domingo, 28 de julio de 2019

PRIMERA LECTURA
No se enfade mi Señor si sigo hablando
Lectura del libro del Génesis 18, 20-32
En aquellos días, el Señor dijo:
«El clamor contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la queja llegada a mí; y si no, lo sabré».
Los hombres se volvieron de allí y se dirigieron a Sodoma, mientras Abrahán seguía en pie ante el Señor.
Abrahán se acercó y dijo:
«¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás el lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?».
El Señor contestó:
«Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos».
Abrahán respondió:
«Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Y si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?».
Respondió el Señor:
«No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco».
Abrahán insistió:
«Quizá no se encuentren más que cuarenta».
El dijó:
«En atención a los cuarenta, no lo haré».
Abrahán siguió hablando:
«Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?».
Él contestó:
«No lo haré, si encuentro allí treinta».
Insistió Abrahán:
«Ya que me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran allí veinte?».
Respondió el Señor:
«En atención a los veinte, no la destruiré».
Abrahán continuó:
«Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?»
Contestó el Señor:
«En atención a los diez, no la destruiré».
Palabra de Dios
Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8
R. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R.
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.
El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros, me conservas la vida;
extiendes tu mano contra la ira de mi enemigo. R.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R.
SEGUNDA LECTURA
Os vivificó con él, perdonándoos todos los pecados
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 2, 12-14
Hermanos:
Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo, y habéis resucitado con él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos.
Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros pecados y la incircuncisión de vuestra carne, os vivificó con él.
Canceló la nota de cargo que nos condenaba con sus cláusulas contrarias a nosotros; la quitó de en medio, clavándolo en la cruz.
Palabra de Dios
Aleluya Rom 8, 15bc
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción,
en el que clamamos: «¡”Abba”, Padre!». R.
EVANGELIO
Pedid y se os dará
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 11, 1-13
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos»
Él les dijo:
«Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en la tentación”».
Y les dijo:
«Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:
“No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».
Palabra del Señor

Comentario Pastoral
LA ORACIÓN PERSEVERANTE
El tema de la oración vuelve a tomar fuerza y actualidad en este domingo. Es conmovedor el diálogo que sostiene Abrahán con Dios para tratar de lograr el perdón de Sodoma, la ciudad impura. La palabra diálogo es clave para entender el significado y las exigencias de la plegaria cristiana. Ciertamente, si la oración no fuera más que un monólogo del hombre consigo mismo, no sería preciso orar. Pero la plegaria auténtica es un diálogo que se realiza en presencia consciente delante de Dios. Este diálogo surge desde la fe, la pobreza, la reflexión, el silencio y la renuncia del hombre.

Cuando se ora de verdad se sale de uno mismo para abandonarse en Dios con ánimo generoso, con simplicidad inteligente, con amor sincero. Orar es pensar en Dios amándolo, expresar verdaderamente la vida. La oración es camino de comunión con Dios, que nos lleva a la comunión y el diálogo con los hombres, La oración, más que hablar, es escuchar; más que encontrar, buscar; más que descanso, lucha; más que conseguir, esperar. Rezar es estar abiertos a las sorpresas de Dios, a sus caminos y a sus pensamientos, como quien busca aquello que no tiene y lo necesita. Así, la oración aparece como regalo, como misterio, como gracia.

En el Evangelio, la parábola del amigo inoportuno nos recuerda que Dios se deja siempre conmover por una oración perseverante. Por eso la tradición orante de la Iglesia es una tradición de peticiones y súplicas, que manifiesta la actitud de abrirse confiadamente a la presencia, el consuelo, el apoyo y la seguridad que solamente pueden venir de Dios. Siempre la petición ha de estar unida a la alabanza y a la profesión de fe y amor en la esperanza.

