domingo, 14 de julio de 2019

PRIMERA LECTURA
El mandamiento está muy cerca de ti; cúmplelo
Lectura del libro del Deuteronomio 30, 10-14
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Escucha la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma.
Porque este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable. No está en el cielo, para poder decir: “¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos? “. Ni está más allá del mar, para poder decir: “¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”.
El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas».
Palabra de Dios
Sal 68, 14 y 17. 30-31. 33-34. 36ab y 37
R. Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón
Mi oración se dirige a ti,
Señor, el día de tu favor; 
que me escuche tu gran bondad, 
que tu fidelidad me ayude. 
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia; 
por tu gran compasión, vuélvete hacia mi. R.
Yo soy un pobre malherido; 
Dios mío, tu salvación me levante. 
Alabaré el nombre de Dios con cantos, 
proclamaré su grandeza con acción de gracias. R.
Miradlo, los humildes, y alegraos, 
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. 
Que el Señor escucha a sus pobres, 
no desprecia a sus cautivos. R.
Dios salvará a Sión, 
reconstruirá las ciudades de Judá. 
La estirpe de sus siervos la heredará, 
los que aman su nombre vivirán en ella. R.
SEGUNDA LECTURA
Todo fue creado por él y para él
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 15-20
Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Palabra de Dios
Aleluya Cf. Jn 6, 63c. 68c.
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida; 
tú tienes palabras de vida eterna. R.
EVANGELIO
¿Quién es mi prójimo?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 25-37
En aquel tiempo, se levantó un maestro de la Ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».
Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?».
Él respondió:
«”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con todo tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».
Él dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».
Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, les vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.
¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».
Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él».
Jesús le dijo:
«Anda y haz tú lo mismo».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?
En el camino de la vida el hombre se pregunta quién es su prójimo y la Palabra de Dios le responde que el problema es otro: hacerse y sentirse en toda circunstancia prójima o prójimo de los demás. La maravillosa parábola del buen samaritano, que se lee en este domingo, es un reflejo de cómo hay que vivir en concreto la ley del amor a Dios y a los hombres.

Conviene recordar que Dios ha sido el primero que se ha hecho próximo al hombre a través de su palabra y de la manifestación de su poder. La Biblia está salpicada de diálogos con el hombre ya desde las primeras páginas del Génesis. Pero sobre todo, Dios se ha hecho próximo en su Hijo, mediador único y universal, de quien proviene todo y es fuente del amor misericordioso del Padre. Cristo es el verdadero Buen Samaritano, que antes de enseñar la parábola, la hizo realidad en su vida acogiendo a todos, amando a los pobres, perdonando a los pecadores, defendiendo a los marginados, curando a los enfermos, salvando hasta entregar la última gota de su sangre en la cruz.

En un mundo en que se acercan las distancias y se incrementan a todos los niveles las comunicaciones, muchos hombres no logran estar próximos a otros porque las actitudes interiores diversas no van en consonancia con la proximidad física. ¡Cuántos están solos en medio del barullo de la gran ciudad! Reciben codazos al andar entre la multitud y no reciben ninguna muestra de amor.

En nuestro lenguaje cristiano casi solo empleamos, contradictoriamente, la palabra prójimo para designar al lejano, al que pasa hambre en Etiopía o vive marginado en el subdesarrollo de una selva. Hay que tener los ojos del corazón bien abiertos para ver en el camino de la vida al que sufre, al que nos necesita, al que es víctima de cualquier tipo de injusticia. No demos rodeos, no preguntemos quién es nuestro prójimo, sino demostremos que estamos próximos a todos.

Toda la liturgia de la Palabra es un canto al amor cristiano, porque el amor es posible, no es un sueño ni una evasión ni una utopía humana. El amor cristiano no se desarrolla sobre objetos, sino sobre personas; es dinámico, no se reduce a las palabras, sino a obras y nos lleva a plena comunión con Dios heredando la vida eterna. La raíz de todo amor es el amor divino manifestado en la creación y en la redención.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Deuteronomio 30, 10-14Sal 68, 14 y 17. 30-31. 33-34. 36ab y 37
san Pablo a los Colosenses 1, 15-20san Lucas 10, 25-37

de la Palabra a la Vida
¿Dónde está Dios? ¿Está cerca de nosotros? ¿Verdaderamente está al tanto de nuestras debilidades y sufrimientos? ¿Dónde podemos encontrarlo? Dios ha querido que las lecciones más importantes que haya podido darle al hombre en toda su historia se guardaran en el lugar más protegido del mundo. El más secreto. En lo profundo del corazón. Allí donde solamente Él puede entrar, ha dejado para nosotros una ley para nuestra vida que, si cumplimos, nos hará felices. Allí ha puesto también, y pone cada día, las fuerzas necesarias para cumplir la ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Allí, en lo profundo de nuestro corazón, quiere Él que entremos a buscarla. No está en un monte lejano, en las profundidades del mar, o en un lugar inaccesible. Está donde nadie más que nosotros puede ir y buscar. Hasta tal punto es así que nos advierte el Salmo: “Miradlo, los humildes, y alegraos, buscad al Señor, y vivirá vuestro corazón”. En la búsqueda del Señor, en la búsqueda de su Palabra, nuestro corazón se fortalece y vive. Así se entiende lo principal que la Liturgia de la Palabra nos enseña hoy. El mandamiento está, dice san Pablo, “cerca de ti, en tu boca y en tu corazón. Esta palabra es el mensaje de fe que predicamos” (Rom 10, 8).

El segundo paso nos lo enseña la parábola del buen samaritano que Jesús explica a un letrado en el evangelio. Ese mandato que Dios pone en lo profundo del corazón se manifiesta en la relación con el prójimo: una relación que se establece en el ámbito de la misericordia.

Esta palabra de misericordia que habita en el corazón es una misericordia que se pone en acto cuando salimos al encuentro del que sufre y le auxiliamos. Y eso no es algo extraño a nosotros, pues el mismo Cristo ha ejercido esa misericordia con nosotros. El corazón de la parábola del buen samaritano es precisamente este: que Cristo ha sido nuestro buen samaritano. Este mensaje está protegido a prueba de superficialidad, de una humanidad sin Cristo, una filantropía insuficiente. Él ha sido el extraño, el samaritano, que ha salido al encuentro de los hombres, heridos de muerte por el pecado, y nos ha rescatado dándonos una fuerza que no teníamos: el vino de la esperanza y el aceite del consuelo. El don del Espíritu Santo es ese paño con el que Cristo nos ha curado las heridas y nos ha llevado a la posada de la Iglesia, donde somos cuidados hasta que el Señor vuelva.

La liturgia de la Iglesia, en un prefacio precioso especialmente indicado para este día dice así: “(Cristo) en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y resucitado”. La Iglesia contempla en el buen samaritano a nuestro salvador, y por la oración y la eucaristía pone en nuestro corazón la capacidad para cumplir el mandato “anda, ve y haz tú lo mismo”.

Celebrar con la Iglesia nos permite descubrir el cuidado de Cristo con nosotros, que nos mantiene en la posada, aunque no lo vemos, curando nuestras heridas, ofreciéndonos en ella consuelo y esperanza. Cuanto más descubramos el misterio de la salvación en nuestra vida, más en lo profundo nos gritará Cristo el mandato que nos salva. Descubramos en los sacramentos, el corazón de la Iglesia, la ayuda que cura nuestra vida curando a otros.
Diego Figueroa

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