domingo, 23 de junio de 2019

PRIMERA LECTURA
Ofreció pan y vino.
Lectura del libro del Génesis 14, 18-20
En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino y le bendijo diciendo:
«Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos».
Y Abran le dio el diezmo de todo.
Palabra de Dios.
Sal 109, 1. 2. 3. 4 
R. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Oráculo del Señor a mi Señor: 
«Siéntate a mi derecha, 
y haré de tus enemigos 
estrado de tus pies.» R.
Desde Sión extenderá el Señor 
el poder de tu cetro: 
somete en la batalla a tus enemigos. R.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, 
entre esplendores sagrados; 
yo mismo te engendré, desde el seno, 
antes de la aurora». R.
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: 
«Tú eres sacerdote eterno, 
según el rito de Melquisedec». R.
SEGUNDA LECTURA
Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
– «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
– «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 6, 51
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo – dice el Señor -; 
el que coma de este pan vivirá para siempre. R.
EVANGELIO
Comieron todos y se saciaron.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 11b-17
En aquel tiempo, Jesús se puso hablaba a la gente del reino de Dios y sanaba a los que tenían necesidad de curación.
El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron:
«Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado».
Él les contestó:
«Dadles vosotros de comer».
Ellos replicaron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo esta gente».
Porque eran unos cinco mil hombres.
Entonces dijo a sus discípulos:
«Haced que se echen sienten en grupos de unos cincuenta cada uno».
Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos.
Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
DOS CLASES DE PROCESIONES
Cada día, de Oriente a Occidente, desde donde sale el sol hasta el ocaso, la Iglesia celebra el banquete sacrificial del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, cuya institución conmemoramos en la tarde del Jueves Santo. Todos los días son por lo tanto celebración del “Corpus”. Sin embargo, concluidas las fiesta pascuales, somos invitados nuevamente a una celebración solemne y particular de este Santísimo Sacramento, que sintetiza la vida toda del Señor y nos comunica los frutos de la redención.

El misterio de la eucaristía tiene muchas evocaciones: es memorial de la Pasión, es banquete de unidad, es anticipo de la vida divina que compartiremos con Cristo en el Cielo. Por eso es necesario no quedarse en la periferia del misterio, sino descubrir una vez más lo que creemos y celebramos: el Cuerpo que se entrega, la Sangre que se derrama. La entrega es esencia profunda y última del Corpus, que debemos renovar constantemente. El cristiano debe ser pan que se multiplica, pan que se hace accesible a cualquier fortuna, pan de vida, pan de unión, pan que sacia el hambre. A ejemplo de Cristo, que ha derramado su sangre, el cristiano debe convertirse también en vino bueno, de la mejor cosecha, que va pasando de mano en mano y de copa en copa, para que todos beban salvación y no muerte.

Hay dos clases de procesiones. Una muy sencilla, pero difícil, en la que día a día y momento a momento, al salir de la eucaristía, debemos mostrar la verdad de fe y las exigencias de amor de lo que hemos recibido y hemos comulgado. Así cumpliremos el mandato del Señor de “haced esto en conmemoración mía”. Después de cada celebración eucarística, en la calle y en casa, en el trabajo y en el descanso, el cristiano es custodia y ostensorio de la fe nueva que necesita nuestro mundo.

Y está la procesión solemne, grandiosa emotiva y testimonial del Corpus. No se saca al Santísimo por nuestras calles como afirmación de fe ante la herejía; nunca el sentido polémico motiva nuestra procesión. Con temblor interior y emoción profunda llevamos la eucaristía como síntesis total de la vida de Cristo, de su salvación universal, y a la vez como testimonio de la verdad y del amor que creemos e intentamos llevar a la práctica.

