domingo, 4 de noviembre de 2018

PRIMERA LECTURA
Escucha, Israel: Amarás al Señor con todo el corazón
Lectura del libro del Deuteronomio 6. 2-6
Moisés habló al pueblo diciendo:
«Teme al Señor, tu Dios, tú, tus hijos y nietos, y observando todos sus mandatos y preceptos, que yo te mando, todos los días de tu vida, a fin de que se prolonguen tus días. Escúchalo, pues, Israel, y esmérate en practicarlos, a fin de que te vaya bien y te multipliques, como te prometió el Señor, Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel.
Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo.
Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas las fuerzas.
Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón».
Palabra de Dios
Sal 17, 2-3a. 3bc 4. 47 y 51ab
R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Yo te amo, Señor; tú eres mí fortaleza; 
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R.
Dios mío, peña mía, refugio mío, 
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. 
Invoco al Señor de mi alabanza 
y quedo libre de mis enemigos. R.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca, 
sea ensalzado mi Dios y Salvador. 
Tú diste gran victoria a tu rey, 
tuviste misericordia de tu ungido. R.
SEGUNDA LECTURA
Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa
Lectura de la carta a los Hebreos 7. 23-28
Hermanos:
Ha habido multitud de sacerdotes de la anterior Alianza, porque la muerte les impedía permanecer; en cambio, Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos.
Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.
Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
En efecto, la ley hace sumos sacerdotes a hombres llenos de debilidades. En cambio, la palabra del juramento, posterior a la ley, consagra al Hijo, perfecto para siempre.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Jn 14, 23
R. Aleluya, aleluya, aleluya
El que me ama guardará mi palabra – dice el Señor -, 
y mi Padre lo amará, y vendremos a él. R.
EVANGELIO
Amarás al Señor, tu Dios. Amaras a tu prójimo
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 12, 28b-34
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos».
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor

Comentario Pastoral

AMOR A DOS CARAS
Cuál es la verdadera religión? En el torbellino de ideologías y de religiones que se entrecruzan y atropellan en nuestro tiempo es preciso ver claro y alcanzar la virtud que nos mueve a dar a Dios el culto debido. Vivir en la religión auténtica es ver la estrella que ilumina la existencia y encontrar el camino recto y bueno.

El evangelio de este domingo resplandece como una luz en medio de la oscuridad de los interrogantes y de las perplejidades modernas. Invita a la vivencia total del amor, que se manifiesta en dos rostros inseparables.

Ante todo, Dios es el amor absoluto, infinito, total, que se merece ser amado. Él es el principio de la vida y a la vez el que da sentido a esta vida. La razón de que amemos a Dios es que él nos ha amado primero; este pensamiento debe mover toda nuestra existencia, el corazón y la mente. La aventura del amor de Dios es un viaje a la eternidad, que comienza aquí abajo y se consumará en el paraíso. Este es el regalo más sublime y más exigente, al que podemos corresponder amando, aunque sea desde nuestra desconcertante debilidad y pobreza.

Pero Dios quiere darse a conocer en lo concreto del mundo y de nuestra vida. La otra cara de la medalla tiene multitud innumerable de rostros. Son todos los hombres, imágenes vivas de Dios, a los que se debe reconocer como hermanos y querer. No les hemos escogido nosotros; ha sido Dios quien los ha colocado en nuestro camino, para que les amemos como él, gratuitamente, incansablemente.

Nunca se pueden separar las dos caras de un único amor. Dios y los hombres son lo mismo; no se puede optar o preferir uno sobre los otros. Querer amar a Dios sin amar al prójimo es un egoísmo camuflado en la vivencia de una religión hipócrita y una caricatura de la caridad evangélica.

