sábado, 10 de agosto de 2019

PRIMERA LECTURA
Con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti
Lectura del libro de la Sabiduría 18, 6-9
La noche de la liberación les fue preanunciada a nuestros antepasado, para que, sabiendo con certeza en que promesas creían, tuvieran buen ánimo.
Tu pueblo esperaba la salvación de los justos y la perdición de los enemigos, pues con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
Los piadosos hijos de los justos ofrecían sacrificios en secreto y establecieron unánimes esta ley divina: que los fieles compartirían los mismos bienes y peligros, después de haber cantado las alabanzas de los antepasados.
Palabra de Dios
Sal 32, 1 y 12. 18-19. 20 y 22
R. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Aclamad, justos, al Señor, 
que merece la alabanza de los buenos. 
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, 
el pueblo que él se escogió como heredad. R
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme, 
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor: 
él es nuestro auxilio y escudo. 
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, 
como lo esperamos de ti. R.
SEGUNDA LECTURA
Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios
Lectura de la carta a los Hebreos 11, 1-2. 8-19
Hermanos:
La fe es fundamento de lo que se espera, y garanatía de lo que no se ve.
Por ella son recordados los antiguos.
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo.
Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.
Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia».
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.
Palabra de Dios
Aleluya Mt 24, 42a. 44
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Estad en vela y preparados, 
porque a la hora que menos penséis
viene el Hijo del hombre. R.
EVANGELIO
Estad preparados
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12, 32-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo.
Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?».
El Señor le respondió:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que les reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijese para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.
El criado que conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».
Palabra del Señor
Comentario Pastoral
VIGILANTES DESDE LA FE
Hoy se nos vuelve a presentar el tema de la vigilancia. Estar en vela significa renunciar al sueño de la noche. Se suele renunciar al sueño para prolongar el trabajo, para cuidar a un enfermo, para evitar ser sorprendido por el enemigo. Por eso estar en vela es lo mismo que ser vigilante, luchar contra el torpor y la negligencia a fin de conseguir lo que nos proponemos.

El cristiano vive en vigilia para estar pronto a recibir al Señor cuando llegue, ya sea entrada la noche o de madrugada. Todos sabemos que los trabajos de día son más activos, que en la luz estamos más despreocupados. Sin embargo, por la noche instintivamente nos situamos en actitud más expectante, agudizamos el oído ante cualquier ruido, somos más sensibles ante cualquier destello de luz. De ahí que ser vigilante es siempre un trabajo comprometido y responsable, sobre todo cuando hay que vivir en la noche sin ser de la noche.

Mal se puede vigilar si la lámpara de la fe está apagada o escasea el aceite de la esperanza. La alerta supone atención a lo primordial y despego de lo accesorio; exige también sobriedad, es decir, renuncia a los excesos nocturnos. Y no hay que ser vigilante solamente un día, sino todos, pues el cristiano es el hombre perseverante que espera siempre el retorno del Señor. Y porque la vigilancia es el modo de vivir en cristiano, debe estar acompañada de oración, para no sucumbir a la tentación que nos aparte de beber el cáliz, como Cristo en la noche de Getsemaní, o que nos insensibilice en el sopor y sueño de una lánguida existencia.

La llamada a estar atentos, a no perder la gran noche de la liberación, a no ilusionarse porque “el patrón tarda en venir” nos introduce en uno de los temas fundamentales de la experiencia cristiana, que es tensión, movimiento, espera, vigilancia. 

Frente a un cristianismo somnoliento y despreocupado, el Señor nos convoca a vivir con fe despierta, cordial, sensible, palpitante. Vigilar es esperar. El amor nos mantiene despiertos en nuestro camino terreno y nos orienta hacia la esperanza.

