domingo, 25 de agosto de 2019

PRIMERA LECTURA
De todos las naciones traerán a todos vuestros hermanos
Lectura del libro de Isaías 66, 18-21
Esto dice el Señor:
«Yo, conociendo sus obras y sus pensamientos, vendré para reunir las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria.
Les daré una señal, y de entre ellos enviaré supervivientes a las naciones: a Tarsis, Libia y Lidia ( tiradores de arco), Túbal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria.
Ellos anunciarán mi gloria a las naciones.
Y de todos las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos, a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi santa montaña de Jerusalén – dice el Señor -, asó como los hijos de Israel traen ofrendas, en vasos purificados, al templo del Señor.
También de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas – dice el Señor -».
Palabra de Dios
Sal 116, 1. 2
R. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Alabad al Señor todas las naciones, 
aclamadlo todos los pueblos. R.
Firme es su misericordia con nosotros, 
su fidelidad dura por siempre. R.
SEGUNDA LECTURA
El Señor reprende a los que ama
Lectura de la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13
Hermanos:
Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron:
«Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».
Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce frutos apacible de justicia a los ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura.
Palabra de Dios
Aleluya Jn 14, 6bc
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Yo soy el camino y la verdad y la vida – dice el señor -; 
nadie va al Padre sino por mí. R.
EVANGELIO
Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 22-30
En aquel tiempo, Jesús, pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salven?».
Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo:
“Señor, ábrenos”; pero él os dirá:
“No sé quiénes sois”.
Entonces comenzaréis a decir.
“Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá:
“No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad.”
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a lsaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».
Palabra del Señor


Comentario Pastoral
ESFORZARSE POR LA SALVACIÓN
La salvación siempre supone esfuerzo, decisión, conversión continua. El Reino que se nos promete es para los valientes, animosos y alentados. Para salvarse no basta con estar inscrito en el registro parroquial, ni haber entrado una vez a la Iglesia por medio del bautismo, sin querer entrar todos los días por la puerta estrecha de la fidelidad al mensaje evangélico y del compromiso personal.

Las puertas de la gracia se abren de par en par, pero son estrechas, pues la oferta de perdón y salvación supone y exige adelgazar en nuestra cobardía y egoísmo. Nuestro verdadero salvoconducto o pasaporte no es aquel que dice: “católico de toda la vida” ó “bautizado de niño”, sino la hoja de servicios de cada día que con borrones testimonia nuestra actitud personal de conversión y esfuerzo por superar el pecado.

No nos vale decir al Señor que “hemos comido y bebido contigo…”, pues este argumento solamente puede significar que hemos conocido a Jesús, pero no hemos transformado nuestra vida bajo las exigencias de su llamada. 

Lo más consolador del evangelio de este domingo es que “los últimos serán los primeros”. Estamos a tiempo. No hay lugar para el desánimo. Tenemos puesto reservado para sentarnos a la mesa en el Reino de Dios, si practicamos la justicia. Lo que importa es avanzar por el camino estrecho que nos lleva a la salvación.

Toda la liturgia de este domingo es un canto a la salvación universal, al amor infinito de Dios que no conoce barreras raciales, políticas ni sociales; a la misteriosa riqueza escondida en el corazón de cada hombre justo, invitando al diálogo, al respeto mutuo, a la comunión.

Todos debemos temer la frase terrible de Cristo: “No sé quiénes sois”, aunque hayamos enseñado en su nombre y celebrado los ritos en su memoria. No hay que olvidar las palabras de extrema dureza que abundan en el Evangelio.

En la otra vida quedará confirmado el alejamiento de Dios que uno ha buscado voluntariamente en ésta. Y los que parecían últimos precederán a los que se creían primero.
Andrés Pardo


de la Palabra a la Vida
La paradoja es un recurso típico en la teología para expresar la presencia del misterio de Dios, de lo que se hace cercano a la vez que es inefable. Sólo hace una semana escuchábamos que el Señor no había venido a traer paz sino división. Esa división, de hecho, era el camino para la paz. Hoy la paz es sustituida por otra expresión que habla de la unión con Cristo: reunificación. “Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua”, profetiza Isaías. “Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”, anuncia Cristo a sus discípulos. Él mismo es el punto de reunión, la causa y el destino de la reunificación es la victoria de Cristo, y a participar en esa victoria vendrán de cerca y de lejos.

Es más, muchos que puede parecer que están lejos, en realidad, paradójicamente, están cerca (“últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”) y entrarán al sitio preparado para ellos. La referencia a la puerta estrecha es una forma más de anunciar que Cristo va a reunir a los suyos en su casa. Incluso cuando el Señor envía a sus discípulos salir a anunciar el evangelio por el mundo, tal y como canta el Salmo responsorial, la intención del Señor es clara: reunir a gentes de todos los pueblos. No se entiende salir de casa si no es para hacer regresar a otros, si no es para ofrecer el calor de la casa del Padre a todos los que están a la intemperie, en cualquier punto del espacio y del tiempo. Para salir, paradójicamente, es necesario entrar, ser llamado para ser enviado.

Es por esto que el anuncio de Jesús y de los suyos es “católico”: se dirige a todos los hombres de todos los pueblos, a todos a los que el Señor ha hecho sus hermanos. Por eso, el anuncio del Señor en el evangelio de hoy trasluce una experiencia eclesial muy fuerte: ser cristiano supone una experiencia en la que uno se reconoce llamado, atraído por Cristo a sentarse a su mesa, venga yo desde donde venga. Alguien ha venido desde la casa de Dios a llevarme a sentar a su mesa. 

Alguien que además me ha mostrado el camino, Cristo, y la puerta, estrecha. Cristo revela a un Dios que viene a buscarnos, que no conoce límite en su ilusión y en sus esfuerzos por llevarnos consigo. Pero que espera un corazón agradecido ante su deseo. Espera una respuesta que valore el abajamiento del Hijo de Dios para llamarnos hermanos. Paradójicamente, el Dios que nos acoge y espera con los brazos abiertos, nos prepara una puerta estrecha… misterios de Dios que aceptamos o no comprenderemos.

No hay lugar donde se manifieste esta conciencia como la celebración litúrgica de la Iglesia. Llamados de todas las naciones, de cerca y de lejos. Si vivimos agradecidos, si experimentamos que hemos sido llamados por pura gracia, si participamos convencidos de que Dios nos ha llamado a integrarnos así en su familia, entonces veremos en esa liturgia el germen de lo que Cristo profetiza en el evangelio. Quien cree viendo lo poco, podrá disfrutar viviendo en lo mucho. La celebración de los hermanos con el Padre que los convoca es siempre un momento festivo, feliz, en el que todos pueden sentirse identificados, en el que el cristiano puede empezar a gozar de la catolicidad evangélica. El pueblo sacerdotal que anuncia Isaías alabará a Dios tal y como haya hecho en la liturgia, si la fe le permite ver lo que verá. ¿Me alegro de que otros sean atraídos conmigo hacia Dios? ¿Deseo la reunión de toda la humanidad en presencia del Padre? ¿Vivo la celebración litúrgica como promesa de esa reunión final?

La prenda de lo que Cristo anuncia en el evangelio de hoy es la Iglesia, pero también en ella solamente viviendo como hermanos nosotros seremos signo de lo que estamos llamados a ser, de la reunión final que Cristo promueve con su Espíritu cada día, y no es la comodidad, sino el movimiento, lo que expresa bien la llamada recibida.
Diego Figueroa

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