Las dos caras del amor están unidas para siempre. Amar es ver la imagen de Dios en el corazón del hombre, es mirar al hermano que revela a Dios. En Cristo lo divino y lo humano se hacen unidad. Amando a Cristo, amamos a Dios y a todos los hombres, pues en su corazón todos están presentes y nadie excluido. Por eso el cristianismo es la religión del amor. Solamente podremos ser felices si amamos vertical y horizontalmente.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Deuteronomio 6. 2-6Sal 17, 2 3a. 3bc 4. 47 y 5lab
Hebreos 7. 23-28san Marcos 12, 28b-34
de la Palabra a la Vida
Un mandamiento de la Ley no es un protocolo en el trabajo: un mandamiento que Dios da a los hombres nace de lo que Dios es. Por eso, para poder cumplir con unos mandamientos recibidos de Dios, el hombre tiene que aprender lo que Dios es, tiene que experimentar con Dios, conocerse y tratarse. Si el hombre aprende a escuchar, si es capaz de relacionarse con Dios comprenderá que Dios no le ofrece algo casual, sin importancia, que pueda cambiarse por otra forma de hacer, sino que en esos mandamientos el hombre va a poder conocer mejor a Dios. Dios da mandamientos a su pueblo para que lo conozca mejor y lo ame más.

De ahí que saber conducirse por la vida parte de saber que Dios es el único Señor. La experiencia de Israel, de pueblo liberado de la esclavitud, no le tiene que abrir la puerta a creer sin más, a creer en un Dios que les ha sido benévolo en circunstancias adversas, sino en que este es el Dios que tiene poder sobre todo, no puede haber otro igual. No, ni igual ni parecido, no puede haber otro. Y todo lo que vivan, todo lo que decidan, les tendrá que servir para no olvidarse de que ellos no son dioses, de que otros no son dioses, de que no hay otros dioses: en su mente, en su corazón, en su frente y en sus muñecas, Israel deberá mantener el recuerdo de que Yahveh es el único Señor. La vida consiste en llevar esta Ley, en llevar lo que Dios es, a lo profundo del corazón, porque una vez que esta relación con el único Dios haya traspasado de lo superficial a lo profundo del corazón, entonces podrá afectar a todo lo que salga del corazón, Dios afectará a toda la inteligencia y a toda la voluntad, que en él residen.

Jesucristo va a renovar la antigua Ley de una forma misteriosa: el mandamiento es el mismo, sigue siendo válido, pero ahora todo el mundo va a poder comprobar hasta dónde puede llegar el amor que Dios tiene por los hombres, el que Él pide, pues Dios puede ahora amar con un corazón humano, con un amor humano desde el que irradiar el amor divino. Quien acoja ese amor humano del Hijo de Dios, recibirá el amor divino que en su ser Dios nos ha traído. La segunda lectura nos advierte, de hecho, de la importancia de esto: Cristo, el sacerdote, el Dios y hombre, el mediador entre Dios y los hombres, ha cumplido como hombre el mandamiento primero, y ahora llena de fortaleza a quien lo escucha y obedece.

La celebración de la Iglesia, de hecho, es una profundización en el primer mandamiento: todo en ella tiene que recordar que Dios es el único Señor, todo en ella tiene que recordar que Dios ama al hombre y le pide que le escuche y obedezca. En el momento en el que el hombre asume el papel de Dios en la celebración, entonces pierde esa relación.

En la celebración de la Iglesia somos conducidos, como pueblo, a descubrir el amor que Dios nos tiene, y así somos llevados a un amor mayor, que deseamos y que recibimos para poder dar luego, en la vida. Por eso, el mandamiento se convierte en algo inalcanzable para el que busca por libre, para el que prefiere no escuchar, para el que, creyendo saber más, ocupa el lugar del único Señor.

Es admirable, así, lo maravilloso del mandamiento: No ha quedado arrinconado en tablas de piedra, sino que ha sido llevado a lo profundo del corazón de la Iglesia, a su celebración, donde Dios busca hacerse primero por la entrega del Hijo para cada uno de nosotros.
Diego Figueroa

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