Creer es esperar y amar. La salvación no se nos da en tranquila posesión, sino en promesa.
Andrés Pardo

de la Palabra a la Vida
Olvidar lo que somos nos pone en una situación delicada ante las decisiones del día a día. En verano, en vacaciones, podemos olvidar las responsabilidades que nos agobian durante buena parte del curso, que nos preocupan. Pero olvidarnos de lo que somos, nunca, no puede ser, de ninguna manera. Por eso, la Iglesia nos recuerda en pleno verano que somos la heredad del Señor. Cuando el Señor pasó provocando “la salvación de los creyentes y la perdición de los enemigos”, Israel ya no tuvo duda de ser el pueblo elegido por Dios, “el pueblo que el Señor se escogió como heredad”, por medio del cual el Señor iba a mostrar su grandeza a todos los pueblos, con semejante victoria sobre el poderoso Egipto. Aquella noche, Israel tenía que esperar el paso del Señor vigilante, para salir a caminar al desierto nada más ser llamado.

Así, con “la cintura ceñida y la lámpara encendida” es como el administrador fiel espera encontrar a su criado. Velando. Siempre atento a su llegada, en la noche, para servirle. Los discípulos que el Señor ha elegido, aquellos que ha puesto al frente de los que le siguen, han de ser también fieles y solícitos. Fieles significa unidos a su Señor, unidos a la voluntad de su Señor, y por tanto dispuestos a que se haga no la voluntad propia, sino la de Cristo. Solícitos significa prestos, no perezosos ni vencidos ante la tentación de omitir la voluntad de Cristo, de dejarla para luego porque “el amo tarda”.

Ser la heredad del Señor, haber sido llamados de la noche a la luz, de la esclavitud a la libertad del siervo de Dios, significa reconocerse mirados por el Señor, favorecidos por el Todopoderoso, pero supone también que saben lo que el amo quiere, que ellos son los que tienen que llevar a cabo el plan de Dios. En la medida en la que sean fieles y solícitos recibirán los premios eternos. En la medida en que sean egoístas y holgazanes recibirán “muchos azotes”, el justo castigo.

Porque sí, ese final del pasaje evangélico resulta inquietante para los que, como nosotros, cristianos, llamados por el Señor en el evangelio y miembros de la Iglesia hoy, no dudamos de ser los que hemos recibido “lo mucho”. Ciertamente, el Señor busca la manera de motivar a los suyos para que sean administradores fieles y solícitos.

Participar en la celebración de la Iglesia es tener certeza de haber recibido esta llamada y es una constante motivación para que la gracia que Dios nos da la administremos oportunamente en beneficio de nuestros hermanos. La liturgia de la Palabra es, cada día, una constante provocación para que no nazca en nosotros el ir a lo nuestro, el dejar para más tarde las cosas de Dios, el mirar a los hermanos como personajes molestos a los que no tengo que atender. Con esas actitudes, lejos de tener la cintura ceñida, damos a entender que pensamos que “el Señor tardará”, por mucho que participando en la misa demos a entender que el Señor viene. Es en la escucha de la Palabra de Dios donde el cristiano reconoce que tiene que estar preparado, que el Señor viene, que otros reclaman mi atención y mi servicio.

La Carta a los Hebreos nos ofrece hoy ese “elogio de la fe” que desgrana paso a paso la fe de Abraham: Él escuchó la voz del Señor y se convirtió en administrador de su llamada. La fe nos mueve a responder. La fe que nace de la escucha. Con Abraham comienza esa elección divina que se sella en la Pascua. Con la Pascua de Cristo que nos es entregada comienza a hacerse nuestra elección a la hora de administrar lo que recibimos de Dios. Y este trabajo es constante, no es para invierno o verano, la mañana o la noche: la heredad del Señor lo es para siempre, en lo que tiene de don y en lo que tiene de responsabilidad. No bajemos el nivel por el calor o el cansancio, pues sabemos que el Señor viene, y quiere que se vea en nosotros la alegría y la belleza de ser elegidos suyos, su pueblo y su heredad.
Diego Figueroa

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