. R.
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante. R.
SEGUNDA LECTURA
Que el Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 16-3, 5
Hermanos:
Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha regalado un consuelo eterno y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas.
Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra de Dios siga avanzando y sea glorificada, como lo fue entre vosotros, y para que nos veamos libres de la gente perversa y malvada, porque la fe no es de todos.
El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno.
En cuanto a vosotros, estamos seguros en el Señor de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos mandado.
Que el Señor dirija vuestro corazones hacia el amor de Dios y la paciencia en Cristo.
Palabra de Dios
Aleluya Ap 1, 5a. 6b
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Jesucristo es el primogénito de entre los muertos;
a él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. R.
EVANGELIO
No es Dios de muertos, sino de vivos.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 20, 27-38
En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron cono mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA ESPERANZA ÚLTIMA
Para comprender cuál es la esperanza última que tiene el creyente, hay que partir de textos veterotestamentarios y recorrer el lento y largo camino que, desde la oscuridad, lleva a la luminosa profesión de fe que leemos en el segundo libro de los Macabeos (primera lectura): “Tú, rey malvado, nos arrancas de la vida presente, pero cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para la vida eterna… Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará”.

El Evangelio nos presenta una de las controversias de Jesús con las distintas clases teológicas. Los saduceos, partido aristocrático-conservador, enfrentados sobre todo con los fariseos en lo que respecta a la Resurrección, quieren poner a prueba a Jesús. Pero Jesús, contra el pavor de la muerte, contra la curiosidad morbosa sobre el futuro del hombre, manifiesta la esperanza pascual unida al Dios de la vida. Dios es vida y el que cree en él vive con él y para él. Siempre que celebramos la eucaristía debemos experimentar que Dios vence nuestra mortalidad y siembra en nosotros un germen de inmortalidad. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.

La vida es un camino, lleno de etapas intermedias, hasta llegar a la definitiva. El presente florecerá en un futuro de gloria. Éste es el gran consuelo y esperanza que Dios nos da.

Si Cristo no resucitó, es vana nuestra fe. En su Resurrección se basa la esperanza de nuestra propia resurrección. Esta esperanza relativiza a todos los cristianos los absolutos de su existencia. Le corrige sus ideas e ideales más inconmovibles. Le pone en cuestión la misma vida. La muerte y el martirio serán el paso a una vida nueva.

El cristiano, que en el bautismo muere con Cristo para resucitar con él, deberá pedir continuamente la esperanza y las fuerzas que necesita para vivir en consecuencia y hasta el fin ese bautismo.

La esperanza relativiza el presente. El cristiano no puede establecer alianzas definitivas que lo distraigan de su camino. Su meta está siempre más lejos.

Pero la esperanza sostiene el presente, lo hace fecundo e importante. La esperanza del futuro estimula y alimenta el empeño en el presente por encima de sus límites, heridas y tensiones. Los cristianos en el mundo son profetas de la vida y de la alegría.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Hemos entrado en la recta final del año litúrgico; se está terminando el ciclo de Lucas. Así nos lo indican los relatos evangélicos de estos domingos, todos llenos de referencias escatológicas, sobre el fin de los tiempos. Es la pedagogía de la Iglesia, madre y maestra, que aprovecha cada final de ciclo para recordarnos que esta vida es también un ciclo que tiene que pasar. Hasta una trampa, como la que emplean en el evangelio de hoy para cazar a Jesús, sirve para tomar conciencia de que nuestra vida se encamina a la Pascua eterna, la desea, no la olvida, sino que la tiene presente ante lo que no tiene fundamento, ante la trampa que no tiene poder ni fuerza.

Por eso, la Iglesia no pierde la ocasión de educarnos también acerca de qué sucederá en nosotros cuando ese momento llegue. “Serán como ángeles”, dice el Señor. El misterio sobre la vida de los resucitados es inmenso, y debe ser acogido con humildad, que es como puede entrarse en el misterio de Dios. Los cuerpos serán transformados, sí, pero no tenemos mucho más. De hecho, Jesús quiere insistir en el evangelio de hoy en el hecho de la resurrección.

La Alianza con Dios, tal y como hicieron Abraham, Isaac y Jacob, es para la resurrección: los patriarcas vivieron para Dios, y por eso ahora en ellos la resurrección manifiesta su poder. El “Dios de vivos” nos resucitará en el último día.

Quizás podamos aprender del Señor, que a la hora de responder a los que le interrogan tiene claro dónde fundamentar su respuesta: en la Sagrada Escritura. El Señor, maestro e intérprete de la Escritura, nos enseña que las respuestas que pueden darse a los misterios de Dios encuentran su base en la Palabra de Dios. Así, y esto tiene que ser lo más importante, Jesús quiere fortalecer en nosotros la fe en la resurrección.

Él habría podido utilizar el episodio de los macabeos que escuchamos en la primera lectura de hoy, impresionante testimonio de fe: “El rey del universo nos resucitará para una vida eterna”. Tanto impacta a la Iglesia la fe de aquella familia judía, que nos hace responder a esa lectura con la confesión de fe del salmo: “Al despertar me saciaré de tu semblante”. Cuando nuestro cuerpo duerma el sueño de la muerte, este sueño no será para él destructor, sino reparador: permitirá que, transformados, glorificados, despertemos para la vida eterna, para contemplar eternamente cara a cara al Señor. Sí, Cristo no ha venido para darnos una vida que pasa, sino una vida eterna.

Esto que nos enseña el fin del año litúrgico, nos lo enseña cada día la celebración de la eucaristía. Cristo viene a ella no para darnos algo pasajero, sino aquello que nos transformará cuando se acabe el tiempo. Sólo aquello que haya sido lleno de amor quedará, pues el amor es el principio transformador de Dios, por eso estos domingos nos ofrecen una oportunidad de renovar nuestra fe en la vida eterna, la que Cristo tiene y nos da, pero también lo es para preguntarnos sobre la coherencia de nuestra fe en la resurrección final: ¿soy consciente de lo que va a pasar y lo que no va a pasar cuando llegue al fin? No podemos dejarnos llevar por películas ni por imaginaciones: la Sagrada Escritura es la medida correcta. ¿Vivo mi vida con la mirada puesta también en el fin? Nosotros no podemos dar eternidad, pero podemos recibirla por el amor. ¿Dónde está puesto nuestro amor?

Por último, la inminencia de la muerte acerca a los macabeos a su más preciosa confesión de fe, pero esta no es improvisada, se trabaja y se fortalece en la vida: ¿es mi vida una profesión de fe en la eternidad? Ante experiencias de muerte conocidas, cercanas, ¿renuevo mi fe pascual? La serenidad no se improvisa. Es tiempo de aprender a creer en la vida eterna.
Diego Figueroa

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