Hoy se nos propone una espléndida catequesis sobre la oración. La plegaria es el alma de la existencia histórica de Jesús y de los cristianos; debe ser constante, espontánea, sincera, personal como la de Abrahán y la del amigo inoportuno. La oración es contemplación de Dios, abandono místico, experiencia de lo infinito; debe estar liberada de sentimentalismos y de monotonía. La oración cristiana supone siempre la escuela de la Palabra. Todos los modelos de oración quedan sublimados por el que nos dejó Cristo en el Padrenuestro.
Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Génesis 18, 20-32Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8
san Pablo a los Colosenses 2, 12-14san Lucas 11, 1-13

de la Palabra a la Vida
Todo aquel a quien Dios llama, aquel en que Dios se confía, recibe, junto con su llamada concreta, una labor de mediación muy importante en el mundo en que vivimos. La Sagrada Escritura está llena de personajes que son llamados a una tarea concreta, difícil, misteriosa. En todos esos personajes crece, de añadido, una llamada a mediar, a hablar con el pueblo y a volverse a Dios, a desear el bien de su pueblo ofreciéndole la voluntad de Dios. Nuestro mundo requiere mediaciones, pero mediar es un arte que se trabaja creciendo en santidad, pues santo es nuestro mediador.

Es así desde Abraham: su familiaridad hacia el Señor, la relación entrañable entre el patriarca y Dios hacen de la escena casi una conversación íntima que nos es descubierta. La decisión de Dios y la intercesión de Abraham, sereno, humilde, sabio. En él encontramos actitudes que nos parecen más propias de Dios, que Dios le ha dado para que lleve a cabo su misión. Por el contrario, Dios parece tener que aprender de la paciencia de Abraham. De forma magistral, el Génesis se sirve de Dios y del hombre para mostrar todos los atributos divinos, aquellos que Dios ofrece.

Esa sabia y paciente perseverancia de Abraham la encontramos en el evangelio en el amigo inoportuno de la parábola. Recibirá los tres panes, sabe bien el amigo que los recibirá, por su insistencia, no caprichosa sino confiada. Los recibirá también porque conoce sin duda la bondad del amigo al que llama, la generosidad del que parece -sólo parece- dormir y no querer saber nada del que pide.

La Iglesia ha aprendido a ser así ante su Señor. Así es como el Señor la ha enseñado a ser y actuar. Por eso, se apropia de las palabras del salmo en las que dibuja su actitud: “Cuando te invoqué me escuchaste, acreciste el valor de mi alma”. ¿Quién, quién ha invocado al Señor y ha sido escuchado? ¿Quién le ha llamado, inoportunamente, en la noche, desde el sepulcro, para bien de los amigos? ¿Quién ha tratado de convencerlo para salvación de los pecadores, como aquellos de Sodoma? En los tres casos, la respuesta es Jesucristo. Las cualidades para ser mediador, para ser negociador de Abraham, con Dios, no son más que un anuncio de ese gran negociador, excelso intermediario, que es Jesús. Él ha obtenido perdón y gloria, vida y alimento para bien de los suyos.

No es que Dios Padre no quisiera concederlo, el Hijo no ha tenido que arrancar el perdón y la vida al Padre, que no quería darlo: el Hijo ha mostrado, como hombre, el deseo y el plan del Padre, Dios eterno. Dios suscita en el corazón de los hombres los buenos deseos, los sentimientos de amor, que hay eternamente en Él, para que veamos que en la comunión con Dios, este concede al hombre su inmensa voluntad de amor y salvación para nosotros. Así, la intercesión de Cristo es sublime, porque Él es Dios y hombre. La de los hombres siempre será imagen de la de Cristo.

Por eso, la comunión con Cristo es necesaria para que nuestra intercesión no sea caprichosa o equivocada, sino siempre según el Mediador, Cristo Jesús. La liturgia de la Iglesia se convierte aquí, una vez más, en madre y maestra para sus hijos. ¿Qué pide la Iglesia en la liturgia? ¿Qué pedimos cuando celebramos la misa, cuando escuchamos una Plegaria Eucarística, en Laudes o en Vísperas? Es la Iglesia la que quiere enseñar a sus hijos, la que quiere imitar a Dios que pone en nosotros los deseos de la intercesión, enseñando qué pedir, por qué bien interceder. No basta la buena voluntad, pues la Palabra de Dios nos enseña hoy que la comunión es necesaria. Es esa intimidad con el Señor la que nos revelará cómo dirigirnos a Dios. Cuando el creyente vive en comunión con Dios, entonces adquiere todo su sentido el consejo del Señor: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”.

Diego Figueroa

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