Y en los ambientes, sobre todo urbanos, en que el sentido de la procesión sufre algún interrogante, es necesario realizarla como auténtica expresión visible de fe y homenaje fiel de la comunidad a Cristo Señor, suprimiendo todo lo que suene a compromiso o espectáculo semejante a los desfiles profanos.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
La eucaristía no es el as que Jesús se saca de la manga en la última cena para quedarse con sus discípulos, para ofrecerles un consuelo sin más. La revelación trinitaria del domingo pasado tiene un punto referencial en la revelación eucarística, que va siendo también desvelada en la historia bíblica, desde pasajes tan conocidos como el del maná en el desierto que alimentó a Israel, hasta personajes tan extraños como este Melquisedec, que ejerce de telonero, de profeta que anuncia algo más grande y perfecto. En la sagrada Escritura, Melquisedec es el primero que ofrece a Dios pan y vino. Pronto la primera Iglesia, la de los apóstoles, ya ve en él un personaje que anunciaba a un verdadero “rey de paz”, a un verdadero “sacerdote del Dios Altísimo”, a uno que ofrecerá a Dios una ofrenda verdadera (en el sentido de duradera, eterna). También descubrirán en su bendición a Abraham un anuncio, un dibujo que bosquejaba la verdadera bendición, que otro sacerdote iba a obtener para toda la descendencia, para todo creyente. Así, en los escritos de los padres, en la Tradición de la Iglesia, en las representaciones artísticas e incluso en la decoración de los mismos templos, Melquisedec y la ofrenda se convierten en temática tan habitual, que hasta el Canon romano vuelve sus ojos hacia la ofrenda de este rey de paz, como advirtiendo al Padre de que hemos captado su enseñanza, su profecía.

En Melquisedec la Iglesia ya ve a Cristo, al que reconoce en el salmo “sacerdote eterno”. Ese misterioso sacerdocio de Melquisedec, que no lo ha recibido de los hombres, por descendencia,
sino por designio divino, manifiesta esa característica también del sacerdocio de Cristo: Tú, Señor, no eres sacerdote por Ley, por herencia, sino porque Dios así lo ha designado. Tu sacerdocio es para siempre, Señor, porque Tú eres santo y porque ofreces cosas eternas a Dios Padre (a Ti mismo en tu eterno sacrificio) y a los hombres (a Ti mismo en tu Cuerpo y Sangre).

El evangelio de la multiplicación de los panes y los peces tiene un sabor eucarístico indudable, y por eso la Iglesia nos lo ofrece en este día: Dios ha querido alimentar a los hombres, y además ha querido, con esa escena milagrosa, preparar a sus amigos, a sus discípulos, para una última cena, para la entrega de su vida.

Lo que después, entonces, entendieron sus apóstoles, lo relata San Pablo en la segunda lectura , de forma que en la liturgia de la Palabra de hoy encontramos tanto la imagen del Antiguo Testamento, como la recepción apostólica, enmarcadas en la recepción de la Iglesia de hoy, el marco litúrgico: Así, “cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. La eucaristía no es misterio de una hora. Es misterio de eternidad, pues ya Melquisedec lo anuncia, y la Iglesia lo celebra hasta la venida gloriosa, desde el cielo, del Señor. Dios ha previsto para la Iglesia darle un alimento que dure hasta la vida eterna. Ese aspecto de la eucaristía del que advierte san Pablo no podemos olvidarlo “cada vez” que participamos en la misa. El Cuerpo y la Sangre de Cristo son alimento para la Iglesia también “para que Él vuelva”. La escatología viene en la eucaristía. La tensión entre el hoy y el último día, entre el tiempo y la eternidad, entre lo vivo en este momento y lo que seré para siempre, se contraen a la mínima expresión.

Por eso, celebrar la Eucaristía es reconocer que Dios ha dado a su pueblo, y lo ha empezado a revelar en Melquisedec para mostrarlo totalmente en Cristo, una dirección en la que avanzar y una fuerza por la que ir por ella. Es alimento para saciarnos, no como aquella multitud del evangelio, sino de Vida eterna. Hacia ella caminamos con verdadero y creyente deseo, mientras nos es revelada la historia de nuestra vida como una historia eucarística, en la que nos damos como aquello que se nos da.
Diego Figueroa

No hay comentarios:

Publicar un comentario