domingo, 27 de enero de 2019

PRIMERA LECTURA
Leyeron el libro de la ley, explicando su sentido
Lectura del libro de Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10
En aquellos días, el día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad: hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón. Leyó el libro en la plaza que está delante de la Puerta del Agua, desde la mañana hasta el mediodía, ante los hombres, las mujeres y los que tenían uso de razón. Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura del libro de la ley.
El escriba Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión.
Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas.
«Amén, amén».
Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.
Los levitas leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura.
Entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea:
«Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis» (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley)
Nehemías les dijo:
«Id, comed buenos manjares y bebed buen vino, e invitad a los que no tienen nada preparado, pues este día está consagrado al Señor. ¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza».
Palabra de Dios
Sal 18, 8. 9. 10. 15
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante. R.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R.
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R.
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, Roca mía, Redentor mío. R.
SEGUNDA LECTURA
Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 12-30
Hermanos:
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos.
Si dijera el pie : «Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? si fuera todo oído, ¿dónde estaría el olfato? Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso.
Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito.» Sino todo lo contrario, los miembros que parecen más débiles son necesarios. Y los miembros del cuerpo que nos parecen despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan.
Pues bien, Dios organizó el cuerpo dando mayor honor a lo que carece de él, para que así no hay división en el cuerpo, sino que más bien todos los miembros se preocupan por igual unos de otros. Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él.
Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
Pues en la iglesia Dios puso en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar a los profetas, en el tercero, a los maestros, después, los milagros; después el carisma de curaciones, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
Palabra de Dios
Aleluya Lc 4, 18
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad. R.
EVANGELIO
Hoy se ha cumplido esta Escritura
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Ilustre Teófilo:
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que le ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
CELEBRAR Y VIVIR LA PALABRA
La palabra es el gran signo que posibilita y crea el encuentro y el diálogo de los seres inteligentes. La palabra expresa al hombre y por medio de ella toma con ciencia de la realidad que lo circunda. Por la palabra el hombre actúa y se hace presente, manifiesta su mundo interior, hace inteligible lo que piensa, lo que siente, lo que es.

Es importante valorar con justeza y dar la principalidad debida a las palabras con que nos expresamos en la celebración litúrgica y nos comunicamos personal y comunitariamente con Dios. La Palabra de Dios, pronunciada o escuchada, exige sinceridad.

Para el creyente la Palabra de Dios no es mera letra impresa en la Biblia, sino que es historia, vida y verdad. La Biblia es Palabra de Dios no porque la sugiere o evoca, sino porque la expresa, la significa eficazmente, la hace patente. Por medio de la Biblia la Iglesia se manifiesta como comunidad de la Palabra y, a la vez, patentiza que la Palabra que proclama no es algo propio, sino algo que le ha comunicado gratuitamente Dios. Celebrar la Palabra en el culto litúrgico es revelar los planes ocultos de Dios, para suscitar una fe más profunda.

La Palabra de Dios es valorada en la liturgia como un acontecimiento. No se celebran ideas, sino hechos. Se celebra precisamente la presencia de Dios en la asamblea por la comunicación de su Palabra. Se festeja el hecho de que Dios hable a su pueblo.

La celebración de la Palabra supone una sintonía previa: los que participan en la fiesta litúrgica saben qué es lo que va a pasar y precisamente por esto y para esto se reúnen. Más aún, organizan la liturgia para que el hecho se produzca. La Palabra no es anuncio de algo desconocido, sino repetición deliberada de un hecho esperado. La Palabra de Dios cuanto más conocida más se gusta de ella, más dice, mejor se celebra; porque “celebrarla” supone poseerla y ser poseído por ella. La lectura bíblica llega a ser Palabra de Dios cuando se acoge, convierte, recrea y comunica vida.

Estas reflexiones vienen a propósito del Evangelio de este tercer domingo ordinario, en el que se presenta a Cristo en la Sinagoga de Nazaret, leyendo un trozo del Profeta Isaías y haciendo la homilía perfecta: “hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10Sal 18, 8. 9. 10. 15
san Pablo a los Corintios 12, 12-30san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
de la Palabra a la Vida
Es impresionante la fuerza que tienen los textos que nos ofrece hoy la Liturgia de la Palabra. Es impresionante la reacción, tanto en la primera lectura como en el evangelio, a la Palabra de Dios proclamada. No puede por menos que provocar una reflexión en nosotros: se proclama la Palabra y el pueblo reacciona como sólo lo haría… ante Dios mismo.

En este domingo comenzamos a escuchar al evangelista Lucas. Su evangelio nos acompañará durante todo el año litúrgico. Por eso empezamos por el principio, el prólogo, y la escena de Jesús en la sinagoga de Nazaret. San Lucas se va a esforzar en su evangelio por mostrar algo que ya se pone de manifiesto desde hoy: la continuidad y la discontinuidad que supone la llegada de Jesucristo en medio de los hombres. Él va a proclamar la palabra del Antiguo Testamento pero va a anunciar su cumplimiento. Lo que aquellos dibujaban es ahora visible. Ha concluido el tiempo de la espera, ha comenzado el de la realización. Las sombras dan paso a la imagen.

El evangelio de hoy presenta a Cristo señalado por el profeta Isaías. En la liturgia sinagogal judía era primordial la proclamación de la Ley y los Profetas. Esta daba paso a un comentario. Cristo proclama la Palabra y la explica: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Comienza su misión declarando que Él es el Mesías esperado, consagrado con la unción y enviado para dar la Buena Noticia a los pobres. San Lucas no busca solamente presentar con fidelidad lo que ha recopilado: desea también que quien lea su relato le preste a Cristo la adhesión de la fe. Por eso, la fuerza de las palabras que se proclaman no está solamente en lo que en ellas, se dice, está en que son una auténtica provocación a adherirse a Dios, a apostar por Él, a confiarle los mejores criterios y decisiones de la propia vida. Pero tienen tanta fuerza, que al menos tendremos que preguntarnos si han perdido esa fuerza…

Porque no son para nosotros, extraños, ni el deseo de Lucas ni la confesión de Cristo. Cada vez que los cristianos nos reunimos en la celebración de la Iglesia y proclamamos la Palabra de Dios, se cumple esta Escritura. Y cada uno de nosotros escuchamos, de forma actualizada, la voz de Cristo llamándonos a adherirnos a la fe y participar en su misión. Solamente como creyentes y enviados nos acercamos a la Eucaristía.

Nehemías, en la primera lectura, ya advertía sobre esto. La proclamación de la Palabra de Dios es fuente de fe y alegría para el pueblo. ¿Qué valor tiene para mí la Palabra proclamada en la Iglesia? ¿Aumenta mi fe? ¿Me hace querer seguir alegre a Cristo? El cristiano tiene que acercarse a la Palabra de Dios con el convencimiento del Salmo: “Tus palabras son espíritu y vida”. Solo así escucharé la Palabra de Dios en la Iglesia como cumplimiento de lo que Cristo quiere para mi vida hoy.

Porque, he ahí la respuesta: la fuerza de esas palabras no se ha perdido, al contrario, el hecho de que sigan siendo proclamadas en la liturgia de la Iglesia hace que las palabras tengan una fuerza cada vez mayor, que nos provoca a una respuesta cada vez mayor o nos evidencia una fe más débil cuando no es así. La manera de que esas palabras encuentren eco en nuestra vida es muy clara, pasa por su escucha atenta y confiada en la celebración de la Iglesia. Atenta y confiada, porque es la Palabra de Dios, en la que hay “espíritu y vida”.
Diego Figueroa

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