domingo, 4 de agosto de 2019

PRIMERA LECTURA
¿Qué saca el hombre de todos los trabajos?
Lectura del libro del Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23
¡Vanidad de vanidades, – dice Qohelet – . ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!
Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave dolencia.
Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?
De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.
Palabra de Dios
Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17
R. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Tú reduces el hombre a polvo, 
diciendo: «Retornad, hijos de Adán». 
Mil años en tu presencia son un ayer que pasó; 
una vela nocturna. R.
Si tú los retiras
son como un sueño,
como hierba que se renueva
que florece y se renueva por la mañana, 
y por la tarde la siegan y se seca. R.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato. 
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuando? 
Ten compasión de tus siervos. R.
Por la mañana sácianos de tu misericordia, 
y toda nuestra vida será alegría y júbilo. 
Baje a nosotros la bondad del Señor 
y haga prósperas las obras de nuestras manos. 
Sí, haga prosperas las obras de nuestras manos. R.
SEGUNDA LECTURA
Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-5. 9-11
Hermanos:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos.
Palabra de Dios
Aleluya Mt 5, 3 
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Bienaventurados los pobres en el espíritu, 
porque de ellos es el reino de los cielos. R.
EVANGELIO
¿De quién será lo que has preparado?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le dijo:
«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros? ».
Y les dijo:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola:
« Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha.
Y empezó a echar cálculos, diciéndose:
“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.”
Y se dijo:
“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mi mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Pero Dios le dijo:
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”
Así será el que atesora para sí y no es rico ante Dios».
Palabra del Señor



Comentario Pastoral
RICOS ANTE DIOS
La primera lectura de este domingo comienza con la célebre reflexión, tantas veces repetida: “Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol?”. Se puede tener muchas cosas y estar vacío por dentro. Se puede ser humanamente rico y espiritualmente pobre. El egoísmo de acumular y llenar bien los propios graneros nos puede dejar
vacíos ante Dios.
En el Evangelio Jesús utiliza un lenguaje parecido al del antiguo sabio de Israel, al condenar la voluntad explícita de querer solamente almacenar para uno mismo, olvidándose de lo fundamental: la urgencia y necesidad de ser rico ante Dios. Es oportuno volver a recordar que el ideal, el sueño dorado del hombre no debe ser la posesión y acumulación de los bienes de la tierra. “Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.
Hay un hecho muy importante: el hombre al morir no puede llevarse ninguno de sus bienes materiales. Esto significa que no debe pasarse la vida reuniendo tesoros para sí mismo como única obsesión-preocupación-tranquilidad-felicidad, pues en el momento más inesperado (esta misma noche puede sernos arrebatado todo) la vida se escapa de nuestras manos. Pensar solamente en la riqueza material con desprecio y marginación de la riqueza espiritual es un grave error, pues los bienes terrenos han de ser entendidos y usados en la perspectiva y valoración de los bienes celestiales.
En la relativización de la objetiva pequeñez de las mayores cosas que podamos hacer encuentra San Pablo la flecha que le da sentido: “Apuntad a los bienes de arriba; encended en vuestros trabajos la chispa creadora, renovando la imagen del Creador que sois hasta llegar a conocerlo”.
Hay que saber relativizar el presente y todas las cosas, comprendiendo su finitud y sus límites. Todos somos invitados a redimensionar la idolatría materialista o capitalista de los bienes económicos considerados como valor-vértice de la vida, ante los que se sacrifica todo. Es necesario recomponer una auténtica escala de valores.
El proyecto de vida del cristiano no es el de “amasar riquezas para sí”, sino el de crear
con gozo para los demás.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Acertar con nuestras inversiones, no poner lo que tanto nos ha costado conseguir en cualquier lugar, sino donde esto sea valorado y se aproveche para que aumente en su valor, es una ciencia que requiere seria reflexión para no tomar decisiones equivocadas que hagan que hayamos trabajado en vano. El verano puede ser un momento oportuno para valorar si hemos acertado o no en nuestras inversiones.
Tanto la pregunta del autor del Eclesiastés, “¿qué saca el hombre de sus trabajos?”, como la de Jesús en el evangelio, “¿de quién será lo acumulado?”, sitúan al oyente ante una cierta crisis que debe resolver. ¿Para qué vale el esfuerzo de cada día? ¿Cuál es el fruto del trabajo? Dicho de otra forma: si cosas tan importantes como estas pasan, ¿qué es lo que permanece, lo que merece la pena? El verdadero fruto no es lo que el hombre se queda aquí, no salta a la vista: lo que permanece es lo que se da al Señor.
Por eso, la Iglesia saca la conclusión correcta que le hace pedir en el Salmo “un corazón sensato”. Un corazón capaz de calcular qué es lo que se renueva y qué es lo que se seca. El símil campestre se aplica entonces a las cosas valiosas de la vida. Lo que de verdad cuenta no puede ser como la hierba, no puede ser “vanidad de vanidades”, no puede ser conservado por la codicia humana. Todo lo que el hombre puede almacenar “humanamente” hablando es cosa pasajera, en la que no podemos poner nuestra seguridad. Es necesario almacenar “divinamente”, es decir, encontrando riquezas que se amasan para Dios.
Por eso las lecturas de hoy son enormemente provocadoras: no trabajamos para veranear, no nos esforzamos par ir de vacaciones, no es esa su principal motivación. Que podamos descansar en el verano, ir a la montaña o a la playa, no es importante si no hemos almacenado durante el año para Dios. Tan importante como trabajar durante la vida es saber para quién se vive.
La parábola del hombre rico que tiene una gran cosecha es una invitación a recordar que, lo mismo en una vida llena de éxitos que en una que acumula fracasos, esta noche nos van a exigir la vida, es decir, estamos en las manos del Señor. Por eso, no conviene llenarla de cosas vanas, sino de aquello que, llegados ante el Señor podamos dejar caer de nuestras manos en las suyas, como la esposa y el esposo se entregan arras al contraer matrimonio. ¿Qué pondremos nosotros en las manos del Señor cuando este nos reclame la vida?
Acumular bienes es vanidad, entregar amor es almacenar aquello que, en palabras de san Pablo, “no pasa nunca”. La vida es un camino de amor, durante el cual no debemos confundir los objetivos ni actuar con frivolidad. Si lo acumulado no es fruto del amor, será como hierba que se seca, “no pasará”. Cristo no ha venido a poner paz cuando los hermanos se pelean y se enfrentan, a menudo dolorosamente y para toda la vida, por herencia o dineros: el cristiano ya sabe que todo eso vale menos que el amor, por eso recuerda que lo demás es pasajero, todo vanidad.
Sólo hay una fuerza capaz de convertir lo pasajero en eterno, y es el amor, el Espíritu Santo. Por eso, en la celebración de la liturgia, la Iglesia invoca el don del Espíritu Santo para que lo que es pasajero, el pan y el vino, se convierta en eterno, Cuerpo y Sangre de Cristo, y así haga eterno también al que lo recibe. El don de Cristo, el don de su amor, hace que ya no todo sea vanidad. En la celebración, la Iglesia quiere enseñarnos a discernir cuantas cosas que consideramos importantes en realidad son hierba seca, vanidad, y cuales merecen la pena porque son transformadas por la gracia. Poniendo el corazón en lo eterno, dejaremos pasar sensatamente aquello que no tiene peso para alcanzar la vida eterna.
Diego Figueroa

No hay comentarios:

Publicar un comentario